Por Hermisten Maia Pereira da Costa
Reforma Siglo XXI, Vol. 8, No. 1
(Hoy en día se oye mucho acerca de los dones ‘carismáticos’, y se justifica muchas prácticas no-bíblicas en su nombre. El pastor Hermisten nos da una reseña bíblica sobre la verdadera naturaleza de una iglesia verdaderamente ‘carismática’. Nota – hemos dejado la mayoría de las notas de pie en portugués, ya que no tenemos fácil acceso a todas las traducciones de la obras en español, y que son entendibles como están.)
«Los cristianos no sólo profesan
creer en el Espíritu Santo, sino que
son también receptores de
sus dones» Charles Hodge
Introducción
Como sabemos, nuestra palabra ‘Iglesia’ es una traducción del griego ekklesia, que en el griego antiguo significaba una asamblea de ciudadanos convocados por un pregonero, o la asamblea legislativa (Hechos 19:32,39,40). La palabra ekklesia es formada por dos otras: ek que significa «fuera de», y kaleo que significa «llamar, convocar». De manera que ekklesía significa «llamar fuera».
Tomando el significado etimológico de ekklesia, podemos decir que «Dios en Cristo llama a los hombres ‘fuera’ del mundo». La Iglesia es constituida por aquellos que estaban muertos, pero que recibieron vida – la regeneración – por el Espíritu. De manera que la característica que todos los cristianos tienen en común es haber sido llamados por Dios: la Iglesia se reúne porque Dios la convocó; y también lo hace para oír la voz de su Señor. (Ver Hechos 10:33).
1. Definición de la Iglesia
Podemos definir la Iglesia como la comunidad de pecadores regenerados, quienes por el don de la fe concedido por el Espíritu Santo, fueron justificados habiendo respondido al llamado divino, lo cual fue decretado en la eternidad y efectuado en el tiempo, y ahora viven en santificación, proclamando con sus vidas y sus palabras el Evangelio de la gracia de Dios, hasta que Cristo vuelva.
2. La Iglesia y los dones
La Iglesia es una comunidad ‘carismática’ porque todos sus miembros recibieron dones (charisma – griego) para el servicio de Dios en la Iglesia. Los dones concedidos por el Espíritu, lejos de servir para confusión o vanagloria, deben ser utilizados con humildad (1 Cor. 4:7), para la edificación y el perfeccionamiento de los santos (1 Cor. 12:1-31; Ef. 4:11-14; Rom. 12:3-8). Calvino dice con razón que «si la Iglesia es edificado por Cristo, también es derecho de él prescribir el modo como ella debe ser edificada». Abraham Kuyper (1837-1920) acentúa lo mismo: «Los carismata o dones espirituales son los medios y el poder divinamente ordenados por los cuales el Rey capacita a su Iglesia para realizar su tarea en la tierra». El ‘charisma’ siempre tiene un fin social: la Iglesia y la comunidad de los santos. Y también, como elemento en la proclamación del Evangelio (Heb. 2:3,4). Calvino (1509-1564) trabajó insistentemente con este principio:
«Las Escrituras exigen de nosotros y nos advierten a que consideremos que cualquier favor que obtenemos del Señor, lo hemos recibido con la condición de que lo empleemos para el beneficio común de la Iglesia».
«Hemos compartido liberalmente y agradablemente sobre todos y cada uno de los favores del Señor con los demás, pues esto es la única cosa que los legitima».
«Todas las bendiciones de que gozamos son depósitos divinos que hemos recibido con la condición de distribuirlos a los demás».
El Espíritu es soberano en la distribución de los dones; no podemos reclamarlos (1 Cor. 12:11,18), mas bien, deben ser recibidos como manifestación de la gracia de Dios y utilizados para la gloria de Dios.
3. La responsabilidad de todos
La Iglesia es la comunidad formada por el mismo Dios, siendo constituida por personas que tuvieron y tienen, por la gracia de Dios, la fe salvadora depositada únicamente en Cristo Jesús.
