Por Craig Troxel
Reforma Siglo XXI, Vol. 10, No. 2
Como si no fuese un reto suficiente exigente vivir por la guía de los Diez Mandamientos y los dos Grandes Mandamientos (Mt 22:34-40), en algún lugar a lo largo de la línea alguien decidió que también necesitábamos unas “Cuatro Leyes Espirituales” adicionales. Así que ahora, justo después de la expresión “De tal manera amó Dios al mundo”, muchos cristianos añaden, “Dios te ama y tiene un plan maravilloso para tu vida”. Pero, ¿se encuentra esta “ley espiritual” en la Escritura? Esta es una pregunta importante porque muchos—desde Herodoto siguiendo el hilo de la fortuna en la historia, pasando por Neo quien trataba de entender su vida pre-programada en la Matrix— han creído que existe un plan maestro que guía la historia humana. La gente se consuela con la idea de que sus vidas son significativas porque forman parte de un plan mayor o de un propósito más grande del que en realidad pueden ver los ojos.
Algunos cristianos pueden pensar que la creencia en un plan predeterminado es equivalente a creer en la soberanía de Dios. Pero la creencia en el determinismo y la creencia en un Ser divino que determina son bastante diferentes. Debemos mantener con mucho celo esta diferencia, especialmente cuando tomamos en consideración algunas preguntas con respecto a la voluntad de Dios para nuestras vidas y la doctrina de la providencia.
El mero determinismo “duro” es una forma de fatalismo, haciendo de la fortuna y el destino los factores decisivos en lugar de la persona de Dios. En otras palabras, el determinismo tosco socava la idea de que Dios se halla personalmente y activamente “preservando y gobernando todas sus criaturas, y todas sus acciones”. En las discusiones teológicas sobre la providencia podemos referirnos a Dios como la “causa primera” o “primaria” entre las “causas secundarias” con el objetivo de evitar de forma panteísta confundir a Dios con la creación. Sin embargo, este lenguaje puede extraviarnos al tentarnos a pensar principalmente en categorías filosóficas y no de acuerdo a la doctrina bíblica. Escrituralmente hablando, cualquier noción que haga desaparecer o despersonalice a Dios o que minimice su involucración activa en su creación con sus criaturas, es una noción que defrauda. Para los cristianos no es tan sólo asunto de recorrer el sendero establecido delante de nosotros y simplemente seguir los mandamientos de Dios. También está el punto de nuestra confianza en nuestro amado Padre celestial porque sabemos que Dios está continuamente guiándonos, dirigiéndonos, protegiéndonos, sustentándonos y velando sobre cada uno de nosotros de maneras especiales.
Sin embargo, con frecuencia el temor, la incertidumbre y la confusión, como lo señala G.C. Berkouwer, “abruman con gran fuerza los corazones de los creyentes”— considere a Job, los Salmos y Eclesiastés. Y entonces podemos vernos a nosotros mismos preguntando, “¿Tiene Dios un plan para mi vida?” y también “¿Puedo saber la voluntad de Dios para mí?” Preguntas como éstas están relacionadas con la providencia de Dios y la soberanía de su voluntad. Entendemos una porción de la voluntad de Dios porque Dios nos la ha revelado en su palabra escrita. Sin embargo, no podemos comprender una porción mayor de su voluntad porque el Señor ha decidido no revelarla a nosotros. Aquí los teólogos distinguen entre la “voluntad revelada” de Dios y su “voluntad secreta”. Fundamentan esta distinción en textos como Deuteronomio 29:29: “Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley”. De acuerdo con la voluntad revelada de Dios “el corazón del hombre piensa [planea] su camino”, pero en su voluntad secreta “Jehová endereza sus pasos” (Prov 16:9). Lo que la Escritura revela es algo que se puede saber, y todos los discípulos de Cristo son llamados a obedecer su Palabra porque es lo que Dios prescribe. Pero el carácter indiscernible de la voluntad secreta de Dios puede hacer que sea todo un desafío vivir por la providencia porque a veces nos encontramos a nosotros mismos en situaciones difíciles que desafían la explicación o que parecen no tener propósito. ¿Es la solución resignarnos simplemente al plan predeterminado y establecido de Dios? ¿Es la fe en la providencia de Dios y su voluntad soberana nada más que la confesión de un plan predeterminado? El libro de Proverbios provee una respuesta.
