Por Guillermo Green
Reforma Siglo XXI, Vol. 12, No. 1
Es el año 2099. La sociedad ha avanzado bastante, pero todavía las personas se enferman. Aunque la medicina ha avanzado tanto, de vez en cuando alguien se siente mal, o se enferma. Un día Jorge amaneció muy mal. Todo le dolía. Es más, nunca se había sentido tan mal en su vida. Rápidamente mandó un vozgram a su lugar de trabajo, avisando que no iba a presentarse. A la vez, marcó el código #X911 para sacar una cita con el médico. —¡Qué bueno la eficiencia de las cosas hoy!— pensó. Su abuela le contaba de los días cuando se tenía que sacar citas por un aparato llamado ‘teléfono’ y esperar medio día o hasta varios días para una cita. ¡Qué horror!
Bañado y listo, Jorge tomó el tren eléctrico al médico. Tuvo que cambiar trenes en el centro, y se quejaba bajándose y subiendo al tren. —¡Nunca me ha dolido mi cuerpo como hoy!— pensaba. —Espero que no sea nada serio—. El tren siguió en silencio hasta llegar cerca de la clínica. Una caminata pequeña y llegó al consultorio. El zacate artificial era verde y bonito, nunca necesitando ningún cuidado. Y los árboles plásticos se parecían tanto a los verdaderos, que Jorge tuvo que mirar dos veces.
Una vez adentro, una enfermera lo pasó adelante inmediatamente, y le tomó el pulso, la presión, miró en sus ojos, e hizo todos los exámenes preliminares. —¿Cómo me ves?— preguntó Jorge.
—Te veo muy bien—, sonrió la enfermera. —¿Te sientes muy mal?—
—Horrible—, gimió Jorge. —Siento como si me fuera a morir—.
—¡Ay! No diga eso—, exclamó la señorita. —Hay que tener pensamientos positivos—.
—Bueno, bueno. Es un decir—. Jorge se recostó en la silla en que se sentaba. No había transcurrido cinco minutos, cuando el doctor lo llamó a que pasara a otro cuarto. El doctor era conocido por Jorge, aunque no había venido muchas veces. Todos decían que era muy buen médico. Tenía excelentes modales, te hacía sentirte muy bien. Siempre sonreía y de vez en cuando te contaba un chiste.
—Vamos a ver qué es lo que te pasa, mi querido Jorge—, dijo el doctor, sacando su estetoscopio. Comenzó a escuchar por todo lado, mientras le pedía que respirara fuerte.
—Mmm—, dijo el doctor. —No se oye nada fuera de lo normal. Tus pulmones y bronquios están libres—.
—Me duele todo—, dijo Jorge por décima vez ese día.
—¡Me duele hasta el pelo!—
—Acuéstese boca abajo—, le pidió el médico. —Vamos a hacer otros exámenes—. El doctor le revisó todo su cuerpo, volteándolo para acá y para allá. Al final le dijo, —Jorge, no encuentro mayor cosa. Estás resfriado. Toma las pastillas que la enfermera te dará, y guarda reposo hasta que te sientas mejor—.
—¿Qué?— exclamó Jorge. —Yo sé lo que es un resfrío, y tengo algo mucho más serio. ¿Por qué no me hace algún examen de sangre?—
—Ya no se hacen esas cosas—, sonrió el doctor. —¿Dónde oíste de eso?—
—¡Cómo que ‘ya no se hacen esas cosas’! ¡Todos sabemos de exámenes de sangre!— Jorge se estaba enojando. —¿Qué pasa si tengo una infección bacteriana, qué pasa si tengo el virus aviario, o porcino, qué pasa si tengo amebas?—
—Yo no sé nada de lo que estás hablando. He oído de algunas de esas cosas, como que se daban en la antigüedad, pero los médicos ya no hablamos de ellas. Mira, yo soy el profesional. Cálmate y hazme caso—. El doctor comenzó a quitarse los guantes de látex en señal que había terminado.
