LA IGLESIA EMERGENTE

Por  D. A. Carson

Reforma Siglo XXI, Vol. 9, No. 1

(El movimiento de ‘La Iglesia Emergente’ está cobrando alguna fuerza en Estados Unidos. Algunos piensan que es la respuesta para los tiempos posmodernos en que vivimos. ¿Será tal? Carson advierte que a pesar de algunos puntos buenos, tiene debilidades. Los líderes en Latinoamérica deben conocer este fenómeno para no ser engañados con otra corriente más del norte)

¿De qué estamos hablando?

En el corazón del movimiento de la Iglesia Emergente – o como algunos de sus líderes prefieren llamarlo, en la “conversación” – se encuentra la convicción de que los cambios en la cultura indican que está “emergiendo” una nueva iglesia. Por lo tanto, los líderes Cristianos deben adaptarse a esta iglesia emergente. Aquellos que no lo hagan son ciegos a los desarrollos culturales que ocultan el evangelio tras formas de pensamiento y modos de expresión que ya no logran comunicarse con la nueva generación, la generación emergente.

Una razón por la cual el movimiento ha crecido tan rápidamente es que pone bajo el lente una cantidad percepciones vagas y confusas que ya circulaban ampliamente en la cultura. Está articulando, de manera escueta y polémica lo que muchos pastores y otros ya estaban comenzando a pensar, aún cuando no disfrutaban de ningún campeón que pusiera en perspectiva su amorfo malestar – hasta que aparecieron los líderes de este movimiento.

¿Qué caracteriza al movimiento? La Protesta

Es difícil obtener una valorización completa de los aspectos distintivos del movimiento sin escuchar atentamente las historias personales de sus líderes. Muchos de ellos provienen de iglesias evangélicas conservadoras y tradicionales, algunas veces con un trazo fundamentalista. De modo que las reformas que el movimiento alienta reflejan las protestas de las vidas de muchos de sus líderes.

El lugar para comenzar es el libro Historias del Surgimiento, editado por Mike Yaconelli. La mayoría de estas “historias de surgimientos” tienen en común un destino compartido (a saber, el movimiento de la Iglesia Emergente) y un punto compartido de origen: el Evangelicismo tradicional (y algunas veces fundamentalista). Lo que todas estas personas tienen en común es que comenzaron en una cosa y “emergieron” en algo más. Esto le da al libro un sabor a protesta, de rechazo: nosotros estuvimos una vez donde ahora estáis vosotros, pero emergimos de allí hacia algo diferente. El subtítulo del libro revela lo que el editor mira como terreno común: Moviéndose de lo Absoluto hacia lo Auténtico.

Un ejemplo puede clarificar lo que el libro trata de lograr. Spencer Burke solía sentarse en una lujosa oficina de un tercer piso, sirviendo como uno de los pastores de la Iglesia Mariners en Irvine, California – “una auténtica mega-iglesia con una propiedad de 25 acres y un presupuesto de $ 7.8 millones.” Cada fin de semana 4500 adultos usan las instalaciones, y la iglesia ministra a 10,000 personas a la semana. Pero Burke llegó a molestarse por cosas como el ministerio del estacionamiento. (“Ayudar a familias bien vestidas en sus vehículos SUVs a encontrar el siguiente espacio de estacionamiento no es mi don espiritual.”). De igual manera se desilusionó con los sermones de tres puntos y con los programas de discipulado de diez pasos, sin mencionar la escatología premilenialista y pretribulacionista en la que había sido entrenado. Burke llegó a darse cuenta que su “descontento nunca fue con Mariners como iglesia, sino [con] el Cristianismo contemporáneo como institución.”

Burke organiza las causas de su descontento bajo tres encabezados. Primero, ha llegado a rechazar lo que llama “McCarthismo espiritual,” el estilo de liderazgo que pertenece a un “mundo lineal, analítico” con líneas claras de autoridad y un pastor que es un CEO.6 El McCarthismo espiritual, afirma Burke, es “lo que sucede cuando el modelo del pastor como CEO va por mal camino o cuando la gente bien intencionada obtiene demasiado poder.” Estas estructuras de autoridad son rápidas para tachar de “liberal” a cualquiera que cuestione la tradición recibida.