Una súplica proverbial para la providencia
En Proverbios, el creyente encuentra tanto principios generales como consejo específico para caminar sabiamente en “el temor de Jehová”. Aunque nos encontramos separados de este libro por abismos de tiempo y cultura, continúa cautivando nuestro interés por sus dichos directos y sus ocurrencias irónicas acerca del dinero, el matrimonio, la paternidad, la lujuria, la pereza, la honestidad, la arrogancia y la charlatanería. Nos habla de maneras fascinantes, como cuando señala la suave crueldad de una gotera constante (Prov 27:15); la cómica tristeza del engaño de la pereza (Prov 26:13); la segurísima nariz sangrante del que anda en pleitos (Prov 30:33), o el mareo de la adicción que se niega (Prov 23:34-35). No podemos alejarnos de esta colección de dichos sin haber sentido su picadura, su humor, su ironía, su ingenio, y más que todo, su dolorosa exposición de nuestras debilidades diarias y locuras culpables.
Pero justo cuando hemos estereotipado al libro de Proverbios como una colección de dichos que equipa al creyente con una medida de auto-confianza y entendimiento para andar conforme a la voluntad revelada de Dios, Proverbios 3:5-6 nos sorprende con su admonición, “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas”. Esto no es lo que muchos de nosotros esperaríamos de este libro en particular. Suena contrario a lo que consideramos que es el tenor y propósito del libro de edificar nuestro entendimiento para que podamos dirigir nuestras propios pasos de manera sabia.
Dios, en Quien confiamos
Proverbios 3:5-6 contrasta la confianza que debemos poner en Dios con la confianza que jamás debemos poner en nosotros mismos, aún si nuestro entendimiento se basa en proverbios divinamente inspirados. Estos dos versículos nos recuerdan que debemos comprometernos, nosotros mismos y nuestros caminos, de manera completa a Dios y que podemos confiar con toda seguridad en la promesa de Dios de guardarnos y gobernarnos en todos nuestros caminos. Los proverbios no nos dirigen simplemente a confiar en los propósitos de Dios sino a descansar en Dios mismo. Nuestro consuelo no se encuentra fundamentalmente en la idea de un sendero predeterminado sino en nuestra confianza en un Señor lleno de amor. Estamos llamados a confiar en Aquel que es digno de confianza y quien lleva a cabo sus propósitos de una manera totalmente santa, sabia y poderosa. Esto hace una gran diferencia cuando acabo de perder mi empleo, o cuando mi mejor amigo ha sido diagnosticado con una enfermedad terminal, o cuando nuestra iglesia está atravesando una inquietante controversia. En verdad qué confortante es en tales circunstancias volvernos y buscar ayuda en un Dios infinitamente poderoso, lleno de recursos y compasión, ¡en lugar de afirmarnos nosotros mismos con la idea de que Dios tiene un plan maravilloso para nuestras vidas! Podemos dirigir nuestra mirada hacia él con la fe de un niño, descansando en su amor inquebrantable, comprobado y fiel.
