¿ADORADORES O CONSUMIDORES? LA OTRA CARA DE LA HERENCIA DE CHARLES G. FINNEY

Por Augustus Nicodemus Lopes

Reforma Siglo XXI, Vol. 13, No. 1

El término evangélicos se ha tornado tan amplio que corre el riesgo de quedar totalmente vacío de significado”.

—R.C. Sproul

En cierta ocasión el Señor Jesús tuvo que escoger entre  tener 5 mil personas que lo seguían por los beneficios que podrían obtener de él, o tener doce seguidores leales que le seguían por el motivos correctos (aunque aún así, uno de ellos lo traicionó). En otras palabras, Jesús tuvo que tomar una deci- sión entre muchos consumidores o pocos discípulos fieles. Me refiero al evento de la multiplicación de los panes narrado en Juan 6. Leemos que la multitud, extasiada con el milagro, quería proclamar a Jesús como rey, pero Jesús rehusó (Juan 6:15). Al día siguiente, Jesús también se niega a hacer más milagros para la multitud, pues percibió que lo estaban siguiendo por causa de los panes que comieron (6:26-30). Su enseñanza acerca del pan de la vida ahuyentó casi toda la multitud entera (Juan 6:60, 66), con la excepción de los doce discípulos, quienes afirman que le van a seguir porque saben que él es el Salvador, el que tiene las palabras de vida eterna (Juan 6:67-69).

El Señor Jesús pudiera haber complacido las necesidades de la multitud, y saciado el deseo de tener más milagros, señales  y pan. Habría sido coronado rey, y habría tenido el pueblo de su lado. Sin embargo, el Señor prefirió un puñado de personas que le seguían por los motivos correctos, que tener una vasta multitud que lo hacía por motivos errados. Jesús prefirió discípulos que consumidores.

Tristemente parece prevalecer hoy en día entre los evangélicos una mentalidad semejante a la de la multitud en los días de Jesús. Nos parece que muchos evangélicos, reflejando la sociedad en la que vivimos, tienen una mentalidad de consumidores cuando se trata de las cosas del Reino de Dios. El consumismo característico de nuestra época parece haber encontrado la puerta de la iglesia evangélica también, y ha entrado con toda su fuerza ¡para quedarse!

Con el término “consumismo” me refiero al impulso de satisfacer las necesidades (reales o no) por el uso de los servicios prestados de otro. En el consumismo, las necesidades personales son el centro, y la opción de “escoger” es el derecho más respetado. Todo gira en torno a la persona, y todo existe para satisfacer sus necesidades. Las cosas cobran importancia, validez y relevancia en la medida en que son capaces de satisfacer estas necesidades.Esta mentalidad ha permeado, en gran medida, la programación de las iglesias, la forma y el contenido de las predicaciones, cual música se escoge, el tipo de liturgia, y las estrategias para el crecimiento de comunidades locales. Todo se hace con el objetivo de satisfacer las necesidades emocionales, psicológicas, físicas y materiales de las personas. En este afán, prevalece el fin sobre los medios. Los métodos son justificados en la medida en que sirven para atraer a más visitas, y hacerles más felices, más alegres, más satisfechos y dispuestos a continuar frecuentando la iglesia.

Esta mentalidad consumista por parte de los evangélicos se ve desde diferentes ópticas. En una encuesta realizada reciente- mente por el Instituto Gallup en Estados Unidos, se comprobó que 4 de cada 10 estadounidenses están involucrados en pequeños grupos que se reúnen semanalmente para buscar salir de problemas con drogas, problemas familiares, o la soledad. A pesar de que estas necesidades evidentemente presentarían una oportunidad de profundizar su experiencia cristiana o crecer en su conocimiento de Dios, la mayoría, según Gallup, busca satis- facer sus necesidades personales. De acuerdo con Newsweek, 1 de cada 5 estadounidenses sufre alguna forma de enfermedad mental (incluyendo ansiedad, depresión clínica, esquizofrenia, etc.) durante el curso de un año. Y los expertos se aprovechan de esta situación. El año pasado Steve Rabey en Christianity Today hizo una denuncia contra la industria evangélica de salud mental. Cada día crece el marketing (el negocio) en las iglesias en el área de la consejería, con un número alarmante de profesionales cristianos ofreciendo ayuda psicológica a través de métodos seculares. La industria de música cristiana ha crecido de manera abrumadora, abandonando a menudo su propósito inicial de difundir el Evangelio, y volviéndose cada vez más un lucrativo mercado como cualquier otro. La mayoría de los productores musicales evangélicas en Estados Unidos pertenecen a corporaciones seculares de entretenimiento. Las estrellas de música gospel cobran entradas altísimas por sus participaciones. En un artículo reciente en Strategies for Today’s Leader (Estrategias para el líder de hoy) Gary McIntosh defiende abiertamente que “el negocio de las iglesias es servir al pueblo”. McIntosh defiende la idea de que la iglesia debe tener una mentalidad de “servir al cliente”, y debe trazar sus planes y estrategias basadas en sus necesidades básicas, y especialmente la necesidad de sentirse bien.