La segunda causa del descontento de Burke es lo que llama “aislacionismo espiritual.” Bajo este encabezado incluye el patrón de muchas iglesias que se mueven de la ciudad a los suburbios. Algunas veces esto se hace bajo la apariencia de necesitar más espacio. Sin embargo, insiste él, existen otros motivos. “Es más fácil para las familias llegar a la iglesia sin tener que pasar por encima de un borracho o sin tener que mirar la venta de drogas allá en el callejón. Seamos honestos: la iglesia en la ciudad puede ser un poco sucia y desordenada. Tratar con un indigente que camina de un lado a otro durante el servicio gritando improperios o limpiar vómito de los peldaños de atrás es algo que se halla lejos del análisis sintáctico de los verbos griegos en el seminario.” Es verdad, a veces las megaiglesias en los suburbios construyen mundos completos dentro de sus instalaciones, con todo y tiendas, gimnasios y centros de ejercicios aeróbicos.

A la tercera causa de su descontento Burke la cataloga como “Darwinismo espiritual” – subir por la escalera asumiendo que lo más grande es mejor. El celo por el crecimiento fomentó fácilmente “una especie de envidia por el programa … Viendo hacia atrás, pasé buena parte de los 1980’s y de los ‘90s yendo de conferencia en conferencia aprendiendo como superar el éxito de alguien más.” Pastorear una congregación no era suficiente; la meta era tener la congregación con la tasa más alta de crecimiento. “Era la supervivencia del más apto con un leve barniz espiritual.”

En 1998 Burke comenzó TheOoze.com. El nombre de la activa sala de chat es deliberadamente metafórica: Burke tiene el propósito de que éste sea un lugar donde “las varias partes de la comunidad de fe sean como el mercurio. Trate de tocar el líquido o de envasarlo, y la sustancia se resistirá. En lugar de obligar a las personas a entrar al sitio, una comunidad oozy tolera las diferencias y trata con gran dignidad a las personas que tienen posiciones opuestas. Para mí, esa es la esencia de la iglesia emergente.”

Una protesta contra el modernismo

La dificultad para describir al movimiento de la Iglesia Emergente como una protesta en contra del modernismo es, en parte, una dificultad de definición: ni el modernismo ni el postmodernismo son fáciles de definir. Incluso los expertos en historia intelectual discrepan en cuanto a sus definiciones.

Sin embargo, la visión de la mayoría es que el asunto fundamental en el movimiento del modernismo al postmodernismo es la epistemología – i.e., como sabemos las cosas, o pensamos que sabemos las cosas. El modernismo a menudo se describe como en busca de la verdad, el absolutismo, el pensamiento linear, el racionalismo, la certeza, lo cerebral como algo opuesto a lo afectivo, que a su vez, alimenta la arrogancia, la inflexibilidad, la codicia de tener la razón, el deseo de controlar. El postmodernismo, en contraste, reconoce que mucho de lo que “sabemos” está moldeado por la cultura en la cual vivimos, se halla controlado por las emociones, la estética y la herencia, y que se puede sostener de manera inteligente solo como parte de una tradición común, sin afirmaciones dominantes que sean verdaderas o correctas. El modernismo trata de encontrar fundamentos incuestionables sobre el cual erigir el edificio del conocimiento y luego proceder con rigor metodológico; el postmodernismo niega que exista tal fundamento (es “antifundamental”) e insiste en que llegamos a “saber” las cosas de muchas maneras, y no pocas de ellas carecen de rigor. El modernismo es realista e intransigente y, en el ámbito de la religión, se enfoca en la verdad versus el error, la creencia correcta, el confesionalismo; el postmodernismo es moderado, y en el ámbito de la religión, se enfoca en las relaciones, el amor, la tradición compartida, la integridad en la discusión.

