Por J.C. Ryle
Reforma Siglo XXI, Vol. 19, No. 1
Es un dicho viejo y cierto, que a veces las naciones saben poco acerca de algunos de sus más grandes benefactores. Si alguna vez hubo un hombre a quien aplica este dicho, es John Wycliffe, precursor y primero en iniciar la Reforma Protestante en su país. Inglaterra tiene una enorme deuda con Wycliffe; sin embargo, es un hombre sobre el cual los ingleses conocen poco o nada.
En la elaboración de unas páginas acerca de este gran y buen hombre, me vienen a la mente las palabras del Apóstol San Pedro. Dice: “Considero justo estimularos recordándoos estas cosas” (2 Pedro 1:13), y esto es precisamente lo que quiero hacer con este artículo. Quisiese estimular a mis lectores, y tratar de hacerles recordar y nunca olvidar al hombre que con razón ha sido llamado “La Estrella de la Mañana de la Reforma inglesa”.
- En primer lugar y ante todo, debo pedirles que recuerden la condición religiosa de Inglaterra en la edad cuando Wycliffe vivió.
No me disculparé por insistir brevemente sobre este punto. Un correcto entendimiento de esto yace en la raíz misma de mi tema. Sin esto, es imposible formar una estimación correcta del hombre sobre el cual estoy escribiendo; de las enormes dificultades que tuvo que enfrentar; y de la grandeza de su obra.
John Wycliffe nació en el norte de Yorkshire, a orillas del Tees, alrededor del año 1324, durante el reinado de Eduardo II, y murió en 1384, en el reinado de Eichard II, hace más de quinientos años. Así que recordarán que nació al menos cien años antes de la invención de la imprenta, y murió cerca de cien años antes de que naciese el gran reformador alemán, Martín Lutero. No debemos olvidar ninguno de estos dos hechos.
Los tres siglos inmediatamente antes de la Reforma inglesa, en medio de los cuales vivió Wycliffe, fueron posible- mente el periodo más oscuro en la historia del cristianismo inglés. Fue un período cuando la Iglesia de Inglaterra era cabal, entera y completamente católica romana —cuando el Obispo de Roma era el líder espiritual de la Iglesia—, cuando el romanismo reinaba supremo desde la Isla de Wight hasta Berwick-on-Tweed, y desde Finisterre hasta Foreland Norte, y tanto las personas como los ministros eran todos papistas. No es exageración decir que durante estos tres siglos antes de la Reforma, el cristianismo en Inglaterra parece haber estado enterrado bajo una masa de ignorancia, superstición, superchería e inmoralidad. La semejanza entre la religión de este período y la de la era apostólica era tan pequeña, que si San Pablo hubiese resucitado de entre los muertos, difícilmente la habría llamado cristianismo.
Tales eran los días en que vivió Wycliffe. Tales eran las dificultades que tuvo que enfrentar. Encomiendo a mis lectores no olvidarlo. El hombre que pudiese hacer lo que él hizo y dejar la marca que él dejó en su generación, no podría ser un hombre ordinario. Voy más allá: debe haber sido un siervo de Cristo, de gracia y dones excepcionales, y particularmente lleno del Espíritu Santo. Afirmo que es un hombre digno de todo honor, y hacemos bien en recordarlo.
- Permítaseme ahora pasar del tiempo de Wycliffe a su persona y obra.
Que Wycliffe realizó una gran obra en una época oscura; que dejó una profunda impresión en su generación; que fue sentido y reconocido como “un poder” en Inglaterra tanto por la Iglesia como por el Parlamento durante unos veinticinco años, es un simple asunto de historia innegable para cualquier persona culta.
