Por Guillermo Green
Reforma Siglo XXI, Vol. 6, No. 2
Existe el evangelio verdadero, y existe un anti-evangelio. Existe el Cristo verdadero y existe un anticristo. Existe el Dios verdadero y existen los dioses falsos. Durante la historia de la Iglesia desde tiempos antiguos algunos han introducido los anti-evangelios dentro del seno de la Iglesia.
Pablo luchó con este problema con los gálatas. Pablo reprende a los cristianos en esa ciudad por haberse alejado del verdadero evangelio, el mensaje de la gracia de Dios en Cristo (1:6). Se dejaron llevar por algunos que los estaba engañando. A penas comenzando su carta, y Pablo les dice:
Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema (Gal. 1:8,9).
En pocas palabras ¿cuál fue el error de estos que ‘pervertían’ el evangelio? No negaban a Cristo, no negaban a Dios – de hecho, no parecen haber negado ninguna doctrina básica del evangelio. Lo que hacían era añadir otras condiciones para poder recibir la plena bendición de Dios. En este caso, los engañadores en Galacia les decían a los cristianos que debían guardar ciertas leyes de Moisés para poder recibir todo el poder del Espíritu Santo, toda la bendición plena de Dios. Añadían al mensaje de fe y gracia que Pablo había llevado.
En los siglos posteriores a la Iglesia primitiva, muchos añadieron otras cosas también, al extremo que se requirió una reforma completa de la Iglesia para retornar al verdadero evangelio (la Reforma protestante del siglo 16). Sin embargo, en nuestros días, estamos presenciando el desvío una vez más, porque muchos añaden doctrinas de hombres al mensaje bíblico. De muchas maneras hoy se enseña que para recibir la plena bendición de Dios, se debe cumplir con esto o lo otro. Otros de forma más descarada, convierten el mensaje del evangelio en un mensaje de craso materialismo. Toda enseñanza que pone otras condiciones para recibir al Espíritu Santo – ayunos, oraciones, ejercicios, lenguas – atenta contra el mensaje de sola fide y sola gratia del evangelio. Toda enseñanza que pone como condición para recibir la bendición de Dios – «declarar con fe» – niega las promesas de nuestro Padre celestial. Toda enseñanza que pone como condición de tener paz en la vida – «ritos para romper maldiciones del pasado» – niega el poder del evangelio.
En Gálatas capítulo 1 podemos aprender algunas lecciones muy importantes para la iglesia de hoy. En primer lugar Pablo enfatiza que los Gálatas ya habían recibido el evangelio, y ni Pablo mismo podía cambiarlo. Este enfoque dista mucho de las enseñanzas de hoy. Pablo pone énfasis en el depósito, dejado una vez por todas a los santos (ver 2 Tim. 1:14; Judas 3). Este depósito del evangelio no es cambiable por nadie, no por Pablo mismo ¡ni aun por un ángel del cielo! (Gal. 1:8). Creo que las implicaciones de esta gran verdad deben impactar nuestras iglesias hoy de una forma más profunda. Lo que Pablo destaca es lo objetivo del evangelio. El evangelio no es abierto a diversas interpretaciones, no acepta que otros agreguen o quiten. Es un depósito dejado y goza de objetividad divina. El ‘anatema’ – o sea, la ‘maldición’ – de Dios estará sobre cualquiera que tergiverse o pervierta este depósito.
