Por Martin I. Klauber
Reforma Siglo XXI, Vol. 8, No. 1
Martin I. Klauber es Profesor visitante de Historia de la Iglesia en el Trinity Evangelical Divinity School y en el Barat College, Lake Forest, Illinois.
(En toda época la iglesia es tentada a acomodarse a los valores y tendencias de su cultura. Muchos han sido los intentos de formar una síntesis entre el cristianismo y las filosofías humanas. Jacob Vernet, heredero de la teología reformada en Ginebra, buscó ‘atraer’ a los intelectuales racionalistas de su día. Su fracaso debe ser una lección para los que quieren acomodar la Biblia hoy para ‘atraer’ a los que no la creen. Recomendamos este artículo importantísimo para todos lo teólogos y pastores de hoy. Los temas de combate varían en nuestros tiempos – pero la tentación de acomodarse es la misma.)
El siglo dieciocho se caracterizó por ser un período de transición en la Academia de Ginebra, una de las instituciones fundadoras del pensamiento Reformado. En el siglo diecisiete, fue el bastión de la erudición Reformada, dirigido por la dominante personalidad de su profesor de teología, Francis Turretin (1623-1687). Turretin usó su voluntad de hierro para imponer la declaración teológica conservadora, el Consenso de la Fórmula Helvética (1675), sobre todos los candidatos a la ordenación. Sin embargo, la siguiente generación de teólogos Reformados en la Academia comenzó a cambiar la naturaleza de la teología Reformada. El hijo de Turretin, quien también era profesor de teología en la Academia, Jean-Alphonse Turretin (1671-1737), dirigió el camino durante esta era y cambió muchos aspectos de la teología de su padre con la abrogación de la Fórmula en 1706. El joven Turretin también ayudó a desmantelar los aspectos especulativos de la teología escolástica eliminando de la discusión teológica doctrinas Reformadas tradicionales tales como la elección. El sucesor de Jean-Alphonse Turretin como profesor de teología en la Academia, Jacob Vernet (1698-1789), continuó esta tendencia hacia un enfoque más racional del discurso teológico, lo que el historiador Francés François LaPlance había llamado como «ortodoxia iluminada». Vernet estaba bien familiarizado con muchas de las philosophes (filósofos franceses), más notablemente, Voltaire. El teólogo ginebrino trató de edificar un sistema teológico que no resultase inaceptable para los philosophes, mientras mantenía el núcleo de la creencia cristiana. Si su sistema se acercaba demasiado al sistema de los philosophes se hallaría expuesto a la crítica de que ya no era un sistema verdaderamente cristiano. Si sostenía vínculos que estaban en demasiada relación íntima con la teología Reformada tradicional de Ginebra, sería acusado de tener una actitud divisiva y los philosophes rechazarían sus argumentos. El resultado fue una forma de ortodoxia ‘iluminada’ que fracasó para con ambos bandos. Es mi propósito aquí descubrir la naturaleza de la ortodoxia iluminada de Vernet y mostrar como esta forma de creencia se ha desarrollado desde la era del predecesor de Vernet, J. A. Turretin.
La familia de Vernet emigró de Provenza a Ginebra en el siglo diecisiete y su abuelo, Jacobo, obtuvo los derechos del status de burgués en 1659. Su padre Isaac fue un comerciante que murió en el año 1706, dejando una gran familia de trece hijos. Puesto que el joven Jacob solo tenía ocho años al momento de la muerte de su padre, las figuras masculinas más importantes en su educación inicial fueron Daniel Le Clerc, afamado autor de la Historie de la médecine, y MarcConrad Trembley, uno de los magistrados de la ciudad. En la Academia de Ginebra Vernet decidió dedicarse a los estudios teológicos en Ginebra bajo la tutela de Benedict Pictet, Samuel Turretin y J. A. Turretin.
Después de graduarse Vernet se mudó a Francia como tutor de una adinerada familia Parisina. Esta posición le proveyó la oportunidad para obtener importantes contactos entre la élite intelectual de París. También viajó extensamente y conoció a Montesquieu en Roma en 1729, y luego a Voltaire en París en 1733. Regresó a su nativa Ginebra como pastor de una iglesia rural en 1732 y fue admitido en la Compañía de Pastores en 1734. Para 1739, comenzó su carrera en la Academia de Ginebra como profesor de Belles-Lettres y más tarde en 1756 fue designado profesor de teología.
Laborando a la sombra de la Ilustración, Vernet esperaba presentar un caso convincente con respecto al carácter racional de la fe cristiana. De hecho, Vernet es mejor conocido por su serie de conflictos personales y literarios con prominentes filósofos, más notablemente con Voltaire. En tal ambiente, simplemente ya no era prudente emplear los tradicionales argumentos Reformados a favor de la veracidad de la fe cristiana. Calvino había argumentado que el Espíritu Santo confirma la revelación escritural en el corazón del creyente. Este enfoque a la apologética continuó hasta principios del siglo dieciocho cuando J. A. Turretin finalmente lo abandonó. El enfoque de Calvino, más centrado en la fe, no podía ser tomado con seriedad por la época de Vernet. También se habían ido las doctrinas históricas tales como la predestinación, que los philosophes – con mentalidad de tolerancia – hallaban ofensivas.