Así que, ¿qué piensan con respecto a estos asuntos aquellos que se identifican con el movimiento de la Iglesia Emergente? La mayoría de los líderes de la iglesia emergente ven un contraste muy claro entre la cultura moderna y la postmoderna y conectan la división señalando a las cuestiones relacionadas con la epistemología. Algunos piensan que estamos en una cultura postmoderna, y por lo tanto, debiésemos estar construyendo iglesias postmodernas. Unos pocos reconocen que no todo en el postmodernismo es admirable, y por ende, quieren mantener alguna clase de testimonio profético contra el postmodernismo en varios puntos mientras abrazan con entusiasmo las características del postmodernismo que perciben como admirables.

Brian McLaren, probablemente el orador más articulado en el movimiento emergente, ha enfatizado, tanto en libros como en conferencias, que el postmodernismo no es antimodernismo. El punto revelador para McLaren, y para la mayoría de los demás líderes del movimiento de la Iglesia Emergente es su énfasis en la discontinuidad por sobre la continuidad con el modernismo. Cuando McLaren habla a través de los labios de Neo, el protagonista cristiano postmoderno de sus muy conocidos libros (la trilogía El Nuevo Tipo de Cristiano), puede usar “post-” como una categoría universal para subrayar lo que no le gusta: “En el mundo postmoderno, llegamos a ser post-conquista, post-mecanicistas, post-individualistas, post-Protestantes y post-consumidores.” Estos libros muestran cuánto de lo que McLaren piensa que debe ser en la actualidad “un nuevo tipo de cristiano” está determinado por todas las cosas nuevas que cree se hallan estrechamente vinculadas con el postmodernismo: de allí la frase “un nuevo tipo de cristiano.”

Mucho del propósito de McLaren en su escritura y en sus conferencias es explotar las certezas que siente que han controlado demasiado del pensamiento de la gente Cristiana Occidental en el pasado. Pero existe un peligro en explotar constantemente las certidumbres del pasado: si no somos cuidadosos, podemos quedarnos sin nada a lo cual asirnos en lo absoluto. Al reconocer el peligro, McLaren toma el siguiente paso proporcionándonos dos definiciones.

La primera de sus definiciones es el del pluralismo filosófico, la posición que asegura que ninguna perspectiva en particular puede ser el sistema explicativo o visión de la realidad que explique la totalidad de la vida. Incluso, si nosotros los Cristianos pensamos que lo tenemos, debemos enfrentar inmediatamente las diversidades en medio de nosotros: ¿estamos hablando de perspectivas Bautistas acerca de la realidad? ¿Presbiterianas? ¿Anglicanas? ¿Y cuál Bautista? El pluralismo filosófico niega que algún sistema ofrezca una explicación completa.

La segunda definición es la del relativismo. Es la teoría que niega el absolutismo e insiste en que la moralidad y la religión son relativas a los pueblos que las abrazan. Por si acaso los Cristianos piensan que ninguna de estas dos se aplica a ellos, McLaren llama la atención a la limpieza étnica del Antiguo Testamento, a las muchas esposas de David y a las órdenes en contra del uso de anillos de oro.

Si a ambos, el pluralismo y el relativismo filosófico, se les otorga libertad de acción, afirma McLaren, es difícil ver como uno puede ser fiel a la Biblia. No obstante, no se le puede permitir al absolutismo de gobierne: la crítica del absolutismo es demasiado devastadora, demasiado convincente como para permitirle seguir en pie. De modo que, quizá una cultura plagada por el absolutismo necesite una dosis de relativismo para corregir lo que anda mal en ella – no tanto relativismo como para que desplace totalmente lo que había antes, sino un relativismo que en algún sentido abrace lo que había antes y que, sin embargo, continúe avanzando. Si el absolutismo es el cáncer, necesita al relativismo como la quimioterapia. Aún cuando esta quimioterapia sea peligrosa en sí misma, es la solución necesaria.

