VULNERABLES E INDEFENSOS: LOS NIÑOS Y LOS PELIGROS URBANOS

por Phyllis Kilbourn

Reforma Siglo XXI, Vol. 2, No. 1

Durante aproximadamente 2.000 años la iglesia ha poseído el mandato de discipular a todos los pueblos o naciones del mundo. En esta generación estamos descubriendo que la gran mayoría de estas naciones o pueblos están en las ciudades más grandes del mundo. Ciertas proyecciones declaran que para el fin de este siglo, más de la mitad de la población del mundo será urbana. En muchos países esta estadística ya es una realidad.

Otro dato perteneciente a las ciudades del mundo es que la mayor parte de la población es joven. En Ciudad de México, por ejemplo, la edad media es de aproximadamente 14 años. Expresándolo de otra forma, dentro de Ciudad de México vive una ciudad de personas (todas menores de 14 años) que es más grande que Nueva York.

Un dato más perturbador todavía es que estos niños urbanos se enfrentan a riesgos increíbles en medio de la vida urbana. Por ejemplo, decenas de miles de niños mejicanos viven sin apoyo paternal, sin cobijo y sin control. La única esperanza para su futuro es que la iglesia de Jesucristo esté plantada e involucrada en sus vecindarios.

Aunque los estudios sugieren que el 85% de las conversiones ocurren entre las edades de 4 y 14 años, los niños regularmente son excluidos de las estrategias de evangelismo urbano. Compasión Internacional denomina la estrategia de alcanzar este grupo la “ventana 4-14″, una ventana estratégica dentro de la ventana 10/40. Sin embargo las realidades urbanas a menudo cierran esta ventana de ministerio a estos niños necesitados. Las estrategias tienen que cambiar; los niños deben ocupar un enfoque primario en el ministerio urbano.

Realidades Urbanas

El crecimiento explosivo de las ciudades tiene muchas causas: migraciones masivas de gentes rurales buscando trabajo; refugiados de desastres naturales y también desastes provocados por el hombre; personas huyendo del la represión política y el rápido aumento de natalidad. A la medida que los recursos para esta creciente población escasean, la infraestructura colapsa y los empleos merman.

Las personas atrapadas en esta telaraña son conocidas como los pobres urbanos. Según Greenway y Monsma (1989:45), éstos constituyen la frontera más grande a la cual las misiones cristianas jamás se han enfrentado. Por lo general las masas urbanas, incluyendo a niños y jóvenes, no han escuchado el evangelio de Jesucristo ni tampoco lo han visto manifestado en formas que afecten profundamente y cambien sus vidas.

Los ghettos y los barrios bajos se asocian con las ciudades. Aunque estas áreas constituyen los hogares de los pobres urbanos, no son el origen de los problemas de la ciudad como a menudo su asume. Más bien son una respuesta a dichos problemas. En otras palabras son síntomas visibles de colapsos fundamentales en el corazón de las sociedades urbanas.

Estas áreas también son tierra natal y hogar de los peores escenarios que conducen a la crisis de los niños urbanos. Aquí la frustración, la pobreza y el esfuerzo de existir con recursos limitados y desesperación han creado un sinfín de problemas. Estos problemas alimentan un caldero burbujeante de violencia. Y como en toda situación crítica, los niños son los que más sufren.

Niñez Urbana

Se dice que la niñez es el metro para medir los cambios sociales (Garbarino 1995:16). Y efectivamente, niños atrapados en este trajín urbano son un excelente metro que sugiere que algo anda drásticamente mal en los ambientes urbanos.

Problemas provenientes de lo que Garbarino denomina un “ambiente social tóxico” florecen en las ciudades. Problemas tales como la pobreza, la avaricia humana, la corrupción, familias abusivas, las drogas, el crimen, las pandillas, la violencia, la desesperanza, los hogares con padres o madres solteras y el deterioro de las comunidades abundan.