Otro importante desafío a la teología Reformada tradicional era la creciente prosperidad de la gente de Ginebra. Durante las primeras generaciones siguiendo a la Reforma, la afluencia de refugiados Franceses cambió el carácter de la ciudad. Estos Franceses trasplantados dejaron atrás sus posesiones y en muchos casos aquello que les daba su sustento. Después de la Revocación del Edicto de Nantes en 1685, llegó una nueva ola de inmigrantes franceses, quienes sirvieron como maestros, comerciantes y artesanos. Ayudaron a mejorar el nivel del comercio de Ginebra y nuevos proyectos de construcción embellecieron la ciudad. De acuerdo a Linda Kirk, para el siglo dieciocho los Ginebrinos estaban abiertos a algunas de las acusaciones que Montesquieu había señalado con respecto a la decadencia de Roma: «lujos, avaricia, hedonismo, la declinación de un espíritu orientado al servicio público, las facciones y el alejamiento de las prácticas religiosas simples y austeras de los días de antaño».
Vernet señalaba que había tanta prosperidad en Ginebra que muchos de sus habitantes estaban más preocupados por sus empeños seculares que de la piedad y la devoción a Dios. La asistencia a la iglesia estaba disminuyendo y la extensión de los sermones tuvo que ser acortada considerablemente a no más de cuarenta y cinco minutos. En 1769, Vernet escribió Reflexions sur les moeurs, sur la Religion et sur le culte, con el propósito de contrarrestar la creciente secularización de la sociedad Ginebrina. La adhesión a la fe cristiana, argumentaba, beneficiaría a la sociedad como un todo y aseguraría una moralidad apropiada. Si los Ginebrinos continuaban alejándose de la iglesia, la decencia pública y el orden inevitablemente sufrirían.
Lo que es particularmente interesante respecto al contexto de las Reflexiones era que Ginebra había promulgado leyes prohibiendo las exhibiciones excesivas de lujo incluyendo el uso de carruajes y conductores, lo mismo que la compra de ciertos tipos de amoblado y joyerías de precios elevados. Se supone que se impondrían multas contra los ofensores. Sin embargo, normalmente estas leyes no eran aplicadas a la clase aristocrática quienes poseían grandes cantidades de riquezas. Se les imponían a las clases media y baja y ayudaban a mantener las divisiones de clase en la ciudad.
Helena Rosenblatt señala que Vernet fue muy activo en su apoyo del control aristocrático del concilio de Ginebra. La burguesía de Ginebra resentía el control aristocrático del gobierno con el pleno control de los impuestos y el presupuesto. Vernet quería preservar el orden social y argumentaba que era necesario un gobierno fuerte para restringir las pasiones de los habitantes de la ciudad. El gobierno apropiado preservaría el orden social y fomentaría una calidad más elevada de vida. La religión servía para un importante propósito al ayudar a las personas para que llegasen a ser ciudadanos que se regían por la ley. Rosenblatt afirma que Vernet y los pastores de Ginebra argumentaban que sus funciones consistían en proveer para las necesidades espirituales de la gente, pero también respaldaban el régimen establecido y alentaban a sus feligreses a aceptar pasivamente su gobierno.
Los pastores de Ginebra también fueron bastante protectores de su status social. En este tiempo de prosperidad muchos de ellos descubrieron que sus propios salarios aumentaban más lentamente que la tasa de inflación. Su lugar en la sociedad de Ginebra había decaído significativamente durante la era de la Ilustración y fueron dejados en la difícil posición de intentar apaciguar a los philosophes mientras defendían la fe cristiana.
Vernet ocupó una importante posición durante este período crítico de transición. Como profesor de teología en la Academia de Ginebra trabajó en medio de una enorme cantidad de debates teológicos, sociales y morales entre los miembros de la República de las Letras. Se enorgullecía de su hueste de contactos internacionales y esperaba que su marca distintiva fuese llegar a ser uno de los más importantes representantes de la teología Reformada en la defensa de una fe razonable.
Los conflictos de Vernet con los philosophes prepararon el camino para su movimiento hacia un enfoque más racional y progresista de la teología. Algo que fue fundamental para su desarrollo teológico fue su período de aprendizaje bajo Jean-Alphonse Turretin, quien le enseñó esta forma iluminada, progresista, de ortodoxia que ayudaría a proteger las doctrinas fundamentales de la fe mientras ignoraba o descartaba aquellas creencias que no se ajustaban con la razón. Por ende, Vernet se miraba a sí mismo como un defensor de la fe, en lugar de verse como uno que estaba tratando de desmantelar sus doctrinas cardinales. Los tiempos habían cambiado desde la época de la Reforma, y también desde la época de la ortodoxia Reformada, y Vernet se había dado cuenta que el cristianismo necesitaba ser articulado de una manera fresca durante la era de la razón.
Lo que quedaba era una forma de ‘ortodoxia’ que enfatizaba aquellas doctrinas esenciales para la salvación y que se hallan claramente reveladas en la Escritura. El biógrafo de Vernet, Eugène de Budé, argumentaba que la meta de Vernet era simplificar la teología de acuerdo a la razón con el objetivo de entender mejor el diseño de Dios. Vernet extirpó los misterios teológicos, tales como la predestinación, la Trinidad y la existencia de un infierno literal. Como resultado, convirtió a la fe cristiana en algo más agradable al investigador racional. En uno de sus primeros tratados, Vernet negó los registros populares de sanidades milagrosas entre los entusiastas en Francia, diciendo que muchos de tales milagros son simplemente raras respuestas físicas a fenómenos naturales o resultado de la vívida imaginación de las mujeres. Dada su anterior interacción con muchos de los philosophes, Vernet estaba tratando de mostrar, como Locke había tratado de mostrar una generación antes, que el cristianismo era en verdad una fe razonable.
