por W. Robert Godfrey
Reforma Siglo XXI, Vol. 2, No. 2
Al preparar a sus discípulos para su muerte, Jesús les dio una promesa maravillosa: “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros” (Juan 14:18). Jesús les aseguró a sus seguidores de que no los dejaría solos, sin líder e indefensos. ¿Pero cómo es que vendría a ellos? En las Escrituras vemos varias formas en que Jesús vino a los suyos. Vino a ellos por medio de su gloriosa resurrección de entre los muertos. La muerte no podía contenerlo y salió de la tumba como el Señor y Dador de la vida. También vino a sus discípulos en pentecostés dando su Espíritu para unirlos a Él (Hechos 2:33). Vendrá otra vez en gloria al final de este tiempo para unir a su pueblo con Él para siempre. Y todavía hay otra manera en que Él viene a nosotros: viene a su iglesia por los medios de gracia que Él ha establecido. Viene a través de la predicación de la Palabra y viene a través de los sacramentos.
Cómo es que Jesús viene a través del sacramento de la Santa Cena ha sido una de las discusiones más controversiales de la historia de la iglesia. Cristianos reformados a veces se ven confusos o inciertos en cuanto al significado de la venida de Cristo en la cena. Una manera de esclarecer este asunto es de repasar discusiones sobre el eucaristo provenientes de la etapa temprana de la Reforma Protestante. Examinando las reflexiones de Martín Lutero sobre el sacramento y su crítica de los primeros maestros Reformados, podremos iluminar esta doctrina.
Como Lutero era sacerdote en la iglesia medieval sabía que el eucaristo se hallaba en el centro de la enseñanza y la experiencia de la iglesia. El centro de la adoración era el altar y la misa. Allí el sacerdote obraba el milagro de la transubstanciación (convertir el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo) y sacrificaba a Cristo al Padre como propiciación por el pecado. Como reformador Lutero pudo ver que la misa tenía que ser purificada de todos los elementos de artimaña sacerdotal y de logro humano. Insistía que el servicio fuera en el idioma del pueblo y que tanto el pan como el vino fuera ofrecido al pueblo. Rechazaba completamente la idea de un sacrificio en la misa como una forma de justicia por obras.
Sin embargo Lutero continuó insistiendo que Jesús estaba verdaderamente presente en el sacramento. Él creía que las palabras de Jesús, “Este es mi cuerpo,” eran claras y sencillas. Sospechaba mucho de los que intentaban espiritualizar esas palabras. Lutero pensaba que los espiritualizadores de la religión cristiana no percibían el carácter completo de la enseñanza bíblica.
Lutero se había enfrentado a tal espiritualizador en la persona de Thomás Muentzer a mediados de la década de los años 1520. Muentzer desacreditaba el significado literal del sacramento y el de la Biblia como la revelación de Dios. Descartó la Biblia con las palabras, “Biblia, burbuja, balbuceo.” Lutero rugió en contra de Muentzer, “Se cree que se ha tragado al Espíritu Santo con todo y plumas.” Lutero creía que tal “espiritualidad” a fin de cuentas no sólo rechazaba el sacramento y la Biblia sino que también rechazaba la encarnación y la cruz.
Lutero percibía que su anterior colega en Wittenberg, Andreas Bodenstein von Carlstadt, también evidenciaba estas tendencias a espiritualizar. Cuando Carlstadt partió del norte de Alemania en 1524 fue calurosamente recibido por Martín Bucer en Strasburg y por Ulrich Zwinglio en Zurich, lo cual llevó a Lutero a concluir que estos hombres también debían ser espiritualizadores y por lo tanto peligrosos. Los escritos sobre la Santa Cena que Lutero y Zwinglio intercambiaron entre los años 1524 y 1529 nada aportaron para mermar las preocupaciones de Lutero. La crítica de Lutero de la teología reformada temprana de Zwinglio se centró en tres temas: 1) la Biblia y la razón, 2) la gracia y las obras, y 3) la carne y el espíritu. En cuanto al primer tema, la Biblia y la razón, Lutero mantenía que la Biblia era perfectamente clara al decir, “Este es mi cuerpo.” Algunas personas creían en la Biblia y en esa afirmación y otros, que eran racionalistas, no lo creían. Los racionalistas ofrecían muchas razones para probar que esas palabras no podían ser verdad, pero en el proceso sólo demostraban que eran incrédulos. Lutero escribió, “… la Palabra dice en primer lugar que Cristo tiene cuerpo, y esto lo creo. En segundo lugar este mismo cuerpo subió al cielo y está sentado a la diestra de Dios; esto también lo creo. Continúa diciendo que este mismo cuerpo está en la Santa Cena y se nos es dado para comer. Igualmente creo esto, pues mi Señor Jesucristo fácilmente puede hacer lo que quiera, y el hecho de que quiera hacer esto lo evidencian sus propias palabras.”1
El segundo tema era la gracia y las obras. Lutero rechazaba la enseñanza medieval que la cena era un sacrificio que la iglesia ofrecía a Dios. El sacramento no es nuestra obra sino el de Dios. Pero entonces se enteró de que algunos teólogos enseñaban que la cena era una comida memorial y que su significado se encontraba en nuestra fe. Lutero veía a tal idea como otra manera de hacer que la cena estuviese centrada en el hombre. Tal doctrina todavía se enfocaba en la que la iglesia hace en vez de enfocarse en lo que Dios hace.