En segundo lugar, Pablo no liga el evangelio en última instancia a la autoridad personal. Aunque Pablo en sus cartas apela a su apostolicidad, aquí en Gálatas Pablo destaca el hecho que hay una autoridad superior a toda persona – aun él mismo. La predicación inspirada, y las escrituras inspiradas (el A.T. y los libros del N.T. que ya hubiera) tenían mayor autoridad para Pablo que sus propias opiniones personales. Encontramos este mismo respeto en Pedro, quien comenta sobre las cartas inspiradas de Pablo, y las pone a la par de las ‘otras escrituras’, las cuales algunos «tuercen para su propia perdición». Los apóstoles como personas no eran infalibles – como Pablo les recuerda a los mismos gálatas, cuando habla de la vez que tuvo que reprender a Pedro (Gál. 2:11). Lo infalible fue su testimonio y sus escritos inspirados por el Espíritu de Dios. Hoy encontramos una tendencia perniciosa de creer con base en el personaje, no en su fidelidad a las escrituras. Le creemos a cualquiera que diga «Recibí una palabra de Dios», ignorando la verdadera Palabra de Dios. Son los niños ingenuos que son secuestrados por adultos que dicen que tienen un dulce o una sorpresa para ellos. Asimismo, son los inmaduros en la fe que están siendo secuestrados por los falsos maestros. Pero no tenemos razón de ser inmaduros, sino que ya muchos debemos ser maestros porque tenemos la Palabra de Dios entre nosotros (ver Hebreos 5:11-14). Cuando los falsos apóstoles y falsos profetas de la televisión o de las grandes campañas hablan de sus propias visiones y su propia autoridad, dan evidencia que están bajo el anatema de Dios. Nadie necesita mayor autoridad que: «Escrito está».
En tercer lugar, queda claro que añadir o quitar lo más mínimo del evangelio consiste en una traición total, y convierte el mensaje en un anti-evangelio. Pablo lucha por convencer a los gálatas que su carrera temeraria los dejará sin la gracia de Dios, sin la libertad de Dios y sin la salvación. El meollo del mensaje del evangelio es la justificación gratuita por la fe en Cristo, quien cumplió los requisitos de la ley a nuestro favor, e imputa su justicia a los que creen en él (Gál. capítulos 3, 4). Y el resultado del verdadero evangelio es la verdadera libertad (Gál capítulo 5,6). En pocas palabras, ¡es imprescindible estar seguro que tenemos el verdadero evangelio! Si estamos siguiendo otro evangelio, no sólo estamos engañados, sino que estamos en grave peligro.
Yo acostumbro preguntarle a las personas: «Para ud., ¿qué es el evangelio?» Increíblemente la mayoría de las personas que se auto-identifican como ‘evangélicas’ no pueden contestar esta sencilla pregunta mejor que los católicos o los ateos. Demasiado pocas personas tienen una noción clara del evangelio, las ‘buenas nuevas de Dios.’ Muy probablemente esto contribuye a lo fácil que ha sido engañar a poblaciones enteras con el ‘anti-evangelio’ que tanto se está promoviendo hoy.
Es importante recalcar que la verdadera libertad está ligada al verdadero evangelio. Muchos pastores hemos tenido que enderezar o rescatar personas dañadas por los falsos evangelios, y no es fácil. Pero una vez que las personas encuentren la verdadera libertad de la justificación completa, la reconciliación con Dios con base en la obra completa de Cristo, la seguridad de que el Espíritu de Dios me acompaña en todo momento – estas personas se preguntan: «¿Cómo puede ser posible que me engañaran tan fácilmente?»
Creo que una de las respuestas a la última pregunta es porque los que hemos sido iluminados por la gracia de Dios para recibir el verdadero evangelio somos cobardes y miedosos frente a las luces y la bulla de los falsos maestros. Como la tortuga, nos hemos metido dentro de nuestras conchas sólo esperando que no nos dañen a nosotros – sin pensar en un mundo entero que está siendo perjudicado. Es hora de despertarnos. Es hora de tomar consciencia de las multitudes que no tienen acceso a la verdad, y cuya salvación misma peligra. Es hora de pensar en los muchos esclavizados a un dios falso, a un anticristo, por medio de un anti-evangelio. Pablo abre su carta a los gálatas recordándoles que Cristo murió para «librarnos del presente siglo malo…» Sólo Cristo, sólo el evangelio, sólo Dios nos puede librar de este siglo malo. Si no estamos 100% seguros de que tenemos a Cristo por medio del evangelio verdadero – no deberíamos descansar hasta tener esa seguridad. Si no estamos 100% seguros de que estamos predicando el verdadero evangelio, no debemos subir a otro púlpito hasta tener esa seguridad.
Hay un evangelio verdadero, objetivo y real. Hay también un anatema venidero, objetivo y real.