Si el absolutismo no es la respuesta, y si el relativismo absoluto no es la respuesta, ¿cuál es el camino Cristiano que queda por delante? Aquí McLaren se encuentra fuertemente endeudado con la breve obra de Jonathan Wilson, Viviendo Fielmente en un Mundo Fragmentado: Lecciones para la Iglesia tomadas de Después de la Virtud, de MacIntyre. Ciertamente esto es lo que queremos: deseamos aprender a vivir fielmente en un mundo fragmentado. El absolutismo juega con un único conjunto de reglas. El pluralismo real es como un gran campo donde se están jugando muchos juegos, donde cada juego observa sus propias reglas. Este tipo de pluralismo es coherente. Pero vivimos en un mundo fragmentado: estamos jugando golf con una pelota de béisbol, béisbol con una pelota de fútbol, y así sucesivamente. Esto no es pluralismo real; es una existencia fragmentada.

Sin duda que existen unas pocas comunidades pequeñas y coherentes – quizás los Judíos Hasidis o los Amish – quienes se las arreglan para jugar con un conjunto único de reglas, pero el resto de nosotros nos hallamos enlodados en los fragmentos. Como resultado, no hay coherencia, no hay acuerdo con respecto a dónde nos dirigimos. Nuestras explicaciones de lo que estamos haciendo mantienen el uso persistente del antiguo lenguaje absolutista, mientras nos hallamos nosotros mismos, no en un pluralismo genuino, sino en la fragmentación. En Norteamérica tenemos el recuerdo de un Cristianismo absolutista totalitario y de la experiencia de la fragmentación. De modo que nuestra opción es ya sea regresar a esta herencia absolutista o seguir hacia adelante, hacia algo más. ¿Podemos hacer un tejido que no sea totalitario y absolutista sino que evite el relativismo absoluto? Lo primero nos hace regresar a las barbaries y es poco convincente en una era postmoderna; lo último simplemente nos deja expuestos a los mercaderes, pues no existe una defensa coherente contra ellos.

El camino que está por delante, sugiere McLaren, se expone muy amablemente en la obra La Misión de Transformación: Cambios de Paradigmas en la Teología de la Misión, de David Bosch. Casi al final del libro, Bosch enumera seis perspectivas que se relacionan con nuestra situación y que nos brindan alguna dirección:

Acepte con mucho gusto la co-existencia con diferentes creencias; acéptela sin dolor. No es su culpa si están vivas.

El diálogo presupone un compromiso con la posición propia, de modo que ciertamente no será algo malo escuchar con atención. El diálogo debe ser congruente con la confianza en el evangelio.

Asumimos que el diálogo se lleva a cabo en la presencia de Dios, la Presencia invisible. En tal diálogo podemos aprender muchas cosas, como lo hace Pedro en Hechos 10-11. De igual manera, Jesús aprende de su intercambio con la mujer sirofenicia.

El diálogo misional requiere humildad y vulnerabilidad. Pero eso no debiese asustarnos, pues cuando somos débiles entonces somos fuertes. Ciertamente es correcto, por ejemplo, reconocer las atrocidades de anta o cometidas por los Cristianos, aún cuando sigamos siendo cuidadosos de no menospreciar a aquellos Cristianos de la antigüedad.

Cada religión opera en su propio mundo, y por lo tanto, demanda diferentes respuestas por parte de los Cristianos.

El testimonio Cristiano no excluye el diálogo.

La “antigua, antigua historia” puede que no sea la verdadera, verdadera historia, pues seguimos creciendo, e incluso nuestras discusiones y diálogos contribuyen a tal crecimiento. En otras palabras, las preguntas suscitadas por el postmodernismo nos ayudan a crecer.

Viva con la paradoja: no conocemos otro camino de salvación aparte de Jesucristo, pero no prejuzgamos lo que Dios pueda hacer con otros. Debemos simplemente vivir con la tensión.

He tomado todo este espacio para resumir los pensamientos de McLaren (articulados en una conferencia reciente) por un par de razones. Una es que la mayoría de los lados estará de acuerdo en que McLaren es el pensador más influyente de la iglesia emergente (o, al menos, uno de ellos). Otra razón es que, aunque la mayoría de los líderes del movimiento de la Iglesia Emergente presentan una antítesis relativamente simple – a saber, el modernismo es malo y el postmodernismo es bueno – McLaren es cuidadoso en este terreno en evitar la trampa evidente: muchas formas de pensamiento postmoderno de hecho conducen a alguna forma de relativismo religioso, y McLaren sabe que para el Cristiano eso no es una opción. Está claro que desea establecer un rumbo entre el absolutismo y el relativismo, y es más cuidadoso en este punto que algunos de sus compañeros.

