Por Augustus Nicodemus Lopes
Reforma Siglo XXI, Vol. 7, No. 2
Es común en muchos círculos cristianos hoy oír declaraciones que relativizan el testimonio bíblico para nuestros tiempos. Incluye aspectos doctrinales o aspectos de la práctica cristiana. Es muy importante que los cristianos hoy estemos muy claros con respecto a la naturaleza de la autoridad de la Biblia. El profesor Augustus Lopes, (São Paulo, Brasil) ofrece aquí puntos importantes al respecto.
Introducción
Cuando el cristianismo surgió en el primer siglo, apareció junto con él una abundante variedad en la predicación de los discípulos de Cristo. Los judaizantes enseñaban que las obras de la ley prescritas por Moisés eran esenciales para que los judíos y los gentiles obtuvieran la salvación traída por Cristo. Maestros gnósticos negaban la encarnación, diciendo que Cristo sólo tenía una apariencia de cuerpo humano, o hacían una distinción entre el Jesús humano y el Cristo divino que venía sobre ellos en el bautismo. Los Libertinos, nicolaitas y seguidores de Jezabel enseñaban formas cristianizadas de paganismo que permitían la participación en los sacrificios paganos y en su fiestas inmorales. Había grupos que negaban la resurrección de los muertos, que enseñaban el bautismo por los muertos. Los ‘espirituales’ decían que el reino de Dios ya había llegado en plenitud mediante las manifestaciones carismáticas de lenguas de ángeles.
Los apóstoles tuvieron que lidiar con estas formas emergentes del cristianismo, y la actitud que ellos y sus asociados tomaron con respecto a ellas quedó registrada en sus escritos – en los libros que hoy componen nuestro Nuevo Testamento. ¿Fueron los autores del Nuevo Testamento receptivos y flexibles con respecto a las diferentes ideas de la persona y obra de Cristo? ¿Tenían ellos mismos una comprensión única y definida? Algunos estudiosos enseñan que el Nuevo Testamento no contiene un sistema de doctrina coherente y único, sino varios sistemas, y que algunos de ellos son contradictorios internamente. Hablan de diferentes ‘teologías’ contenidas en las Escrituras, no en términos de complementariedad, sino en términos de ser diferentes entre sí mismas. Destacan, por ejemplo, la tensión entre el cristianismo propagado por Pedro y el expuesto por Pablo, y entre el cristianismo paulino y el de Santiago. Los evangelios (según estos autores) reflejan las teologías divergentes de sus autores. El autor de Hebreos era un pensador independiente de la tradición apostólica. Por tanto, argumentan, no se puede decir que existe en el Nuevo Testamento la idea de un cuerpo de doctrina definido y coherente.
El objetivo de la presente obra es preguntar si los escritores del Nuevo Testamento reconocían un cuerpo de doctrina definido y permanente, dado por Dios para la Iglesia de Cristo. Indagaremos también sobre la actitud de los apóstoles con respecto a las enseñanzas que divergían y contradecían este cuerpo doctrinal. Formulando la pregunta en otras palabras: ¿Es el Nuevo Testamento tolerante con respecto a la pluralidad teológica?
Veremos en nuestra investigación que es perfectamente claro en los escritos del Nuevo Testamento que los primeros cristianos estaban conscientes de que estaban viviendo en los tiempos de cumplimiento de las antiguas promesas, cuando Dios estaba revelando su verdad en su Hijo, Jesucristo, recibida y revelada por los apóstoles y registrada en las Escrituras. Hay varias evidencias que ellos creían que Dios había revelado un cuerpo doctrinal bastante definido para que pudieran reconocer como falsas y humanas las enseñanzas que eran divergentes. Analizaremos algunas de estas evidencias en esta obra, que son: el surgimiento de los escritos del Nuevo Testamento, las denuncias de los escritores del Nuevo Testamento contra los falsos maestros, sus exhortaciones para que la sana doctrina fuera preservada, el concepto de apostasía en sus escritos, la interpretación que hicieron del Antiguo Testamento, y el concepto de ‘verdad’ en sus obras.
Afirmar la existencia de una única teología del Nuevo Testamento no es negar la inmensa variedad que caracteriza sus libros. Es reconocer que las variaciones resultan de diferentes énfasis, aplicaciones variadas de un mismo sistema teológico. Los autores inspirados escribieron sus obras para atender las diferentes situaciones y necesidades de las comunidades cristianas nacientes, destacando individualmente en sus escritos elementos de la predicación apostólica pertinentes a aquella situación. Al final, daremos un resumen del cuadro completo.
Evidencias del concepto de una verdad fija en los escritos del Nuevo Testamento
1. El surgimiento de los escritos del Nuevo Testamento
Los libros que hoy componen el canon del Nuevo Testamento fueron inicialmente escritos con diferentes propósitos. Es claro que una vez que fueron incluidos en el canon, fueron sacados de su primero contexto y la situación particular que procuraban atender y se tornaron universales en su mensaje y aplicación. Entretanto, el proceso por lo cual ellos fueron elaborados es muy instructivo para nuestro tema. Sabemos que sus escritores, reaccionando a diversos problemas surgidos en las iglesias locales o en grupos dentro de las iglesias, produjeron material evangelístico, edificante, doctrinal y práctico, que más tarde vino a ser reconocido como inspirado por Dios y, por tanto, canónico.
Hay un motivo que se destaca por encima de todos los demás en el proceso del surgimiento de los libros del Nuevo Testamento. Buena parte de él fue producida en reacción a la invasión de las falsas enseñanzas en las primeras comunidades cristianas. En respuesta al crecimiento del error, los apóstoles y sus asociados produjeron material que era destinado para el propósito de descubrirlo, refutarlo, e instruir y fortalecer a los creyentes en la verdad del evangelio. O sea, lo que motivó la creación de una buena parte del Nuevo Testamento fue la convicción que Dios había revelado la verdad, y que en algunas comunidades cristianas la mentira se estaba metiendo.
No debemos pensar que esta resistencia a la pluralidad teológica fue inventado por los primeros cristianos. El concepto monoteísta estricto, la lectura de los eventos históricos a partir de una perspectiva teológico-confesional, y la doctrina del pacto de Dios exclusivamente con Israel son temas dominantes en el Antiguo Testamento. A pesar de que el judaísmo de Palestina en el período del Segundo Templo se hubiera transformado en nacionalismo étnico la singularidad de la revelación de Yahweh, el hecho permanece que la intolerancia con respecto a la pluralidad religiosa es característica de la religión revelada a Dios por Moisés. Los cristianos heredaron el concepto de religión revelada y única, y que la Iglesia cristiana era la continuación legítima del Israel de Dios. Esta convicción es reflejada claramente en sus escritos.
