Por Vishal Mangalwadi
Reforma Siglo XXI, Vol. 13, No. 1
La Nueva Era (NE) representa una cosmovisión y una espiritualidad muy difundidas e influyentes en Occidente y más allá. A los cristianos nos plantea el reto de alcanzar a tantos hombres y mujeres que abrazan este “Oscurecimiento” (Endarkenment).
¡Vamos a ellos con la luz gloriosa de la Buena Noticia de Jesucristo, a anunciarles la espiritualidad verdadera! Buena parte de la sociedad occidental ha dado un salto cuántico: del iluminismo de Darwin, “El hombre es sólo un animal”, al de Shirley MacLaine, “Yo soy Dios”!
¿Y cómo fue eso? ¿Por qué el gurú indio Swami Vivekananda tuvo éxito instantáneo el año 1993, en el Parlamento Mundial de las Religiones? El fundador de la Misión Ramakrishna de la India anunció en Chicago su evangelio: que el hombre es Dios, no es un pobre pecador. La aceptación del mensaje fue inmediata; y entender las razones de su impacto, nos da paso a la respuesta de la primera pregunta.
- El dilema del humanismo Secular
El Evangelio de Vivekananda parece resolver uno de los dilemas centrales del humanismo secular. En el último cuarto del s. XIX, el problema intrínseco de la Ilustración europea se hizo doloroso para la élite intelectual: si el ser humano es sólo otra especie animal, una mera parte de la naturaleza, ¿cómo le es posible trascender a la naturaleza, entenderla, gobernarla, e incluso moldear su destino en ella?
El humanismo era un hecho establecido antes de la Ilustración. Los pensadores del Renacimiento, ya hacía siglos, habían afirmado que el hombre es único. Que su grandeza es diferente, en lo cualitativo. Que ningún otro animal esculturalmente creativo. Que ninguna otra especie tiene historia, por no hablar de la capacidad para dar forma a la historia. Que el hombre es parecido a Dios. La Reforma equilibró y a la vez reforzó el legado del humanismo renacentista,afirmando que el hombre es a la vez grande y depravado. Este humanismo cristiano moralizó a Europa, y la liberó de la corrupción y el fatalismo que reinaron en otras culturas. Incluso después de la Ilustración, los “Avivamientos” del cristianismo —con Juan Wesley y otros predicadores— hicieron muy difícil a la mente europea aceptar la lógica deshumanizadora de un humanismo sin Dios: que el hombre es sólo un animal, sin ningún tipo de dignidad o libertad intrínsecas.
La implicación del postulado de depravada impiedad también fue inevitable: de espaldas a Dios, el hombre sí podía llegar a ser sólo una parte de la naturaleza,regulado o determinado sólo por las fuerzas que gobiernan la naturaleza. La paradoja se hizo dolorosa por otras dos consecuencias del rechazo a la visión bíblica de Dios. 1) Si no hay Dios, o no da revelación que haga al hombre responsable, entonces el hombre no puede ser “pobre pecador”. 2) Y si Dios no hace nada para salvar al hombre, el hombre no tiene más opción que ser su propio salvador. Si no somos pecadores, entonces ¡la utopía es posible!
¡Sería inmoral aceptar algo menos que la perfección! El hombre ha de jugar al Mesías-Dios: ser ingeniero social.
Así, la Ilustración quedó atrapada en una tensión que ella misma había creado: el hombre es una bestia, pero tiene que “jugar a ser Dios”. Tiene que definirse a sí mismo, por su propia cuenta, y definir su moral y su destino, y luego autosalvarse.
2. La visión renacentista del hombre
Por buena parte del s. XX, casi todas las universidades del mundo propagaron la idea de que la Cristiandad fue introducida a una visión elevada del hombre recién con el Renacimiento, y ello gracias al redescubrimiento de la literatura griega. Esta visión fue cuestionada ya en 1885 por Henry Thode, quien señaló que el naturalismo en el arte del Renacimiento derivó de fuentes franciscanas. Desde entonces, un siglo de estudios demolió por completo la idea de que el humanismo llegó al Renacimiento desde el pensamiento griego. Charles Trinkaus
resumió los resultados de estas investigaciones en “In Our Image and Likeness” (A nuestra imagen y semejanza, 2 tomos, 1970). Trinkaus señaló que lejos de tener un elevado concepto del hombre, a los griegos debemos la doctrina de la “Hubris”: el hombre es grande, pero los dioses —incluso el dios supremo— son mayores. Y por encima de todos está “el Cosmos”.Ni el dios supremo podía cambiar la pendiente hacia abajo de la historia humana de la Edad de Oro a la Edad de Hierro. Si el hombre trata de elevarse por encima de su lugar predeterminado en el esquema de las cosas, comete “Hubris”: pecado de arrogancia y presunción hacia los dioses. Y les invita a venganza.