Sin embargo, hay mucha oscuridad en torno a sus primeros años. No sabemos nada de su educación temprana y sus primeros maestros, y solo podemos adivinar que podría haber adquirido los primeros rudimentos de su educación en Eggleston Priory, en el Tees. No obstante, sí sabemos que fue a Oxford entre 1335 y 1340, y sacó tanto provecho de la educación que allí recibió que obtuvo una muy alta reputación como uno de los hombres más educados de su época. Fue nombrado Maestro de Balliol en 1361, y posteriormente se relacionó con las Universidades de Queen’s, Merton y Canterbury. A partir de esa fecha durante unos veinte años, cuando se retiró a Lutterworth, Oxford parece haber sido su sede, aunque evidentemente estaba a menudo en Londres. Enseñanza, predicación, escribir para personas cultas e incultas, argumentación y controversia parecen haber sido la dieta de su vida. Sin embargo, no tenemos un registro minucioso y sistemático de su vida de la pluma de ningún biógrafo contemporáneo. ¿Cómo obtuvo sus sanas perspectivas teológicas? ¿Aprendió del arzobispo Bradwardin que le precedió? ¿Fue amigo cercano de Fitzralph de Armagh, Canciller de Oxford, o del famoso Grostete, Obispo de Lincoln, quienes fueron sus ayudantes y colaboradores, o no tuvo ninguno y permaneció solo? En todo esto, lo que sabemos es poco o nada. Sin embargo, es inútil quejarse, ya que no había imprenta en los días de Wycliffe, y pocos sabían leer o escribir. No perderé tiempo en suposiciones, sino que me bastará mencionar cuatro hechos que están más allá de toda controversia, y señalar cuatro razones por qué el nombre de Wycliffe debería ser siempre digno de honor en Inglaterra.
- Para empezar, deberíamos recordar con gratitud que Wycliffe fue uno de los primeros ingleses que defendieron la suficiencia y supremacía de las Sagradas Escrituras como la única regla de fe y práctica. La prueba de esto se ve tan continuamente en sus escritos, que no intentaré ofrecer citas. La Biblia es primordial en todo lo que dejó.
La importancia de este gran principio no puede ser sobre- valorada. Se encuentra en la base misma del cristianismo protestante. Es la columna vertebral de los Artículos de la Iglesia de Inglaterra y de cada Iglesia sana en la cristiandad. Cristo quiere que el verdadero cristiano lo someta todo a prueba contra la Palabra de Dios: toda iglesia, todo ministerio, toda enseñanza, toda predicación, toda doctrina, todo sermón, todo escrito, toda opinión, toda práctica. Estas son sus órdenes: sometedlo todo a prueba contra la Palabra de Dios; medidlo todo con la medida de la Biblia; comparadlo todo con la norma de la Biblia; pesadlo todo en la balanza de la Biblia; analizadlo todo a la luz de la Biblia; examinadlo todo en el crisol de la Biblia. Lo que pueda soportar el fuego de la Biblia, recibidlo, afirmadlo, creedlo y obedecedlo. Lo que no pueda soportar el fuego de la Biblia, rechazadlo, negadlo, repudiadlo y echadlo fuera. Esta es la norma que Wycliffe levantó en Inglaterra. Esta es la bandera que clavó en el mástil. ¡Nunca debe bajarse!
Todo esto suena tan familiar a nuestros oídos que no nos damos cuenta de su valor. Quinientos años atrás, el hombre que asumía esta postura era un hombre audaz, y se paraba solo. No olvidemos nunca que uno de los primeros en pararse firme sobre este principio fue John Wycliffe.
2. Por otra parte, recordemos con gratitud que Wycliffe fue uno de los primeros ingleses que atacaron y denunciaron los errores de la Iglesia de Roma. El sacrificio de la misa y la transubstanciación, la ignorancia e inmoralidad del sacerdocio, la tiranía de la Sede de Roma, la inutilidad de confiar en otros mediadores aparte de Cristo, la peligrosa tendencia del confesionario: todas estas y otras doctrinas similares se verán expuestas incansablemente en sus escritos. Por todos estos puntos, fue un reformador protestante exhaustivo, un siglo y medio antes de la Reforma.