Debemos recordar también que la Iglesia cristiana, desde su nacimiento, tuvo que luchar por la preservación de la verdad. Los apóstoles, profetas y pastores estaban encargados desde temprano con instruir a los creyentes en las doctrinas consideradas fundamentales, básicas y verdaderas, y como consecuencia a denunciar aquellas que eran consideradas falsas. Los mismos defensores de la posición que la Biblia es tolerante de una pluralidad religiosa reconocen que es difícil defender su tesis desde el Nuevo Testamento, porque perciben que abundan textos exclusivistas.
El Evangelio de Juan, por ejemplo, cuyo propósito declarado es de confirmar a los lectores en la fe de Jesucristo (Juan 20:30-31), tiene que haber sido provocado por una situación doctrinal que exigía tal ‘confirmación’. Juan tenía como propósito secundario atender a alguna situación en la cual era necesaria una corrección doctrinal. Existe muchas diferentes opiniones sobre cuál era la situación: algunos opinan que Juan escribió su Evangelio como polémico contra los judíos, otros dicen que para combatir el gnosticismo de sus días, o para corregir un grupo que era seguidor de Juan el Bautista, o aún para corregir la escatología de la Iglesia. No entraremos en una discusión de este punto aquí. Lo que queremos observar es que todas estas opiniones reconocen el carácter apologético del Evangelio.
Varias cartas de Pablo fueron escritas también en respuesta al desarrollo de algún error doctrinal en las comunidades fundadas por él. La carta a los Gálatas fue escrita para combatir una falsa enseñanza divulgada por sus oponentes sobre las condiciones por las cuales los creyentes gentiles podían ser aceptados en la Iglesia. A pesar de que Pablo no dirija la carta directamente a los opositores, es claro que fue provocada por sus enseñanzas. La carta a los colosenses fue escrita para combatir un movimiento que había infiltrado en la iglesia en Colosas, que ha venido a ser conocido como ‘la herejía de Colosas’. No se sabe a ciencia cierta que tipo de falsa enseñanza era, pero con certeza Pablo lo considera como una amenaza para la pureza doctrinal de la Iglesia. Este hecho ha llevado a algunos autores a considerar a esta carta como una de las primeras ‘apologías’ (defensas) cristianas. La segunda carta de Pablo a los Tesalonicenses fue escrita, entre otras cosas, para corregir un falso concepto escatológico relacionado con la parousia. Tal concepto tal vez infiltró a la iglesia en Tesalónica por medio de una carta escrita en nombre de Pablo, y decía que la venida del Señor ya había ocurrido (2 Ts. 2:1-2). Además de otros propósitos generales, Pablo escribió 1 Timoteo para instruir a Timoteo en cuanto a una herejía que se había instalado en Efeso, que probablemente es el mismo error combatido en 2 Timoteo y Tito. Otras cartas paulinas, aunque no hayan surgido primero en un ambiente de error doctrinal, sin embargo tocan diferentes enseñanzas que habían entrado en las iglesias y que eran considerados como una amenaza a la fe. En 1 Corintios, por ejemplo, Pablo escribió un capítulo largo en relación a una falsa enseñanza presente en la comunidad en cuanto a la resurrección y las implicaciones dañinas de la misma (1 Corintios 15).
Es evidente que Pablo no consideraba la perspectiva de los judaizantes de Galacia, con sus ideas de la salvación por las obras de la ley, como una interpretación alternativa y válida. Tampoco consideraba la teología de los maestros en Colosas como un enriquecimiento para la doctrina cristiana, como una presentación desde otro punto de vista sobre Cristo y sobre la vida cristiana. De igual manera, Pablo no parece considerar que las doctrinas que estaban siendo diseminadas en Éfeso y Creta por falsos maestros fueran maneras diferentes, válidas y complementarias de interpretar el Cristianismo. La realidad es que el apóstol considera estas formas diferentes del Cristianismo como falsas, peligrosas y contrarias a la verdad del Evangelio.
El ambiente que provocó las cartas de 2 Pedro, 1 Juan y Judas fue igualmente uno de controversia doctrinal. Pedro escribe su segunda carta con el propósito de mantener la Iglesia alerta y firme contra la infiltración de maestros peligrosos (ver 2 Pedro 2:1,2). Juan escribió para fortalecer a los Cristianos de Asia Menor contra el avance de una enseñanza que combinaba elementos gnósticos y cristianos, y negaba la encarnación de Cristo (ver 1 Juan 4:1-3). Judas, igualmente, escribió porque sintió la necesidad de exhortar a los creyentes para que pelear por la fe evangélica en virtud de la infiltración de falsos maestros en sus comunidades (Judas 3,4). Es verdad que el error de estos maestros parece haber sido más de orden práctico, pero no se puede separar los desvíos prácticos de los errores doctrinales.
Pedro, Juan, Judas – al igual que Pablo – no parecen haber sido partidarios de alguna forma de pluralismo religioso. Para ellos, los maestros que combatieron en sus cartas no eran hermanos que simplemente tenían otra interpretación diferente y válida del Cristianismo. No consideraban sus enseñanzas como variaciones legítimas de la verdad, sino como manifestaciones de error religioso.
Podemos decir lo mismo, en parte, con relación al Apocalipsis. Las cartas a las siete iglesias, en la introducción, contienen preocupaciones netamente doctrinales por parte de Jesucristo con relación a ciertas iglesias que estaban permitiendo que los falsos maestros y sus enseñanzas continuaran sin ser corregidos: Pérgamo toleraba la doctrina de Balaam y de los nicolaitas (Ap. 2:14-15), Tiatira toleraba las falsas enseñanzas de la profetiza Jezabel (2:20). En contraste, Éfeso es elogiada por haber puesto a prueba a los que se presentaban como apóstoles (2:2), a pesar de que hubieran caído del amor que le debían al Señor (2:4). Considerando que estas eran iglesias existentes en la época en que se escribió Apocalipsis, se puede suponer que uno de los propósitos de la obra era precisamente corregir la falta de vigilancia y la falta de celo doctrinal.