«En el Nuevo Testamento, nadie viene a la Iglesia simplemente para ser salvo y feliz, sino para tener el privilegio de servir al Señor. Y debemos tener presente siempre el beneficio que recibimos al servir y trabajar en la Iglesia», acentúa Karl Barth (1886-1968).
Todos los cristianos recibimos del Señor talentos para servir en esta Iglesia, y los dones recibidos tienen mucho que ver con las habilidades con que nacimos, pero en la realidad fueron dados por Dios. «… sean lo que fueran los dones que tenemos, no debemos ensorbecernos por causa de ellos, visto que ellos nos ponen bajo la más profunda obligación para con Dios».
Lo que quiero enfatizar es que la raíz de la palabra gracia es la misma palabra que don (en el griego charis). Por esto podemos hablar de la Iglesia como una comunidad carismática, visto que ella es constituida de aquellos que recibieron la gracia de la fe y el don de servir.
Pero, ¿qué significa ‘gracia’? Muy bien, podemos definirla como un favor no-merecido, manifestado libre y continuamente por Dios a los pecadores que se encontraban en un estado de depravación y miseria espiritual, mereciendo el justo castigo por sus pecados (Rom. 4:4; 11:6; Ef. 2:8,9).
En el capítulo 4 de la Epístola a los Efesios, Pablo está tratando de un modo especial la unidad de la Iglesia dentro de la variedad de funciones. Está implícita la figura tan preciosa de Pablo, que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, así mostrando que el secreto del buen funcionamiento del cuerpo es la utilización de todas sus partes. Orgánicamente, cada miembro, por mas insignificante que nos pueda parecer, tiene un papel importante a desempeñar dentro del equilibrio de todo. Ciertamente, existen diferencias de belleza y elegancia entre nuestros órganos, pero aún así, todos son esenciales. Del mismo modo, en la Iglesia de Cristo, aunque haya diferencias entre nosotros y aunque no seamos considerados por los hombres como dignos de algún valor, el hecho es que todos somos necesarios en el servicio del Reino: debemos observar entretanto, que no somos ontologicamente necesarios (es decir, no tenemos importancia por lo que somos en nosotros mismos), sino que Dios por su gracia nos hace necesarios en su Reino, y por eso tenemos importancia.
De manera que es Dios mismo y ningún otro quien nos concede talentos para servirle (Ef. 4:11; 1 Cor. 12:11,18), y por lo tanto debemos tener una actitud de humildad profunda (1 Cor. 4:7; 15:10), visto que Dios nos concedió los talentos para el servicio del Reino: «La manifestación del Espíritu es concedida a cada uno para provecho» (1 Cor. 12:7). Pablo continua: «para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen (merimnao) los unos por los otros».
«El Señor nos puso juntos en la Iglesia, y le dio a cada uno su puesto, de tal manera que, bajo la única Cabeza, vengamos a ayudar los unos a los otros. Recordemos también de que los diferentes dones nos han sido concedidos para poder servir al Señor con humildad y sin pretensiones, y para empeñarnos en el avance de la gloria de aquel que nos ha dado todo lo que tenemos»
Así que los talentos que hemos recibido nos fueron dados para que los usáramos para la edificación de la Iglesia, no para diseminar discordia, ni para usar nuestra influencia para dividir, denigrar, o usarlos para nuestros propios proyectos personales: Dios no desperdicia los dones «en ninguna forma, y tampoco los destina para que sirvan de espectáculo». Los ha dado para la edificación. El objetivo es claro: «Con el fin de ‘perfeccionar’ (katartismo = preparar, capacitar para servicio) a los santos» (Ef. 4:12). De paso se debe enfatizar que «siempre que los hombres son llamados por Dios, los dones son necesariamente conectados con los oficios. Pues Dios no viste a los hombres con una máscara al designarlos apóstoles o pastores, pero sí, los suple con dones, sin los cuales no tienen manera alguna de poder ejercer su llamado»
Observemos que estos oficios (Ef. 4:11) fueron instituidos para el perfeccionamiento de los santos a fin de que estos cumplan su servicio en la Iglesia; o sea, el trabajo de la Iglesia no es sólo del pastor, o de los presbíteros o los diáconos. También y fundamentalmente es comunitario. Toda la Iglesia es responsable. Lutero habló del sacerdocio universal de los creyentes. Pues bien, este texto nos habla del ministerio universal de los creyentes. El ‘charisma’ (don) trae implicaciones a que nos responsabilicemos por la edificación de nuestros hermanos. En la Iglesia de Cristo no puede haber la distinción entre aquellos que trabajan y aquellos que sólo oyen cómodamente. Todos somos llamados y capacitados para el trabajo cristiano.