Un efecto de la mentalidad consumista de las iglesias es el que ha sido llamado “el síndrome de la puerta giradora”. Las iglesias están repletas de personas buscando el sentido de la vida y el alivio para sus ansiedades y preocupaciones. Así que, estas personas escogen una iglesia como escogen un refresco. Tan pronto como la iglesia a que asisten deja de satisfacer sus necesidades, ellas salen por la puerta tan fácilmente como entraron. Las personas buscan iglesias donde se sienten confortables, y  se olvidan de que necesitan realmente una iglesia que les hace crecer en Cristo, y en el amor unos por otros.

Creo que hay varios factores que provocaron esta situación. A mi parecer, uno de los factores más decisivos es la influencia sobre el “evangelicalismo” moderno de la teología y los métodos de Charles G. Finney. Sucedió en el siglo pasado un profundo cambio en el concepto de la evangelización, debido al trabajo de Charles Finney. Más que la teología que el mismo Karl Barth, la teología y los métodos de Finney han moldeado el moderno evangelicalismo. Finney es el héroe de Jerry Falwll, Bill Bright y de Billy Graham. Es el celebrado campeón de Keith Green, del movimiento de señales y prodigios, del movimiento neo-pentecostal, y del movimiento de iglecrecimiento.

Michael Horton afirma que una parte grande de las dificultades que asedian a la  iglesia evangélica  moderna se debe  a la influencia de Finney, particularmente a algunos de sus desvíos teológicos. Dice Horton, “Para demostrar la deuda del evangelicalismo moderno a Finney, debemos observar en primer lugar los desvíos teológicos de Finney. Estos desvíos hicieron de Finney el padre de los factores antecedentes a los grandes desafíos dentro de la propia iglesia evangélica hoy: el movimiento de iglecrecimiento, el neo-pentecostalismo, y el avivamientalismo político”.

Para muchos en Brasil sería una sorpresa tener conocimiento del pensamiento teológico de Finney. Es respetado como uno de los grandes evangelistas de la iglesia cristiana, y estimado y venerado por los evangélicos de Brasil como modelo de fe y vida. Y no podría ser diferente, dado que sólo se ha publicado en Brasil obras que exaltan a Finney. Desconozco cualquier obra en portugués que presenta el otro lado. Mi meta en este artículo no es escribir extensamente sobre ese asunto, sino mostrar la relación de causa y efecto que existe entre la enseñanza y los métodos de Finney, y la mentalidad consumista de los evangélicos hoy.

En su obra de teología sistemática (Systematic Theology, Bethany, 1976), escrita al final de su ministerio cuando era profesor en el seminario de Oberlin, Finney revela que había abrazado enseñanzas ajenas al cristianismo histórico. Enseña que la perfección moral es la condición para la justificación, y que ninguno puede ser justificado de sus pecados mientras tiene pecado en su vida (p. 57); afirma que el verdadero cristiano pierde su justificación (y consecuentemente su salvación) cada vez que peca (p. 46); demuestra que no cree en el pecado original ni en la depravación inherente en el ser humano (p. 179); afirma que el hombre es perfectamente capaz de aceptar, por sí mismo y sin la ayuda del Espíritu Santo, la oferta del Evangelio. Y más sorprendente todavía, Finney niega que Cristo haya muerto para pagar los pecados de alguna persona; él murió con el propósito de reafirmar el gobierno moral de Dios, y para darnos un ejemplo de cómo agradar a Dios (pp. 206-217). Finney también niega, de forma vehemente, la imputación de los méritos de Cristo al pecador, y rechaza la idea de la justificación con base en la obra sustitutiva de Cristo por los pecadores (pp. 320-333). En cuanto a la aplicación de la redención, Finney niega la idea de que el nuevo nacimiento sea un milagro operado sobrenaturalmente por Dios en el alma humana. Para él, “la regeneración consiste en que el pecador cambie su meta última, sus intenciones y sus preferencias; o aún más, consiste en cambiar su egoísmo en favor del amor y la benevolencia”, y todo esto movido por la influencia moral del ejemplo de Cristo al morir en la cruz (p. 224).

