Por Valentín Alpuche
Reforma Siglo XXI, Vol. 10, No. 2
Creo que cada uno de nosotros, en diferentes grados por supuesto, tenemos que admitir que no somos fanáticos de los reglamentos, trátese cualquier tipo de reglamento. Por ejemplo, el reglamento de tránsito al estudiarlo nos sorprende de cuántas reglas existen de las cuales la mayoría de la gente no tiene ni idea de que existen. Pero muchos cristianos a pesar de conocer las reglas, casi siempre las desobedecemos de una u otra manera. En esta ocasión aprenderemos una gran lección transmitida por Marcos al narrar un impactante acaecimiento en el ministerio de Jesucristo. En este incidente Jesús al sanar a un leproso hizo lo que era imposible para la ley, pero lo hizo en conexión cercana con la ley sin transgredirla. Veamos cómo se desarrolló este incidente mediante dos observaciones: Primero, la compasión de Jesús supera la Ley de Moisés, y segundo, la compasión de Jesús cumple la Ley de Moisés.
La compasión de Jesús supera la ley
Marcos 1:40 dice así: Vino a él un leproso, rogándole; e hincada la rodilla, le dijo: Si quieres, puedes limpiarme. No sabemos dónde se hallaba Jesucristo exactamente cuando sucedió este incidente, ya que Marcos no dice nada al respecto; pero en base al versículo treinta y ocho sabemos que él y sus discípulos ya habían salido de Capernaum para ir a predicar a otros lugares de Galilea. Además, la mención del leproso que se dirigió a Cristo nos ayuda a tener una mejor idea de su posible ubicación. Pero al hablar del leproso tenemos que trasladarnos al Antiguo Testamento donde encontramos información adicional útil para nuestro propósito. El libro de Levítico 13:45-46 dice: y el leproso en quien hubiere llaga llevará vestidos rasgados y su cabeza descubierta, y embozado pregonará: ¡Inmundo! ¡Inmundo! Todo el tiempo que la llaga estuviere en él, será inmundo: estará impuro, y habitará solo; fuera del campamento será su morada.
Esta regulación del Antiguo Testamento sobre los leprosos estaba todavía vigente en tiempos del Señor Jesucristo, y los judíos eran muy cautelosos para aplicarla en Israel. Fíjense bien que el leproso debería gritar en voz alta que era inmundo o impuro para que los demás lo detectaran y se alejaran de él para que no llegaran a contaminarse. Además el libro de Levítico nos dice claramente que la morada de los leprosos, es decir, el lugar donde de ahora en adelante vivirían, sería fuera del campamento y, en tiempos de Jesucristo, fuera de las ciudades y poblados. Ellos tenían que vivir aislados de la sociedad, tenían que ser recluidos en un lugar que estuviera fuera del alcance de la gente para que no contaminaran a los demás. Así pues, Jesucristo y sus discípulos muy probablemente (aunque no absolutamente) se hallaban en el campo de camino a otro poblado cercano cuando los abordó el leproso.
Ahora bien, un leproso obviamente es una persona que sufría de una enfermedad que se llamaba lepra. La lepra en la Biblia es una palabra que denota una variedad de enfermedades de la piel, es decir, la lepra se presentaba de diversas maneras. Pero, en general, podemos decir que la lepra era una terrible enfermedad que degradaba al enfermo físicamente hasta el punto de la muerte. Su piel, principalmente, llegaba a llagarse de tal manera que se le caía por pedazos; no había cura en ese tiempo, lo cual sugiere que un leproso era un muerto en vida. Nadie deseaba tener contacto con un leproso, e inclusive sus familiares se alejaban de él. Un leproso vivía una situación lastimera y condenada.