Diariamente los niños urbanos descubren que vivir en la sociedad es peligroso. Ellos se enfrentan a numerosos desafíos que ponen en riesgo su esperanza de experimentar una niñez significativa. Sus experiencias también les llevan a cuestionar que puedan tener una adolescencia significativa.

Las voz de la autoridad moral ha renunciado y se ha mudado a territorio más seguro. Ejemplos negativos reemplazan esa autoridad demostrando violencia e inmoralidad. El resultado es el quebranto de personas, edificios, planes, esperanzas y sueños en pequeños cantos que ensucian las calles junto con la basura diaria. La esperanza de auto-mejoramiento que una vez atrajo a muchos a la ciudad ahora se desvanece tan rápida como la neblina matutina. Sus anhelos por obtener belleza e integridad han sido aplastados más alla del reconocimiento.

Añada a este pésimo panorama un millar de factores que determinan una triste vida diaria para los niños urbanos. Estos factores incluyen niños que son criados por madres o padres solteros, chicos pequeños que no saben lo que es el cariño de un padre, la falta de modelos positivos, y la falta de valores morales que se transmiten por la sociedad y la familia.

Muchas veces la sociedad y la familia abandonan a sus niños. Son tratados como un estorbo y una molestia, otra boca que alimentar, un obstáculo. Los niños se están criando sin experimentar amor, amabilidad, justicia ni seguridad. Al contrario, estos niños comparten un legado de abandono y se encuentran lejos del plan de Dios para la niñez. Se encuentran vulnerables a situaciones donde son explotados y por lo tanto sumidos en crisis. Su niñez ha sido detenida mientras afrontan riesgos increíbles. Los depredadores están al acecho, siempre listos para agarrarlos.

Un Corazón para la Ciudad

Podemos trazar una analogía entre la vida urbana de hoy en día y la ciudad de Jerusalén en los días de Nehemías. Nehemías sentía un gran amor por Jerusalén; los sufrimientos de sus ciudadanos le partían el corazón. Incluso, él llenaría los criterios de Robert Linthicum (1991:1996) de un ministro urbano valioso.

Debemos comenzar con la pregunta, “¿Qué me hace llorar por mi ciudad?” Si contestas, “Nada me hace llorar por mi ciudad,” lo mejor es que salgas del ministerio urbano porque ahí no perteneces. Sólo aquel hombre o aquella mujer que permite que su corazón se parta con el dolor y el estado penoso de los pobres y/o los ricos pertenece en este ministerio. Para ser eficaz en el ministerio urbano tienes que poseer un corazón tan grande como la ciudad misma.

Nehemías se encolerizó cuando fue testigo de la destrucción de los muros y puertas protectoras de Jerusalén. Esta destrucción dejó a los habitantes expuestos e indefensos ante los ataques de los enemigos.

Y tal como Dios planeó que Jerusalén tuviera muros protectores para proteger a sus habitantes, así también planeó que nuestros niños tuvieran muros de seguridad. Éstos incluyen el calor amoroso y la protección del hogar, la familia, la sociedad, la iglesia y la comunidad. Sin embargo estos muros a menudo no existen en las vidas de nuestros niños: la familia, el hogar, la comunidad, la sociedad y hasta la iglesia ya no están para ellos.

No sólo se están derrumbando las paredes físicas que rodean a los niños sino que también sus fundamentos morales y espirituales se han visto debilitados grandemente por el enemigo. Ya no se extiende la red de seguridad para ellos. Millones de niños están tan quebrantados y cicatrizados como los muros de Jerusalén — física, espiritual, moral y emocionalmente. Tal como los habitantes de Jerusalén nuestros niños están indefensos y vulnerables ante toda forma de explotación. El enemigo se ha infiltrado para destruir mientras que la iglesia se ha cegado ante la destrucción provocado por dicho enemigo.

Crisis de la Vida Urbana

La vida urbana provoca muchas crisis para los niños. Las tres que aparentan las más prevalentes y criticas son la explotación (resultado de la vida en las calles), el crimen y la violencia y las familias fracturadas.