Sin embargo, para McLaren el absolutismo está asociado con el modernismo, de modo que toda evaluación que ofrece de ese lado del desafío es negativo. De hecho, es difícil pensar en un solo pasaje en cualquiera de los escritos de los líderes Emergentes que haya leído que ofrezca una evaluación positiva de cualquier elemento de sustancia en el modernismo. Pero McLaren no asocia el relativismo con el postmodernismo. Parece pensar en el relativismo como algo más extremo (¿quizás el postmodernismo en decadencia?), mientras que el postmodernismo como tal se convierte en la matriz no criticada en la cual debemos llevar a cabo nuestra teología. Así que, mientras descarta el relativismo religioso absoluto (no se puede decir que lo critique; más bien, reconoce que como Cristiano no puede finalmente descender por esa avenida), todavía no he visto de McLaren, o de cualquier otro en el movimiento de la Iglesia Emergente, una crítica de algún elemento sustantivo del pensamiento postmoderno.

Protestando en tres frentes

El movimiento de la Iglesia Emergente se caracteriza por una buena cantidad de protesta en contra del Evangelicismo tradicional y, en términos generales, contra todo lo que entiende como modernismo. Pero algunos de sus proponentes añaden otro frente de protesta, a saber, la iglesia sensible al buscador, la megaiglesia.

El grado en que este elemento sobresale varia de manera considerable. Se halla ciertamente presente, por ejemplo, en la obra de Dan Kimball La Iglesia Emergente: Cristianismo Clásico para las Nuevas Generaciones. Su reciente libro es elogiado por no pocos pastores de la tradición sensible al buscador, sin duda alguna porque Kimball lanza su obra, en parte, como el camino para alcanzar a una nueva generación de personas que captó la atención del movimiento sensible al buscador tres décadas atrás. Aunque existen diferencias, los líderes de la iglesia Emergente, como los líderes sensibles al buscador en su momento, están motivados, en parte, por un deseo de alcanzar a las personas que parecen no ser atraidas por los enfoques y posiciones tradicionales – y el movimiento sensible al buscador está ahora lo suficientemente envejecido para ser uno de los enfoques “tradicionales.” Entonces, los pastores de la tradición sensible al buscador, tienden a ver en los líderes de la iglesia emergente una nueva generación de Cristianos haciendo el tipo de cosas que ellos mismos hicieron hace una generación.

El libro de Kimball expone como continuar después de la generación posterior sensible al buscador. Mucho del material cubre terreno común. Ofrece una especie de perfil popular de lo que él piensa que comprende el postmodernismo: acepta el pluralismo, adopta lo relativo a la experiencia, se deleita en lo místico, y se siente cómodo con la narrativa, con lo que es fluido, global, comunal/tribal, y así sucesivamente. Luego Kimball se vuelve al tema de cómo debemos encarar las cosas de una manera más bien diferente. Esto incluye un apéndice sobre la adoración posterior al movimiento sensible al buscador. Aquí debemos tener mucho más simbolismo y un énfasis más grande en lo visual. Debemos tener cruces y velas. Podría haber todo un servicio de comunión sin sermón. Toda la geografía del salón puede ser diferente, con la posibilidad de diferentes grupos en la asamblea involucrándose en diferentes cosas a la vez, y quizá alguien pueda salir por un momento hacia un sitio tranquilo con un escritorio para escribir un poco en su diario. Toda la experiencia debe ser multisensorial; en el lugar donde se hace la oración bien podría quemarse incienso. “La adoración en la iglesia emergente,” escribe Kimball, “tiene que ver menos con mirar hacia afuera para ver qué hay en la vanguardia y más con movernos hacia atrás, hacia nuestro centro espiritual con Jesús como nuestro único punto focal.”