Los datos arriba revelan claramente que los escritores del Nuevo Testamento operaban a partir de convicciones teológicas muy claras y definidas. En caso que los autores no tuvieran tales convicciones, ¿con base en qué habrían escrito contra ciertas enseñanzas? Es evidente, como sus escritos lo manifiestan, que ellos dieron diferentes énfasis a algunas doctrinas y abordaron puntos teológicos de variadas perspectivas, como es el caso de la fe y las obras en los escritos de Pablo y Santiago. Sin embargo, en medio de la diversidad del Nuevo Testamento surge claramente un cuerpo doctrinal fundamental, compartido por todos sus escritores, y que los estudiosos más antiguos bautizaron con el nombre kerygma, el mensaje de la Iglesia cristiana primitiva, suficientemente definida y clara como para justificar el surgimiento de escritos en su defensa.
2. Las denuncias contra los falsos maestros y profetas
No podemos negar que los escritores del Nuevo Testamento demuestran tolerancia para con los creyentes que por algún motivo abrazaron desvíos prácticos provenientes de errores teológicos. El mejor ejemplo de esto encontramos en la primera carta de Pablo a los Corintios. Al abordar las irregularidades de aquella iglesia, el apóstol trata a sus miembros de forma bastante tolerante, considerándolos como hermanos en Cristo y como iglesia de Dios, a pesar de que haya entregado a un incestuoso a Satanás y que había declarado dignos de castigo los que participaban equivocadamente de la Santa Cena (1 Cor. 11). En oposición a la tolerancia para los nuevos convertidos y novatos, los autores del Nuevo Testamento demuestran un profundo antagonismo para con el error teológico o la herejía divulgados por maestros. No podían callar ante el crecimiento del error en las comunidades cristianas. Asimismo, tomaron el tiempo para escribir, denunciar, alertar y corregir. El tono de los autores bíblicos cuando tratan los desvíos del cuerpo doctrinal recibido es de urgencia, preocupación y alerta. No hay concesión, tolerancia o acuerdos. La diferencia entre las dos actitudes es que, cuando se trataba de errores prácticos cometidos por creyentes, los autores del Nuevo Testamento adoptan una postura tolerante y pastoral. Pero cuando se trataba de enseñanzas de maestros que se apartaban del marco doctrinal recibido, la actitud pasaba a ser una de inflexibilidad. Los apóstoles trataban con paciencia los desvíos prácticos en el culto y el mal uso de los dones espirituales (como en el caso de Corinto), pero rechazaban con vehemencia lo que algunos maestros enseñaban, como la salvación por obras de la Ley (Gálatas), la negación de la resurrección de los muertos (1 Corintios 15), enseñanzas extrañas sobre la persona de Cristo (Colosenses y 1 Juan), el antinomianismo o el abaratamiento de la gracia (2 Pedro y Judas).
La raíz de esta actitud ciertamente está en la actitud del mismo Jesucristo, en sus confrontaciones con los fariseos, los saduceos y los herodianos. Una buena parte de este conflicto no era de naturaleza doctrinal. Pero evidentemente una parte sí lo era, como por ejemplo, la naturaleza del divorcio, del matrimonio después de la muerte, y la relación del Mesías, el hijo de David, con el mismo David. Y lo que es aun más relevante para nuestro estudio, las advertencias que el Señor Jesús hizo a sus discípulos con relación a la llegada a la Iglesia de falsos maestros y falsos profetas. Estos vendrían disfrazando sus verdaderas intenciones, pero serían conocidos por los frutos de su enseñanza (Mat. 7:15-16). Tales falsos profetas, que se levantarían de entro los propios discípulos, engañarían a muchos (Mat. 24:11), porque hablarían en nombre de Cristo y porque tendría capacidad de obrar señales y prodigios (Mat. 24:24; Marcos 13:22).
Prevenidos como estaban, los discípulos rápidamente reconocieron y denunciaron aquellos cuya venida había sido anunciada por el Señor. El apóstol Pablo, siguiendo la actitud de Jesús, igualmente advirtió a los ancianos de la iglesia de Éfeso en cuanto a los falsos maestros que vendrían desde fuera de la comunidad como lobos voraces (Hechos 20:29) y los que se levantarían desde dentro de la propia comunidad, con el objetivo de arrastrar a los discípulos detrás de ellos (Hechos 20:30). Tal profecía se cumplió literalmente. Años más tarde Pablo tuvo que escribirle a Timoteo, dándole instrucciones en cuanto a los falsos maestros presentes en Éfeso (1 Timoteo).
En sus cartas, Pablo alerta contra aquellos que crean y difunden lo que él considera una perversión de la enseñanza apostólica por motivos mezquinos. Él denuncia la presencia y la actividad de los falsos apóstoles en Corinto, por ejemplo, como obreros fraudulentos que se disfrazaban como apóstoles de Jesucristo (2 Cor. 11:13). Estos hombres probablemente eran maestros judíos convertidos al cristianismo que predicaban a los gentiles convertidos la necesidad de guardar la Ley de Moisés, y que se presentaban como apóstoles de Cristo, teniendo su fuente de autoridad en sus orígenes judaicas. Hay indicadores en la carta de que, para Pablo, tales falsos apóstoles hacían mercadeo de la Palabra de Dios (2 Cor. 2:17), eran astutos y adulteraban la Palabra de Dios (2 Cor. 4:2), y predicaban a otro Jesús – y lo que era peor, estaban siendo recibidos por la iglesia de Corinto (2 Cor. 11:1-4).
La llegada de los falsos maestros a las iglesias de Galacia fundadas por Pablo es bien conocida. En su carta a estas iglesias, Pablo se refiere a los que predican otro Evangelio, pervirtiendo el Evangelio de Cristo y perturbando a los hermanos (Gal. 1:6-9), que los gálatas estaban fascinados con otro mensaje (3:1), enseñando que ellos debían circuncidarse (5:2; 6:11) y ser justificados por la Ley de Moisés (5:4). Tales maestros no venían de parte de Cristo y sufrirían condenación (5:7-10) En su carta a los creyentes de Filipos, el apóstol menciona a algunos que predicaban a Cristo por envidia (Filip. 1:15). Probablemente son los mismos malos obreros provenientes del judaísmo, con los cuales los creyentes debían tener cautela (Filip. 3:2). Pablo los considera enemigos de la cruz de Cristo, destinados a la perdición (Filip. 3:18,19). Pablo igualmente denunció a los proponentes de una falsa enseñanza en Colosas. Él teme que los mismos llegaran a enredar a los creyentes con sus filosofías y vanas sutilezas (Col. 2:8), predicando la necesidad de guardar las leyes judaicas (Col. 2:16), bajo el pretexto de haber tenido visiones de ángeles (Col 2:18).