Niños Callejeros

Los niños callejeros son uno de los fenómenos de más crecimiento en la crisis urbana. Las estadísticas varían pero los estimados afirman que hasta 142 millones de niños viven en las peligrosas calles de las ciudades alrededor del mundo. ¡En Latino-América hay dos veces más niños callejeros que la población entera de Canadá!

Estos niños tienen que luchar sólo para encontrar suficiente comida para subsistir. Sus vidas tienen poca estabilidad debido a la constante búsqueda de refugio. Sus situaciones terroríficas desafían los intentos de describir su dolor, su miedo, y sus traumas sinfín. Julieta es una de estas niñas de calle urbana.

Conocí a Julieta de 14 años en Divisoria: un barrio bajo notoriamente malo en Manila. Cuando visité el lugar que ella llama casa donde también cría a sus tres hermanos menores, la peste a basura putrefacta me abrumó. Me preguntaba que cómo hay gente viviendo en la calle que pueden soportar tales pestilencias y las ratas por todas partes.

Aguantando la respiración me apresuré a entrar en una pequeña iglesia escondida en un callejón. El pastor quien había sido un niño callejero, se estaba preparando para la escuelita bíblica para los niños callejeros. Muy pronto Julieta llegó seguida de sus tres hermanitos. Mientras se sentaba silenciosamente pude apreciar la desgracia que sus ojos reflejaba. Ni el denso maquillaje que llevaba podía esconder la profunda miseria que evidenciaba.

Tras haber sido abandonada por su familia a causa de la pobreza Julieta no tenía muchas alternativas de trabajos para poder mantener a sus hermanos — una responsabilidad que ella tomaba muy en serio. Al prostituirse lograba que tres o cuatro “novios” por noche le consiguiera 50 pesos (aproximadamente $2.00) por cliente. Con esto ella compraba comida, ropa y medicamentos.

Las trágicas experiencias de Julieta tipifican la humillación, el desespero y el profundo trauma que experimentan los niños callejeros de todo el mundo. Algo anda seriamente mal con el contrato de la sociedad de cuidar y criar a sus hijos.

Y en caso de que seamos tentados a pensar que los problemas urbanos sólo existen en países tercermundistas, recordemos que los niños norteamericanos de hoy tienen mayor propensión a la pobreza, a la drogadicción, a la preñez, a ser asesinados o encarcelados que niños de cualquier otra nación industrializada (Brodkin and Coleman Advocates 1993:XXV).

Violencia

La violencia se convertido en un modo de vida en los centros urbanos. Básicamente cada residente ya sea joven o anciano posee un puñal, una pistola u otro tipo de arma. A menudo la última palabra en las riñas callejeras la tiene la muerte y las apuñaladas. Este tipo de violencia tiene un impacto tremendo sobre el desarrollo infantil y las probabilidades de su supervivencia. Kotlowitz (1991:46) describe la muerte violenta de un quinceañero llamado Pata de Ave:

Un solo disparo hizo su eco desde abajo. Willie Elliot de 24 años, asomándose de entre dos carros estacionados, había apuntado una pistola a Pata de Ave. A menos de un metro de distancia, el muchacho se paralizó como un venado atrapado en el resplandor de los focos de un carro. La bala se abrió camino a través del pecho de Pata de Ave. Se agarró la herida y salió corriendo. — Me han disparado — gritó incrédulo. Intentaba dirigirse a la seguridad de una calle ruidosa pero no lo logró. La bala le había dado justo en el pecho y después, como un taladro fuero de control, le laceró el corazón, los pulmones, el bazo y el estómago. Pata de Ave, luchando por respirar, colapsó bajo un álamo y refrescado por la sombra, murió.

Pero horrores como este no terminan con la muerte de niños como Pata de Ave. La violencia de estos acontecimientos diarios también afecta a los niños del vecindario que son testigos de estos eventos.

Según el Center for Disease Control and Prevention (Centro para el Control de Enfermedades y la Prevención) los EEUU tienen las cifras más altas de suicidio infantil, homicidio y muertes relacionadas con pistolas de entre las 26 naciones más ricas del mundo; tres cuartas partes de los asesinatos de niños del mundo industrializado (Haveman 1997:9).