Las obras teológicas más importantes de Vernet fueron su Instruction Chrétienne, originalmente publicado en 1751, y el Traité de la vérité de la religion chrétienne. Esta última obra fue un proyecto de toda la vida e inicialmente fue una traducción de la obra original en Latín de J. A. Turretin. El objetivo de Vernet era presentar la obra de su mentor a una audiencia más amplia de lo que la versión en Latín permitía. Vernet tradujo el Traité de Turretin en varias ediciones comenzando en 1730 y, para el tiempo que la última edición fue publicada en 1788, era más la obra de Vernet que de Turretin. La traducción era también un intento de honrar a Turretin. Al subir Vernet a la cátedra de teología en la Academia en 1756, casi veinte años después de la muerte de Turretin, rindió homenaje a su anterior maestro y le elogió por haberle preparado para la tarea que iba a asumir.
Vernet tenía el propósito de que su Instruction Chrétienne fuese un texto básico para mostrarles a los jóvenes estudiantes de teología la naturaleza práctica de la fe cristiana. Sin embargo, es claro que esta obra no era un catecismo Reformado tradicional. En su obra Vernet se desvinculaba del antiguo enfoque tradicional escolástico a la teología, que consideraba como demasiado divisivo y, como J. A. Turretin, trataba de comprobar la fe cristiana, tanto como fuera posible, a través de la revelación general. De ese modo fue capaz de establecer el fundamento común de la razón con sus protagonistas de la Ilustración. Graham Gargett señala que conscientemente Vernet se alejó de la teología Reformada de la Confesión de Westminster cuando escribió que el fin principal del hombre no es glorificar a Dios sino alcanzar la felicidad en esta vida. Lejos se hallaban las doctrinas tradicionales de la depravación y la necesidad de un salvador.
Vernet argumentaba que uno podía llegar a un entendimiento de los atributos de Dios a través de la revelación natural. La Escritura provee más información específica, pero nunca contradice la razón. Podemos llegar a saber, por medio de la razón, que Dios es eterno, auto-existente, espiritual, omnipotente, omnisciente, omnipresente, santo, justo, y que es el autor de todo bien. La razón puede conducirnos a un entendimiento del monoteísmo. Después de todo, no puede haber más de una causa primera y eficiente. Esta primera causa debe ser todopoderosa porque nada podría ser más grande. Si fuese más grande, entonces esa causa sería Dios.
Con la ética asumiendo un lugar más prominente que el dogma en el sistema teológico de Vernet, planteó que el hombre tiene la habilidad de vivir moralmente en una sociedad apropiadamente gobernada. Por lo tanto, la naturaleza del hombre es esencialmente buena, una premisa que Vernet compartía con los philosophes. La verdadera religión, escribió, consiste de honrar a Dios y obedecer sus mandamientos. La teología natural era útil porque proveía una revelación común que estaba disponible para todos. También establecía un terreno común con los deístas y los no-creyentes. De hecho, el propósito principal del Traité de la vérité de la religion chrétienne era convertir a los deístas y traerlos de regreso al Cristianismo. La teología natural era un área de discusión que ambos, deístas y cristianos, tenían en común. Si uno eliminara las doctrinas que le fueron añadidas a la fe cristiana durante y después de la era de Constantino, tales como la Trinidad, el Cristianismo concordaría bastante bien tanto con la razón como con la religión natural. Es interesante señalar que en 1755, Vernet le envió una copia del Traité de la vérité de la religion chrétienne a Voltaire, quien lo alabó porque sentía que la forma liberal del Cristianismo de Vernet se hallaba sólo a un paso de distancia del deísmo.
En el sistema de Vernet de la teología natural la razón y la conciencia formaban los bloques básicos de cimiento que dirigen a la persona al conocimiento de Dios. La religión natural puede llevarnos a conocer que Dios existe, que creó y sustenta al mundo por medio de su providencia, que ha establecido las normas de la moralidad y que hay vida después de la muerte. Vernet empleaba pruebas tradicionales para la existencia de Dios incluyendo la creencia universal en Dios, el consentimiento universal a las enseñanzas morales básicas y la esperanza común de vida después de la muerte. También argumentaba que nuestra vida en la tierra es una preparación para nuestra vida en el cielo a medida que aprendemos una conducta virtuosa.
La religión natural era suficiente para el hombre en el estado de inocencia, pero después de la caída la religión natural no proveía información específica con respecto al perdón de nuestros pecados por parte de Dios. De acuerdo a Vernet, la filosofía es eminentemente útil para el cristiano y cuando uno la combina con la luz superior de la Escritura podemos llegar al conocimiento de la verdad. La razón y la revelación bíblica son como dos antorchas para conducirnos en medio de la noche. La Biblia provee más luz de la que dispone el sabio pagano. De igual manera, uno debe emplear la razón junto con la Escritura. Ambas son necesarias para llegar al conocimiento de la verdad.
Vernet argumentaba que la revelación especial es necesaria para evitar la superstición y para proveer un sistema universal de moralidad. El problema con el deísmo es que destruye toda la religión verdadera y conduce a la especulación o a la indiferencia. La revelación especial es útil a la sociedad y se conforma a la razón. Es importante señalar que Vernet siguió muy de cerca la obra de John Locke, Reasonableness of Christianity [La Racionalidad del Cristianismo] en sus argumentos a favor de la importancia de la revelación especial.