Bueno sería para Inglaterra si los hombres viesen este tema en el presente con la misma claridad de Wycliffe. Desgraciadamente, en 1890, el filo del antiguo sentimiento británico sobre el protestantismo parece desafilado y despuntado. Algunos dicen estar cansados de toda la controversia religiosa, y están dispuestos a sacrificar la verdad de Dios por la paz. Algunos miran el romanismo simplemente como una entre muchas formas inglesas de religión, y ni peor ni mejor que las otras. Algunos tratan de persuadirnos de que el romanismo ha cambiado y ya no es tan malo como solía ser. Algunos señalan con valentía las faltas de los protestantes, y gritan a viva voz que los romanistas son tan buenos como nosotros.
Algunos piensan que es bueno y generoso afirmar que no tenemos derecho de pensar que esté mal quien toma en serio su fe. Y aun así los dos grandes hechos históricos, 1) que la ignorancia, la inmoralidad y la superstición reinaban en Inglaterra hace 400 años bajo el papado; y 2) que la Reforma fue la mayor bendición que Dios dio a esta tierra: ambos son hechos que hace cincuenta años nadie habría pensado debatir, excepto un papista. ¡En la actualidad, por desgracia, es conveniente y está de moda olvidarlos! En resumen, al ritmo que vamos, no me sorprendería si pronto se propone derogar el Acta de Establecimiento, y permitir que un papista lleve puesta la Corona de Inglaterra.
Si diésemos marcha atrás al reloj y nos colocásemos detrás de la Reforma, como proponen algunos fríamente, de seguro no nos detendríamos con Enrique VIII, o VII, o VI, sino que iríamos a preguntarle al mismo Wycliffe.
3. Por otra parte, recordemos con gratitud que Wycliffe fue uno de los primeros ingleses, si no el primero, que revivió la ordenanza apostólica de la predicación. Los “pobres sacerdo- tes” —pues así se les llamaba— a quienes envió a enseñar al campo, fueron uno de los de mayores beneficios que confirió a su generación. Sembraron la semilla de pensamientos entre la gente que nunca fueron olvidados por completo, y, creo yo, allanaron el camino para la Reforma.
Si Wycliffe no hubiese hecho nada más que esto por Inglaterra, creo que solo esto le daría derecho a nuestro profundo agradecimiento. Sostengo firmemente que la primera y principal obra del ministro es la de predicar la Palabra de Dios.
Lo digo enfáticamente, a causa del tiempo en que vivimos, y los peligros particulares de la guerra cristiana en nuestra propia tierra. Creo que el supuesto “sacerdotalismo” de los ministros es uno de los errores más antiguos y malvados que han plagado el cristianismo. En parte por un ignorante anhelo del sacerdocio de la dispensación mosaica, que se acabó cuando Cristo murió; en parte por el amor al poder y la dignidad, que es tan natural para los ministros como para cualquier otro hombre; en parte por los adoradores inconversos que prefieren un supuesto sacerdote y mediador a quien pueden ver, en lugar de uno en el cielo a quien no pueden ver; en parte por la ignorancia de la humanidad antes de que la Biblia fuese impresa y distribuida; en parte por una causa y en parte por otra, ha habido una tendencia constante durante los últimos dieciocho siglos a exaltar a los ministros a una posición no escritural, y a verlos como sacerdotes y mediadores entre Dios y los hombres, en lugar de predicado- res de la Palabra de Dios.
Encomiendo a mis lectores recordar esto. Permanezcan firmes en los principios antiguos. No abandonen las sendas antiguas. Que nada los tiente a creer que la multiplicación de formas y ceremonias, la lectura constante de los servicios litúrgicos o las frecuentes comuniones, llegarán a hacer tanto bien a las almas como la predicación poderosa, ardiente y fer- viente de la Palabra de Dios. Los cultos diarios sin sermones podrán complacer y edificar a unos cuantos creyentes, pero jamás alcanzarán, llamarán, atraerán o captarán a la gran masa de la humanidad. Si los hombres quieren hacer el bien a la multitud, si quieren llegar a sus corazones y consciencias, deben andar en los pasos de Wycliffe, Latimer, Lutero, Crisóstomo y San Pablo. Deben atacarlos a través de sus oídos; deben tocar la trompeta del eterno evangelio con fuerza y constancia; deben predicar la Palabra.