Los criminólogos atribuyen el aumento de crímenes realizados por jóvenes a el creciente número de niños sin supervisión. También hayan culpa en la tasa alta de divorcio, la gran cantidad de mujeres que trabajan, la acepción social de la violencia, el racismo, los hogares con padres o madres solteras, la pobreza y las oportunidades desiguales. Sin embargo todos los científicos sociales están de acuerdo en que la verdadera causa del crimen violento es la desintegración de la familia. Reconocen que hay una relación entre la rotura de la familia y los problemas sociales que aquejan a una sociedad.

Familias Fracturadas

La rotura de la familia, que tradicionalmente ha sido el baluarte de la sociedad en contra de los ataques espirituales, morales y materiales, es el centro de la miseria de la mayoría de los niños. El mundo de un niños se enfoca en su hogar y su familia. La familia es el medio ambiente primario de un niño. Dentro de las estructuras seguras de la familia acontecen experiencias de desarrollo vitales; es en medio de la seguridad, el amor, los vínculos, la aceptación, la consejería y la educación que alas frágiles pueden extenderse para experimentar el mundo.

Familias de madres o padres solteros luchan porque los niños necesitan la atención, la guía, la disciplina y el ejemplo de un padre. Madres jóvenes que a menudo son ellas mismas niñas son otro fenómeno de crecimiento rápido. Se predice que la tasa de ilegitimidad nacional llegará al 50 por ciento en los próximos 12 a 20 años.

Las presiones de la vida cotidiana también ha roto la familia en otras formas. Posiblemente la más predominante es la pobreza la cual provoca estragos en la estructura y la estabilidad familiar. En las ciudades latinoamericanas la pobreza obliga a las familias a abandonar a sus hijos a las calles a los 7 u 8 años para que sean auto-suficientes.

Ligado a la pobreza existen varias formas de escape emocional de las dificultades de dicha pobreza. Entre ellas resaltan las drogas y el alcohol. Los padres que se someten a estas influencias realmente no están presentes para sus hijos. Es más, el abuso que reciben los niños de parte de sus familias en estos tiempos es a menudo la gota que colma el vaso para que se vayan de sus casas.

Fagan (1996:36-39) enfatiza que una gran cantidad de evidencia sugiere que la verdadera causa del crimen en los EEUU es la rotura de la familia. En 1988 un estudio de 11.000 individuos encontró que el porcentaje de hogares con madres o padres solteros con hijos entre los años 12 y 20 está asociado significativamente con las tasas de crímenes violentos y robo. El mismo estudio aclara que la ausencia del matrimonio y la falta de formar y mantener familias intactas explica la incidencia de crímenes tanto entre los blancos como entre los negros.

Fagan también cita que negligencia de los padres y el abandono del niño en los primeros años es la primera de cinco etapas que provoca que los niños se tornen criminales violentos. En esta primera etapa el padre probablemente ha abandonado a la madre del niño. Si no, los padres tienden a divorciarse antes del tercer año del niño. El niño se cría en un barrio con una alta concentración de madres o padres solteros. Él no se enlaza de una forma segura con su madre durante estos primeros años y sus guardianes cambian frecuentemente.

Los adultos en su vida pelean y demuestran sus frustraciones físicamente. El niño sufre abuso y es privado de cariño en el hogar. Muy pronto, a causa de la ausencia y la falta de atención de su padre, se torna poco a poco más agresivo. Empieza a adquirir un problema de conducta.

Finalmente el niño, pasando a la próxima etapa, encuentra la pandilla que le proporcionará con un lugar en el cual él siente que pertenece. La pandilla muy pronto se convierte en una familia sustituta para el niño. Ya para esta etapa su deslizamiento negativo aumenta. Sus experiencias contrastan drásticamente con el amor y la dedicación de dos padres que normalmente se necesita para el desarrollo de adultos compasivos y competentes.