Vernet afirmaba que la revelación especial tiene cinco características. Primero, la revelación nunca debe contradecir a la razón. Dio algo de espacio para los misterios bíblicos que van más allá del alcance de la razón, pero tales misterios no pueden contradecir la revelación natural. Segundo, la revelación no debiese contradecirse a sí misma y muestra la racionalidad de la fe cristiana. Tercero, la revelación perfecciona la teología natural a causa de la naturaleza caída de la raza humana. Nos señala a la verdadera adoración y a la moralidad verdadera. También nos enseña acerca de nuestros orígenes, el fin de la vida humana y la esperanza de vida después de la muerte. Cuarto, la revelación especial provee un conocimiento específico respecto a Cristo. Quinto, la verdadera revelación es autenticada por señales tales como los milagros bíblicos y la profecía cumplida. Por lo tanto, la revelación bíblica es superior a la filosofía porque provee información más específica respecto al origen del mundo y la vida por venir. Es claro, a partir de esta lista de las marcas distintivas de la revelación especial, que la teología natural jugaba un papel sustancial en el sistema teológico de Vernet.
Vernet defendía la necesidad de tener una forma escrita de la revelación especial porque las primeras revelaciones orales eran fácilmente olvidadas y solamente podían servirles a las generaciones que la recibían. La generación escrita, en cambio, podía ser transmitida a la posteridad. Definió la Escritura como el «tesoro» de la revelación divina y la regla de fe y práctica.
La revelación especial, para Vernet, era una continuación y un complemento de la teología natural. La revelación, creía él, siempre concuerda con la razón. Sin embargo, a medida que la teología natural asumía un papel más prominente en su sistema teológico, Vernet argumentó que la revelación especial no era absolutamente necesaria. En el tercer libro de la Instruction chrétienne, planteó que la revelación bíblica es meramente útil, en lugar de necesaria, y es solamente un complemento de la teología natural. Vernet señaló el mismo punto en la segunda edición del Traité de la vérité de la religion chrétienne cuando cambió el título de uno de los capítulos de «La Necesidad de la Revelación» a «La Utilidad de la Revelación». Este cambio implicaba que los así llamados «paganos en África», que nunca habían escuchado el evangelio podían potencialmente ser salvos sin un conocimiento específico de Cristo si respondían favorablemente a la revelación que Dios les había dado en la naturaleza y en la conciencia. También mostraba que muchos que nunca habían escuchado el evangelio bien podrían quedar exentos de la condenación eterna.
Vernet admitió la perplejidad del problema de los «paganos en África» que nunca habían escuchado el evangelio. Reconocía que la Escritura sí contiene ideas que no se encuentran en la teología natural. La revelación Escritural es útil para evitar que los creyentes sean llevados de allá para acá por todo viento de doctrina (Efe. 4:14). La teología natural puede dirigirlo a uno hacia la verdad en tanto que uno use la razón de manera apropiada. Sin embargo, era típico que los paganos usaran mal el don de la razón, dado por Dios, y que así cayeran en la idolatría. La revelación especial sería extremadamente útil en tales casos para combatir la idolatría.
La pregunta clave con respecto a los paganos es si podrían ser salvos sin haber tenido acceso a la revelación especial. Parecería algo totalmente injusto que Dios los condenara al infierno por rechazar a Cristo cuando nunca habrían escuchado de él. Por lo tanto, no es de sorprenderse, que Vernet no haga mención de la controversial doctrina de la predestinación. Además, cuestionaba la existencia de un infierno literal. El problema desconcertante de la existencia de un infierno literal fue algo que acosó a Vernet a lo largo de su carrera. Argumentaba que no existía un infierno literal, pero planteaba que sí existe un lugar de refinamiento, algo parecido al purgatorio, para purificar a aquellos que no son elegibles para entrar inmediatamente al cielo. Como Orígenes, Vernet argumentaba que una vez que tales individuos sean purificados, entonces pueden entrar en la dicha eterna.
Vernet afirmaba que Dios es justo y evalúa a todos los individuos de acuerdo a sus obras. Algunos son castigados en esta vida por medio de la simple vergüenza o el castigo corporal. Otros son desheredados, exiliados de su tierra natal, desposeídos de riquezas o rango. En la otra vida los malos sufrirán vergüenza y humillación. Estarán llenos de remordimientos por sus malas acciones. Vernet decía que era suficiente limitar las declaraciones de uno con respecto al infierno a las del Apóstol Pablo quien lo describió como un lugar de angustia y aflicción. La Escritura también usa varias analogías para infundirnos temor al infierno describiéndolo como un lugar de fuego, sufrimiento y crujir de dientes. Vernet se rehusaba a especular acerca de la naturaleza exacta del infierno, diciendo que es un lugar aterrador pero que el castigo se adecuará de manera justa a los hechos de cada persona.
Aunque la Escritura describe la extensión del castigo eterno como un castigo sin fin, Vernet afirmaba que esto no necesariamente significa que el infierno durará por siempre. La palabra Griega para «eterno» podría significar un período de tiempo largo o indefinido. También señalaba que no nos atañe limitar la misericordia de Dios. Dios bien podría proveerles otra oportunidad a aquellos que no fueron lo suficientemente afortunados como para entrar al cielo en el primer intento y podría, en última instancia, traer de regreso a toda la gente hacia sí mismo. Admitía que la Escritura guarda silencio con respecto a tales segundas oportunidades, pero que no es algo inconcebible. En última instancia, no conocemos la naturaleza exacta del castigo eterno, pero podemos confiar en que Dios es justo y sabio y que recompensará o castigará justamente a cada individuo.