Notemos también, que Pablo está diciendo que todos los miembros de la Iglesia son santos. Esto señala nuestro privilegio (somos santificados en Cristo) y nuestra responsabilidad (debemos progresar en santidad). En este particular la Iglesia padece tremendamente, porque ella ha abandonado su realidad y su meta de santidad (separación) y cada vez mas intensamente se parece al mundo en su forma de pensar, de hablar, de vestir y de hacer. Esta conducta aprendida por osmosis, lejos de mostrar madurez, es en verdad un síntoma crónica de ser infantiles. Con demasiado frecuencia hemos hablado, sentido y pensado como niños, cuando el propósito de Dios es lo contrario: que pensemos, sintamos y hablemos como personas maduras en la fe (1 Cor. 13:11, 3:2; Heb. 5:11-14; 2 Pe. 3:18). Pablo contrasta aquí los niños (la palabra que usa representa un bebé inmaduro, Ef. 4:14) con la perfección (los maduros, Ef. 4:13). Calvino comenta, «Niños son aquellos que aún no dieron un paso en el camino del Señor, señal que se quedan rezagados, no determinan aún qué rumbo deben tomar, y se mueven a veces en una dirección y a veces en otra, siempre dudosos, siempre en zigzag».
Los niños, debido a su ingenuidad, son más propensos a ser influenciados y dados a la inestabilidad. Los paganos presentan este comportamiento, siendo llevados por cualquier nueva doctrina. En Listra, llevados por sus leyendas, pensaron que Pablo y Bernabé eran Júpiter y Mercurio, y querían a toda costa ofrecerles sacrificios. Poco después, influenciados por lo judíos, apedrearon a Pablo, dejándolo casi muerto (Hechos 14:8-20). Por su lado, «el avance de la iglesia es marcado por un crecimiento de la infancia hasta la madurez, en la medida que ella asume el carácter de su cabeza, Cristo».
Para describir esta inconstancia infantil, Pablo usa un término náutico, que se refiere a una pequeña barca que, en mar abierto, no logra mantener un curso seguro (kludonizomai – ‘ser arrastrado, llevado por las ondas’ – Ef. 4:14). Tiene el sentido metafórico de ser agitado mentalmente. La idea es la de andar en círculos, entre una variedad de enseñanzas: «Él los compara con paja u otras cosas livianas, los cuales son arrollados por la fuerza del viento, que los sopla en círculos o en direcciones contrarias».
Tomando las figuras de Pablo, podemos observar que al niño le gusta la diversión, las novedades y la indisciplina. Si no tenemos firmeza doctrinal, si no estamos anclados en la Palabra, seremos llevados constantemente sin dirección. Este ejemplo negativo lo vemos en el caso de los gálatas, a los cuales Pablo escribe: «Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia en Cristo, para seguir un evangelio diferente» (Gal. 1:6). «Vosotros corríais bien; ¿quién os estorbó para no obedecer a la verdad?» (Gal. 5:7).
En la inmadurez espiritual, uno no separa las cosas. Antes decíamos que todo era sagrado. Ahora vivimos como si todo fuera profano, y lo peor es que estamos perfectamente cómodos con las cosas así, nos sentimos en casa. El sentirse cómodo con el pecado no indica paz con Dios, sino la muerte de una consciencia ¡supuestamente cristiana! La madurez cristiana nos impedirá ser monos espirituales, brincando de un lado para otro.
Conclusión
Debemos enfatizar que la Iglesia es una comunidad carismática porque ella es constituida de un pueblo redimido por la gracia de Dios, y también, porque actúa de manera comunitaria con los ‘charismas’ (dones) concedidos por Dios para la edificación del cuerpo (ver Ef. 4:13-16).