Pero además de la marginación física del leproso, lo cual ya era suficiente para vivir estigmatizado durante toda su vida, había una razón aun más poderosa por la cual el leproso debería vivir recluido. Esta razón de la reclusión de los leprosos era que ellos contaminaban o hacían inmundos a los sanos, y los incapacitaban ritualmente o ceremonialmente para tener acceso al templo y a las sinagogas; es decir, si un leproso te tocaba, automáticamente eras inmundo y no podías participar de la adoración de Dios hasta que siguieras un ritual de purificación. En otras palabras, el leproso estaba imposibilitado de por vida para participar en la adoración publica de Dios. Luego entonces, el leproso no solamente cargaba en su propio cuerpo la terrible enfermedad de la lepra, sino aunado a ello él tenía que sufrir el desprecio de todos los demás por llevar en su propio cuerpo las marcas de una enfermedad maldita que lo excluía del pueblo de Dios.
Los leprosos sabían muy bien porque la ley se los prohibía tajantemente que no debían acercarse a una persona sana, pero Marcos de una manera conmovedora nos habla del atrevimiento de un leproso al aproximarse a Jesucristo. Lo más probable es que este leproso ya había oído la fama de Jesucristo, y confiaba en que si se acercaba a él para pedir su ayuda, Jesucristo no lo rechazaría. Imagínense a sus discípulos y a los demás que seguían a Jesucristo al percatarse de la presencia del leproso. Tal vez al divisar de lejos a Jesucristo, el leproso empezó a gritar ¡inmundo! ¡Impuro! Para que los demás se percataran y se alejaran, y así poder acercarse a Jesucristo. En tiempos de Jesucristo no existía ninguna cura para la lepra, y había un dicho entre los judíos que decía así: curar a un leproso es tan difícil como resucitar a un muerto. Este dicho quería decir que era imposible sanar a un leproso, no había cura para él y estaba condenado a la muerte; por eso es que un leproso era un cadáver andante. P
or tal razón el leproso, consciente de su situación, llegó a Jesucristo rogándole, suplicándole, arrodillándose y con el rostro en tierra (Lc 5:12), y le dijo: Si quieres, puedes limpiarme . La petición del leproso supone que nadie más era capaz de ayudarlo, y mucho menos de sanarlo. Asimismo indica que el leproso aunque sabía que era imposible para los humanos sanarlo de su enfermedad, sabía que en Jesús sí tenía esperanza de ser sanado. Por eso es que él dijo: si quieres. Es decir, el leproso estaba reconociendo que Jesús sí podía limpiarlo de su lepra, pero también reconocía que dependía enteramente de la voluntad de Jesucristo, de la misericordia de Jesucristo, de la compasión de Jesucristo, y no dependía de la insistencia del leproso. Que el leproso reconocía el poder de Jesucristo es lo que demuestra la segunda parte de su petición al decir: si quieres, puedes limpiarme. Es decir, Jesucristo sí tenía el poder para limpiarlo completamente. ¡Qué escena tan conmovedora e impactante! El leproso postrado en tierra ante Jesucristo, y Jesús parado ante él observándolo.
¿Cuál fue la reacción de Jesucristo? Supongo que sus discípulos y los demás se habrían alejado del leproso por temor a ser contaminados, pero ¿qué hizo Jesús? Dice el versículo 41: Y Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio. La expresión teniendo misericordia de él está cargada de significado ya que denota que todas las entrañas de Jesucristo se conmovieron al ver a este hombre postrado ante él. No fue cualquier acto de condescendencia, sino uno en que todo el ser de Jesucristo se conmovió y se compadeció plenamente a causa de ese pobre y miserable hombre. Jesús fue tocado hasta lo más profundo de su ser. Este hecho nos enseña algo sumamente consolador: Jesucristo no es ajeno ni indiferente a tus sufrimientos, sino que él se compadece de ti, él sabe lo que es sufrir porque él sufrió inclusive mucho más que el leproso al sobrellevar la ira misma de Dios en la cruz.
