Por Peter Jones
Reforma Siglo XXI, Vol. 9, No. 1
El muro hermosamente esculpido, de 18 pies de alto y 300 de longitud, en un parque majestuoso en el centro de Ginebra, Suiza, constituye un monumento impresionante a la Reforma en Suiza en el siglo dieciséis. La semana pasada, en una tarde que tuve libre de mis conferencias en el Instituto Bíblico de Ginebra, fui con un pequeño grupo de pastores franceses y suizos quienes asistían a la conferencia, a visitar Le Mur des Réformateurs. En el centro de la pared hay cuatro estatuas impresionantes de Farel, Calvino, Beza y Knox. Detrás de ellos, en letras de seis pies de alto, se encuentra el lema de la Reforma Franco-Suiza: “Post Tenebras Lux” (Después de la Oscuridad, la Luz), el cual se refiere a la llegada del Evangelio y al avivamiento de la fe verdadera luego de siglos de oscuridad medieval. Ciertamente, aquella Ginebra del pasado no era el cielo en la tierra, pero permanecerá como un ejemplo emotivo del avivamiento de la fe y la piedad bíblicas tanto en la vida privada como pública.
Hay una nueva oscuridad sobre Ginebra, aunque lleva mucho tiempo de estar en preparación.
Doscientos años después de Calvino, el filósofo suizo Romántico anti-cristiano, Jean Jacques Rousseau (1712 – 1778), dijo correctamente de los pastores ginebrinos de su época: “Ni sabemos lo que creen o lo que no creen. Ni siquiera sabemos lo que pretenden creer.” Se refería a la desorganización y desaliño de la sana doctrina que ya ocurría en el siglo dieciocho. En el siglo veintiuno una nueva expresión doble de oscuridad espiritual se cierne sobre la iglesia y la cultura. Por un lado, la iglesia histórica, con su compromiso con la teología liberal, ha perdido su luz evangélica y ha adoptado el mensaje del sincretismo religioso. Hace dos años el Dalai Lama pronunció un discurso en la Catedral de San Pedro, la misma donde Calvino predicó la mayor parte de su ministerio. Por otro lado, las fuerzas del paganismo han tomado el control de la cultura. Al haber rechazado su pasado Cristiano, el país está ocupado en una revisión radical de sus creencias básicas, tipificadas por el jefe de estado, un homosexual abiertamente practicante, quien aparece con su amante en las recepciones sociales auspiciadas por el estado.
Uno de los pastores que asistía a mis conferencias fue testigo de un evento simbólico que se celebró enfrente del muro de los Reformadores. Cientos de gays y lesbianas bailaron frente al muro en medio de escenas provocativas – desnudos o medio desnudos, haciendo así actos obscenos y burlescos, una verdadera “deformación” del pasado espiritual de Ginebra.
Dos cosas se quedan en mi memoria:
1. El neo-paganismo es un problema común por dondequiera que voy. La espiritualidad pagana se está levantando, rehaciendo la cultura moderna en nombre de la libertad y la democracia, pero en realidad, lo hace en el poder e inspiración del paganismo anti-cristiano, del que el desfile gay es un símbolo fascinante.
2. Se nos dice que vamos rumbo hacia una nueva utopía global de liberación sexual y espiritual. Con respecto a los desfiles gay, Christian de la Huerta, de la Fuerza Nacional de Tarea Gay y Lesbiana, declara: “la mezcla salvaje de ‘chicos alocados,’ lesbianas con los pechos desnudos y otra multitud de variaciones sexuales, todos moviéndose al ritmo de tambores tribales” en realidad no constituye un pecado sino “un don, una bendición… un privilegio… y un servicio sagrado… La gente rara y excéntrica con frecuencia funciona como catalizador, actuando como agentes de cambio… apoyando el avance de la sociedad.”
Por extraño que parezca, ¡tal pensamiento con respecto al “progreso” social nos está haciendo retroceder! Estamos “Llegando al Punto,” como afirma el título de un reciente libro pagano – al punto del antiguo mundo pagano en el que todo era válido, desde la sexualidad licenciosa hasta la espiritualidad monista. Rebobine la cinta.
San Agustín, en el siglo quinto d.C., en las postrimerías del decadente Imperio Romano, menciona desfiles “en presencia de una inmensa multitud de espectadores y oyentes de ambos sexos” de actores obscenos que representaban actos repugnantes, todo esto mezclado con la exhibición pública de sacerdotes homosexuales, galloi, sacerdotes de la Diosa, conocidos por su travestismo, maquillaje escandaloso, peinados extravagantes, su danza ritual frenética y el don de profecía.
Para los feministas radicales el futuro pertenece a la adoración de esta misma deidad, mientras aguardan la “Segunda Venida de la Diosa.” “Puede ser,” dicen ellos, “que Sophia está a punto de ser discernida de la misma manera en que lo fue en la Alejandría del siglo primero: como un faro para Cristianos, Judíos, Gnósticos y Paganos por igual.”
Si en realidad no hay nada nuevo, y si las cosas van a ocurrir “de la misma manera,” entonces hay mucha posibilidad de que el futuro sistema mundial no difiera mucho de los imperios politeístas y animistas del pasado. El conflicto aún es entre el teísmo bíblico y el monismo pagano. A medida que nos acercamos al Día de la Reforma, 31 de Octubre de 2006, es bueno recordar aquel anuncio valiente de la lux original del Evangelio, aquella luz que disipó las tenebras de la antigua Roma. Y la Ginebra del siglo dieciséis es, con toda seguridad, la única respuesta a la creciente oscuridad pagana de nuestro tiempo.