De los pueblos antiguos en cambio, los hebreos experimentaron una realidad diferente: su Dios demostró que Él no estaba limitado por el cosmos, ni por la historia, la política o la naturaleza. E incluso si el ciclo de la historia iba cuesta abajo para todo el mundo, a su pueblo Él le llevaría de la Edad del Hierro a una Edad de Oro, de la esclavitud a una Tierra Prometida de leche y miel. Ni el ejército del Faraón, ni el Mar Rojo, ni el desierto, podían impedirle hacer lo que se había propuesto. Dios es libre, no está obligado. Y lejos de querer mantener a los hombres a una distancia humillante, quiere que sean como Él: libres. “A su imagen y semejanza”.
De hecho la visión del hombre en el Renacimiento se hizo a partir de un intenso debate teológico al final de la Edad Media. La cuestión fue: ¿Quién es mayor, el hombre o el ángel? La influencia griega y romana en cuanto a la adoración de múltiples deidades continuó en la Cristiandad bajo la forma de angelología. Pero después de intenso debate, algunos teólogos decidieron que los ángeles no deben ser adorados, porque el hombre era aún mayor que los ángeles. ¿Por qué? Porque Dios se había hecho hombre. ¿Dios pudo hacerse hombre? Claro, porque el hombre fue hecho por Dios, y lo hizo “a Su imagen y semejanza”. En su creatividad y dominio sobre la naturaleza, el hombre es un espejo de Dios. Y los órdenes políticos todos deben reconocer, respetar y proteger esta evidente dignidad del hombre, dada por Dios.
La lógica del darwinismo destruyó las bases del humanismo occidental, como se vio bajo el nazismo y el marxismo. Pero sin embargo, y gracias a los avivamientos cristianos, el alto concepto del hombre que surgió de la Biblia, en general ha podido resistir hasta ahora la embestida del reduccionismo. Veamos.
3. El humanismo secularizado
El secularismo hizo un masivo intento de secuestrar el humanismo cristiano. Brillante ejemplo es el poema “Prometeo Desatado” (Prometheus Unbound) de Mary Shelley. Los estudiosos siguen debatiendo quién era Prometeo para Shelley, aunque ella misma dijo que era “el emblema de la raza humana”. En su estudio “Orígenes bíblicos de la moderna cultura secularista” (Biblical Origins of Modern Secular Culture 1984), el Prof. B. Willis Glover describe las diferencias entre la versión de Shelley y el poema original de Esquilo. En la leyenda griega, Prometeo roba el fuego al dios Zeus, y lo entrega a la humanidad. Entonces Zeus, para castigarlo, le encadena por siglos. Pero Prometeo es desatado, después de hacer las paces con el gran dios.
No obstante Shelley le da a esta leyenda un giro típico de la Ilustración: Júpiter (o Zeus) es un dios fantasma, creado por la propia imaginación de Prometeo. Este dios se convierte en un tirano, y oprime a su creador, ¡la humanidad! O sea que Dios (la religión) se convierte en fuente de todos los males. El hombre Prometeo es al fin liberado, pero no apaciguando a Dios, sino retomando de vuelta las perfecciones que él mismo le había atribuido antes al dios-fantasma.