A pesar del papel tan extendido de la teología natural en el sistema de Vernet, sostenía una elevada opinión de la Escritura. Vernet era pronto para sostener tanto la autoría humana como divina de la Biblia por la cual los autores bíblicos fueron guiados e inspirados por el Espíritu Santo. También declaraba que el Nuevo Testamento es el registro fiel de todo lo que Dios enseñó por medio de Cristo. Los autores del Nuevo Testamento hablaron como testigos oculares e historiadores. Vernet usaba la tradicional apologética histórica para promover la exactitud histórica del Nuevo Testamento. Sus autores registraron lo que vieron. La promesa de la guía del Espíritu Santo fue verificada por medio de milagros bíblicos entre los apóstoles y sus discípulos inmediatos. Para que el Nuevo Testamento fuese falso los discípulos tendrían que haber engañado a sus lectores de manera deliberada, una acción que no corresponde con el hecho de que casi todos ellos murieron como mártires por lo que creían.
En su análisis del libro del Génesis Vernet siguió a Agustín al afirmar que el tema de la creación ex nihilo respalda la existencia de Dios. Si uno puede establecer que Dios, en verdad, creó el mundo, entonces no sería un gran salto mostrar que él también es su gobernador supremo. En apoyo de una creación divina Vernet recurría a argumentos tales como el acuerdo común entre los pueblos antiguos, la naturaleza antigua de los escritos Mosaicos, y su similitud con las antiguas cosmologías paganas. Al mismo tiempo, Vernet argumentaba que Moisés no tuvo el propósito de que su registro de la creación fuese un testimonio de la exacta naturaleza científica de los orígenes del mundo. Moisés participaba de la ignorancia de la gente de su generación en el área de la ciencia y la filosofía. Dios no creó el mundo en siete días literales, sino a lo largo de un extenso período de tiempo. La referencia en el Génesis a siete días fue un recurso literario para respaldar la noción del Sabat (día de descanso).
En su discusión de la caída del hombre, Vernet negaba la visión tradicional Reformada de la depravación y el pecado original, argumentando que somos responsables por nuestros propios delitos. Somos libres para pecar o no pecar, así como lo era Adán.
Vernet definía un milagro como un evento raro y singular que se halla fuera del curso ordinario de la naturaleza. Se halla más allá de la habilidad humana el realizar actos tales como la acción de calmar un mar o levantar a un muerto. Los milagros realmente no han de ser creídos si uno atribuye su causa sólo a la agencia humana. Pero Dios, quien es el creador de todas las cosas y quien estableció el orden natural, tiene la habilidad de trascender ese orden y de hacer excepciones como le plazca.
Los milagros son necesarios para verificar la verdad de la revelación especial. Para reconocer un verdadero milagro uno debe tener un testimonio ocular de primera mano en cuanto a los hechos clave del evento. Vernet advertía aquí que existen dos extremos al evaluar los milagros y que ambos han de ser evitados. Por un lado, aquellos que son supersticiosos virtualmente atribuyen cualquier evento de la vida a la mano divina. Por otro lado, el impío elimina totalmente la obra de Dios de los eventos humanos.
Vernet protegía lo que consideraba como las enseñanzas fundamentales o esenciales de la Escritura de una manera similar a Jean-Alphonse Turretin, quien defendía una cantidad limitada de tales doctrinas en un esfuerzo por acercarse un poco más, y hallar concordancia, con las tradiciones Luterana y Anglicana. Vernet argumentaba que los profetas y los apóstoles fueron hombres ordinarios quienes usaron varios estilos y técnicas bajo la guía del Espíritu Santo. Negó que las mismas palabras y frases de la Escritura fuesen sin error, argumentando que las doctrinas bíblicas más importantes se hallaban verdadera y fielmente representadas, y que la Biblia contiene todo lo que Dios se ha propuesto que sepamos.
La Escritura revela claramente los artículos esenciales de la fe, contrario al argumento de la Contra-Reforma de que esto no es claro y que se necesita la dependencia a la autoridad eclesiástica para llegar a una adecuada interpretación. Vernet presenta un argumento similar sobre los artículos esenciales o fundamentales de la fe que J. A. Turretin había ya presentado en su obra Nubes testium. Esta obra sirvió como base para las negociaciones con los Luteranos y Anglicanos a favor de una forma de unidad pan-Protestante. Los artículos fundamentales para Vernet eran aquellos que se declaraban de manera clara y repetida a lo largo de la Escritura. Ningún lector objetivo de la Biblia podría negar su presencia. Los artículos fundamentales son repetidos tan a menudo, y con tal diversidad de maneras, que son totalmente claros.
Por otro lado, si una doctrina particular no se halla bien desarrollada, entonces no debe ser un artículo esencial de la fe. Muchas enseñanzas controversiales tales como la predestinación o la naturaleza de la presencia de Cristo en la Eucaristía no son enseñadas de manera clara y consistente en la Escritura. Por lo tanto, queda un espacio significativo para las diferencias de opinión. De modo que no debemos separarnos por desacuerdos sobre tales puntos menores de la enseñanza bíblica. Además, puede que haya algunas doctrinas que son reveladas claramente en la Escritura pero que son de poca importancia en sí mismas. En tales casos debemos emplear la prudencia al aplicar estas creencias en apoyo de la piedad y la buena moralidad.
Una cuestión obvia que Vernet tomaba en consideración era si la doctrina de la Trinidad era o no un artículo esencial de fe. Señalaba que las palabras «Trinidad» y «tres personas» no son palabras bíblicas. Ni siquiera fueron usadas por la iglesia primitiva. Vernet señalaba a Plotino quien empleaba la frase «las tres sustancias primordiales». Los concilios ecuménicos usaron a Plotino y desarrollaron sus ideas un poco más para arribar a una definición más precisa de la relación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La doctrina de la Trinidad, en su definición madura, era una doctrina completamente ajena a la primera iglesia. Además, desde el siglo catorce hasta el diecisiete, la iglesia consagró tal concepto sin recurrir a la razón y de ese modo cayó cautiva de las falsas ideas de los emperadores Romanos y de los concilios eclesiásticos. Por lo tanto, la doctrina de la Trinidad fue una innovación y no es un artículo fundamental.