En las Cartas pastorales encontramos palabras severas del apóstol con respecto a los problemas doctrinales causados por maestros de la ley (1 Tim. 1:7), a quienes Pablo considera apóstatas quienes obedecen a los espíritus engañadores, que tienen la consciencia cauterizada, enseñan doctrinas de demonios (1 Tim. 4:1), maestros que se desviaron de la verdad y pervierten la fe de muchos (2 Tim. 2:18), que enseñan lo que la gente quiere oír (2 Tim. 4:3). Tales maestros provenían del judaísmo y Pablo los llama subordinados, habladores de vanidades, y engañadores (Tito 1:10).
La actitud de los demás autores del Nuevo Testamento es similar. Juan denuncia con palabras fuertes a algunos maestros que estaban infiltrando las iglesias en Asia, considerándolos engañadores y anticristos (1 Juan 4:1-4; 2 Juan 7). Con toda probabilidad eran predicadores que habían salido de las comunidades cristianas para abrazar ideas del gnosticismo incipiente de aquellos días, que por causa del dualismo griego entre materia y espíritu, terminaban negando la encarnación de Cristo (1 Juan 2:2) o la realidad del cuerpo de Jesús (1 Juan 4:2). Juan ciertamente no compartía ningún concepto pluralista en cuanto a la doctrina de Cristo, pues consideraba la enseñanza de aquellos maestros como una manifestación del error (1 Juan 4:6). De la misma forma, Pedro no suaviza adjetivos contra los falsos maestros (2 Pedro 2:10-15), quienes de manera parecida a los falsos profetas del Antiguo Testamento introducen ‘herejías destructoras’ (2:1), trayendo ‘disolución’ (2:2) con ‘palabras fingidas’ (2:3). En la misma linea, Judas denuncia a los maestros que transformaban en libertinaje la gracia de Dios, de esta forma negando a Jesucristo (Judas 3,4). La mayor parte de su carta consiste en un acumulo de adjetivos e imprecaciones contra tales maestros, justificando con base en el Antiguo Testamento la justa condenación de los mismos. Y encontramos lo mismo en el Apocalipsis – la misma denuncia contra el error y contra los que apoyan el error. Los espíritus inmundos, obreros de señales y prodigios de mentira, usados para establecer la autenticidad del error religioso, tienen su origen atribuida a Satanás y el anticristo, llamado el falso profeta (Ap. 16:13). Estos mismos, junto con los que fueron seducidos por sus falsas enseñanzas, serán atormentados eternamente en el lago de fuego y azufre (19:20; 20:10).
En resumen, los autores del Nuevo Testamento consideran estos maestros como falsos, no solamente porque tenían falsos motivos, sino especialmente porque enseñaban teología falsa, es decir, enseñaban errores doctrinales, desviaciones de la enseñanza apostólica. Por tanto, eran considerados como mercenarios, emisarios de Satanás, apóstatas, engañadores, desviados, anticristo.
Aunque los escritores bíblicos manifiestan un grado de compasión, exigiendo el arrepentimiento para la restauración de los cristianos que se desviaron de la verdad (ver Santiago 5:19,20), la actitud de ellos con respecto a los maestros de falsas enseñanzas, en contraste, es de la más completa oposición. Pablo le dice a Tito que es necesario hacer callar a los maestros que estaban pervirtiendo casas enteras en Creta (Tito 1:11). Entrega a Satanás a Himeneo y Alejandro por causa de las blasfemias (1 Timoteo 1:20), entre ellas la afirmación que la resurrección ya había acontecido (2 Tim. 2:17,18). Alejandro, el calderero, fue otro maestro del error a quien el apóstol entregó a castigo divino (2 Tim. 4:14,15), junto con cualquier ángel o predicador que predicara otra cosa que no fuera la doctrina apostólica (Gal. 1:8,9). La recomendación de Pablo a los creyentes en general era para que se apartaran de cualquiera que no estuviera de acuerdo con la doctrina apostólica (Rom. 16:17), como también lo enseña Juan: “Si alguno viene a ustedes y no trae esta doctrina, no lo reciban en casa, ni le digan ‘bienvenido’” (2 Juan 10). Tan inflexibles como Pablo y Juan son Pedro y Judas, los cuales usan términos parecidos, y enseñan que los creyentes no caigan en el error de aquellos maestros insubordinados y escarnecedores (2 Pedro 3:17; ver toda la carta de Judas).
¿Cómo explicar esta oposición firme contra los falsos maestros sino que los autores del Nuevo Testamento sabían que habían recibido un depósito doctrinal de parte de Dios y que aquellos que se desviaban de él o lo contradecían, no procedían de Dios?
3) Las exhortaciones para que la sana doctrina sea preservada
Doctrina es el nombre el los Evangelios dan a la enseñanza de Jesucristo. Es la traducción de la palabra didaque, que significa ‘instrucción, enseñanza, o el mismo acto de enseñar’. Mateo se refiere a las enseñanzas de Jesús como la doctrina que él predicaba (Mateo 7:28; 22:23). De la misma forma, Marcos (1:22,27; 11:18), Lucas (4:23) y Juan (18:19). Este último reporta un disputa entre Jesús y los judíos en cuanto al origen de su doctrina (Juan 7:17). El mismo término es empleado en el libro de Hechos para referirse a la enseñanza de los apóstoles, que interpretaron y transmitieron la doctrina de Cristo para el pueblo (Hechos 5:8; 13:12; 17:19). Perseverar en la doctrina de los apóstoles era la expresión usada para el apego fiel a sus enseñanzas (Hechos 4:42). En las cartas apostólicas, aparece otro término traducido como doctrina, que es didascalia. Este término significa aquello que es enseñado (ver Efesios 4:14; Col. 2:22; 1 Tim. 1:10; Tito 1:9; et al); enseñanza, instrucción (Romanos 12:7; 15:4). Con frecuencia aparece el término ‘la doctrina’, una referencia a un cuerpo doctrinal definido (1 Tim. 6:1; Tito 1:9), denominado ‘la doctrina de Dios’ (Tito 2:10) o ‘la doctrina de Cristo’ (2 Juan 9), que fue recibido por las iglesias por medio de los apóstoles y que sirve como referencia para juzgar la ortodoxia o heterodoxia de lo que los predicadores enseñan (Romanos 16:17). El apóstol Pablo hace referencia a la ‘sana doctrina’ en las cartas pastorales, una clara referencia a este cuerpo doctrinal recibido por la Iglesia, el cual funciona como paradigma del trabajo pastoral y de las cuestiones doctrinales, en oposición a las falsas enseñanzas (1 Tim. 1:10; 2 Tim. 4:3; tito 2:1; ver ‘la buena doctrina’ 1 Tim. 4:6; ‘sanas palabras’ 1 Tim. 6:3; 2 Tim. 1:13). El uso del término ‘doctrina’, por tanto, señala que los autores del Nuevo Testamento eran conscientes del hecho de que había un conjunto de verdades reveladas que formaba un cuerpo definido, lo cual tenía su inicio en el ministerio de Cristo y que fue confiado a la Iglesia mediante los apóstoles. Doctrina es la verdad transmitida en forma autoritativa y recibida en confianza.