—Un momento, un momento— presionó Jorge. —Mi abuelo me contaba muchas veces cómo funciona una infec- ción viral, o bacteriana. Por ejemplo, me decía que las bacterias invaden el cuerpo, y si el sistema inmune está débil, la bacteria se multiplica muy rápido. Solamente un antibiótico puede combatirla. Tal vez necesito un antibiótico—.
—Mira Jorge—, habló el médico, siempre sonriendo. —El asunto es muy sencillo. Tú estás complicando todo el pano- rama. Mira, tú pagas la cita, yo te receto las pastillas. No hay más que decir. Ahora, vete tranquilo y no te preocupes—. El doctor puso su brazo en los hombros de Jorge. Jorge no se dejó tan fácil. Volvió una vez más hacia el doctor.
—Doctor. ¿Puedo hacerte una pregunta?—
—Claro—, afirmó el médico.
—¿Cuáles antibióticos tienes aquí en tu clínica?—
—Este,— hizo una pausa el doctor, pensando. —Los ‘antibióticos’, esos eran para ácaros, ¿verdad? Es que ahorita no recuerdo, pero debe de haber algo por ahí. ¿Por qué preguntas?—
—¡¿Por qué pregunto?!— Jorge no podía creer lo que le
estaba pasando. —¿Tú estudiaste medicina?—
—Pues, algo. Pero hoy en día los médicos dependemos más de nuestra intuición para diagnosticar a las personas, que otra cosa. La vieja forma de prepararse para ser médico era muy tediosa, duraba muchos años, algunos se suicidaban, y todos los médicos decidimos que era mucho mejor para nosotros dejarnos llevar por nuestra intuición. Yo acierto casi el 50% de las veces que tengo que recetar algo—.
Jorge no podía creer lo que estaba oyendo. —Tú … tú ¿no estudiaste? … ¿Te dejas llevar por tu intuición? ¿Un 50%…?—
—Sí señor—, continuó el doctor con mucha confianza. — Soy mejor que la mayoría, por eso cobro un poquito más. Bueno, un poco más que un poquito más, pero ¡la gente paga!
¡Eso es lo importante! ¿Verdad?—
—Eh, sí, me imagino,— Jorge estaba como en una neblina.
—¡No!— gritó. Las otras enfermeras se acercaron, oyendo el escándalo. —¡No es lo importante! ¡Lo importante es curar a las personas! ¡Tú estas aquí por puro negocio! No estudiaste, no sabes de enfermedades, ni sabes qué es una bacteria, no tienes medicinas, ¡esto es un fracaso!— El doctor puso su mano en el brazo de Jorge para calmarlo, pero Jorge brusca- mente la quitó. —¿Sabe qué?— dijo Jorge.
—¿Qué?— le quedó mirando el doctor, mientras su sonrisa pintada se desvanecía poco a poco.
—Te voy a denunciar. Tú eres un fraude. No eres médico. Yo estoy enfermo, me siento mal, y he venido ¡ante un fraude!
¡Te voy a denunciar!—
La sonrisa del doctor volvió. —¿Ante quién?— preguntó sencillamente.
—Ante el colegio de doctores. Tienen que saber que hay un fraude entre ellos—.
—Yo soy el presidente del colegio de médicos—, dijo el doctor, con su sonrisa más grande que nunca. —Yo soy el mejor médico de todos, por eso me eligen año tras año. ¡Todos confían en mí!—
—¿Qué?— Jorge no podía creer lo que estaba oyendo. Lentamente le llegó las implicaciones de lo que estaba diciendo el doctor. Todos eran iguales. Ninguno sabía nada. Ninguno había estudiado. Ninguno tenía medicinas… a nadie real- mente curaban. Los empastillaban, nada más.
—¿Qué tipo de pastilla me estás recetando?— preguntó Jorge. —¿La puedo tomar ya?—
—¡No, no!— movió su cabeza el doctor. —Tienes que tomarla en casa, y no salir—.