Pero Jesucristo no solamente fue movido a misericordia y nada más, sino que su compasión lo impulsó a la acción. Inclusive Jesucristo hizo lo que ningún judío haría; Jesucristo hizo lo prohibido y condenado por la ley. Él tocó al leproso. Sí, lo tocó. Jesucristo tocó al intocable, Jesucristo tocó al marginado y despreciado. ¿Se dan cuenta? Jesús cargó sobre él mismo la enfermedad inmunda del leproso para que éste fuera limpio. ¿Saben? Jesús también no se avergüenza de ti ni de mí a pesar de nuestra inmundicia y escoria; al contrario, él abre sus brazos para recibirte con gran compasión. Pero eso no es todo, sino que en la última parte del versículo 41 Jesucristo le dijo al leproso lo que éste con todas sus fuerzas deseaba oír: Quiero, sé limpio. Gracias a Dios por la voluntad de Jesucristo al hacerse nuestro Salvador; nadie lo obligó sino que voluntariamente se hizo pecado para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él. Nadie obligó a Jesucristo, sino que voluntariamente sanó al leproso. Su misericordia se concretizó al sanarlo; su misericordia no fue solamente un sentimiento de lástima y nada más, sino que lo llevó a la acción declarando que lo sanaba por puro amor. ¡Qué gran amor!
Dice el versículo 42: Y así que él hubo hablado, al instante la lepra se fue de aquél, y quedó limpio. Aquél que apenas un segundo atrás era despreciable, condenado a morir, intocable, inmundo, ahora está completamente limpio. Ya no más desprecio, ya no más esquivaciones de la gente, ya no más marginación, ya no más exclusión de la adoración del Dios Santo y Puro. Jesucristo lo hizo puro y limpio para estar delante del Dios Santo de Israel. Lo que la Ley no pudo hacer, Jesucristo lo hizo. La condena de la Ley fue sustituida por la bendición de ser sano y restaurado. Jesucristo vino a instaurar el reino de Dios que no despreció a la Ley, pero que sí la superó y con mucho. Ahora todos los espectadores de tan magnífico milagro podían acercarse uno por uno al leproso y constatar que estaba sano completamente, pero Jesucristo no se detuvo ahí, sino que prosiguió a ordenarle severamente algo muy importante.
La compasión de Jesús cumple la ley de Moisés
Los versículos 43-44 dicen así: Entonces le encargó rigurosamente, y le despidió luego, y le dijo: Mira, no digas nada a nadie, sino ve, muéstrate al sacerdote, y ofrece por tu purificación lo que Moisés, para testimonio a ellos. Después de una gran demostración de la misericordia de Jesús, ahora leemos que ordenó rigurosamente al leproso que no diera a conocer a nadie nada de lo que había sucedido. Es interesante que Jesucristo le encargara rigurosamente al leproso que acatara esa orden. ¿Por qué? Bueno la misma orden de Jesucristo nos da la clave para entender por qué razón le dio dicha orden al leproso. Jesucristo le dijo que antes de hablar acerca del milagro, primero se mostrara al sacerdote presentando una ofrenda por su purificación de acuerdo a la ley de Moisés. Esto significa que Jesucristo no vino a desobedecer la ley de los judíos, que era la ley de Moisés. Jesucristo mismo era judío, y él se acataba a esa ley. Él no era un revolucionario que despreciaba la ley; todo lo contrario, de este milagro nos damos cuenta que Jesucristo mostró un gran respeto a la ley.
La ley de Moisés se refiere a los primeros cinco de la Biblia, que también se conocen como el Pentateuco. Especialmente la regulación con respecto a los enfermos de la lepra se halla en libro de Levítico en el capítulo 14, en donde los leprosos en caso de que quedaran sanos tenían que seguir todo un ritual de purificación delante del sacerdote para que entonces fueran declarados oficialmente limpios y sanos, y así pudieran desarrollar una vida normal en Israel. Incluso algunos comentaristas de la Biblia opinan que el sacerdote le concedía al leproso sanado un documento que constaba su sanidad y purificación de tal manera que nadie, de ahora en adelante, los pudiera repudiar por haber sido leprosos anteriormente. Recuerden que el leproso le dijo a Jesucristo: si quieres, puedes limpiarme, y la petición del leproso no solamente solicitaba sanidad física sino también incluía la pureza que necesitaba para que pudiera participar nuevamente de la adoración de Dios y desarrollar una vida normal. Aunque Jesucristo al sanarlo lo dejó completamente limpio y puro, sin embargo Jesucristo no socavó la ley ignorándola. Jesucristo sabía que para que el leproso quedara formal y oficialmente limpio tenía que presentarse ante el sacerdote para que éste lo declarara limpio.