El tercer tema era la carne y el espíritu. Lutero enseñaba que el centro de nuestra religión estaba en el cuerpo, la sangre y la cruz de Jesús. No minimizaba la divinidad de Cristo, pero sí insistía en que la clave de nuestra redención es lo que Cristo hizo en su cuerpo. Y así como Jesús vino primeramente en su cuerpo, así también viene en su cuerpo en el pan y el vino del sacramento. Lutero escribió, “Nuestros fanáticos…piensan que nada espiritual puede estar presente donde hay algo material y físico, y afirman que la carne no aprovecha para nada.”2 Pero ¿cómo es que la carne de Cristo en la cruz no aprovecha para nada? Esa es nuestra salvación.
Lutero y Calvino Difieren
Lutero proclamó que en la Santa Cena el pueblo de Dios recibe el verdadero Cristo y el Cristo completo: recibe el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de Cristo. Zwinglio nunca estuvo completamente de acuerdo con esa enseñanza aunque ya para el tiempo del Coloquio de Marburg en el 1529 donde conoció a Lutero, se mostraba más solidario con el punto de vista de Lutero. Sin embargo, Juan Calvino sí concordaba con Lutero en ese punto; y las opiniones de Lutero y de Calvino están contenidos claramente en la Confesión Belga, artículo 35: “Mientras tanto, no erramos cuando decimos, que lo que por nosotros es comido y bebido, es el propio cuerpo y la propia sangre de Cristo.”
Dónde Lutero y Calvino diferían era en la cuestión de cómo Cristo viene a su pueblo en la Santa Cena. La expresión luterana clásica es que Cristo está “en, con y debajo” del pan y del vino. El cuerpo glorificado de Cristo está en todas partes y por lo tanto está en el pan por orden divina. Los reformados solían decir que Cristo venía con y a través del pan. Se enfocaban en la obra del Espíritu Santo uniendo a los creyentes a Cristo. Para Lutero, Cristo estaba presente en virtud de la gloria de la segunda persona de la Trinidad. Para Calvino, Cristo estaba presente en virtud del poder de la tercera persona de la Trinidad.
Históricamente los reformados no le han dado mucha importancia a sus diferencias con los luteranos mientras que los luteranos sí. ¿Y por qué? Lutero y sus seguidores quieren que la gracia de Cristo esté verdaderamente presente y accesible para todos. Ellos enseñan que Cristo está realmente presente en el pan, tanto que hasta los inmerecedores pueden recibirle. Aquí sale al frente la doctrina luterana de la gracia universal la cual difiere significativamente con la doctrina reformada.
En contraste Calvino enseñó que la certeza de la presencia de Cristo con su pueblo se encuentra en la promesa a la cual el pan apunta. Cristo está realmente presente en su institución sacramental pero es recibido sólo por los fieles. El Espíritu Santo conecta a Cristo con su pueblo a través del pan.
Los luteranos a menudo alegan que el énfasis que los reformados le dan al Espíritu no tiene base escritural. Si se refieren a que en la Biblia no hay un versículo que vincule al Espíritu con el eucaristo, tienen razón. Pero los reformados sí están correctos en sostener que la obra del Espíritu, como se describe generalmente en la Biblia, también se aplica específicamente a la Santa Cena. Esa obra general es precisamente lo que nos une con Cristo. El Espíritu une al creyente con la vida de Cristo: “Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia” (Romanos 8:9-10). El Espíritu obra para que Dios more en el creyente a través de la obra de Cristo en la carne sobre la cruz (Efesios 2:15-18, 22). El Espíritu también es nuestro vínculo con Cristo en términos de conocerle (Juan 16:14,15; Efe. 1:17). El Espíritu obra para que Cristo more en su pueblo y lo fortalezca: “para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones” (Efe. 3:16,17). El Espíritu que une al cristiano con Cristo en tantas maneras también lo une con Cristo en el sacramento.
La centralidad del Espíritu en la aplicación de Cristo y su obra no es un invento de los reformados. Mas bien, como lo veía Calvino, es una enseñanza clara y bíblica. Enfatizar el rol del Espíritu no es espiritualizar la cena, sino ver la poderosa unión entre el cuerpo de Cristo y el creyente. Cuando el pueblo de Cristo viene en fe a la mesa del Señor, la Palabra y el Espíritu unen a los comunicantes a Cristo y a todas sus bendiciones. Cristo prometió no dejar a sus seguidores como huérfanos y ha cumplido esa promesa en el Espíritu, en la Palabra y en los sacramentos. Todas sus promesas son cumplidas y confirmadas en la fiel recepción de la Santa Cena. “Mi cuerpo que es vuestro” es dado a su pueblo. Jesús continúa viniendo y proveyendo para los suyos de una forma bondadosa y maravillosa.