Los autores del Nuevo Testamento también percibían que la Iglesia no era solamente depósito de la revelación de Dios, la sana doctrina, sino también responsable por preservarla. Pablo considera la Iglesia como ‘columna y baluarte de la verdad’ (1 Tim. 3:15). La tarea de guardar la verdad era de los cristianos en general, como Judas escribe también: “Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Judas 3). Pablo manda a los creyentes de Filipos que ‘preserven’ la palabra de vida, una referencia a las enseñanzas que él les había transmitido (Filip. 2:16). De manera que era en primer lugar un encargo para los pastores y ancianos fieles, cuya responsabilidad sería defender la verdad y combatir el error. La responsabilidad de los ancianos en general de preservar cuidadosamente la sana doctrina es un concepto que viene desde el concilio de Jerusalén, cuando los ancianos participaron en la primera decisión doctrinal de la Iglesia, reuniéndose con los apóstoles (Hechos 15:2,4), y con ellos examinando el tema de las condiciones mediante las cuáles los creyentes gentiles podían ser recibidos en la Iglesia y tener comunión con los creyentes judíos (Hechos 15:6). En las cartas que escribió a los pastores Timoteo y Tito, el apóstol Pablo los exhorta a que ejerzan este papel de ser guardianes de la fe. Timoteo debía amonestar a los que estaban enseñando otra doctrina, sabiendo que eran desviados de la verdad (1 Tim. 1:3-7) y que estos falso maestros se oponían a la sana doctrina (1:10). Timoteo debía pelear la buena batalla, que consistía en defender la sana doctrina ante los ataques de personas como Himeneo y Alejandro (1:18-20). Debía mostrarles a los cristianos los peligros de las doctrinas de demonios, enseñadas por hombres que tienen la consciencia cauterizada (4:1-6), y debía guardarse de fábulas profanas y de viejas (4:7). Pablo le advierte de los que enseñan otra doctrina y no concuerdan con las palabras del Señor Jesús (6:3-10). El apóstol menciona aún la idea de ‘guardar la fe’ (es decir, la verdad) como un depósito que había sido confiado por Dios (2 Tim. 1:14; 4:7). Encontramos la misma orientación en la carta dirigida a Tito, quien debía callar a los falsos maestros que estaban operando en las iglesias en Creta, debía reprenderlos con severidad para que fueran sanos en la fe y no se ocuparan de fábulas judaicas (Tito 1:10-16).
En las cartas pastorales, Pablo aún enfatiza que el anciano es guardián y preservador de la verdad, destacando su papel como maestro (1 Tim. 3:2; 5:17) y su misión de ‘exhortar con sana enseñanza’ y de ‘convencer a los que contradicen’ (Tito 1:9). Las cartas pastorales expresan de forma tan clara y enfática el concepto de mantener y guardar un depósito doctrinal definido, que los estudiosos pluralistas recurren felizmente a fecharlas en el segundo siglo, y niegan la autoridad paulina, alegando que fue hasta el segundo siglo cuando la Iglesia comenzó a pensar en un sistema teológico recibido y fijo. Este recurso de desesperación ha sido ampliamente examinado y refutado por eruditos que mantienen su fe en la integridad de las Escrituras.
Evidentemente esto no significa que los autores del Nuevo Testamento no se sintieran autorizados, como apóstoles de Cristo o asociados con los apóstoles, de interpretar, explicar y elaborar los conceptos recibidos que eran considerados como doctrina. En verdad, esto es realmente lo que hacen en sus escritos. Pero esto era permitido sólo a ellos y nadie más. Y ellos consideraban sus propios escritos como cánones de verdad, por medio de los cuales la enseñanza de otros debía ser juzgada.
Por lo tanto, además de denunciar a los falsos maestros y sus ideas, los escritores del Nuevo Testamento también enseñaban que los cristianos – y especialmente los pastores y ancianos – debían celar y preservar el conjunto de verdades reveladas que ellos habían recibido a través de los apóstoles, evitando que las mismas fueran corrompidas por los errores viejos o nuevos. A pesar de ser utilizado en algunos círculos en forma peyorativa, el término ‘guardianes de la sana doctrina’ cabe perfectamente en este contexto para definir aquello que los escritores inspirados deseaban que los cristianos fueran.
