por Guillermo Green
Reforma Siglo XXI, Vol. 3, No. 1
Los que predican la Palabra de Dios no son exentos del cansancio y el desánimo. Cuando un predicador no está experimentando circunstancias óptimas en su pastorado, podría menguar su fervor, su pasión. Es más, cada sermón podría llegar a ser una tarea tediosa, desagradable.
En tales circunstancias, el pastor reformado estaría tentado a pensar: “De todos modos la Palabra de Dios no depende de mí. Si predico con o sin pasión, Dios cumplirá sus propósitos.” Si bien este pensamiento tiene un grado de verdad, sin embargo sería una lástima que un pastor cediera la pasión por tales excusas. En este artículo vamos a meditar sobre la pasión en la predicación.
Debe quedar clara la enseñanza bíblica sobre la Palabra de Dios. No depende ni está amarrada a la condición del hombre. Aún Balaam profetizó correctamente, aunque por motivos malos y con intenciones contrarias a la gloria de Dios. Dice Salmo 119:89: “Para siempre, oh Jehová permanece tu palabra en los cielos.” Jesús dijo, “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mateo 24:35).
La Palabra de Dios no sólo permanecerá más allá que este mundo, sino que es efectiva. El autor a los Hebreos la asemeja a una espada cortante de dos filos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón (Hebreos 4:12). Por medio del profeta Isaías Dios declara que su Palabra es tan efectiva como la lluvia que hace crecer las hierbas, así su Palabra cumple los propósitos con los cuales es enviada (Isaías 55:10,11). Muchos otros pasajes de la Biblia testifican que la Palabra de Dios no es limitada a las debilidades de los hombres.
Más aún, ya que la Palabra de Dios es una manifestación de la soberanía de Dios, Pablo puede decirle a Timoteo que “predique la palabra a tiempo y fuera de tiempo” (2 Timoteo 4:1-3). La predicación no depende de circunstancias favorables que invitan a la pasión y favorecen el buen ánimo. En el contexto de 2 Timoteo 4 Pablo menciona que muchas personas no querrán oír la verdad, sino que irán tras otros mensajes más atractivos. Pero Timoteo debía proclamar la Verdad divina como los profetas de antaño – sea que muchos crean o no.
Todos estos puntos parecerían llevarnos a la conclusión que la pasión y el fervor en la predicación no son necesarios. Aún podríamos mencionar a Pablo, que dice que llegó a Corinto en debilidad, con temor y temblor, no con elocuencia ni sabiduría humana. ¿Es necesaria la pasión en la predicación? Definamos primero qué es la “pasión”.
En el diccionario encontramos diferentes matices en cuanto a la definición de “pasión.” La raíz viene de “padecer”. Hoy todavía hablamos de la “pasión de Jesús”, cuando más sufrió por los pecadores. Aristóteles usaba el término para describir toda afección del hombre, contrapuesta a la acción. Y se ha usado en la filosofía desde ese entonces para esa parte del hombre que llamamos “afecto”, y mucho se usó para describir afectos o deseos malos – “pasiones de la carne.” Hoy se usa comúnmente para describir la forma en que una persona habla o actúa – “predicó con pasión.” Esto significa que el predicador habló con cierta vehemencia, se notó urgencia y sinceridad en su mensaje.
Para efectos de este artículo, definiremos la “pasión” según una de las definiciones del diccionario Océano: “Deseo o afición vehemente a una cosa.” No vamos a hablar en primer lugar de la forma externa de un sermón – aunque creo que la pasión se desborda en la presentación también. Pero estamos definiendo la “pasión” como ese deseo profundo de que el oyente crea y obedezca lo que se predica. Sería opuesta a la serenidad, la frialdad, la apatía, y la tranquilidad (Océano, Sinónimos y Antónimos).
Dios reveló su gloria a Moisés en el monte de Sinaí. Estuvo en su presencia por 40 días. Luego de dar los 10 mandamientos, Dios invitó a Moisés con los ancianos a comer en su presencia – señal de comunión en el pacto. Después del pecado de Israel con el becerro de oro, Moisés pide ver la gloria de Jehová, y Dios anuncia su gloria y su Nombre con las palabras: “¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad, que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado” (Exodo 34:6,7). El relato dice que al oír el Nombre de Dios proclamado, se apresuró, bajó la cabeza hacia el suelo y adoró. Esta revelación de Dios a Moisés fue, sin duda, un paso muy importante en su ministerio. Comprendió a Dios mejor, fue traído más cerca al corazón de su Señor, en ese monte fue moldeado más a la imagen de Dios. Y le confirió las cualidades necesarias para el resto de su ministerio.
La presencia íntima de Dios tuvo un impacto sobre Moisés que duró toda su vida. Moisés pidió ser borrado del libro de la vida antes que las promesas de Dios fallaran. Su ser entero estaba absorbido con la gloria del Nombre de Dios. No quería que las naciones se burlaran de Dios y su pacto, no quería que los incrédulos tuvieran motivo de blasfemar. La gloria resplandeciente en el rostro de Moisés no era algo sólo en la superficie de su piel – profundizaba a la parte más íntima de su alma, y consumía todo su ser. Y a pesar de las fallas humanas de Moisés, el libro de Hebreos nos recuerda que Moisés fue “fiel en toda la casa de Dios” (Hebreos 3:2). Una pasión por Dios y su gloria consumía a Moisés, y lo llevó hasta la muerte en el servicio de sus propósitos.