La idea de Shelley encontró su traducción práctica en la Era de las ideologías: la tesis de Feuerbach, según la cual Dios es sólo un conjunto de atributos humanos escritos en letras grandes (el hombre creó a Dios a su imagen y semejanza),pasando por el psicoanálisis y la psicoterapia (iniciadas por Sigmund Freud), y llegando a los mesianismos políticos (fascismo, nazismo, comunismo), todas las ideologías tratan de esto: hacer del hombre su propio salvador. Algunas de ellas conservaron un elevado concepto de hombre, pero en lugar de derivarlo de Dios,lo basaron en la oposición a Dios. Los resultados finales de este intento se hicieron visibles durante la II Guerra Mundial y después, con el sovietismo, y a la caída del Muro de Berlín.
Sin embargo, el problema lógico era evidente para la audiencia de Vivekananda en Chicago: ¿Cómo puede una bestia jugar a ser Dios? Vivekananda tuvo éxito porque le dijo a su auditorio que el hombre no tiene necesidad de jugar a ser Dios: es Dios realmente, y por la vía del misticismo llega al conocimiento de su divinidad.
Es más, esta afirmación de la divinidad del hombre no requiere descartar el darwinismo, porque incluso los animales (como los seres humanos) eran dioses, a la espera de la plena expansión de su conciencia divina. La filosofía hindú, al parecer, era capaz de resolver la paradoja de si el hombre era Dios, y a la vez una mera bestia: el hombre es un animal, llegando a ser Dios.
En 1993 Vivekananda le expuso a Occidente esta idea de la divinidad del hombre, pero hubo un período anterior de gestación —unos 60 años— hasta su reaparición en Chicago como una cosmovisión en toda regla.
4. Hacia la divinización del hombre
Dos científicos abrieron camino a la idea de la divinidad del hombre, despejando los obstáculos intelectuales en la vía hacia una amplia aceptación de la misma. El primero fue Albert Einstein. Cuando Einstein propuso la ecuación e=MC2, hizo algo más que poner la base teórica para la fisión atómica: deshizo la dicotomía entre física y química. Antes de eso, la primera estudiaba la energía, y la segunda investigaba la materia. Pero en el s. XIX, la “materia” estaba compuesta por aproximadamente unos 100 elementos, a su vez compuestos por átomos; y estos átomos se consideraban indestructibles, como algo eterno. La ecuación de Einstein, Energía = Masa x Velocidad de la luz al cuadrado, parecía sin embargo sugerir que toda la materia era de hecho energía. Sabemos que la energía existe en diversas formas: electricidad, calor, luz, sonido, etc.; pero estas formas son convertibles entre sí, lo cual sugiere la posibilidad de que los diversos elementos podrían ser mutaciones de una cierta forma de Energía única. No obstante ello, la dicotomía cartesiana entre cuerpo y alma —materia/energía y conciencia— continuó siendo un obstáculo para la amplia aceptación de la divinidad del hombre.
El paleontólogo jesuita Teilhard de Chardin fue quien removió este segundo obstáculo. Su libro “El Fenómeno humano” (1959) es descrito por muchos de la NE como el factor más determinante en la propagación de su cosmovisión. El libro de Chardin es tedioso, pero el argumento es simple. Podemos verlo con un ejemplo: si el carbono (C) y oxígeno (O) reac- cionan en una ecuación, puede obtenerse monóxido de carbono (CO), dióxido de carbono (CO2), o incluso triple óxido de carbono (CO3). Pero no se puede obtener agua (H2O). ¿Por qué? Porque a la ecuación le falta el hidrógeno (H), desde el comienzo. Lo que no hay al principio, argumentó Chardin, no puede aparecer más tarde. Y la presencia de la conciencia es un hecho en los insectos, en los animales, en los mamíferos, y en los seres humanos. En tanto la conciencia aparece en el proceso de evolución, debe haber estado allí desde el principio. Es entonces razonable suponer que la conciencia ha guiado todo el proceso de evolución, desde el principio.
Pero, ¿qué es exactamente la evolución? Chardin observa que es evolución de la conciencia misma. Así los insectos tienen menos conciencia, los animales tienen más, los mamíferos mucho más, y los seres humanos son auto-conscientes. Chardin se pregunta entonces: ¿Hay alguna razón para suponer que la evolución se ha detenido? Y si no la hay, ¿cuál sería la próxima etapa? Tendría que ser una evolución de la auto-conciencia, hasta la superconciencia.