No debemos confiar en nosotros mismos o en nuestro entendimiento. El contraste clave aquí es entre nosotros y el Señor, entre nuestro entendimiento y el suyo. Algunas cosas son dignas de confianza, como el Señor. Algunas cosas no lo son, como nuestro propio entendimiento. Colocar este proverbio en el contexto de todo el libro pone de relieve el punto que, a pesar de toda la sabiduría y piedad que podemos obtener de los Proverbios, no obstante, si confiamos en nuestra propia sabiduría—no importa cuán bien informada pueda estar—y no tememos al Señor ni confiamos en él, entonces hemos pasado por alto el punto del libro. Como dice el libro, “el que confía en su propio corazón es necio” (Prov 28:26). La voluntad secreta de Dios se halla más allá de nuestra comprensión. No podemos descubrir ni entender de manera global y completa el plan maravilloso de Dios para nuestras vidas. De modo que, buscar establecer nuestros planes en la fuerza de nuestros ingenios santificados es confiar en lo que tiene origen en la criatura, en lo que es oscuro y con frecuencia inestable o poco confiable. El simple hecho de pensar no es poner “confianza en la carne”, pero poner la confianza en nuestro propio proceso de pensar ciertamente que sí es algo de la carne.
Reconociendo a Dios
Proverbios 3:5-6 nos llama a confiar totalmente en el cuidado de Dios, con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerzas. Nuestro compromiso debe ser total y exclusivo. El mandamiento de no tener otros dioses delante de él significa que darle a Dios la mayor parte de nuestro corazón no es lo mismo que darle a él la totalidad del mismo. Tal fe demanda que nos entreguemos nosotros mismos completamente a lo que él desea obedeciendo sus mandamientos. Pero aquí, una vez más, no debemos pensar en nuestra obediencia como algo separado de Dios y su cuidado providencial. Nos confiamos tanto a lo que Dios desea como a lo que está haciendo. Hemos confiado nuestra vida a la verdad revelada de Dios y a su persona. Tal compromiso global, que lo abarca todo—“en todos tus caminos”—significa que debemos confiar en Dios en cada paso de nuestro peregrinaje. Debemos someter a Dios todas nuestras creencias, decisiones, opciones, motivos, intenciones y planes, ya sean grandes o pequeños, presentes o futuros. Y debemos hacer esto en aquellos días agradables cuando el sendero es llano, abierto, confortable, fácil y nos conduce a “pastos verdes”, así también cuando se torna desagradable, cercado de espinas, en el que hay que llevar la cruz y cuando atraviesa el valle de la sombra de la muerte.
Una forma en que ponemos en práctica esta confianza en la providencia divina es al reconocerlo en todos nuestros caminos. En un sentido la Escritura está aquí alentándonos a “practicar la presencia de Dios”. Pero hay más en el panorama. Reconocer a Dios significa no simplemente ser conscientes de él y de su cuidado constante por nosotros sino también de consultarle todo sobre nuestros caminos. La gente sabia consulta a otros en busca de consejo y dirección (Prov 15:22). Así como Israel debía seguir la guía del Señor cuando viajaba en el desierto y buscar la voluntad del Señor antes de ir a la guerra, así hemos de reconocerle en todas las épocas de la vida, en las agradables y en las etapas de adversidad por igual. Si no vamos a confiar en nuestra propia sabiduría, entonces debemos buscar la de Dios.
Reconocemos a Dios estando de rodillas y con la Biblia abierta. Le llevamos a él en oración nuestras dificultades, preocupaciones, decisiones, planes y esfuerzos. Incluso podemos apartar ciertos períodos de tiempo para ayunar porque estamos particularmente dispuestos a reconocerle a él y su voluntad. El ayuno no hace que nuestras decisiones sean más santificadas o infalibles, simplemente enfatiza que no estamos confiando en nuestra propia fortaleza sino en la de él. Claro, escudriñar, estudiar, reflexionar y memorizar las Escrituras son cosas que nos enseñan cómo admitir y reconocer la voluntad, el poder, la sabiduría y la bondad de Dios de maneras prácticas. Por implicación, descuidar la oración o la Palabra de Dios, ya sea su lectura o en forma predicada, implica vivir como si Dios no estuviese allí o como si estuviese en silencio. No buscar el rostro de Dios, su consuelo, su paz, su sabiduría y verdad significa vivir como si no hubiese nada que reconocer excepto nuestra propia inteligencia. Piense en Abraham, que no armaba su tienda sin edificar un altar. Nosotros también, no debemos andar por la vida sin reconocer al Señor.
