Por Michael Horton
Reforma Siglo XXI, Vol. 18, No. 1
El mundo está lleno de gente ambiciosa. Sin embargo, Pablo dijo: “Siempre ha sido mi ambición predicar el Evangelio donde Cristo no era conocido”(Romanos 15:20). Puesto que Dios ha hablado con tanta claridad y salvado tan definitivamente, el creyente es libre de adorar, servir y glorificar a Dios y gozar de él para siempre, a partir de ahora. ¿Cuál es la ambición del movimiento evangélico?
¿Es agradar a Dios o agradar a los hombres?
¿Se encuentra nuestra felicidad y alegría en Dios o en alguien o algo más? ¿Es nuestro culto entretenimiento o adoración? ¿Es la meta de nuestras vidas la gloria de Dios o nuestra auto-realización? ¿Vemos la gracia de Dios como la única base para nuestra salvación o estamos buscando todavía algo del crédito para nosotros mismos? Estas preguntas revelan una centralidad humana evidente en las iglesias evangélicas y el testimonio general de nuestros días. De hecho, Robert Schuller dice que la Reforma “incurrió en error porque se centró en Dios en lugar de centrarse en el hombre”, y George Lindbeck de Yale observa la rapidez con que la teología evangélica ha aceptado este nuevo Evangelio: “En los años cincuenta, se necesitaron liberales para aceptar a Norman Vincent Peale, pero como indica el caso de Robert Schuller, hoy los conservadores profesos se lo tragan”.
Muchos historiadores miran hacia atrás, a la Reforma, y se admiran ante sus influencias de largo alcance en la transformación de la cultura. La ética del trabajo, la educación pública, el mejoramiento cívico y económico, un renacimiento de la música, las artes, y un sentido de que toda la vida se relaciona de alguna manera con Dios y su gloria: Estos efectos hacen que los historiadores observen con un sentido de ironía cómo una teología del pecado y la gracia, la soberanía de Dios sobre la impotencia de los seres humanos, y un énfasis en la salvación por gracia aparte de las obras, podría ser el catalizador para una transformación moral tan energética. Los reformadores no se propusieron poner en marcha una campaña política o moral, sino que demostraron que cuando ponemos el Evangelio primero y se hace eco de la Palabra, los efectos siguen inevitablemente.
¿Cómo podemos esperar que el mundo tome a Dios y su gloria en serio si la iglesia no lo hace? El lema de la Reforma Soli Deo Gloria estaba tallado en el órgano en la iglesia de Bach en Leipzig y el compositor firmó sus obras con esas iniciales. Se encuentra escrito sobre tabernas y salas de música en zonas antiguas de Heidelberg y Ámsterdam, un tributo perdurable a un momento en el que la fragancia de la bondad de Dios parecía llenar el aire. No fue una edad de oro, sino una increíble recuperación de la fe y la práctica centrada en Dios. El Profesor de la Universidad de Columbia, Eugene Rice, ofrece una conclusión adecuada:
Tanto más, las ideas de la Reforma acerca de Dios y la humanidad miden la distancia entre la imaginación secular del siglo XX y la intoxicación con la majestad de Dios del siglo XVI. Solo podemos ejercer simpatía histórica para tratar de entender cómo fue posible que las inteligencias más brillantes de toda una época encontraran una total y suprema libertad al rendir la debilidad humana ante la omnipotencia de Dios.
¡Soli Deo Gloria!
Dr. Michael Horton es profesor de apologética y teología en el Seminario Westminster en Escondido, California.