Al principio, la evolución puede haber sido guiada por el azar, pero ahora que la conciencia se ha convertido en conciencia de sí en el hombre, tenemos que asumir la responsabilidad de nuestra evolución, la de nosotros mismos, de modo consciente.
Si la idea de que toda la materia es energía se combina con la idea de que la última y fundamental forma de energía es la conciencia, se sustituye la cosmovisión de la Vieja Era con el paradigma de la NE: ya no hay distinción entre el hombre, el mono, y la materia; son mutaciones de la conciencia, o sea, de la energía. La salvación del hombre está en la manipulación de su
mente, para percibir su unidad con el Gran Todo (“monismo”). Porque la realidad es la conciencia, y esa energía, ya la tienes dentro de ti mismo: ¡tú eres Dios! O al menos lo es la oruga, capullo que está esperando para hacerse mariposa y volar por los aires.
No es necesario discutir ahora las implicaciones lógicas del monismo NE. Por ejemplo, ¿cómo debemos entender nuestra singularidad como individuos? Si mi experiencia de mí mismo como individuo separado es algo erróneo, ¿cómo podría tener yo derechos fundamentales como “individuo”? Además, si todo es uno, ¿qué se hacemos con las dualidades verdad versus error, y el bien versus el mal? ¿Tenemos que desecharlas como meras supersticiones? Pero mejor vamos a ocuparnos de las hipótesis pseudo-científicas de la cosmovisión NE. El mismo Einstein no creía que la materia fuese igual a la energía. Y explícitamente rechazó el misticismo como un sinsentido. De saber sobre la anterior interpretación de su ecuación, habría insistido que la ciencia sólo es posible porque la materia es energía…más leyes (a lo menos). ¿Qué leyes? Las leyes científicas son racionales.
Por eso Einstein siempre estuvo abierto a la posibilidad de que habiendo leyes en la naturaleza, hubiese un Legislador. Sin embargo la lógica de Chardin, asumiendo que la conciencia es la forma básica de energía física, y que la evolución es un hecho a priori, constituye realmente un dogma muy discutible:
¿qué pasa si la conciencia es algo que el Creador introduce en su Creación? Y ¿qué si es Él quien asigna diferentes grados de conciencia a las distintas especies, y al hombre decide hacerle “a su imagen y semejanza”?
Los pensadores de la NE son muy conscientes de la frágil base “científica” de su creencia. Su ventaja es que la pseudo-ciencia no es la única manera de desvariar. No son pocas las formas de desvarío. En su sistema la “diversidad” es un dogma, y toda exigencia de “Sólo una vía” es intolerancia. Una breve reseña de la historia de la NE tiene que observar otras múltiples formas de desvarío.
5. La vía al conocimiento de la verdad
“¿Cómo conocemos lo que sabemos?” Es uno de los problemas básicos a cargo de la Filosofía, y lo estudia la Epistemología. La respuesta de la Edad Premoderna fue que conocemos por la autoridad establecida. Por ejemplo, ¿Qué haces si un gato negro se cruza en tu camino? “Debes parar, deja pasar a otro.” ¿Por qué? Porque es mal presagio. ¿Y cómo lo sabes? ¡Porque me lo dijo mi abuela! Otro ejemplo: “Tu abuela está en el Purgatorio, pero se irá al cielo si le compras las indulgencias que venden en la Iglesia.” ¿Cómo lo sabes? ¡Porque lo dice el Papa! Y debes creer lo que te dice la autoridad socialmente aceptada.
La Edad Moderna comenzó (como movimiento de masas) cuando Martin Lutero dijo “No, gracias” a la autoridad. El espíritu de la Era Moderna es creer sólo lo que es verdad. Pero, ¿se puede conocer la verdad? Sí, dijo la Era Moderna, podemos conocer la verdad, porque nuestro Creador es capaz de hablarnos. No se les ocurrió que podría ser que la gente fuera capaz de hablar, pero no su Creador. O capaz de escribir libros, pero no su Creador.
En el humanismo cristiano, el hombre moderno fue capaz de confiar en su razón, porque asumió que su mente creativa se parece a la mente de su Creador. Este supuesto dio a luz a la ciencia moderna, y los éxitos científicos reforzaron la hipótesis de que nuestra mente es capaz de conocer la verdad. Y tal hipó- tesis se convirtió en convicción.