Si la definición temprana y conciliar del término «Trinidad» no era bíblica, ¿cuál era la relación entre Jesús de Nazaret y Dios el Padre? ¿Era Jesús humano y divino? ¿Cómo podían estas dos naturalezas coexistir en la misma persona? Vernet se rehusó a especular sobre la relación entre las tres personas de la deidad, prefiriendo adherirse estrictamente al lenguaje bíblico. También se rehusó a llamar un misterio a la doctrina de la Trinidad, prefiriendo argumentar que la relación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo está en concordancia con la razón. Vernet argumentaba que Dios el Padre envió al Hijo a ser el Salvador del mundo y que el Hijo es divino, aunque no es igual al Padre.
Vernet decía que el Hijo y el Espíritu no son iguales al Padre. En la fórmula Trinitaria del bautismo, por ejemplo, llama al Espíritu Santo «el tercer protagonista de la fe cristiana». También afirmaba que Cristo era superior al hombre y a los ángeles pero inferior a Dios el Padre. Jesús fue enviado para reconciliar al mundo con Dios, pero Vernet reducía el status del Salvador a un mensajero divino. Por lo tanto, Jesús es divino y es el Salvador; murió en la cruz por los pecados del mundo; se levantó de los muertos, y ascendió al cielo. Es el primogénito de toda la creación y es un ser creado, no obstante, es inferior al Padre. Vernet se rehusaba a uar los términos «Dios el Padre» o «Dios el Hijo,» diciendo que estas frases conducían al bi-teísmo y al patripasionismo. Esta posición dejó a Vernet expuesto a recibir acusaciones de Socinianismo, un término amplio para denotar cualquier forma de heterodoxia con respecto a la doctrina de la Trinidad. Lo que es difícil con respecto a la posición de Vernet sobre la doctrina de la Trinidad es que muy raramente hizo uso del término. En su Lettres critiques d’un voyageur anglais, escrito como una respuesta a un artículo de D’Alembert sobre Ginebra en la Encyclopédie, Vernet arguyó que sería erróneo insistir en el uso del término «Trinidad» que es esencialmente una palabra escolástica que causa más dificultad para los no creyentes que la enseñanza clara y más simple de la Escritura.
Vernet reflejaba su aversión a los argumentos escolásticos en su discusión de la deidad de Cristo. Se rehusaba a especular en cuanto a cómo las naturalezas divina y humana se unían en la persona de Jesús. Lo llamó un misterio que no podemos comprender y que no es necesario entender. Es suficiente para nosotros saber que no hay nada auto-contradictorio con respecto a la deidad de Cristo. La Escritura simplemente la enseña sin proveer detalles específicos, como los concilios ecuménicos trataron de hacerlo.
Vernet argumentaba a favor de la claridad de la Escritura en cuanto a lo que atañe a los artículos fundamentales de la fe. Declaraba que la Escritura es uno de los libros más claros de todos los libros antiguos, pero que algunos aspectos de la historia y la gramática antiguas son difíciles de descifrar. A veces los autores bíblicos no narran la historia completa, de modo que el lector se queda reflexionando en las omisiones. Además, algunos puntos de la gramática Hebrea y Griega son oscuros. Sin embargo, estas dificultades no afectan ningún aspecto importante de la doctrina.
La doctrina bíblica es razonable y el cristiano no debiese tener temor de examinar el texto por medio de las normas de la lógica y el buen sentido. Además, la fe cristiana no es una fe ciega, sino que se fundamenta sobre hechos claros y puede soportar la prueba de la investigación honesta que se usa en cualquier otra disciplina.
Para Vernet, y para su predecesor, J. A. Turretin, el uso del testimonio interior por parte de Calvino para probar la veracidad de la fe cristiana era virtualmente inútil de cara a los desafíos de la Ilustración. Un enfoque más orientado a las evidencias para defender la fe haría que el Cristianismo fuese más razonable. Vernet hizo un uso extenso de la evidencia histórica a favor de los milagros bíblicos, y lo que es más importante, a favor de la resurrección de Cristo. La evidencia histórica a favor de la resurrección había sido desde hacía mucho un componente integral para los apologistas Protestantes. Hugo Grotius la usó ampliamente en su De Veritate Religionis Christianae (1627). Jean LeClerc, el teólogo entrenado en Ginebra y crítico literario quien se convirtió a la causa Protestante, editó varias versiones de De Veritate Religionis Christianae de Grotius y empleó la misma defensa. Incluso Calvino hizo mención de este argumento en su obra Institución pero argumentó que tales pruebas externas solamente reafirmaban la fe de aquellos que ya creían.
Vernet señalaba que los registros de los discípulos acerca de la resurrección de Jesús, cuyo carácter era de testigos oculares, fueron un testimonio poderoso. Los discípulos no habían simplemente escuchado a alguien más hablar de tales eventos, sino que habían sido testigos de numerosas apariciones del Señor resucitado a lo largo de un extenso período de tiempo. Incluso el incrédulo Tomás se convenció cuando tocó las heridas de Cristo. Además, los seguidores de Jesús estaban tan íntimamente familiarizados con Jesús durante su vida y ministerio que no podían dudar de la realidad de su muerte. Ellos miraron el cadáver y envuelto en telas de lino y especias. Luego, después de la resurrección, tomaron alimentos con él y hablaron con él. También fueron testigos de la ascensión al cielo.