4) El concepto de ‘apostasía’
Otra evidencia de que los autores del Nuevo Testamento trabajaban con el concepto de un cuerpo doctrinal definido es la sensibilidad que mostraban con respecto a la apostasía. Apostatar, en el Nuevo Testamento, es apartarse de Dios como resultado de una cambio de pensamiento, y levantarse en rebeldía abierta contra él y contra su verdad revelada, con el propósito de pervertirla. Los autores del Nuevo Testamento continuamente advierten a los creyentes en cuanto al peligro de la apostasía. La presencia de este concepto de ‘apostasía’ en sus escritos por sí sólo señala elocuentemente lo que estamos defendiendo, es decir, que los autores de la Biblia operaban con la convicción que había verdades fijas, y si la persona se desviaba de las mismas ponía en peligro su propia alma. en sus cartas, Pablo frecuentemente trata de este asunto. A los Colosenses, el apóstol asegura que los creyentes serán presentados ante Dios, santos, sin culpa e irreprensibles, si no se apartan del Evangelio que él les había predicado (Col. 1:22,23). A los Tesalonisenses Pablo les recuerda del surgimiento de la apostasía, evidenciada en la aparición del anticristo, lo que precederá el fin (2 Tes. 2:3). El apóstol describe este evento futuro en términos de desvío y rebelión contra la verdad. Note las palabras y las expresiones destacadas: “Y entonces se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida; inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira,” (2 Tes 2:8-11). La apostasía no es, sin embargo, un fenómeno reservado sólo para el fin de los tiempos. Desde el inicio de esta presente era (los ‘últimos tiempos’ según el Nuevo Testamento) la apostasía ha estado operando, según nos enseña Pablo en las cartas pastorales, refiriéndose a maestros que apostatarán de la fe, siguiendo doctrinas de demonios (1 Tim. 4:1), los cuales se desviaron de la fe, profesando una ‘sabiduría’ falsa, probablemente una referencia al gnosticismo (1 Tim. 6:21). Estos mismos son llevados también por la codicia (1 Tim. 6:10). A estos Pablo los considera ‘hombres desviados de la verdad’ (Tito 1:14).
Quien sabe si entre estos apóstatas había algunos predicadores que habían pertenecido al círculo de los obreros de Pablo. El apóstol menciona que fue abandonado por varios colaboradores, como Fígelo y Hermógenes (2 Tim. 1:15). En algunos casos, la razón por el abandono es mencionada, como Demas, que amó este mundo (2 Tim. 4:10). No es improbable que Himeneo, Fileto, Alejandro, que siempre aparecen relacionados en las cartas pastorales, hayan sido de este círculo. Además de haber cambiado de pensamiento y abandonado la enseñanza de Pablo, estaban enseñando abiertamente doctrinas contrarias al Evangelio (1 Tim. 1:20; 2 Tim. 2:17; 4:14).
El concepto de apostasía ocurre también en otros autores. La carta a los Hebreos parece haber sido escrita precisamente para impedir la apostasía entre sus destinatarios. El autor se refiere a su carta como una ‘exhortación’ (Heb. 13:22) cuyo punto esencial era mostrar la superioridad de Cristo como sacerdote en relación a los sacerdotes del sistema del Antiguo Testamento (Heb. 8:1). Parece que los judíos cristianos destinatarios de la carta estaban siendo tentados con abandonar la fe en Cristo Jesús y regresar al judaísmo, de donde habían salido. Lo que alarmó al escritor de la carta fue la lentitud, la indolencia y la negligencia que ellos estaban manifestando en romper definitivamente con la religión judaica para abrazar plenamente al cristianismo (Heb. 2:1-4; 4:1,2; 4:11; 5:11-14). Ellos habían menguado en su ánimo y fervor que habían demostrado al principio, cuando habían sido hasta perseguidos cruelmente por los otros judíos (ver Heb. 10:32-34). La carta está repleta con advertencias contra abandonar la fe en Cristo. La salvación eterna y la participación en Cristo son cosas prometidas solamente a los que perseveran hasta el fin (Heb. 3:6,14; 6:11). La dureza de corazón y la incredulidad son denunciadas como siendo capaces de apartarlos del Dios vivo (Heb. 3:12-13). Una terrible advertencia contra la apostasía es colocada en los términos más fuertes en 6:4-8. El pasaje es bastante controversial, más su punto central es claro: no habrá salvación para aquellos que se apartan de la verdad, una vez que la conocieron plenamente. La advertencia es repetida más adelante: el castigo es inevitable para el apóstata (Heb. 10:26-31).
El punto es sencillo. El autor de Hebreos estaba convencido de que la doctrina de Cristo que él exponía era la verdad de Dios. Consecuentemente, los que no abrazaran plenamente esta verdad, o los que se desviaran de ella, no podían alcanzar la vida eterna ni participar en las promesas de Dios. Fue basado en esto que escribió esta exhortación. Santiago también menciona a los cristianos que se desviaron de la verdad y que corren el peligro de la muerte de su alma (Santiago 5:19). Juan hace una distinción entre el pecado que no es para muerte, y el pecado de muerte (1 Juan 5:16,17), que consiste en el abandono de la doctrina apostólica para seguir la enseñanza de los maestros gnósticos que estaban infiltrando las comunidades de Asia (1 Juan 2:18-26; 4:1-6).
Los ejemplos arriba demuestran que los autores bíblicos operaban a partir de un sistema doctrinal referencial, que permitía advertir contra la apostasía. Por definición sólo puede existir la ‘apostasía’ si existe una referencia doctrinal, por medio de la cual se puede identificar desvío o rebelión. Si no existiera un sistema doctrinal revelado, definido, y autoritativo en los tiempos de la Iglesia apostólica, no habría tampoco desvíos, deserciones, y rebeldías. Tales casos serían interpretados solamente como variaciones o complementos de la enseñanza de Jesús y los apóstoles.
5) La interpretación de las Escrituras del Antiguo Testamento
Mencionaremos brevemente un factor más, que es el uso que hacen los autores del Nuevo Testamento del Antiguo Testamento. Ellos consideraban el Antiguo Testamento como la Palabra inspirada de Dios y la usaban abundantemente en sus escritos como regla para fundamentar sus enseñanzas.
Dos cosas son relevantes aquí. El primero es que los autores del Nuevo Testamento consideraban que su interpretación del Antiguo Testamento era correcta y que los judíos erraban. Esto tuvo su inicio con el mismo Jesús, quien corrigió la interpretación tradicional que hacían los fariseos de la Ley (Mat. 5:21-22, 27-28, 33-34, 38-39, 43-44), denunció la interpretación de ellos como una distorsión de la Palabra de Dios (Mat. 5:1-9), los acusó de desconocer las Escrituras (Mat. 15:29) y de torcer su sentido para su propio beneficio (Mat. 23:4, 16-22). Los apóstoles siguieron el mismo camino, una vez que Cristo les había abierto el entendimiento para entender las Escrituras (Lucas 24:44-45). Pablo rechazó la interpretación de los judíos y establece la interpretación cristiana como la verdadera. Al leer el Antiguo Testamento, los judíos tenían los sentidos embotados, un velo permanecía sobre sus ojos que impedía que vieran a Cristo en sus páginas. Solamente por la conversión a Cristo es el velo quitado (2 Cor. 3:14-16). Los demás autores del Nuevo Testamento tienen la misma actitud. El autor de Hebreos interpreta de forma decisivamente cristiana las Escrituras del Antiguo Testamento y considera el judaísmo como algo pasado y pronto a morir (Heb. 8:13). Pedro está convencido que existe una forma correcta de interpretar las cartas de Pablo y las demás Escrituras, pues denuncia a aquellos que tuercen su sentido para su propia perdición (2 Pedro 3:15-16).