Pero así surgió un nuevo problema. Si la mente es capaz de saber la verdad, ¿por qué entonces necesitamos la Revelación de Dios? ¿Podría ser que la razón humana fuese ella en sí misma auto-suficiente? El racionalismo sustituyó la confianza en la Revelación cuando Descartes sugirió que la razón sí es suficiente; y así la Edad Moderna se convirtió gradualmente en la Modernidad. Mantuvo el compromiso con la mera verdad, pero insistió que la razón humana y la experiencia empírica —no la Revelación— es el único medio de conocimiento confiable. El hombre es capaz de conocer, y conocerlo todo, incluso a Dios. La Edad de la Razón debió arrepentirse de su Hubris cuando a David Hume se le ocurrió “demostrar” que nuestra razón es incapaz de probar que Dios existe. La razón es incapaz de probar que lo hay, pero ¿puede probar que no lo hay? Si no puede probar que Dios es real, ¿eso necesariamente equivale a que no lo es? ¿No podría ser que la razón humana fuese una facultad limitada, requiriendo algunas suposiciones a priori para trabajar?
La Ilustración se negó a ver los límites de la razón. Y saltó a una conclusión: si la razón no puede probar que Dios existe, entonces debemos dejar esa creencia de lado. Y ciertas consecuencias rápidamente se siguieron: los filósofos pronto descubrieron por ejemplo, que sin la suposición de Dios, la razón no puede demostrar que hay realmente alguna “ley moral”. ¿Debe entonces la fe en la moral ser desechada? La integridad intelectual exigió el abandono de los absolutos morales, por difícil que resultase esto socialmente hablando.
Y de seguida se planteó lo siguiente: con certeza no podemos conocer a Dios, ni saber acerca de la moral. Pero al menos, ¿podemos conocernos siquiera a nosotros mismos? Entonces en este punto vino Freud, y enseñó que nuestra mente consciente y racional es solamente el pico de un enorme iceberg. Una parte mucho mayor de nuestra mente es el llamado “subconsciente”, y es cualquier cosa menos racional, dijo Freud. Sugirió que la “racionalidad” a menudo es sólo la racionalización de nuestros más profundos instintos, deseos, anhelos, miedos y temores. Ninguno de nosotros realmente se conoce a sí mismo a fondo.
¿Podemos así seguir adhiriendo al racionalismo —tener a la razón como la vía del conocimiento— cuando no nos deja conocernos ni a nosotros mismos? La gente sin embargo persistió en su fe en la razón, ya que parecía ser una herramienta apta para desentrañar los misterios del universo físico. Pero entonces apareció el físico Heisenberg; demostró que en el mundo subatómico de la mecánica cuántica, la racionalidad en ciertos puntos entra a un callejón sin salida. Su “principio de incertidumbre” implica que la naturaleza fundamental de la realidad no es cierta y determinada, o bien su racionalidad difiere en estructura de aquella que es accesible a la “racionalidad” humana.
La fe del modernismo en la razón murió cuando quedó claro que la razón humana no es suficiente en sí misma para darnos un conocimiento cierto de Dios, de la moral, de nosotros mismos, o del mundo exterior. Y ahí el modernismo cedió el paso al post- modernismo: la verdad no existe.
6. Posmodernismo: la verdad no existe
La corriente principal del post-modernismo en el mundo académico, ya a la vuelta de la “moda”, se mantuvo lealmente casada con el racionalismo. Pero la principal diferencia con la ola Modernista, es que la Posmodernista sabe que su marido es impotente. Los profesores post-modernistas se sienten orgullosos de que ellos “saben que no saben”, y que no pueden conocer la verdad, ni nadie puede. Se consuelan sabiendo que son ciegos, y que conducen a estudiantes igualmente ciegos al abismo de la oscuridad. El único hecho del que están seguros es que cualquiera que diga “Yo sí sé”, no es uno de ellos, es epistemo- lógicamente incorrecto, y harto sospechoso de intolerancia. El único y privilegiado uso de la racionalidad es destruir todas las pretensiones y reclamos de la verdad.