4. En último lugar, pero de primera importancia, recordemos siempre con gratitud que Wycliffe fue el primer inglés en traducir la Biblia a su idioma, y así permitió que fuese entendida por el pueblo.
Probablemente hoy nos sea imposible comprender la dificultad de esta tarea. Posiblemente eran pocos, muy pocos, los que podían ayudar al traductor de este modo. No había imprenta, y todo el libro tenía que ser laboriosamente escrito a mano, y solo así, mediante manuscritos, podían realizarse copias. Inspeccionar la maquinaria y sistemas de nuestra Sociedad Bíblica en Blackfriars, y luego pensar en el estupendo trabajo que Wycliffe debe haber realizado, es suficiente para dejarnos sin aliento. Sin embargo, con la ayuda de Dios nada es imposible. El trabajo se realizó, y circularon cientos de copias. A pesar de todos los esfuerzos por suprimir el libro, y su destrucción por el tiempo, el fuego y manos desfavorables, no menos de 170 ejemplares completos se encontraron in- tactos cuando se reimprimió en Oxford hace unos cuarenta años, y sin duda muchos más están en existencia.
Probablemente no sabremos cuánto bien se hizo al traducir la Biblia, sino hasta el día final, y no trataré de hacer ninguna conjetura al respecto, pero no dudaré en afirmar que si hay un hecho más indiscutible que otro es este: que el que un pueblo posea la Biblia en su propio idioma es la mayor bendición posible sobre una nación.
Quinientos años han pasado desde la sepultura del primer traductor de la Biblia al inglés. Le pregunto a cualquiera hoy que mire un mapa del mundo y vea la historia que cuenta acerca del valor de una Biblia gratuita y de gran difusión.
¿Cuáles son los países donde se encuentran en este momento la mayor ignorancia, superstición, inmoralidad y tiranía? Los países donde la Biblia ha sido un libro prohibido o rechazado, tales como Italia y España, y los estados sudamericanos. ¿Cuáles son los países donde la libertad y moralidad pública y privada han alcanzado el más alto grado? Los países donde la Biblia es libre para todos, como Inglaterra, Escocia y los Estados Unidos. ¡Sí! Cuando sabes cómo una nación trata la Biblia, en general sabes qué clase de nación es. ¡Oh, que supiesen los gobernantes de algunas naciones que una libre circulación de la Biblia es el gran secreto para la prosperidad nacional, y que el modo más seguro de tener ciudadanos ordenados y obedientes es permitir acceso libre a las aguas vivas de la Palabra de Dios! ¡Oh, que las personas de algunos países viesen que una libre circulación de la Biblia es el principio de toda verdadera libertad, y que la primera libertad que debiesen buscar es la libertad para los apóstoles y profetas: libertad para tener una Biblia en cada hogar y una Biblia en cada mano! Bien dijo el obispo Hooper: “Dios en el cielo y el rey en la tierra no tienen mejor amigo que la Biblia”. Es un hecho sorprendente, que cuando son coronados los soberanos británicos, se les presenta una Biblia públicamente y se les dice: “Este libro es lo más valioso que este mundo ofrece”.
Este es el libro del que siempre ha dependido el bienestar de las naciones, y al cual están unidos los mejores intereses de cada nación en el cristianismo en este momento. Solo en proporción con cuánto se honre o no la Biblia, se hallarán en la tierra luz u oscuridad, moralidad o inmoralidad, verdadera religión o superstición, libertad o despotismo, buenas o malas leyes. Vengan conmigo y abran las páginas de la historia, y leerán las pruebas de estas afirmaciones en el pasado. Léanlo en la historia de Israel bajo los reyes. ¡Cuán grande era la maldad que entonces prevalecía! ¿Pero cómo extrañarse? La ley del Señor se había perdido de vista por completo, y fue hallada en los días de Josías en una esquina del templo. Léanlo en la historia de los judíos en el tiempo de nuestro Señor Jesucristo. ¡Cuán horrible el cuadro de los escribas y fariseos, y su religión. ¿Pero cómo extrañarse? La Escritura había sido “anulada” por las tradiciones de los hombres. Léanlo en la historia de la Iglesia de Cristo en la Edad Media.
