Por R.C. Sproul
Reforma Siglo XXI, Vol. 6, No. 1
Al crear el mundo, Dios hizo al hombre a su imagen. El término «hombre» es usado genéricamente, y vemos que el hombre fue creado hombre y mujer. En el orden de la creación, Dios le dio al hombre dominio sobre la tierra. Adán y Eva servían como mayordomos para Dios. Eva compartía este dominio. Si pensamos en el dominio de Adán como una especie de señorío como rey, pensaríamos en Eva como la reina. Sin embargo, es claro en el orden de la creación que Eva fue puesta en una posición de subordinación con relación a Adán. Ella fue asignada el papel de «ayuda idónea».
Algunos temas relacionados con la creación han sido destacados por el movimiento feminista. Por ejemplo, los pasajes del Nuevo Testamento que llaman a las esposas a someterse a sus maridos, y que los hombres deben liderar la iglesia han encontrado protestas clamorosas. Pablo ha sido calumniado como machista del primer siglo, mientras otros intentan enterrar estos pasajes en una relativización histórica alegando que pertenecían a las costumbres del primer siglo pero no se aplican a nuestro mundo moderno. También ha sido argumentado que el principio de la sumisión denigra a la mujer, robándoles su dignidad y relegándolas a un nivel de inferioridad.
Con respecto a este último punto, se comete el error de creer que la subordinación significa inferioridad, y se comete también el error de pensar que la subordinación destruye la dignidad y el valor. Tristemente, el machismo con frecuencia se ha alimentado de este error, cuando los hombres asumen que la razón que Dios manda que la mujer se someta debe ser porque la mujer es inferior.
Lo falso de esta inferencia se ve claramente por las relaciones de las personas divinas de la Trinidad. En la economía de la redención, el Hijo es subordinado al Padre, y el Espíritu Santo subordinado al Padre y al Hijo. Esto no implica que el Hijo sea inferior al Padre, y que el Espíritu Santo sea inferior al Padre y al Hijo. En nuestra comprensión de la Trinidad entendemos que las tres personas son iguales en dignidad y gloria. Son co-eternos y consubstanciales.
De igual manera, en cualquier organización, no consideramos inferior como persona un vice-presidente comparado con el presidente, sólo porque sea vice-presidente. Es obvio que la subordinación no implica inferioridad.
Cultura
Sigue siendo una pregunta importante si la subordinación de la esposa a su esposo en el matrimonio, y de las mujeres a los hombres en la iglesia, es meramente una costumbre cultural del mundo antiguo. Si estas relaciones fueron compartidas como costumbres culturales y no como principios firmes, sería una injusticia aplicarlos a aquellas sociedades donde no pertenecen. Por otro lado, si fueron dados como principios firmes por mandato divino, aplicable para todo tiempo, entonces no podríamos tratarlos como costumbres culturales pasajeras, porque violentaríamos el Espíritu Santo y sería rebeldía contra Dios mismo.
En otras palabras, si estos pasajes reflejan sentimientos machistas de un judío del primero siglo, no son dignos de nuestra aceptación. Pero si Pablo escribió bajo la inspiración del Espíritu Santo, y si el Nuevo Testamento es la Palabra de Dios, entonces tenemos que acusar de «machista» no sólo a Pablo sino al Espíritu Santo también – una acusación que no debemos hacer con ligereza.
Si estamos convencidos que la biblia es Palabra de Dios, y sus mandatos son mandatos de Dios, ¿como podemos discernir entre mandatos divinos y las costumbres? He escrito sobre la relación entre costumbres culturales en la biblia en mi libro Knowing Scripture (Conociendo las escrituras). En este libro menciono los dos extremos – que toda la biblia es principio firme que ata a todas las personas en todos los tiempos y lugares, y el otro extremo – que toda la biblia es meramente costumbres culturales locales sin relevancia y aplicación más allá de su tiempo. Si no estamos dispuestos a aceptar ninguno de estos dos extremos, estamos obligados a buscar formas claras para discernir la diferencia entre principio y costumbre.
Para ilustrar este problema, veamos lo que pasa si decimos que toda la biblia es principio. Si así fuera el caso, tendríamos que hacer cambios radicales en el evangelismo. Jesús mandó a sus discípulos: «no llevéis bolsa, ni alforja, ni calzado…» (Lucas 10:4). Si hacemos de este texto un principio trans-cultural, entonces debemos realizar el evangelismo descalzos.
Obviamente en la biblia encontramos asuntos que reflejan costumbres culturales. No es requisito llevar la misma ropa que la gente de ese entonces llevaba, y pagar nuestro diezmo en shekels o denarios. Las cosas tales como la ropa y la moneda son sujetas a cambio.
Una de las consideraciones principales para determinar la cuestión de principio o costumbre es averiguar si involucra una ordenanza establecida en la creación. Las ordenanzas creacionales pueden ser distinguidas tanto de las leyes del antiguo pacto y de los mandatos del nuevo pacto. La primera consideración tiene que ver con las partes involucradas en los diversos pactos. En el Nuevo Testamento, el pacto es establecido con los creyentes cristianos. Por ejemplo, los cristianos son llamados a celebrar la Cena del Señor. Pero este mandato no se extiende a los no-creyentes, quienes están advertidos a no participar en este sacramento. De igual manera, existían leyes en el Antiguo Testamento que se aplicaban sólo para los judíos.
Ahora podemos preguntarnos, «¿quiénes son los involucrados en el pacto de la creación?» Al crear el mundo, Dios hizo un pacto no sólo con los judíos o cristianos, sino con el hombre como hombre. Mientras existan los seres humanos en relación con el Creador, las leyes de la creación quedan vigentes. Y fueron reafirmadas tanto en el antiguo pacto como en el nuevo.
Las ordenanzas creacionales trascienden toda costumbre cultural. Es por esta razón que es peligroso tratar la subordinación de la mujer en el matrimonio y la iglesia como si fuera mera costumbre cultural cuando es claro en el Nuevo Testamento que el fundamento para ello descansa en un llamado de los apóstoles a guardar una ordenanza creacional. Tales argumentos aclaran el hecho de que estos mandatos no deben ser tratados como costumbres locales. El hecho de que la iglesia moderna hoy trata reglas divinas como si fueran meras costumbres culturales no refleja tanto el acondicionamiento cultural de la biblia, sino de la iglesia moderna. Este es un caso en que la iglesia moderna cede a su cultura, en lugar de ser obediente a la ley trascendental de Dios.
Si alguien estudia un tema como este, y no puede discernir si un asunto es principio o costumbre, ¿qué debe hacer? Aquí entra la regla de la humildad, una regla que el Nuevo Testamento nos enseña: lo que no procede de la fe, es pecado. Así dice el refrán: «Si tiene duda, no lo haga.» Si por motivos de consciencia tomamos una costumbre por un principio, no somos culpables de ningún pecado. Pero por otro lado, si tratamos un principio como costumbre que podemos dejar de lado, somos culpables de desobedecer a Dios.
Las ordenanzas creacionales pueden ser modificadas, como lo hizo la ley de Moisés con respecto al divorcio, pero el principio aquí es que las ordenanzas establecidas en la creación son normativas para siempre, a menos que Dios mismo claramente las modifique.