La mayoría de los resultados de estos estudios son aplicables a niños y familias en cualquier ciudad urbana. Dichos resultados enfatizan la importancia de enfocarse en la familia cuando se atiende a la necesidad de estos niños en riesgo. Los niños necesitan hogares llenos de amor y cariño para poder desarrollar al máximo su potencial dado por Dios.

Enfrentando la Crisis

La sociedad ha demostrado que ya no pueden proteger a sus niños. Estos niños son víctimas de tiroteos; son secuestrados mientras duermen y luego violados y asesinados; o si no, son prisioneros de hogares crueles y abusivos. La mayoría de las ciudades urbanas ya no proveen ambientes seguros para que los niños puedan crecer y convertirse en ciudadanos productivos y obedientes a las leyes.

Otra consecuencia en las vidas de los niños es la pobreza. Greenway (1989:173) resume la pobreza de los niños de las ciudades con la siguiente descripción:

Los pobres son aquellos que han sido forzados a la sumisión, reducidos a la inferioridad — los oprimidos y los violados. Los pobres son impotentes, débiles y desgraciados. Los pobres no poseen ningún poder social ni político con el cual librarse de la necesidad. Los pobres están desprovistos y faltos de las necesidades de la vida, desposeídos. En pocas palabras, son los miserables de la tierra. La causa primordial de su miseria es la injusticia. Desde el punto de vista bíblico, son pobres e impotentes porque los ricos y poderosos han estructurado el orden social para favorecerse ellos mismos.

Garbarino (1995:23-40) afirma que las necesidades básicas de los niños a nivel mundial son: estabilidad, afirmación y aceptación, tiempo familiar, valores, contacto con la comunidad y acceso a recursos básicos como la medicina y la educación. Él dice que en la medida que la sociedad provea estas necesidades se determinará el contorno de los mapas sociales de nuestros niños, su comportamiento y su esperanza para el futuro — en otras palabras, su supervivencia.

¿Cómo podemos responder a estos niños heridos y explotados? ¿Cómo podemos detener la obra destructiva del enemigo y empezar a reconstruir los fundamentos morales?

Yo creo que el primer paso es que la comunidad cristiana reconozca que tiene un mandato bíblico a traer sanidad, reconciliación y unidad a los centros urbanos. La escritura se desborda con el interés que Dios tiene por la justicia y el cuidado de los pobres, los huérfanos, las viudas y los oprimidos. La preocupación de Dios de que se trate equitativa y compasivamente a los pobres se ve en numerosos pasajes tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.

Como una comunidad cristiana no tenemos otra opción que creer que este mandato viene directamente del corazón de Dios. Para involucrarnos de una manera significativa en obedecer este mandato tenemos que llenarnos de compasión — una compasión que comienza con un corazón quebrantado por la destrucción de nuestros niños por parte del enemigo. La compasión significa entrar en el sufrimiento de otra persona, para sufrir con esa persona. Perry Downs (en Kilbourn 1996:189) nos dice: “Ser compasivo significa estar dispuesto a sentir el dolor de otros y soportar el dolor de otros… Cualquiera que trabaja con niños abusados por situaciones que ellos no pueden controlar conoce el dolor que se siente al entrar en su mundo. Ver el dolor (o peor, el vacío) en los ojos de estos pequeños causaría que cualquier persona sensible sintiera el sufrimiento del niño.”

Las narrativas del ministerio de Jesús contienen abundantes referencias de su compasión. Compasión requiere el compromiso personal y la solidaridad. Jesús cumplió con ambos en su ministerio.

La Estrategia de Nehemías

Nehemías definitivamente fue compasivo en cuanto a la reconstrucción de los muros de Jerusalén; se preocupaba por la destrucción traída por el enemigo. También se preocupaba por los ciudadanos que se quedaron sin protección y vulnerables a la explotación. Se puede transferir una estrategia de cuatro partes a un plan para la reconstrucción de los muros que han dejado a las vidas de nuestros niños como un “montón de ruinas quemadas.”

