Por Peter Jones
Reforma Siglo XXI, Vol. 15, No. 2
“Si fueren destruidos los fundamentos, ¿Qué ha de hacer el justo?”
— Salmo 11:3
Todavía estoy intentando asimilar las implicaciones del juicio emitido por la Corte Suprema de Estados Unidos sobre la Ley para la Defensa del Matrimonio (DOMA por sus siglas en inglés). No se me quita la convicción que están derrumbándose los últimos vestigios de la civilización occidental judeo-cristiana. El juez Kennedy defendió su voto declarando que DOMA había sido creada con base en odio hacia los homosexuales, y por eso debía ser eliminada.
Pero las Escrituras son totalmente claras. El fundamento para la sociedad humana fue establecido por un acto especial de Dios, cuando creó primero a un hombre, y luego a una mujer, ambos hechos a su imagen. Ellos tenían la tarea de señorear en la tierra por medio de un matrimonio que producía vida y civilización.
Este concepto ha sido el cimiento de la civilización occidental durante dos milenios. Antes del cristianismo, el mundo grecorromano permitía todo tipo de expresión sexual, y todo tipo de opinión sobre Dios. Ahora el Occidente está regresando a estos valores paganos en el nombre de “libertad, amor, derechos civiles, diversidad e igualdad”. Tales “valores” nos liberan de las normas establecidas por nuestro Creador. Ganaron la batalla religiosa Darwin y Marx. Nuestra cultura ya no cree que fue Dios quien creó el cosmos, ni que colocó el matrimonio heterosexual como fundamento para la sociedad. Las personas hoy todavía quieren ser “espirituales”, y tener valores morales, y un sentido de propósito para nuestras vidas. Pero desean estas cosas sin el Creador personal que define nuestra existencia. Y es así entonces que la práctica del homosexualismo demanda “matrimonio gay” como el rito que lo legitima, sin ninguna base en las Escrituras. Un sacerdote liberal Episcopal, L. William Countryman, define el matrimonio gay (que él apoya totalmente) de la siguiente manera:
El matrimonio es la unión de dos adultos, quienes comparten enteramente sus vidas el uno con el otro. Es la celebración de una intimidad particular y la creación de un hogar… La celebración no es sólo para ellos… es una celebración de un ladrillo nuevo en el edificio de la comunidad. Tiene que abrirse a la comunidad. Sirve como centro de hospitalidad, generosidad, esperanza, y contribuye a la comunidad en general… Debe ser un sacramento. Porque los sacramentos no miran hacia nosotros. Son proclamaciones del Evangelio.
Hay varios problemas con esta definición del matrimonio. El primero consiste en el concepto de “intimidad”. Una vez que usted abre la puerta del matrimonio a dos personas cuales- quiera que comparten “la intimidad”, se sigue que hay todo tipo de parejas que puedan reclamar el “sacramento”, como por ejemplo un padre con una hija adulta, o un padre con un hijo adulto, o una madre con una hija adulta. Además, ser sólo “dos” no es esencial si el principal criterio es la intimidad. Y esta es la razón por la cual el ACLU (organización anticristiana que apoya “derechos civiles” en EEUU) no sólo está intentando crear un derecho constitucional al matrimonio gay en todos los 50 estados, sino que también apoya el matrimonio polígamo. Pero sobre todo, el matrimonio gay no expresa el Evangelio.
El “misterio” del Evangelio (Efesios 5:31) se manifestaba antiguamente en la declaración divina acerca del matrimonio heterosexual antes de la caída en el pecado. Pablo llama esta relación “natural” (Romanos 1:26). Ahí Dios declaró: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2:24). El Evangelio se trata de nuestra relación con nuestro Creador, quien creó el matrimonio heterosexual (‘hetero’ significa ‘diferente’), señalando que el Dios radicalmente diferente a nosotros “se casa” con nosotros mediante la muerte expiatoria de su Hijo. Dios se une a su Iglesia en una relación “hétera”, una relación entre “diferentes” pero de intimidad. Nunca se podrá expresar el Evangelio por medio del matrimonio gay, y por eso el matrimonio gay es “contrario a la naturaleza”, es decir, es contrario al Dios Creador del Evangelio.
En su esencia, la homosexualidad expresa intimidad con otro ser igual (“homo” significa “igual”). Algunos eruditos homosexuales afirman que la homosexualidad es el “sacramento” de la idea pagana del “dios que está dentro de nosotros”. Ese dios es “igual” a nosotros. Tristemente, el “matrimonio gay” es una falsificación del original genuino, y como un billete falso, logra engañar a algunos durante un tiempo. Pero ¿qué será de una “civilización” fundamentada sobre una falsificación, completamente zafada del designio del Creador? El profeta Amos nos da alguna idea con sus palabras al Israel rebelde:
He aquí vienen días, dice Jehová el Señor, en los cuales enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de Jehová … Ellos (los no creyentes) caerán, y nunca más se levantarán (Amos 8:11,14).
Qué Dios conceda que oigamos nuevamente el Evangelio genuino, incluyendo el llamado al arrepentimiento por el pecado, y el glorioso ofrecimiento del perdón de Dios: “Que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación” (2 Corintios 5:19).