Jorge ya entendió todo. Los pobres enfermos que iban a los médicos fraudulentos recibían simplemente una droga para que no sintieran más sus dolores. Los médicos cobraban, la gente se drogaba, y así se concluía el negocio redondo. ¡Qué tristeza! ¿Qué se podía hacer? Sin decir otra palabra, se dirigió hacia la puerta.
—¡Tus pastillas!— dijo el doctor.
—No gracias— le respondió Jorge. —Prefiero sentir todo el dolor de cuerpo que tengo, antes que tomar tus drogas. Por lo menos sé que estoy vivo así. Buscaré hasta encontrar un verdadero doctor que se preocupe por más que dinero—. Le tiró la puerta, saliendo de la clínica, cruzando el patio con plantas artificiales…
1. ¡2099 Hoy!
La triste verdad es que vivimos hoy el año 2099. Y lo estamos viviendo de una manera más peligrosa de la que vivió Jorge, porque se trata de las almas eternas de las personas. Una terrible mayoría de ‘médicos espirituales’, es decir, los pastores y líderes, no sólo no tienen preparación teológica, sino que tampoco tienen ninguna medicina. Al igual que el doctor del pobre Jorge —unos pagan para que otros los droguen. Punto y final.
2. Médicos sin preparación
La iglesia evangélica en América Latina ha sido influenciada en gran parte por el chamanismo pagano. El chamán no tiene necesidad de estudiar para prepararse. Él está en contacto con las fuerzas poderosas de la naturaleza mediante experiencias místicas. Para activar sus poderes, sólo hace falta que se le pague la cuota acordada, y el chamán puede hacer la operación necesaria. Claro, si hay situaciones más importantes o más graves, el chamán a veces pide mayores sacrificios del pueblo.
Hay varias vertientes por las cuales el chamanismo ha entrado en la Iglesia hoy. En Estados Unidos un semipaganismo viene creciendo en sectores minoritarios de las iglesias evan- gélicas desde los años 1800. Hoy los representantes como Paul Crouch, Benny Hinn y otros no sólo hacen sus operaciones chamanísticas ante miles de adeptos, sino que han logrado exportar sus soplos santos, pañuelos benditos, y ritos mágicos a otros continentes. América Latina ha sido uno de estos. El chamanismo entró a la iglesia evangélica también
por medio de fuentes autóctonas. La ‘evangelización’ Católicorromana realmente nunca erradicó el animismo y chamanismo de las tribus indígenas que fueron conquistadas. El Catolicismo se mezcló, creando el ‘Catolicismo popular’, el cual retiene no sólo ritos antiguos, sino más importantemente, sigue promoviendo una cosmovisión chamanística de mundo. La persona ‘católica’ común no tiene muchos problemas con ir a misa el domingo, y entre semana consultar con una medium, leer el horóscopo, regar agua bendita, y colgar algún objeto para suerte en su casa, mientras se prepara para asistir algún ‘novenario’ u otro rito de la religiosidad Católica popular semipagana. La cosmovisión del católico nominal se asemeja más al animismo antiguo que el Cristianismo bíblico.
¡Llegaron los evangélicos! Y arrasaron con sus campañas y su ‘evangelización’. Miles y miles salieron de la iglesia Católica a las iglesias Pentecostales. Se decía que estábamos viendo una época aún más importante que la Reforma Protestante. Pero, ¿cuál ha sido el fruto?
Resulta que las iglesias pentecostales en gran parte, y especialmente las neopentecostales, no exigían ninguna conversión real. Lo único que pedían era cambiar la forma de practicar su religión, pero siguió la misma cosmovisión chamanística. Simplemente se cambiaba chamanes —el sacerdote por el pastor. Simplemente se cambiaban ritos— agua bendita de la virgen por aceite ungido del apóstol. Simplemente se cambiaba las ‘ayudas’ espirituales —santos por ‘ungidos’. Pero la cosmo- visión pagana quedó totalmente intacta. Probablemente esto es la razón por la cual muchos evangélicos pudieron volver tranquilamente a la iglesia Católica. Pasarse de una a otra no requiere ningún cambio en el fondo de su comprensión del mundo. Ahora no tengo las citas, pero en dos ocasiones he leído neopentecostales que dicen que sólo el pentecostalismo pudo establecer unidad con los Católicos. ¡Por supuesto! En el fondo comparten demasiado.