Sin embargo, muchos encuentran por completo insatisfactorio este racionalismo impotente del post-modernismo… ¡y aquí comienza su coqueteo con el misticismo! Si Ud. ya sabe que con el racionalismo nunca va a saber, ¿por qué no intenta matar su mente con drogas, yoga sexual u otras psico-tecnologías? Tal vez su mente es su primer problema, “el villano principal” (Osho Rajneesh). Si Ud. ya se deshizo de su conciencia racional, ¿la iluminación mística no traerá un nuevo amanecer a su vida?
Sin embargo, descartada la racionalidad, queda esta pregunta: en tal caso, ¿cómo podemos saber si lo que experimentamos es una iluminación o un oscurecimiento?
7. El asunto de los Universales
Tom está comiendo un mango. ¿Qué es un mango? Una fruta. Sabemos qué cosa es el mango porque podemos relacionarlo con una clase de objetos llamada “fruta”. ¿Qué o quién es Tom? Un niño. ¿Qué es un niño? Un hombre joven. En la filosofía, Tom y el mango son los “conceptos particulares”, y “niño” y “fruta” son los “universales”. A las cosas individuales las conocemos sólo si podemos relacionarlas con los universales. Pero si un universal es finito, a su vez se hace un particular respecto a un universal de otra clase. Así por ejemplo, “niño” es universal respecto a Tom, pero sólo relativamente, porque para entender “niño” necesitamos otro universal: “hombre”, y “ser humano”, o “persona”. A su vez un ser humano también es finito, y por ello es universal sólo relativamente: ¿Qué cosa es un ser humano? El Renacimiento y la Reforma nos dijeron que el ser humano es imagen y semejanza de Dios, y Dios es el último e infinito universal. Juan Calvino escribió que el hombre no puede conocerse a sí mismo a menos que haya mirado hacia el rostro de Dios.
Pero la Ilustración había aceptado el argumento de Hume: por nuestra razón no podemos conocer a Dios. Por eso la Ilustración no tuvo otra que rebelarse contra ese “último Universal” de la Reforma. Alexander Pope, el poeta gran humanista, resumió su credo en su famosa copla: “Conócete a ti mismo, no pretendas a Dios escudriñar, el hombre es lo que la humanidad debe estudiar.” Consecuencia práctica de este credo fue que las humanidades sustituyeron a la teología como la facultad central de las universidades europeas. La teología había sido la reina de todas las ciencias, y se le relegó a un departamento marginal. Pero después los teólogos dijeron que ellos tampoco conocían a Dios, entonces la marginal facultad de “Divinidades” se convirtió en “Departamento de Estudio de las Religiones Comparadas”.
Pope fue un gran poeta, pero pobre como filósofo. Si hubiera escuchado bien a sus predecesores griegos, éstos le habrían informado que su intento de conocer un particular (la humanidad), con referencia a sí mismo (el hombre), y en ausencia de un universal (Dios) es una futilidad. La pregunta “¿qué es el hombre?” simplemente no puede ser respondida sin relación a un concepto universal mayor. No fue una “necesidad científica”, fue una obligación filosófica la que llevó al humanismo secularista a poner “animal” en lugar de “Imagen de Dios” para explicar al hombre, o sea para explicarse a sí mismos. Por eso proclamaron “somos animales”.
Pero ¿qué cosa es un animal? Un animal tuvo a su vez que ser explicado: una máquina biológica. ¿Una máquina? Según esta respuesta, todo es una máquina, desde un átomo, a un sistema solar, el universo entero es una máquina: un sistema organizado. La máquina es el último universal. Así nació la visión mecanicista de la Modernidad. El problema con esta cosmovisión, es que en el fondo todos sabemos que la explicación es muy reduccionista: vamos, si alguien en serio se cree una máquina, se le pone en un asilo psiquiátrico. Y si nos llega a tratar a los demás como máquinas, se le pone en una cárcel. Naturalmente, quienes no quieren ser tratados como engranajes de una máquina se rebelan contra de esta cosmovisión deshumanizante, propia de una Vieja Era. Una “NE” se hizo inevitable.