Reconociendo la buena providencia de Dios
El corazón de la doctrina de la providencia es que Dios es Aquel que preserva y gobierna todas sus criaturas y toda su creación. Pero el consuelo de la providencia especial de Dios es que él está velando por nosotros, sus hijos cristianos, de maneras más específicas y particulares. Él no solamente conoce nuestras vidas y necesidades individuales, sino que dirige nuestros senderos particulares— él enderezará nuestras veredas. Lo enderezado es algo que queda derecho, bien alineado. Esto tiene un sentido moral. Una persona mala es una persona torcida. Juan el Bautista preparó “el camino del Señor” haciendo “derechas sus sendas” (Mc 1:3). El Señor hace que nuestras veredas lleguen a estar derechas y que sean las mejores. Y así oramos que no nos dirija hacia la tentación y que nos libre de aquellos senderos torcidos que llevan a la destrucción.
Las veredas del cristiano no siempre llevarán a pastos verdes y delicados pero siempre son el mejor camino a la gloria debido a que Dios está en control. Cuando David escribe sobre la providencia especial de Dios sobre su vida en el Salmo 23, él inicia, no refiriéndose a Dios como su fuerza o su roca, su fortaleza o su libertador, su refugio o su escudo, su baluarte o su trompeta de salvación. En vez de eso, se refiere a él como su Pastor. Él recibe consuelo principalmente del hecho que Dios lo está vigilando de forma similar a la manera en que un buen pastor dirige, protege, cuida y vigila a sus ovejas. En verdad que nuestras sendas individuales han sido ordenadas por Dios, pero caminamos por estas veredas pre-ordenadas confiados en la persona que nos capacita para viajar a través de ellos por el poder de su Espíritu y su gracia, especialmente cuando se tornan arduos. Dios es justo, y su voluntad para nosotros también es justa. Él es totalmente sabio, y su voluntad en nuestras vidas es razonable. Él es fiel y lo que permite en nuestra vida es siempre algo tolerable para nosotros (1Cor 10:13). Él es abundantemente bueno, y lo que él establece delante de nosotros es lo mejor.
En este sentido, Proverbios 3:5-6 es el equivalente antiguo- testamentario de Romanos 8:28: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”. Pablo no escribió esto como una promesa a ser reclamada por aquellos que son pasivamente fatalistas en carácter sino por aquellos que aman activamente a Dios. Por ejemplo, el sendero de José lo llevó a través de una cisterna, las cadenas de la esclavitud y una mazmorra. Estuvo lejos de ser un sendero placentero y seguramente que en muchas ocasiones fue algo totalmente inescrutable para José quien pudo haberse preguntado por lo que estaba haciendo el Dios viviente. Pero cuando salió el sol, se negó a amargarse por la voluntad de Dios para su vida, y les confesó a sus hermanos que, a pesar de sus intenciones, Dios lo dirigió todo para bien (Gén 50:20; 45:8). Igual que Israel en el desierto, nuestros senderos a través de los desiertos de la vida puede que no siempre sean los más cortos, pero siempre están santificados y siempre son santificantes. Puede que no sean agradables, pero son perfectos para los propósitos de Dios. Como dice Sinclair Ferguson, el nuestro es un “sendero de gloria, a través de las tribulaciones”. Aún cuando dirijamos todo nuestro corazón, nuestra alma, mente, fuerza y caminos hacia él de acuerdo a su voluntad revelada, Dios habrá dirigido todos nuestros senderos directamente hacia él de acuerdo a su voluntad secreta. Puede que no la conozcamos, pero le conocemos a él y podemos confiar en él y su voluntad secreta.