La capacidad de Jesús para realizar milagros era un componente esencial de su afirmación de divinidad. Sin embargo, los milagros no eran suficientes por sí mismos. Jesús exhibió el carácter personal, la santidad y sabiduría para distinguirle de otros fanáticos que pudieran haber hecho afirmaciones similares. Jesús sufrió voluntariamente en la cruz y mostró que levantó la gloria de Dios por encima de cualquier ambición personal.
Además, las enseñanzas de Jesús muestran una manera sensata y simple de expresión, muy apropiada para su tiempo. Combatió el prejuicio y los abusos de su época y acomodó su enseñanza a su audiencia usando parábolas para ilustrar la verdad divina. Mostró autoridad y dignidad en su enseñanza al combatir los aspectos abusivos de la enseñanza rabínica de la época. Jesús también entendía el corazón humano.
Jesús autentica su misión divina por medio de milagros poderosos y públicos tales como la resurrección de Lázaro de entre los muertos y la sanidad del paralítico. Más importante aún, les dijo a aquellos que habían sido sanados que sus pecados eran perdonadas, un perdón que solamente uno enviado por Dios mismo podía pronunciar.
Por lo tanto, los milagros bíblicos fueron un aspecto esencial de la defensa de la fe cristiana por parte de Vernet. Sin embargo, es importante indicar que no creía en los milagros contemporáneos. Los milagros fueron importantes durante la era apostólica para confirmar el origen divino del evangelio, pero la intervención directa de Dios en el orden natural ya no era necesaria dado que la forma más elevada de creencia religiosa ya había sido alcanzada en el Nuevo Testamento. Luego de haberse completado el canon, Dios usó medios ordinarios para enseñar y guiar a los creyentes. Este rechazo de los milagros contemporáneos refleja la parcialidad Ginebrina en contra del «entusiasmo» entre algunas congregaciones Reformadas en Francia. También refleja su adherencia a una cosmovisión racional. Maria-Cristina Pitassi comenta que esto refleja la actitud Ginebrina hacia los pietistas durante el siglo dieciocho. Aún cuando el Calvinismo tradicional estaba en decadencia los teólogos Ginebrinos desconfiaban de los entusiastas y afirmaban la primacía de la Escritura y la razón.
La profecía cumplida también sirvió como una prueba invaluable a favor de la veracidad de la revelación divina. Uno puede juzgar la integridad de los profetas por su carácter personal. Su visión y solemnidad sirvieron como un marcado contraste para aquellos fanáticos que proponían enseñanzas irracionales. Uno puede juzgar la naturaleza de las enseñanzas de un profeta por su racionalidad, utilidad, importancia y tendencia a fomentar la gloria de Dios. Vernet aseveraba que las predicciones de un profeta son suficientemente claras y cumplidas por circunstancias que no admiten disputa.
Moisés, por ejemplo, poseía cualidades personales que hacían creíbles su trabajo profético. Era piadoso, justo, sabio, generoso y modesto. Fomentaba la gloria de Dios y el bienestar del pueblo Hebreo. Además, no solo el pueblo Hebreo le tuvo siempre en alta estima, sino también los paganos de los alrededores. Además, la obra de Moisés fue confirmada por Dios dándole la habilidad de realizar milagros. Estos milagros, tales como abrir el Mar Rojo, sucedieron enfrente de miles de testigos oculares. Estos testigos oculares transmitieron su testimonio a las siguientes generaciones. Estos milagros fueron necesarios para alentar a un pueblo obstinado a someterse a una rígida ley ceremonial.
Vernet recurría al uso de pruebas tradicionales externas para establecer la naturaleza divina de la revelación bíblica. Decía que el Antiguo Testamento posee las marcas distintivas de revelación. El pueblo Hebreo, por ejemplo, se distinguía de sus vecinos por su monoteísmo y por su excelente y acertado sistema legal en contraste con la más típica superstición e idolatría. Vernet argumentaba que uno podía llegar a tener un entendimiento de los atributos de Dios por medio de la revelación natural. La Escritura provee una información más específica, pero nunca contradice a la razón. Podemos conocer por medio de la razón que Dios es eterno, auto-existente, espiritual, omnipotente, santo, justo y autor de todo bien.
La razón puede llevarnos a un entendimiento del monoteísmo. Después de todo, no puede haber más de una causa primera y eficiente. Esta primera causa debe ser todopoderosa porque nada podría ser más grande. Si fuese más grande que esa causa, entonces sería Dios.
Se desprende naturalmente que si existe solamente un Dios, no debiésemos adorar a dioses falsos. La Escritura apoya esto por medio de su condenación de la idolatría. Sin embargo, nuestra tendencia natural es buscar una manifestación física de Dios que podamos sentir y tocar. Los paganos no entienden que Dios es espíritu puro. El Señor se acomodó a nuestra debilidad proveyendo antropomorfismos en el Antiguo Testamento. Dios le habló a Moisés desde una zarza ardiendo. Los paganos describen de manera típica a sus dioses como teniendo debilidades y pasiones humanas.
Vernet admiraba como la Escritura nos conduce a un conocimiento más correcto de la naturaleza de Dios del que los paganos posiblemente lleguen a tener. La Biblia nos dirige a un entendimiento más justo y razonable de lo divino. La Escritura es clara y simple en lugar de ser especulativa y estéril. Alienta nuestros corazones y promueve la piedad personal. Nos lleva a amar, temer, honrar, obedecer y adorar a Dios. Esta es la manera como la religión revelada sobrepasa a la filosofía.