Vindicación

Al saber que la gente de Jerusalén estaban en graves problemas y desgracia, Nehemías fue ante el rey con una petición de que se le dejara actuar en favor de los ciudadanos de Jerusalén (2:1-7). Él no estaba dispuesto a permanecer en el palacio del rey mientras su pueblo peligraba. Más tarde reunió a todos los ciudadanos de Jerusalén para que vieran la destrucción y para que tomaran pasos para la restauración (2:17-18). Su voz clamó en contra de la destrucción perpetuada por el enemigo.

Los niños hoy en día necesitan a una voz como la de Nehemías para abogar por ellos. Ellos no tienen representantes especiales en los gobiernos; no pueden votar ni contratar a abogados para que peleen por su causa. Las mayoría de las veces ni tienen un familiar con suficiente poder para hablar a favor de sus derechos o necesidades. La iglesia sin embargo, tiene una posición ideal para ser la conciencia de la ciudad clamando por los niños. En la escritura Dios continuamente reveló su corazón para los que no tenían voz. Los israelitas que fueron sacados de la esclavitud y redimidos tenían un mandato de abogar por los pobres, las viudas, los huérfanos y los explotados. Dios demandaba de su pueblo la misma compasión, justicia y provisión para el huérfano que Él les había demostrado cuando los sacó de la opresión.

Abre tu boca por el mudo en el juicio de todos los desvalidos. Abre tu boca, juzga con justicia, y defiende la causa del pobre y del menesteroso. (Proverbios 31:8-9)

Un abogado es aquel que defiende la causa de otro. Tenemos que clamar en contra de las leyes de armas y drogas que ponen en peligro a nuestro niños; las políticas económicas que benefician al político en vez de al pobre; y también la horrenda explotación de nuestros niños por parte de manipuladores, narcotraficantes y otros avariciosos.

Hoy, los que somos “reyes y sacerdotes ante Dios” a través del nuevo pacto asumimos las tareas reales y sacerdotales del antiguo testamento de ser la voz de Dios clamando en favor de los niños. Ya no podemos darnos el lujo de denominar estas actividades como el evangelio social, relegando la responsabilidad de abogacía al mundo secular que no tiene ninguna esperanza auténtica que ofrecer.

Intercesión

Cuando escuchó de la trágica noticia concerniente a Jerusalén, Nehemías lloró, se entristeció, oró, ayunó y se arrepintió del pecado que llevó a la destrucción de Jerusalén (1:4-11). ¿Es ésta la reacción que experimentamos cuando los medios de comunicación reportan sobre la condición trágica de nuestros niños? ¿Nosotros ayunamos y oramos cuando escuchamos de niños que son violados, asaltados, explotados sexualmente o físicamente abusados? Escucha el mandato de Dios: “Levántate, da voces en la noche, al comenzar las vigilias; derrama como agua tu corazón ante la presencia del Señor; alza tus manos a él implorando la vida de tus pequeñitos, que desfallecen de hambre en las entradas de todas las calles. (Lamentaciones 2:19)

“Derramar como agua nuestros corazones” es símbolo de un corazón quebrantado. Hasta que nuestros corazones no estén verdaderamente rotos ante las situaciones que buscan destruir esta generación de jóvenes, no tendremos una adecuada solución bíblica a su hambre — física o espiritual. Como a Nehemías, nuestro quebranto nos hará volver a la oración profunda y vulnerable.

Inspección

Nehemías quería información de primera mano sobre la situación en Jerusalén. Quemándose de pasión por comenzar la tarea de reconstrucción, se montó en su mula o burro y cabalgó durante la noche, midiendo los daños (2:11-16). No hay otra manera para que nosotros realmente midamos la situación de nuestros niños que no sea la de Nehemías “montándose en su mula y cabalgando por la ciudad.” ¡Francamente mucha gente ni siquiera desean saber! El saber es un llamado a la acción y la ignorancia es mucho más fácil de manejar; nuestros corazones no pueden ser quebrantados por aquello que ignoramos, y ¿cómo podemos ser responsables por situaciones que no conocemos?