Por esa razón Jesucristo lo envió al sacerdote. ¿Recuerdan que dijo Jesucristo en Mateo 5:17? Él dijo: No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Y precisamente al ordenarle rigurosamente al leproso que siguiera al pie de la letra la ley de Moisés para la purificación, Jesucristo estaba poniendo en práctica lo que dijo en palabras sobre el cumplimiento de la ley. Así pues, aquéllos que piensan que Jesucristo llegó a Israel devaluando, desobedeciendo y transgrediendo la ley de Dios, están muy equivocados, y como cristianos tampoco tenemos que vivir en desacato de la ley. Jesucristo nunca lo hizo, nosotros tampoco tenemos que hacerlo. La compasión de Jesucristo no estaba en contra de la ley, sino de acuerdo con ella. Pero, como dijimos anteriormente, podemos ver que la misericordia de Jesucristo sobrepasó a la ley. La misericordia de Jesucristo es mayor que la ley, porque esta es la misericordia derramada plenamente en la manifestación del reino de Dios a través de la persona de Jesucristo. Además este milagro era una prueba contundente del poder y del amor de Jesucristo que la ley no podía otorgar a los judíos, y por eso es que Jesucristo le dijo al leproso: preséntate al sacerdote para que tu caso sea una prueba irrefutable de que uno mayor que la ley ha llegado a Israel. Esta es la idea que transmite la última parte del versículo 44 que dice: para testimonio a ellos. Así es. Los sacerdotes que odiaban a Jesucristo al ver que el leproso estaba completamente sano, tendrían que reconocer que Jesucristo efectivamente lo había sanado y limpiado completamente. Nuevamente no pierdan de vista aquí que Jesucristo el Hijo de Dios no actuó en contra de la ley, sino a favor de la ley.
Esta orden de Jesucristo al leproso nos transmite un gran principio para nuestra vida como cristianos tanto en el mundo, y especialmente en la iglesia: no desacates la ley; más bien, cumple la ley; respeta a las autoridades, ya que haciendo esto estarás obedeciendo a Dios quien en último análisis es el dador de toda ley. Esto es muy importante de practicar ya que nuestra naturaleza caída siempre tiende a hacer lo contrario. No queremos someternos a nadie, y preferimos seguir nuestras propias reglas; pero en el reino de Dios tenemos que seguir las reglas que el Rey Jesucristo ha establecido. Tristemente el leproso en vez de seguir al pie de la letra la orden de Jesucristo, la desacató totalmente haciendo todo lo contrario a la orden de Jesucristo. Esto es lo que finalmente dice el versículo 45: Pero ido él, comenzó a publicarlo mucho y a divulgar el hecho, de manera que ya Jesús no podía entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera en los lugares desiertos; y venían a él de todas partes. No incumplamos las leyes del reino de Dios, sino vivamos en obediencia por las bendiciones que Jesucristo ha derramado en nuestras vidas. Aún a pesar de nuestra contravención a las leyes divinas, Jesucristo nos muestra su misericordia haciendo con nosotros mucho más allá de nuestras expectativas.
Conclusión
Jesucristo superó a ley trayendo sanidad y pureza a un muerto en vida, asegurándonos con ello que ahora grandes bendiciones nos esperan en Jesucristo, pero eso no nos excusa para desobedecer sus mandamientos. Vivamos en gratitud acatándonos a sus mandamientos respetando las leyes que él ha establecido. Gloria a Dios por la gran misericordia de Jesucristo mostrada al leproso, en el cual cada uno de nosotros nos hallamos representados en nuestra miseria de la cual Jesucristo nos ha rescatado maravillosamente.