Renegando contra la influencia calvinista que predominaba en el Gran Avivamiento ocurrido en Nueva Inglaterra en el siglo anterior, Finney cambió el énfasis de la predicación doctrinal por un énfasis en hacer que las personas “tomaran una decisión”. En el prefacio de su Teología Sistemática, él declara cuál es la base de su metodología: “Un avivamiento no es un milagro, y no depende de un milagro en ningún sentido. Es meramente el resultado filosófico de la aplicación correcta de los métodos”. Finney no estaba descubriendo una nueva verdad, sino abrazando un error antiguo, defendido por Pelagio en el siglo IV, y condenado como hereje por la Iglesia. Pelagio enseñaba que nadie nace pecador; el hombre por nacimiento es neutral y capaz de escoger entre el bien y el mal con total libertad. Finney ha sido calificado correctamente por estudiosos evangélicos como semipelagiano (o mejor dicho, pelagiano) en su doctrina, y uno de los más responsables por la difusión de este antiguo error en las iglesias modernas.

En la teología de Finney, Dios no es soberano, el hombre no es un pecador por naturleza, la expiación de Cristo no es un pago sustitutivo válido por el pecado, la doctrina de la justificación por la imputación es insultante para la razón y la moralidad,  el nuevo nacimiento es producido simplemente por técnicas bien hechas y un avivamiento es el resultado de campañas bien planeadas con los métodos correctos.

Antes de Finney, los evangelistas Reformados esperaban señales o evidencias de la operación del Espíritu Santo en los pecadores, encaminándolos a la convicción de sus pecados, para entonces guiarlos a Cristo. No hacían ninguna presión sobre la voluntad de los pecadores por medios psicológicos, tomando  el cuidado de no producir falsos conversiones. En contraste, Finney siguió un camino opuesto, y su camino prevaleció. Ya que creía en la capacidad inherente de la voluntad humana para tomar decisiones espirituales cuando quisiera, las campañas evangelísticas y de avivamiento de Finney se modificaron para girar en torno a un sólo propósito: llevar a los pecadores a tomar una decisión inmediata de seguir a Cristo. Para estos efectos, introdujo nuevos métodos en sus cultos, tales como “el banco de los ansiosos” (de donde procede la práctica de hacer el llamado al final de los cultos), el uso de cualquier medida que provo- cara un estado emocional propicio a que el pecador escogiera a Dios, e incluía llamados emocionales y denuncias terribles del pecado y de juicio.

El impacto de los métodos de avivamiento de Finney en   el evangelicalismo moderno son tremendos. Sus sucesores han perpetuado estos métodos y han mantenido las características del fundador: el llamado a tomar una decisión inmediata basada en la voluntad del hombre; el estímulo de emociones como la meta del culto; el desprecio de la doctrina; y el énfasis en la predicación a que se tome una decisión —todo esto en lugar del énfasis en las grandes doctrinas de la gracia. Las iglesias evangélicas hoy, influenciadas por la teología y los métodos de Finney, siguen creyendo que un avivamiento puede ser “producido”, y que los pecadores pueden decidir seguir a Cristo cuando deseen. Y por lo tanto, han adoptado tácticas y prácticas en que se miran a las personas como clientes, y promueven una mentalidad consumista en las iglesias evangélicas.

La relación entre los métodos de Finney y el espíritu consu- mista moderno fue correctamente notado por Rodney Clapp, en un artículo reciente en Christianity Today (octubre, 1966): “Al enfatizar la importancia de tomar una decisión para Cristo, Charles Finney y otros maestros de avivamiento ayudaron en convertir en sacramento la ‘opción de escoger’, elemento clave en el consumismo capitalista hoy. Los avivamientos [de Finney] promovían los sentimientos de éxtasis y la apertura del individuo a cambios constantes de conversión y re-conversión” (p. 22).

El Señor Jesús prefirió a doce seguidores genuinos que tener una multitud de consumidores. Creo que la iglesia evangélica necesita seguir a Cristo también en esto. Es necesario que reconozcamos que las tendencias modernas en algunos sectores evangélicos es la de producir consumidores, más que discípulos verdaderos de Cristo, por la forma de culto, su liturgia, y las atracciones y eventos que promueven. Sólo nos podrá ayudar un retorno a las antiguas doctrinas de la gracia, predicadas por los apóstoles y por los reformadores, enfatizando la búsqueda de la gloria de Dios como la principal meta del hombre.

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