¿Qué puede ser peor que los registros que tenemos de su ignorancia y superstición? ¿Pero cómo extrañarse? Los tiempos eran oscuros, cuando los hombres no tenían la luz de la Biblia.
La llana verdad es esta: la Biblia es la madre de la libertad de pensamiento y de la actividad mental. Es un hecho curioso que la Casa de la Biblia Británica y Extranjera y las oficinas del British Times estén casi lado a lado.
¿Cuáles son las iglesias en la tierra que producen el mayor efecto sobre la humanidad? Las Iglesias que exaltan la Biblia.
¿Cuáles son las parroquias en Inglaterra y Escocia donde la religión y la moralidad son más fuertes? Las parroquias donde se distribuye y se lee la Biblia. ¿Quiénes son los ministros en Inglaterra que tienen más influencia real sobre la mente del pueblo? No los que están siempre gritando “¡Iglesia! ¡Iglesia!”, sino los que predican fielmente la Palabra. Una Iglesia que no honra la Biblia es tan inútil como un cuerpo sin vida, o una máquina de vapor sin fuego. Un ministro que no honra la Biblia es tan inútil como un soldado sin armas, un albañil sin herramientas, un piloto sin brújula o un mensajero sin noticias. Es una tarea barata y fácil para los católicos romanos, neólogos y amigos de la educación secular, burlarse de los que aman la Biblia; pero ningún romanista, neólogo o amigo de la mera educación secular nos ha presentado jamás una Nueva Zelanda, una Tirunelveli o una Sierra Leona como frutos de sus principios. Solo los que honran la Biblia pueden hacerlo. Estas son las obras de la Palabra, y las pruebas de su poder.
Este es el libro con el cual el mundo civilizado está en deuda por muchas de sus mejores y más loables instituciones. Pocos probablemente son conscientes de cuántas son las cosas buenas adoptadas por el hombre para el beneficio público cuyo origen se puede trazar claramente a la Biblia. Ha dejado huellas duraderas donde ha sido recibida. De la Biblia se extraen muchas de las mejores leyes que mantienen la sociedad en orden. De la Biblia se ha obtenido la norma de moralidad sobre la verdad, la honestidad y las relaciones de marido y mujer, que prevalece entre las naciones cristianas, y que, sin importar cuán débilmente la respeten en muchos casos, hace una gran diferencia entre cristianos y paganos. Le debemos a la Biblia esa misericordiosa provisión para el pobre hombre, el Día de Reposo. A la influencia de la Biblia le debemos casi toda institución humanitaria y caritativa que existe. Rara vez se pensaba en los enfermos, los pobres, los ancianos, los huérfanos, los lunáticos, los retrasados o los ciegos, antes de que la Biblia leudase el mundo. Pueden buscar en vano cualquier registro de instituciones que pro- curasen ayudar a estas personas en la historia de Atenas o de Roma. Por desgracia, muchos se burlan de la Biblia y dicen que el mundo podría seguir bien sin ella, sin considerar cuán grande es su deuda para con la Biblia. Los infieles poco piensan, al yacer enfermos en alguno de nuestros hospitales, que le debe toda esa comodidad al mismo Libro que pretenden despreciar. De no haber sido por la Biblia, morirían en mi- seria, desamparados, desapercibidos y solos. Ciertamente, el mundo en que vivimos es muy inconsciente de sus deudas. Solo el día final, creo yo, dirá la suma total del beneficio conferido por la Biblia. John Wycliffe fue el primero en traducir este libro y darlo a los ingleses en su propia lengua materna. Repito, que si no hubiese hecho nada más, merecería ser recordado con gratitud por cada inglés cristiano, patriota y miembro de la Iglesia.
Tales son las cuatro razones principales por las que se debe honrar la memoria de John Wycliffe.