El segundo punto es que había varios grupos e individuos interpretando el Antiguo Testamento en la misma época que el Nuevo Testamento fue formado. Los Esenios habían elaborado su propia interpretación de la Ley y los Profetas, y habían escrito diversos comentarios sobre los libros del Antiguo Testamento. Había otros judíos que interpretaban el Antiguo Testamento con base en sus convicciones apocalípticas, que incluían un pesimismo con respecto al presente mundo, un irrumpir súbito, catastrófico e inesperado del Reino de Dios. Ellos también producían literatura que era conocida en el época en que el Nuevo Testamento fue escrito, como por ejemplo Enoc, la Asunción de Moisés, 4 Esdras. Los rabinos también tenían su propio sistema interpretativo basado en la tradición oral, que se remontaba a los tiempos de Esdras. Filo de Alejandría, años antes de los apóstoles, había escrito comentarios sobre el Antiguo Testamento, especialmente sobre Génesis, usando un sistema de interpretación definitivamente alegórico y basado en el platonismo. Todas estas interpretaciones eran conocidas y eran contemporáneas en el mundo en que vivían los primeros cristianos. Pero se distanciaron de todas ellas, al considerarlas interpretaciones ilegítimas de las Escrituras, ya que no hacían uso de la llave hermenéutica que abría su significado – Cristo. Una vez más esto nos muestra que los autores del Nuevo Testamento operaban con el concepto de lo correcto y lo errado, y no tiene sentido decir que ellos eran pluralistas o inclusivistas, ni en el sentido más suave o blando de estos términos.
6) El concepto del Evangelio como ‘la verdad’
Por último, menciono el hecho de que los escritores del Nuevo Testamento se refieren con frecuencia al evangelio de Cristo como ‘la verdad’. El origen de este uso, una vez más, está en Jesús mismo. De acuerdo con el Evangelio de Juan, él empleó el término para referirse a si mismo (Juan 5:33; 14:6), a sus propias palabras y a su mensaje (Juan 8:32, 40, 45-46), en fin, a la revelación de Dios que él, Jesús, vino a traer (Juan 18:37).
Por su lado, los apóstoles de Cristo se referían al Señor y a sus enseñanzas como ‘la verdad’. Juan se refiere a Cristo como el que estaba ‘lleno de verdad’ (Juan 1:14), por medio de quien la verdad fue dada (Juan 1:17). En este último caso, la referencia es al Evangelio en contraste con la Ley de Moisés. En sus escritos, Pablo usa el término para referirse al Evangelio como cuerpo doctrinal. Esto aparece especialmente en la carta a los Gálatas, donde el apóstol combate el error religioso de los judaizantes. Él se refiere a ‘la verdad del Evangelio’ dos veces (Gál. 2:4,14), o sea, a la doctrina cristiana enseñada por él. La apostasía de los gálatas consistiría en dejar de ‘obedecer la verdad’ (Ef. 1:13; Col. 1:5), o dejar el ‘amor de la verdad’ (2 Tes. 2:10; ver 2:12). En las cartas pastorales, él considera a la Iglesia como depósito y defensora de la verdad (1 Tim. 3:15), que es la sana doctrina cristiana. Conocer la verdad es la misma cosa que haber recibido y haber creído en el Evangelio (1 Tim 2:4; 4:3; 6:5).
En los demás escritos del Nuevo Testamento encontramos el mismo uso del término ‘verdad’ en relación con el Evangelio (ver Heb. 10:26; Santiago 1:8; 5:19; 1 Pedro 1:22; 2 Pedro 1:12; 2:2). Es el apóstol Juan que emplea con más frecuencia el término en esta manera. En sus cartas, ‘tener la verdad’ (1 Juan 1:18; 2:4) o ‘ser de la verdad’ (1 Juan 3:19), es el equivalente de conocer y recibir verdaderamente el Evangelio, tal como fue enseñado por los apóstoles (1 Juan 2:21; 4:6). Y paralelamente al concepto del Evangelio como ‘verdad’ viene los conceptos del ‘error, mentira, y engaño’ para describir los desvíos doctrinales. Las enseñanzas de los falsos profetas y falsos maestros que fueron los principales enemigos del evangelio en el período apostólico son tildados constantemente como los que enseñan engaño (Hechos 13:10; 2 Tes. 2:10; 2 Tim. 3:13; Tito 1:10; 1 Juan 2:26), error (Ef. 4:14; 2 Tim 2:21; 2 Pedro 3:17; 1 Juan 4:6; Judas 11), y mentira (2 Tes. 2:9; 1 Tim. 4:1,2; 1 Juan 2:21), términos que son contrarios al concepto de verdad. No hay necesidad de probar que el término ‘verdad’ en el Nuevo Testamento significa la realidad que está por detrás de las palabras, la esencia manifiesta y verídica de lo que se dice. Ser ‘verdadero’ es estar en acuerdo con la realidad de los hechos. Es proceder de Dios. Al referirse al Evangelio como siendo la verdad, los apóstoles de Cristo estaban dejando claro que toda enseñanza contraria a él es error, mentira o engaño.
Las implicaciones para la Iglesia Cristiana
A la luz del análisis hecho arriba, debemos preguntarnos cuáles son las implicaciones de los resultados a que llegamos con respecto a la reflexión teológica, la práctica, y la obra misionera en nuestros días. Según entendemos, es claro en el Nuevo Testamento que sus autores operaban con el concepto de un cuerpo doctrinal revelado, autoritativo y definido, que sólo podía ser aumentado por ellos mismos como los autorizados por Jesucristo. Por tanto, todo entendimiento, concepto, idea o doctrina que discrepaba de este cuerpo doctrinal autorizado era considerado como error, desvío, apostasía. Ahora preguntémonos cuáles son las implicaciones de esta afirmación para nosotros hoy.
