Por W. Robert Godfrey
Reforma Siglo XXI, Vol. 10, No. 1
“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por medio del cual hemos obtenido también entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” (Rom. 5:1-2).
Después que Pablo ha presentado su discusión más detallada de la justificación en Romanos 3 y 4, concluye en que, por lo tanto, tenemos paz con Dios. ¿Qué es esta paz? En algunas partes del mundo, la paz puede significar el fin del conflicto armado aún cuando sigan existiendo los antiguos odios y el armamento. Esta situación no es tanto paz sino más bien un cese al fuego. O la paz se puede referir a una situación como el sector estadounidense en Berlín después de la Segunda Guerra Mundial. La lucha había terminado, las armas habían sido depuestas y los odios habían sido abandonados (con los alemanes agradecidos de no estar en el sector ruso), pero sólo la devastación y los escombros señalaban la realidad de la vida después de la paz. Pablo tenía en mente algo mucho más positivo cuando piensa en la paz en Romanos 5:1. Él piensa en el “camino de la paz,” una frase de Isaías 59:8, la cual citó en Romanos 3:17. Para Isaías el camino de la paz equivale a santidad, amor, justicia, integridad, verdad, contentamiento y rectitud. Es el sendero derecho de la vida con un Dios amante y redentor en contraste con el camino torcido del malvado.
En el contexto inmediato de la Epístola a los Romanos, Pablo yuxtapuso la paz con el justo castigo por el pecado (Rom. 3:25) que Dios en su ira (Rom. 4:15) derramaría sobre el malvado (Rom. 4:5). La realidad del pecado y la realidad de la justicia y santidad de Dios son elementos esenciales de una perspectiva bíblica del mundo. Una de las tragedias de gran parte de la vida de la Iglesia contemporánea es que la verdad acerca de la santidad de Dios y su ira en contra del pecado ha desaparecido del todo en el panorama. En un esfuerzo por “conectarse” con los no-cristianos contemporáneos, la Iglesia ha dedicado mucha de su energía a la enseñanza de la auto-aceptación. La implicación es que la gran necesidad humana es tener paz consigo mismo. Pero tal perspectiva se halla muy lejos tanto de la revelación bíblica como del verdadero Cristianismo.
En una visión cristiana de la realidad la primera función de la ley en un mundo caído es enseñar la pecaminosidad del pecado (Rom. 3:20) y que aquellos perdidos en el pecado no conocen el camino de la paz (Rom. 3:17). La paz en la cual Pablo se regocijaba es la paz del pecado cubierto, la ira apartada y la justicia satisfecha de modo que los pecadores creyentes se hallan plenamente reconciliados con Dios como su Padre celestial amante en Jesucristo.
Las reflexiones de Pablo sobre la paz como fruto de la justicia bien pueden depender en parte en Isaías 57. Del contrito, Dios dice, “He visto sus caminos [pecaminosos]; pero le sanaré, y le guiaré, y le daré consuelo a él y a sus enlutados; produciré fruto de labios: Paz, paz al que está lejos y al cercano” (Isa. 57:18-19). Pero del malvado, “No hay paz, dice mi Dios, para los malvados” (Isa. 57:21). Los malvados son aquellos que son indiferentes al pacto del Dios verdadero y que se han formado una falsa justicia para ellos mismos. Dios dice de ellos, “¿De quién te asustaste y temiste, que has faltado a la fe, y no te has acordado de mí, ni te vino al pensamiento? ¿No es porque he guardado silencio desde tiempos antiguos, por lo que nunca me has temido? Yo voy a denunciar tu justicia y tus obras, que no te aprovecharán” (Isa. 57:11-12).
La paz objetiva y la paz subjetiva con Dios
Juan Calvino, al comentar Romanos 5, explicó esta paz como la “serenidad de conciencia de los creyentes, la cual se origina de la conciencia de saber que ha sido reconciliado para con Dios.” Nótese como Calvino ha subrayado las dimensiones objetivas y subjetivas de la paz. Objetivamente, la paz con Dios significa que Dios, de hecho, ha sido reconciliado con nosotros debido a la obra salvadora de Cristo. Subjetivamente, la paz con Dios significa que llegamos a saber que Dios ha sido reconciliado para con nosotros y aquel conocimiento nos trae serenidad en nuestras conciencias que de otra manera nos acusaría y condenaría. La unión de estos elementos objetivos y subjetivos conforma la paz gloriosa disfrutada por los hijos de Dios.