No les digo que este gran hombre no tuviese puntos débiles, ni que no abrazase opiniones discutibles, ni que fuese sano en toda su doctrina teológica. No estoy diciendo eso. Él vivió en una edad crepuscular, y tuvo que lidiar con muchos problemas en la divinidad sin la menor ayuda del hombre. Escribió mucho, y escribió apresuradamente quizá; y no pretendo respaldar todo lo que escribió. Como Lutero y Cranmer, en el comienzo no estaba claro en todos los puntos. Pero cuando considero su situación difícil, aislada y solitaria, solo me sor- prende que haya sido tan libre de error como fue. Un hecho supera todos sus supuestos defectos. Ese hecho es que fue el primer traductor de la Biblia en la lengua inglesa. Cómo escapó sin una muerte violenta, y finalmente murió tranquilamente en su cama en Lutterworth, es un verdadero milagro, pero es evidente que Dios lo protegió de una manera milagrosa. “La tierra ayudó a la mujer”. Fue Dios quien levantó a John de Gaunt y a la Princesa de Gales para favorecerlo a él. Fue Dios quien envió el terremoto que rompió un Sínodo de Londres, cuando estaba a punto de condenarlo. Fue Dios quien inclinó a la Universidad de Oxford para darle apoyo.
El Concilio de Constanza aún no había puesto el ejemplo de quemar a los herejes. El Concilio de Trento aún no había cristalizado y formulado toda la doctrina papista. Pero, sobre todas las cosas, veo la mano de Dios sobre Wycliffe, la mano de Aquel que dijo: “Cuando los caminos del hombre son agradables al Señor, aun a sus enemigos hace que estén en paz con él”. ¡Sí! La mano sobre Wycliffe era la mano crucificada de Aquel que dijo a los apóstoles: “Yo estoy con vosotros todos los días”; la mano de Aquel que dijo a Pablo en Corinto: “No temas, sigue hablando y no calles; porque yo estoy contigo, y nadie te atacará para hacerte daño”. Era inmortal hasta que terminase su obra.
Conclusión
Concluiré ahora este artículo señalando algunas conclusiones prácticas que debemos extraer de todo este tema.
- Decidamos entonces aliarnos en torno a los principios fundamentales de Wycliffe y abrazarlos con más firmeza que en el pasado. La supremacía y suficiencia de la Escritura, la absoluta necesidad de vigilar y resistir las peligrosas pretensiones de la Iglesia de Roma, la in- mensa importancia de la predicación de la Palabra de Dios: estas son una base sobre la cual todos los protestantes ingleses deben unirse y trabajar de todo corazón.
- Aprendamos el asombroso poder e influencia que un hombre posee si avanza por Cristo con valentía y tiene el coraje de sus opiniones. Un Moisés, un Elías y un Juan el Bautista, un Pablo en Corinto, un Savonarola en Florencia, un Lutero en Alemania, un Zuinglio, un Wesley, un Whitefield, un Romaine en Londres, pusie- ron a miles a pensar y sacudieron al mundo durmiente. Queremos más audacia entre los amigos de la verdad. Hay demasiada tendencia a sentarse quietos y esperar comités y contar a nuestros seguidores. Queremos más hombres que no teman levantarse solos, como lo hizo Wycliffe.
- Por último, no olvidemos que el Señor Dios de John Wycliffe no está muerto, sino vivo. Los hombres cambian. Cada día se proclama algo nuevo. ¡Una manipulación más libre de la Escritura! ¡Una teología más general y flexible! Esto es lo que muchos anhelan ver. Sin embargo, si deseamos hacer bien, no queremos más que el antiguo evangelio. Jesucristo nunca cambia. Pasados quinientos años, Él sigue siendo el mismo. No le falló al Rector de Lutterworth, y no nos fallará a nosotros si andamos en sus pasos.
J.C. Ryle fue un escritor, pastor y predicador evangélico. Entre sus obras se encuentra Christian Leaders of the Eighteenth Century (Líderes cristianos del siglo xviii) (1869), Meditaciones sobre los evangelios (7 volúmenes, 1856-1869), Principles for Churchmen (Principios para miembros de iglesia) (1884). Ryle fue descrito como un hombre de presencia imponente y vigorosa al defender sus principios, aunque lo hacía con una cálida disposición. También se le atribuye éxito al evangelizar a la clase obrera. Tomado de Monergism.com. Usado con permiso.