1) No hay ninguna implicación
Comencemos reconociendo que hay algunos que afirman que la teología de la Iglesia primitiva ya no nos puede ayudar hoy como modelo para la Iglesia actual. Según los que piensan de esta forma, los autores del Nuevo Testamento operaban a partir de un modelo mítico del mundo y de una interpretación mitológica de la realidad. Lo que ellos escribían es sólo un testimonio de su fe, la cual estaba condicionada cultural e históricamente según su época. Por tanto, su modo de pensar no funciona como referencia para los cristianos de diferentes épocas. Se incluye aquí el cuerpo doctrinal que establecieron y en que creían, el cual creían ser verdadero y exclusivo.
Podemos hacer algunas observaciones críticas en cuanto a esta posición. Primero, ella hace de la Biblia un libro totalmente irrelevante para las iglesias cristianas de hoy, y quita cualquier referencia cristiana de la misma. Segundo, si nos basamos en este criterio, el trabajo de estos críticos dejaría de tener validez dentro de una o dos generaciones. Tercero, compete a los que así piensan probar la presencia de mitos y errores en los escritos del Nuevo Testamento, y la incompatibilidad de ellos en relación a los descubrimientos de la ciencia moderna, lo cual no han hecho hasta hoy. Cuarto, el hecho de que la cosmovisión de los autores del Nuevo Testamento era diferente a la nuestra no necesariamente vuelve irrelevante lo que escribieron. Curiosamente, las Escrituras del Antiguo Testamento fueron producidas a través de muchas diferentes culturas, como la egipcia, mesopotámica, babilónica, persa, romana, y judaica, y aún así conservan unificado su cuerpo central doctrinal. Otra cosa, su usáramos el mismo criterio para otras áreas del conocimiento humano, nos estaríamos aislando completamente de las culturas antiguas, algo que ningún historiador, arqueólogo o erudito querría hacer.
2) No tenemos cómo tener certeza en cuanto a la verdad
Otra posición defiende que los escritores del Nuevo Testamento fueron realmente inspirados por Dios y fueron vehículos de la revelación divina. Recibieron y escribieron los hechos fundamentales de la fe cristiana. Nuestra tarea hoy, en cambio, es diferente: es reflexionar sobre esta revelación y hacer teología, la cual siempre será invariablemente subjetiva, relativa e incompleta. Dos cosas cooperan con esta perspectiva: primero, nuestra naturaleza humana limitada; y segundo, nuestra condición de pecadores. Según estos criterios, el hecho de ser humano y finito limita nuestras posibilidades de conocer. Y el hecho de ser pecadores hace que ese conocimiento sea imperfecto. Según esta linea, los efectos combinados de esta condición doble (humanos y pecadores) termina siendo devastador: nadie puede conocer algo de manera que puede afirmar que posee la verdad. Así que, no se puede hablar de un sistema doctrinal elaborado a partir de la reflexión de la Iglesia que sea considerado como referencia válida para todas las épocas.
Nosotros podemos concordar que nuestro conocimiento es, y siempre será, limitado por nuestra humanidad y nuestra pecaminosidad. Pero esto no implica la imposibilidad de conocer lo que Dios nos reveló, y de poder tener certeza de esto. Negar la posibilidad de conocer la voluntad de Dios con certeza, en primer lugar, transforma el relativismo y el subjetivismo presente en una imposibilidad para que la Iglesia en cualquier época pueda conocer de forma clara y concreta la verdad. En segundo lugar, la negación de la capacidad de nuestro conocimiento se deriva de una comprensión inadecuada de la doctrina de la humanidad y de la Caída en el pecado. Los Reformadores, quienes reconocían las limitaciones impuestas por la Caída a la capacidad humana en cuanto a nuestro conocimiento, profesaban a la vez su confianza de que, a través de las Escrituras, por la iluminación del Espíritu, los creyentes podían llegar al verdadero conocimiento de Dios, esto es, a la verdad.
Finalmente, afirmar que la reflexión teológica es relativa quita todo fundamento concreta y objetiva para que la Iglesia desenvuelve su ministerio aquí en este mundo. Las implicaciones del relativismo acaban volviendo las Escrituras inaccesibles a la Iglesia. Si llevamos el subjetivismo y el relativismo a su fin lógico, terminamos sin Escrituras, sin revelación, sin verdad, sin predicación, y sin fundamento objetiva para la doctrina y práctica de la Iglesia para sus decisiones teológicas, para la enseñanza doctrinal y para el orden eclesial.
3) Existe un punto de referencia claro y accesible a la verdad
Nuestra posición es que la actitud de los autores del Nuevo Testamento con respecto a la revelación divina sirve de modelo para la Iglesia Cristiana en todas las épocas y todos los lugares. Como tal, la Iglesia puede hacer afirmaciones teológicas o elaboraciones doctrinales que sean consideradas como verdaderas y válidas en todas las épocas y todos los lugares. Es claro que la cultura influye en nuestra manera de pensar y por tanto, en lo que escribimos. Pero esto no hace inútiles a todas las elaboraciones teológicas de una generación para otra. Los sistemas teológicos, como las confesiones de fe reformadas, son más que un mero testimonio de fe de los antiguos. Ellas incorporan la reflexión de la Iglesia a través de los siglos de forma proposicional y válida.
Concordamos en que no debemos elevar a una categoría de inspiradas e infalibles las grandes confesiones de fe de la Iglesia. Tal status es solamente para las Escrituras. Admitimos el hecho de que la teología es ‘abierta’, pues se trata de un esfuerzo humano y falible de sistematizar verdades eternas reveladas por Dios en las Escrituras infalibles e inerrantes. Las mismas confesiones históricas admiten que fueron hechas por concilios susceptibles al error. Pero, admitir esta realidad obvia no es la misma cosa que negar la validez permanente de las elaboraciones doctrinales contenidas en las confesiones y credos históricos de la Iglesia.
Según vimos arriba, las mismas Escrituras traen un sistema doctrinal coherente y único, a pesar de tener formas y énfasis diferentes. No debemos hablar de ‘teologías’ en las Escrituras, a no ser en términos complementarios, y jamás como contradictorias. Si existe en las Escrituras la idea de un cuerpo doctrinal revelado y final, completo y coherente, único y permanente, se admite la posibilidad que la Iglesia sintetice y sistematice este sistema doctrinal, y que esta síntesis tenga validez de generación a generación. Los escritores del Nuevo Testamento reconocen un cuerpo de doctrinas dadas por Dios como revelación final, inmutable y permanente para la Iglesia de Cristo. Guardemos con reverencia este depósito que nos fue confiado, mediante el estudio y la sistematización del mismo.