Explorando Un Poco Más
No importa cuáles puedan ser nuestras circunstancias, necesitamos escuchar una vez más el llamado de Proverbios 3:5-6 de no confiar en nosotros mismos sino confiar en el Señor. Si estamos caminando en el sendero equivocad—el camino ancho y muy frecuentado que lleva a la destrucción—entonces debemos darnos cuenta de que debemos confiar en Jesucristo quien es el único camino. Si nos hemos extraviado del sendero estrecho y menos transitado porque hemos comenzado a confiar en nuestra propia perspicacia, sabiduría, fortaleza y limitado entendimiento, entonces necesitamos escuchar una vez más que Dios ha de ser reconocido en todo. O si estamos desanimados y cansados porque últimamente no hemos nada excepto desiertos y valles oscuros, entonces necesitamos recordar que Dios enderezará nuestras veredas en su propio tiempo perfecto. Necesitamos recobrar el ánimo recordando que el Señor hará lo que ha prometido y que nos guiará a cada paso a lo largo del sendero que él ha ordenado.
El Señor le ha probado su fidelidad a su pueblo mientras los ha pastoreado. Cuando Israel llegó al Mar Rojo y se hallaba arrinconado por el ejército del Faraón, Dios les dirigió a través de lo que parecía un obstáculo imposible. Israel pudo no haber discernido su voluntad secreta de antemano, pero podían confiar en él siempre. Mientras los hijos de Israel viajaban a través del desierto, Dios los alimentó con pan del cielo y les hizo salir a borbotones agua de la roca. Les dirigió con fidelidad desde la nube y desde la columna de fuego. Ellos no sabían hacia dónde los dirigiría, pero podían confiar en el Pastor de Israel. Él estaba comprometido a llevarlos hasta la Tierra Prometida, y les hizo el bien con base en esa promesa.
Así también el Buen Pastor nos dirige, protege, alimenta y nos fortalece, a nosotros, su rebaño actual, por su Palabra y su Espíritu. El Señor le prometió a sus discípulos que el Espíritu de Verdad los guiaría a toda verdad (Jn 16:13), y la Escritura promete que seremos guiados por el Espíritu Santo (Rom 8:14). La manera en que nuestro Pastor nos dirige es por medio de su Espíritu operando por y con la Palabra de Dios escrita en nuestros corazones y mentes. De este modo conocemos la voz de nuestro Buen Pastor y somos capaces de seguir su dirección. De este modo el Espíritu de Dios nos recuerda que hemos de confiar en las promesas del Señor y en su buena providencia hasta que nuestra vida finalice su curso señalado y seamos dirigidos hacia nuestra herencia celestial. Ya sea que el Señor nos dirija “junto a aguas de reposo” o que las aguas del mar “bramen y se turben”, no debemos temer ningún mal, pues él está con nosotros, en medio nuestro, y finalmente viviremos en la casa del Señor para siempre.
Debemos recobrar el ánimo al saber que hay un plan, pero no es un plan gobernado por la suerte. Nuestro Dios Trino ha ordenado nuestros pasos, pero más importante aún, él es más que capaz y está más que dispuesto a velar por nosotros para que no nos extraviemos. Nuestro Capitán, Dios el Hijo, ha ido delante de nosotros en su muerte y resurrección para asegurar nuestro paso seguro en este viaje hacia la Tierra Prometida celestial, donde nos dirigirá a aquellas fuentes celestiales de “agua viva” (Apo 7:17). Nuestro Consolador, Dios el Espíritu, testifica que Dios enderezará nuestras actuales veredas difíciles porque somos sus hijos y porque nadie puede arrebatarnos de su mano guiadora (Jn 10:28). Nuestro Dios y Padre nos ama y ha pre-ordenado nuestros caminos. Estos no siempre aparecerán ahora ante nosotros como partes de un plan maravilloso. Pero en verdad, son partes de un plan perfectamente bueno y exquisito. Nuestra responsabilidad no es simplemente confiar en Dios con respecto a su plan, sino confiar en Dios mismo, el Dios lleno de amor, quien ha llegado a grandes alturas para llevarnos hasta sí mismo.