Vernet defendía el uso del concepto de la acomodación bíblica para explicar el progreso de la revelación entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Dios le dio la ley a los Israelitas porque necesitaban una demostración física de una religión espiritual. La ley era un impedimento para imitar las costumbres idólatras de sus vecinos paganos. Los Israelitas eran incapaces de elevar su religión al nivel más espiritual del Nuevo Testamento, de modo que Dios acomodó Su revelación a su nivel de entendimiento y gradualmente les fue desprendiendo de los aspectos más físicos de la ley a la ley escrita en el corazón.
Vernet argumentaba que la ley ceremonial del Antiguo Testamento no era una imperfección, especialmente cuando uno considera los tiempos y necesidades únicas del pueblo Hebreo. Desde su fundamento el sistema sacrificial no era el medio para la reconciliación última con Dios. Los sacrificios no revelaban el verdadero carácter sublime de la esencia divina. Más bien, el pueblo necesitaba los símbolos físicos para ayudarles a confiar en Dios.
Dios acomoda su revelación para evitar un mal mayor. No importa cuán rudimentario sea el nivel de entendimiento, Dios se rebajó a nivel del hombre con el objeto de proveer la revelación divina. Uno de los propósitos de la ley ceremonial era ayudar a la gente a deshacerse poco a poco de un corazón frío para con Dios e impedir que cayeran en la idolatría. Estos rituales no podían ser transferidos a todas las naciones. La meta original era unir a las doce tribus en un cuerpo y separarles de sus vecinos. Los sacrificios tenían que ser hechos en el templo, por ejemplo, y los puntos finos de la ley fueron hechos especialmente para los Hebreos.
El pueblo Hebreo no entendió que el plan último de Dios era proveerles la oportunidad de salvación a todos los pueblos. Los Hebreos creyeron que la promesa estaba reservada sólo para ellos. Y así, sus vecinos quedaron, por lo tanto, excluidos. Es muy interesante que en este punto, Vernet se refiera a Romanos 9, donde Pablo delinea la declaración más clara de la doctrina de la predestinación. Vernet concluye que Pablo estaba condenando esta exclusividad en lugar de promoverla. Por lo tanto, la predestinación era suficiente para el limitado nivel de entendimiento de los Israelitas. Una religión más avanzada abarcaría a toda la gente y sería simple y razonable con la esperanza de la vida eterna extendida a todas las naciones. El movimiento desde la ley a la gracia representa el progreso de una revelación mayor a un grado más elevado de perfección religiosa.
Además, la ley fue un yugo para el pueblo Hebreo que les impedía entender que el plan de Dios era proveer su mensaje de salvación a todos los pueblos. El pueblo Judío se hallaba tan enfocado en la ley que muchos de ellos no podían ver el cuadro mayor.
Vernet afirmaba que el pecado original fue primordialmente un acto de desobediencia que confirma un principio de orgullo humano y un esfuerzo por obtener la independencia de Dios. Adán no quiso someterse a la voluntad de Dios. Este acto de rebelión, argumentaba Vernet, fue el principio radical de toda impiedad y anarquía. Vernet no apoyaba una naturaleza heredada de pecado derivada del pecado original, sino más bien que todos nos encontramos en una situación similar a la de Adán quien fue meramente el modelo para todos los pecadores. Todos participamos del castigo por el pecado que es la sumisión a la ley universal.
En su discusión de los beneficios de la muerte de Cristo Vernet alegaba que el beneficio primordial fue disuadirnos del vicio en lugar de salvarnos de las llamas del infierno. Por lo tanto, el propósito primordial del Cristianismo era promover una sociedad más civilizada.
El sistema teológico «iluminado» de Vernet le dejó expuesto a las acusaciones de heterodoxia. Fue irónico que esas acusaciones viniesen de los philosophes con quienes se había rozado por tanto tiempo. El asunto alcanzó un primer plano con la publicación del artículo de d’Alembert Genéve [Ginebra] en la Encyclopédie de Diderot. D’Alembert había colaborado con Voltaire en la composición de este ensayo y en él señalaba que los pastores de Ginebra enseñaban un perfecto Socinianismo. D’Alembert también escribió que los pastores de Ginebra eran racionalistas perfectos que argumentaban que el Cristianismo no enseña nada que sea contrario a la razón. Argumentaba que ellos, por lo tanto, negaban la existencia de un infierno literal. D’Alembert pensaba que esto era un cumplido porque mostraba que los pastores de Ginebra estaban llegando a ser más ilustrados. La Compañía de Pastores pensaba de otra manera. La respuesta por parte del concilio de Ginebra y de la Compañía de Pastores enojó tremendamente a Voltaire, quien respondió criticando públicamente a Vernet en una serie de panfletos.
Vernet estaba peleando una batalla perdida en sus esfuerzos por mostrarse amistoso y ganar el respeto de Voltaire. Graham Gargett ha documentado con gran maestría la larga y a menudo tortuosa relación entre el teólogo de Ginebra y el afamado philosophe. John Woodbridge ha mostrado que existía una «alianza antinatural» entre el Calvinista que hablaba Francés y los filósofos en su deseo mutuo de que la corona Francesa practicara la tolerancia religiosa. Sin embargo, Voltaire despreciaba a los Calvinistas como fanáticos y expresó el mismo desdén por ellos como lo hizo con los papistas. En última instancia, el esfuerzo de Vernet por ganar el favor de Voltaire fue un ejercicio inútil.