Kimball nos ofrece visiones antitéticas de la predicación moderna y de la predicación postmoderna. En la predicación moderna el sermón es el punto focal del servicio, y el predicador sirve como el dispensador de las verdades bíblicas para ayudar a resolver los problemas personales en la vida moderna. Los sermones enfatizan la explicación – explicación de qué es la verdad. El punto de partida es la cosmovisión judeo-cristiana, y los términos bíblicos como “evangelio” y “Armagedón” no necesitan ser definidos. El texto bíblico es comunicado principalmente con palabras, y esta predicación se lleva a cabo en el edificio de la iglesia durante un servicio de adoración.

En contraste, escribe Kimball, en el movimiento de la Iglesia Emergente postmoderna, el sermón es solo una parte de la experiencia de la reunión de adoración. Aquí el predicador enseña como se aplica la antigua sabiduría a la vida en el reino; el predicador enfatiza y explica la experiencia de quién es la verdad. El punto de partida es el Huerto de Edén y la narración – otra vez – de la historia de la creación y de los orígenes de los seres humanos y el pecado (cf. Hechos 17:22-34). El mensaje escritural es comunicado por medio de una combinación de palabras, artes visuales, silencio, testimonio e historia, y el predicador es un motivador que alienta a las personas a aprender de las Escrituras a lo largo de la semana. Una gran cantidad de predicación se lleva a cabo fuera del edificio de la iglesia en el contexto de la comunidad y las relaciones. Tal predicación será profundamente teocéntrica en lugar de antropocéntrica, y se debe tener cuidado de no insultar la inteligencia de las personas.

Lo que no se puede pasar por alto en el libro de Kimball, pienso, es cuánto de su análisis se dirige específicamente contra las iglesias de la tradición sensible al buscador. Por ejemplo, algunas de sus sugerencias – tales como la insistencia en que los sermones deben ser teocéntricos y no antropocéntricos, que no debiesen insultar la inteligencia de los oyentes, que la instrucción en la Palabra debiese continuar a lo largo de la semana y no estar confinada a los servicios públicos en el día Domingo, y que deberíamos tener como propósito la vida del reino, podría uno encontrarlas fácilmente en las exhortaciones Reformadas, quizá en las páginas de una revista como esta.

Claro que, otras partes del consejo de Kimball no están alineadas de igual manera. Sin embargo, el hecho de que mucho de lo que tiene que decir se puede alinear con muchas voces serias dentro del Evangelicismo tradicional sugiere que la mayoría del tiempo el “lector implicado” de su libro no es la iglesia evangélica más tradicional, sino las iglesias sensibles al buscador. En opinión de Kimball, ellas tampoco van al compás de la cultura y caen bajo la maldición del modernismo. Además, si como hemos visto, muchas de las sugerencias individuales de Kimball en cuanto al camino que tenemos por delante nos recuerdan las posiciones tomadas en ciertas partes del Evangelicismo tradicional, la estructura de su pensamiento, tomada como un todo, es distintivamente postmoderna.

¿Qué debiésemos estar preguntando?

Esta no es más que una introducción superficial al movimiento de la Iglesia Emergente. ¿Qué hemos aprendido hasta aquí y cuáles preguntas debiésemos estar planteando?

A partir de estos resúmenes de las historias de varios de los líderes del movimiento emergente y del examen de algunas de sus publicaciones se destaca un punto de manera más bien dramática. Para decirlo de manera sucinta, vale la pena comparar el movimiento de la Iglesia Emergente con la Reforma, que fue, después de todo, otro movimiento que afirmaba desear reformar la iglesia. Lo que impulso la Reforma fue la convicción, entre todos sus líderes, de que la Iglesia Católica Romana se había apartado de la Escritura y había introducido una teología y prácticas que eran perjudiciales para la fe Cristiana. En otras palabras, querían que las cosas cambiaran, no porque percibieran que se habían llevado a cabo nuevos desarrollos en la cultura de modo que la iglesia estaba llamada a adaptar su enfoque al nuevo perfil cultural, sino porque percibían que se habían desarrollado en la iglesia una nueva teología y unas prácticas que violaban la Escritura, y por lo tanto, que las cosas necesitaban ser reformadas por la Palabra de Dios. En contraste, aunque el movimiento de la Iglesia Emergente desafía, sobre fundamentos bíblicos, algunas de las creencias y prácticas del Evangelicismo, por lo general insiste en que está preservando el confesionalismo tradicional pero que está cambiando los énfasis porque la cultura ha cambiado, y así, de manera inevitable, aquellos que son culturalmente sensibles miran las cosas con una perspectiva fresca. En otras palabras, en el corazón de la reforma emergente yace la percepción de un cambio importante en la cultura.