Lo importante para nuestro tema es lo siguiente: los chamanes evangélicos son peores que sus antecesores Católicos. Los sacerdotes Católicos, si bien nunca estudiaron la Biblia, por lo menos estudiaban un poco de latín, de historia, de filosofía, y sabían un poco de lo que era ‘ortodoxia Católica’. Los ‘pastores’ evangélicos modernos no sienten ninguna motivación de estudiar nada, a menos que sea algún folleto, o asimilar algún seminario de su ‘apóstol’ favorito. Ciertamente no conocen en absoluto lo que es ‘ortodoxia Protestante’.
Al igual que el doctor de Jorge, muchos pastores evangélicos hoy dirigen a sus pacientes por pura intuición. Por cierto, ellos lo llaman —dirección del Espíritu Santo—, pero no es más que una actitud de jugarsela. Como el doctor que quizás había oído de los ‘antibióticos’, pero no hallaban ningún motivo por estudiar, muchos pastores hoy son analfabetos en biblia y en teología. Pero siguen recibiendo su pago…
3. Médicos sin medicina
Es obvio que el médico que no tiene preparación no puede recetar la medicina correcta. Y es por eso que el doctor de Jorge (¡junto con todos sus colegas!) optaron por recetar una droga que durmiera al paciente, esperando que se curara solo mientras dormía. Pero cuando se trata del cuidado de las almas que tienen una enfermedad mortal, cuando se trata de personas de carne y sangre que agonizan con luchas y aflicciones, se vuelve impensable que alguien fuera tan sinvergüenza como para recibir pago ¡sin poder ofrecer nada! Me refiero a pastores que reciben un salario —o más— sin saber qué medicina dar, y sin saber siquiera cuál es la enfermedad.
A menudo pregunto a la gente, —Para ud., ¿qué es el Evangelio? ¿Qué es la esencia del Evangelio?— Tristemente, demasiados evangélicos no pueden responder bien. Algunos que son honestos sencillamente me dicen, —No sé—. Pero, ¿cómo es posible que hay personas en tantas iglesias que no tengan idea de lo que necesitan, o lo que deben recibir?
Pero la situación se vuelve aún peor —¡si fuera posible! Ya que muchos falsos maestros no saben qué administrar, inventan su propia droga para que todos estén en estado de hipnosis religiosa, y así no sienten el peligro espiritual que se avecina. La creatividad para inventar drogas religiosas es real- mente admirable. Las diversas ‘modas’ que la iglesia evangélica ha presenciado en los últimos cien años es impresionante. Pero todas estas drogas son para dormir la sensibilidad y cons- ciencia de la persona, para que no pregunte: —¿Qué debo hacer para ser salvo?—
4. Médicos que se apoyan entre sí
El pobre Jorge se quedó sin poder siquiera denunciar al doctor, porque todos estaban juntos en el mismo juego. Algo parecido está pasando hoy. En la Alianza Evangélica de Costa Rica, existe un Reglamente interno, y también una Declaración de fe. En estos documentos hay una normativa de doctrina y conducta, inclusive respecto a los dineros recaudados. Sin embargo, muchos pastores violan estas normas, pero ninguno
es censurado. Varios individuos han reclamado estos hechos, sin nunca haber podido lograr un saneamiento de situaciones obvias.
Hace poco un canal en la televisión realizó una serie sobre algunas mega iglesias en Costa Rica, destacando el uso cuestionable de las ofrendas, y la poca transparencia de los pastores. ¡Vieras como corrieron estos pastores para reunirse y planear cómo apoyarse! Un amigo mío tiene su oficina a la par del lugar de reuniones, y me contó que fueron varias las
—reuniones de emergencia—. Todos se apoyan entre sí. No hay cuerpo eclesiástico que denuncie el fraude.
Médicos sin preparación, médicos sin medicina, médicos que son intocables. Estamos mal.
2099 —¡ya llegó!