Reforma Siglo XXI, Vol. 19, No. 2
Habría sido perfectamente justo que Dios hubiera dejado a todos los hombres en su pecado y miseria y que no hubiese mostrado misericordia para ninguno. Dios no tenía obligación alguna de proveer salvación a nadie. Es en este contexto que la Biblia establece la doctrina de la elección.
La doctrina de la elección declara que Dios, antes de la fundación del mundo, eligió a ciertos individuos de entre los miembros caídos de la raza de Adán para que fueran los objetos de su favor inmerecido. A estos, y solamente a estos, se propuso salvar. Dios podría haber elegido salvar a todos los hombres (porque tenía el poder y la autoridad para hacerlo) o podría haber elegido no salvar a ninguno (porque no estaba obligado a mostrar misericordia a ninguno), pero no hizo ninguna de las dos cosas. En cambio, eligió salvar a algunos y excluir a otros. Su elección eterna de algunos pecadores en particular para salvación no se basó en ningún acto o respuesta previstos por parte de los elegidos, sino que se basó únicamente en su propio placer y voluntad soberana. Por lo tanto, la elección no fue determinada por, ni estuvo condicionada a, nada que los hombres harían, sino que resultó enteramente del propósito autodeterminado de Dios.
Aquellos que no fueron elegidos para la salvación fueron pasados por alto y dejados a sus propios designios y elecciones malvados. No está dentro de la jurisdicción de la criatura poner en duda la justicia del creador por no escoger a todos para la salvación. Basta con saber que el juez de la tierra ha hecho bien. Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que si Dios no hubiese escogido un pueblo por sí mismo y no hubiese determinado resueltamente proveer salvación para ellos y aplicarla a ellos, ninguno sería salvo. El hecho de que haya hecho esto por algunos, con exclusión de otros, no es de ningún modo injusto para este último grupo, a menos que se sostenga que Dios estaba obligado a proveer salvación a los pecadores; una posición que la Biblia rechaza completamente.
El acto de elección no salvó a nadie; lo que hizo fue marcar a ciertos individuos para la salvación. En consecuencia, la doctrina de la elección no debe separarse de las doctrinas de la culpa, la redención y la regeneración humanas, o de otro modo se distorsionará. En otras palabras, si ha de afirmarse el acto de elección del Padre en su propio equilibrio bíblico y correctamente entendido, debe estar relacionado con la obra redentora del Hijo, que se dio a sí mismo para salvar a los elegidos, y a la obra de renovación del Espíritu, que lleva a los elegidos a la fe en Cristo.
Un pueblo elegido
Deuteronomio 10:14-15; Salmo 33:12; Salmos 65:4; Salmos
106:5; Hageo 2:23; Mateo 11:27; Mateo 22:14; Mateo 22:22;
Mateo 22:24; Mateo 24:31; Lucas 18:7; Romanos 8:28-30;
Romanos 8:33; Romanos 11:28; Colosenses 3:12; 1 Tesalonicenses 5:9; Tito 1:1; 1 Pedro 1:1-2; 1 Pedro 2:8-9; Apocalipsis 17:14.
Elección no basada en respuestas previstas
Marcos 13:20; Juan 15:16; Hechos 13:48; Hechos 18:27; Romanos 9:11-13; Romanos 9:16; Romanos 10:20; 1 Corintios
1:27-29; Filipenses 1:29; Filipenses 2:12-13; Efesios 1:4; Efesios 2:10; 1 Tesalonicenses 1:4-5;
2 Tesalonicenses 2:13-14; 2
Timoteo 1:9; Santiago 2:5; Apocalipsis 13:8; Apocalipsis 17:8.
La elección precede a la salvación
Hechos 13:48; Romanos 11:7; Efesios 1:4; 1 Tesalonicenses
1:4; 2 Tesalonicenses 2:13-14; 2 Timoteo 2:10.
Elección basada en la misericordia soberana
Éxodo 33:19; Deuteronomio 7:6-7; Mateo 20:15;
Romanos 9:10-24; Romanos 11:4-6; Romanos 11:33-36; Efesios 1:5.