Por el lado objetivo, Jesús ha hecho todo por nosotros, para ganar para nosotros aquella reconciliación con Dios. Jesús cumplió la ley, no sólo para sí mismo, sino también para nosotros, de modo que nuestra reconciliación significa que nos hallamos ante Dios con toda la observancia de la ley por parte de Cristo reconocida a nuestra cuenta. Jesús soportó la penalidad por nuestros pecados en la cruz de modo que ha propiciado la ira de Dios y ha expiado nuestros pecados. Jesús les imputa a los suyos tanto su obediencia activa como su obediencia pasiva. Como Calvino lo expresa, “Sin embargo, cuando venimos a Cristo, primero encontramos en Él la justicia exacta de la Ley, y esta también llega a ser nuestra por imputación.”
Por el lado subjetivo, hay dos tipos de personas que carecen de tal serenidad o paz, argumenta Calvino. Los primeros son aquellos cuyas conciencias están aún llenas de temor y de un sentido de la ira de Dios contra ellos como pecadores. “Nadie estará sin temor delante de Dios, a menos que confíe en la libre reconciliación, pues en tanto que Dios sea juez, todos los hombres deben estar llenos de temor y confusión … las almas desdichadas están siempre inquietas, a menos que descansen en la gracia de Cristo.” Tales personas o no entienden la obra de Cristo en su plenitud y totalidad o no han entendido a cabalidad las implicaciones del evangelio para ellos mismos. Los primeros están llenos de temor porque piensan que han fallado al no aumentar lo que falta en la obra de Cristo. Estas personas degradan a Cristo, pensando añadirle sus obras a las de Él sin darse cuenta que tal añadidura es siempre una resta (como añadirle un bigote a la Mona Lisa). Los segundos no captan que el beneficio total de la obra de Cristo es suyo sólo por la fe. Son como los hipocondríacos quienes, aunque están saludables, no disfrutan de su estado de salud.
El segundo tipo, según Calvino, son aquellos que no miran ningún peligro para ellos mismos. “Esta serenidad no es poseída ni por el Fariseo, quien está inflado por una falsa confianza en sus obras, ni por el pecador insensible, quien, dado que está intoxicado con el placer de sus vicios, no siente ninguna falta de paz … La paz con Dios es algo opuesto a la ebria seguridad de la carne.” Aquí, una vez más, hay dos tipos de personas. Los primeros en realidad están seguros al creer que sus obras son lo suficientemente buenas como para darles el derecho de hacerle algún reclamo a la bondad divina. Fracasan totalmente al no saber que aún nuestras mejores obras están llenas de imperfecciones ante la vista de Dios. Los segundos – quizá la mayoría de nuestro mundo – no tienen ningún sentido en lo absoluto del peligro que proviene de la ira de Dios. Son como el hombre agonizante que cuando se le pregunta si ha hecho la paz con Dios respondió que no sabía que hubiesen estado peleados y distanciados.
La fe correctamente entendida
El único antídoto verdadero ya sea al temor o a la auto-satisfacción es la fe. La fe es aquella confianza en Cristo y su obra, que aparta la mirada de todos aquellos fundamentos válidos que se hallan en nosotros mismos por temor y de toda la vana adulación de la auto-satisfacción. La fe sola mira sólo a Cristo, y sólo Cristo justifica a aquellos que tienen sólo fe.
Debiese ya ser clara la tragedia de la confusión evangélica contemporánea sobre la doctrina Protestante de la justificación – y también su traición a esta doctrina. La justificación no es alguna riña irrelevante acerca de pequeños trozos técnicos de teología, ni es una doctrina subordinada a la cooperación y la actividad cristianas. La doctrina de la justificación determina la manera en que entendemos el evangelio que tenemos que predicar, los límites legítimos de la cooperación, y la motivación para las buenas obras. Allí donde la doctrina de la justificación no se guarda de manera clara e inmaculada, se pierde la verdadera paz con Dios.
Una vez más podemos escuchar a Calvino mientras coloca juntas las dimensiones objetiva y subjetiva de nuestra paz con Dios: “Podemos ver ahora cómo la justicia de la fe es la justicia de Cristo. Por lo tanto, cuando somos justificados, la causa eficiente es la misericordia de Dios. Cristo es la sustancia (materia) de nuestra justificación, y la Palabra, con fe, el instrumento. Por lo tanto, se dice que la fe justifica, porque es el instrumento por el cual recibimos a Cristo, en quien la justicia nos es comunicada.” Esta es la verdadera paz que el mundo necesita y que Cristo da.