Esto no quiere decir que el movimiento de la Iglesia Emergente esté errado. Significa, más bien, tres cosas.

Primero, el movimiento de la Iglesia Emergente debe ser evaluado en cuanto a su lectura de la cultura contemporánea. La mayoría de sus súplicas solicitando una reforma se hallan íntimamente relacionadas con su entendimiento del postmodernismo. La dificultad de la tarea (dada la plétora de aproximaciones al postmodernismo) no puede eximirnos de hacer el esfuerzo.

Segundo, como ya habrán observado los lectores a partir de esta breve evaluación, las apelaciones a la Escritura en la literatura de la Iglesia Emergente generalmente son de dos tipos. Por un lado, algunos líderes de la Iglesia Emergente afirman que los tiempos cambiantes demandan que se hagan preguntas frescas respecto a la Escritura, y entonces se escucharán respuestas frescas. Lo que fue un uso apropiado de la Escritura bajo el modernismo ya no es un uso apropiado de la Escritura bajo el postmodernismo. Sobre esta lectura más bien discreta de la historia del Evangelicismo, los evangélicos tradicionales no son acusados de estar profundamente equivocados con respecto a sus propios tiempos, sino de estar más bien fuera de moda en la actualidad, y esto no es menos cierto también con respecto a su manejo de la Biblia. Por otro lado, la crítica del modernismo por parte de la Iglesia Emergente, y del Evangelicismo que el modernismo ha producido, algunas veces (no siempre) es tan implacable que el manejo de la Escritura por parte del Evangelicismo puede recibir muchas burlas en los términos más punzantes. Esto no tiene el propósito de dar a entender que esto sea cierto de todos los pastores emergentes.

Tercero, puesto que el movimiento de la Iglesia Emergente es impulsado por su percepción de los amplios cambios culturales, entonces hay que evaluar por su fidelidad bíblica sus propias proposiciones para el camino que hay por delante. En otras palabras, no debemos solamente tratar de evaluar la precisión del análisis cultural de la Iglesia Emergente, sino también la medida en que sus proposiciones brotan de la Escritura, o al menos, la medida en que pueden ajustarse a ellas. Para decirlo de forma diferente: ¿Existe al menos algún peligro de que lo que se está proponiendo no sea tanto un nuevo tipo de Cristiano en una nueva Iglesia Emergente, sino una iglesia que está en sí misma tan sumergida en la cultura que se arriesga demasiado a comprometer inútilmente la fe?

Incluso plantear la pregunta les puede sonar a algunos como impertinencia – en el mejor de los casos – o como una apelación gastada hacia lo antiguo, en el peor de ellos. No tengo el propósito de inclinarme ni a uno ni a otro. La mayor parte de los movimientos tienen en ellos tanto cosas buenas como cosas malas, y en el libro de donde se ha tomado este artículo subrayo algunas de las cosas que encuentro alentadoras y útiles en el movimiento de la Iglesia Emergente. Encuentro que soy más crítico del movimiento porque mi “valoración” de la cultura contemporánea está un poco alejada de su propia apreciación, en parte porque las soluciones que pienso que se requieren son algo diferentes a las de ellos, en parte porque me preocupa el hecho de llegar a extraviarnos (de manera involuntaria) de las Escrituras, y en parte porque este movimiento se siente como el balanceo de un péndulo, donde la ley de las consecuencias no deliberadas puede hacer mucho daño antes que el péndulo llegue a su punto de reposo.

Carrito de compras
Scroll to Top