Un Llamado a la Acción

Después de la inspección Nehemías reunió a el pueblo para hablar de los problemas y necesidades ya identificadas (2:17-18). Se aferró a la idea de que valía la pena pelear por su ciudad. Dio la orden, “Venid, y edifiquemos el muro de Jerusalén, y no estemos más en oprobio (2:17). Le dio a los trabajadores la seguridad de que Dios estaba con ellos y les ayudaría. Mientras lloramos, ayunamos y oramos por nuestros niños tenemos que buscar estrategias de Dios para reconstruir y fortificar los muros de las familias, las comunidades, la sociedad y hasta la iglesia. Gracias a su visión y compasión Nehemías rehusó escuchar las voces que buscaban detener la encomienda que Dios le había dado. Nosotros también en nuestra batalla por rescatar a los niños de las garras del enemigo nos encontraremos a muchos como Sanbalat. Por eso tenemos que cavar trincheras muy profundas y luego fortificarlas bien si queremos ver cumplida esta gran tarea.

Gracias a la fidelidad de Nehemías, al igual que su dependencia en la sabiduría y estrategia divina, pudo proclamar, “El muro fue completado.” Una vez más el pueblo gozaba de seguridad y protección. Las bendiciones fluían hacia los habitantes de Jerusalén; bendiciones cubrieron su anterior oprobio.

Como Nehemías nosotros tenemos que tener la confianza de que Dios está peleando por nuestros niños; Él hará que sea posible la reconstrucción de los muros. Y así la iglesia, como la gente de Jerusalén, ya no estará en oprobio. Sin embargo, el oprobio permanecerá sobre la iglesia hasta que ella reconstruya los fundamentos y los muros de las vidas de nuestros niños.

Desafío

Pero no sólo debemos tener la compasión divina de Nehemías impulsándonos a la reconstrucción de los muros, sino que también debemos sentir la urgencia que demanda la tarea. Peter Tacon (Irvine 1991:1) expresa esta urgencia de la siguiente forma: “Si no te importan los niños estás condenando el mundo a un legado de degradación y privación humana. Si no te importan los niños, tampoco te importa el futuro. Estás tirando a la basura un tesoro precioso. Existe un costo humano altísimo que resultará por no querer preocuparnos. Una pregunta lo es, “¿por qué me debe importar?” Pero la otra pregunta es, “¿qué pasará si no me preocupo?”

Si no nos preocupamos, los niños seguirán viviendo vidas que los dejan expuestos, vulnerables, explotados y sufriendo. Si no prestamos atención los niños — y la iglesia — sufrirá una tremenda pérdida de talento y potencial humano. Si no nos preocupamos, nosotros al igual que Jerusalén, continuaremos experimentando oprobio y vergüenza.

Después del exilio, Isaías le dijo al pueblo de Jerusalén, “Y los tuyos edificarán las ruinas antiguas; los cimientos de generación y generación levantarás, y serás llamado reparador de portillos, restaurador de calzadas para habitar” (Isaías 58:12). ¡Qué palabras tan poderosas! Ellas significan integridad, fuerza, estabilidad, vida, protección, restauración, comunidades y familias renovadas, redención.

Recordemos lo que Garbarino enfatizó como las necesidades de los niños: estabilidad, seguridad, afirmación y aceptación, tiempo familiar, valores, contacto con la comunidad y acceso a los recursos básicos. Comparemos esta lista con el pasaje de Isaías 58:12. De esta lista y de las lecciones aprendidas de Nehemías mientras retomaba su ciudad, podemos encontrar estrategias efectivas para cumplir con las necesidades de los niños urbanos. Los evangelios revelan que Jesús es el Nuevo Nehemías que ha venido a renovar vidas, familias y comunidades. Mientras asumimos el papel de constructores de vidas compasivos, la iglesia — y los niños — podrá declarar con Nehemías, “Ya no estamos en oprobio.”

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