Pero entonces, ¿cómo nos definimos? Ya fue humillante vernos como monos (“el ser humano es un animal”), pero al menos siquiera nos estábamos autodefiniendo nosotros mismos. Regresar ahora a la idea de que somos “Imagen de Dios” requeriría una mayor humildad, porque entonces tendríamos que dejarle a Dios el derecho a definirnos. ¡Y esto es intolerable al orgullo humanista! Así, por esta razón, la NE comenzó a inventar nuevos universales para explicar el ser humano.
8. Estrellas, espíritus, platos voladores y sexo
“No estás hecho a imagen de los monos ni las máquinas, sino de tus estrellas y planetas regentes y ascendientes”, le dijo al hombre la NE. “Tu horóscopo te dice quién eres: si estás enojado, es porque Júpiter domina, y si estás frustrado, es por Saturno.” Pero los astrólogos pifian demasiado cuando se les requiere dejar las vaguedades y ser más específicos.
Por eso muchos NE miran ahora más allá de astros y estrellas: los platillos voladores pueden suministrarnos las categorías universales necesarias para definirnos. El mensaje es: “No estás hecho a imagen y semejanza de monos, máquinas ni planetas, sino a los seres extraterrestres, E.T. Tu desciendes de los E.T., quienes llegaron hasta aquí hace millones de años en un OVNI. Podemos encontrar noticias de los E.T., y rastros de nuestros ancestros, si los buscamos con empeño (y dinero)”. Así fundaron la Agencia SETI (Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre), toda una experiencia religiosa para los más serios y millonarios. Otros en cambio tuvieron que conformarse con el papel de “abducidos”: secuestrados, violados y/o agredidos por ETs algo más violentos. Y ahora en las universidades, quienes quieren investigar y saber qué es el hombre en realidad, ya no estudian teología, tampoco Humanidades, sino “ufología”.
Otros sinceros creyentes en la NE ya no están dispuestos a seguir esperando indefinidamente a que los extraterrestres aparezcan a definir lo que somos. ¿Vendrán a nuestra vida, si acaso alguna vez? Encuentran una solución más fácil al problema del universal último a través de los “espíritu canalizadores”. Su mensaje es: “Tú no eres mono, ni máquina ni extraterrestre: eres un espíritu. Y puedes comunicarte con los espíritus a través de un canalizador, o incluso puedes dejarte poseer por algún espíritu. Las entidades espirituales moran en un reino superior de tipo multidimensional, desde donde ellas pueden ver nuestro pasado, presente y futuro, y responder a tus preguntas más profundas. También te sale más barato y más fácil conectarte con espíritus que con platillos voladores.” Los espíritus de la NE han sido generosos en la abundancia de revelación que han dado a sus seguidores. Pero ¿estas revelaciones hacen a nuestra generación más sabia que las precedentes? Es una cuestión totalmente diferente: hasta el momento ningún canalizador ha recibido un Premio Nobel por añadir algo significativo a nuestro conocimiento de los misterios de la realidad.
Los “monistas” de la NE piensan que toda la realidad es básicamente Una, y se oponen a los “dualismos”. Encuentran por ejemplo, vergonzoso el dualismo sexual entre hombres y mujeres. Muchos tratan de superar este dualismo haciéndose uno con el sexo opuesto. Otros creen en serio que lo masculino y lo femenino ya están en todos y cada uno de nosotros, hombres y mujeres indistintamente, y prefieren encuentros homosexuales, aparentemente mejores para “expresar” lo femenino de los hombres y lo masculino de las mujeres.
Quienes adhieren a esta forma de salvación por el sexo tienden a rechazar el matrimonio porque refuerza el dualismo: el matrimonio supone que la esposa es una mujer y el marido es un hombre.
Ninguna de las opciones anteriores soluciona el problema de encontrar el máximo universal. Estrellas y planetas regentes, platillos voladores, espíritus canalizadores y sexo en todas sus formas imaginables siguen siendo: limitados, finitos. Por eso los perdidos en el laberinto de la NE insisten: “Yo soy Dios”, incluso si tienen su vida personal vuelta un lío.
La NE representa toda una cosmovisión y una espiritualidad muy extendidas e influyentes, en Occidente y más allá. Por eso mismo nos pone a los cristianos el reto de llegarles a los numerosos hombres y mujeres que abrazan este “Oscurecimiento” con la verdadera iluminación de la Buena Nueva de Jesucristo.