No sólo en Moisés, sino en muchos de los santos del Antiguo Testamento encontramos esta misma pasión, este mismo celo. Recordamos la reacción de Isaías ante la visión del Dios tres veces santo – era de adoración, de arrepentimiento, y de consagración. Y la tradición judía nos dice que Isaías fue fiel hasta la muerte, muerte por ser aserrado por la mitad bajo Manasés. El capítulo 11 de Hebreos, el capítulo de los “héroes de la fe”, nos relata muchos ejemplos de personas tan “apasionadas” por Dios y su gloria, que estuvieron dispuestas a llevar “vituperios, azotes, prisiones y cárceles” (Hebreos 11:36). La pasión bíblica es la pasión por Dios y su Nombre. La pasión bíblica – el deseo o afición “vehemente” por la gloria de Dios – ha sido una cualidad de todos los santos. Y vemos esta pasión en su forma más pura y clara en nuestro salvador, Jesucristo.
El celo por su Padre consumió a Jesús
El celo por su Padre consumió a Jesús. La pasión por la gloria de Dios que compartían los profetas era sólo una sombra de la pasión que tuvo el Hijo. Desde los 12 años encontramos a Jesús apasionado por la obra que su Padre le había encomendado. Jesucristo realizó todo su trabajo de todo corazón – nada fue hecho a medias. Amonestó fuertemente a los que profanaban el templo, y recibía con ternura a los pecadores arrepentidos. Ni siquiera podía ver masas de gente y quedarse apático ante ello; nos relata el Evangelio que Jesús vio las multitudes, “y tuvo compasión de ellas, porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor” (Mateo 9:36). Nada que hizo el Señor carecía de pasión, de intensidad, de identificarse con la misión de su Padre.
En el huerto de Getsemaní, por supuesto, tenemos la lucha más clara y apasionada de Jesús por la Iglesia. Sus gemidos nunca serán igualados ni comprendidos por los mortales. Lo único que podemos hacer es quedarnos a la orilla de la escena y maravillarnos de la gracia de Dios, y del infinito amor de nuestro Señor por nosotros. ¿Acaso contemplar a Jesús en el huerto nos deja sin efecto alguno? ¿No conmueve el alma y el corazón? Ciertamente impactó profundamente a los apóstoles.
Leemos en Hechos 2 que Pedro le decía con profunda sinceridad a los judíos que se arrepintieran de sus pecados, porque el Jesús que habían crucificado ahora vive y vendrá como juez.
Leemos que los apóstoles proclamaban el evangelio con “denuedo”, a pesar de amenazas de muerte. Los mismos judíos tomaban nota de su valor (Hechos 4:13), y “les reconocían que habían estado con Jesús.”
Escuchemos las palabras de Pablo: “…prefiero morir, antes que nadie desvanezca esta mi gloria. Pues si anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme; porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mi si no anunciare el evangelio!… a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos” (1 Cor. 9:15,22).
Jesús realizó su ministerio consumido por la gloria de su Padre, “apasionado” en su labor. Y este mismo Espíritu de Jesús es transmitido a sus siervos, para que sientan una misma pasión, y mismo celo por el Nombre de Dios. Un anhelo por la salvación de los perdidos, un deseo ardiente por ver la Iglesia de Cristo edificada, un celo por la justicia de Dios – estas cosas ahora arden en el alma del Cristiano, y especialmente en el que es llamado a proclamar su Palabra. Mi querido amigo que lee estas palabras – si no sientes esta pasión, ¡tu la necesitas! No porque tu pasión vaya a salvar a las personas. Ya vimos que esto no es el caso. Necesitamos una pasión por Dios y por nuestro trabajo porque nuestro llamado debe consumirnos cuerpo y alma.
En primer lugar, tu necesitas pasión para ti mismo. Si tu eres predicador, tal vez crees que basta que prediques la Biblia de manera responsable y pastorees a tu rebaño. Pero mi hermano, habrá ocasiones cuando se requerirá valor más que exégesis cuidadosa. Habrá ocasiones cuando se necesita la compasión antes que exposiciones lúcidas de la Biblia. La esencia del Cristianismo incluye más que la comunicación intelectual de verdades – se trata también de la convicción, la confianza, el denuedo – en otras palabras, la pasión. Primero tu y yo necesitamos de una pasión por Dios, su gloria, y por nuestra misión.
En segundo lugar, tu iglesia necesita a un pastor de pasión – y recordemos que no estamos definiendo el término “pasión” por algún estilo de predicación. Cuando un pastor labora en el rebaño con pasión, penetrará en la vida de su congregación – sus alegrías y pruebas, sus tentaciones y triunfos. No hay cosa más triste que un sermón “ortodoxo” que carece por completo de todo sentido de la lucha humana. Una de las razones que Dios ha dado el evangelio en “vasos de barro” es para que juntos – pastor y congregación – podamos maravillarnos del poder de Dios perfeccionado en debilidad. La pasión llevará al pastor a una intensidad mayor de amor y compasión por las ovejas.
Tu iglesia necesita a un pastor de pasión también porque serás un mejor predicador – no porque cambiará tu estilo por algún fervor fingido. Una verdadera pasión por predicar la Palabra de Dios resultará en el deseo de pensar más claramente acerca de las necesidades espirituales, emocionales y físicas de la congregación. Y cuando subas al púlpito, será manifiesta la compasión de Cristo, se manifestará el poder del Espíritu, y Dios superará tus debilidades naturales. Valor de lo alto será tuyo, y hablarás cuando otros callarían. Irás adonde otros no irían. Bendecirás a los que otros han desechado. Cumplirás la misión que Dios te ha encomendado. Dijo el apóstol Pablo, “olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta…” (Filipenses 3:13).
Oración: “Padre, otorga a tu Iglesia pastores apasionados – de pasión no nacida de deseo humano, sino la que está encendida por tu gloria, nutrida por tu misericordia y compasión por los pecadores, y revelada en la proclamación sincera y valiente de tu Palabra. Amen.”