Por James Wanliss
Reforma Siglo XXI, Vol. 14, No. 2
Una vez, un primero de diciembre, tuve el privilegio de asistir a la reunión de otoño de la Unión Geofísica Americana en San Francisco. Igual que en las visitas previas el tiempo estaba precioso, con el clima justo. Es todo un cambio cuando se le compara con el pie de nieve en Edmonton donde el ciclo de estaciones tiene bordes más bien agudos. Los cambios que vemos a nuestro alrededor parecen una constante en este mundo. Pero muchos de los que asistieron a la conferencia no usaron esa palabra. Preferían usar la palabra “evolución,” en lugar de la palabra “cambio.” Hubo miles de asistentes a la conferencia quienes vinieron desde todos los confines de la tierra. Muchos poseen doctorados en carreras cuyos nombres tienden a hacer que los legos se sobrecojan de temor (los recuerdos escolares de temblar ante una que otra ecuación imposible de resolver sin duda contribuyen a esta reacción). Sin embargo, como resulta ser, una proporción grande y creciente tienen títulos en áreas más bien suaves que dejan mucho que desear en lo que se refiere a rigor intelectual.
Sin embargo, esta siempre es una conferencia bien organizada e interesante con oportunidades para la discusión sobre trabajos de gran importancia que se realizan alrededor del mundo. Mi propia presentación trató sobre las auroras oscilantes y el clima espacial; quizás en algún momento del futuro el Señor vea apropiado ofrecer alguna explicación de esto en esta columna. No obstante, esta vez me gustaría considerar más bien una simple observación de la que debiésemos ser conscientes. Se puede ilustrar por estas citas tomadas de las presentaciones:
“La región de la mancha solar más grande y activa del actual ciclo solar (conocida como una AR 9393) fue observada por el instrumento NDI en SOHO de manera continua durante tres rotaciones solares en marzo-mayo de 2001. El 2 de abril esta región activa produjo la llama solar más grande de los últimos 25 años. Usando la heliosismología de tiempo y distancia investigamos el desarrollo de la región activa en el interior solar durante ese período comen- zando desde el proceso de emergencia. Presentamos imágenes tomográficas de las estructuras (que se mueven a la velocidad del sonido) asociadas con esta región activa hasta 100 Mm por debajo de la superficie solar, y discutimos su relación con la evolución de la superficie del campo magnético.”
Y, Por medio de simulaciones Vlasov, examinamos el desarrollo y la evolución no lineal de las ondas electrostáticas en un plasma con electrones fríos y calientes y un haz de electrones, en condiciones similares a aquellas que prevalecían antes del sismo previo al mayor. Se asume que las poblaciones calientes y frías son anisotrópicas. Se observa la formación de ondas electroacústicas y se discute su papel en la subsiguiente evolución de la turbulencia electrostática.
He escrito en negrita la palabra “evolución” y la palabra “desarrollo.” Por supuesto, cuando los científicos arriba citados usan la palabra evolución, no están hablando de una evolución biológica o química a la manera de Darwin. Ni están hablando de un proceso que desobedece la segunda ley de la termodinámica, en la que son posibles cambios negativos en la entropía. Más bien se usa “evolución” en una manera completamente equivalente con la palabra cambio o desarrollo. De este modo evolución equivale a cambio y cambio equivale a evolución.
Este uso particular de la palabra es sumamente popular, pero está sujeta a constantes abusos, tal como mostraré más adelante. La hipótesis de la evolución química plantea que la vida puede surgir de reacciones químicas aleatorias de compuestos no vivientes. La hipótesis de la evolución biológica plantea que una forma de vida nueva y diferente, con complejidad creciente y contenido informacional genético relativo a la forma de vida que le dio origen, surge debido a mutaciones genéticas aleatorias.
No, no es la definición darwiniana de evolución la que se encuentra en estos extractos científicos, aún cuando uno esperaría que los extractos científicos generalmente usen lenguaje científicamente preciso. Cuando los científicos presentan investigaciones científicas en conferencias científicas uno tiene todas las razones para esperar que hablen en un sentido científicamente exacto. Sin embargo, acabo de mostrar cómo los científicos con frecuencia usan terminología científica en un sentido popular, en un sentido insostenible tanto científica como gramaticalmente.
Esto es lo que me inquieta. La palabra evolución es extremadamente importante en nuestra sociedad moderna, de modo que es nuestro deber entender lo que significa. Si la evolución biológica es verdadera, entonces muchas religiones están, como insiste el biólogo Richard Dawkins, engañando a sus adeptos e induciéndoles a creer en cuentos de hadas. Pero si la evolución no es verdad, entonces Dawkins no está emparentado con un modo, no importa con cuánto ahínco lo desee. Si por mí fuese eliminaría el uso popular de la palabra.
Puesto que se usa como estandarte de la filosofía atea religiosa es extremadamente insensato usarla con ligereza y como equivalente a cambio, pues la moderna teoría neo-darwinista sostiene que la evolución no es simplemente cambio, sino que es cambio en una información que produce sentido. Si no es así, entonces la teoría no sirve para nada, excepto quizás para la propaganda y el adoctrinamiento religioso. Ahora, por causa de la buena ciencia, y de la buena teología, uno debiese insistir en que, cuando los científicos hablen científicamente usen la palabra en su sentido ‘científico,’ y no la confundan con alguna idea nebulosa de cambio. En vez de eso los cien- tíficos caen en la falacia lógica de la “equivocación,” usando la misma palabra para dar a entender dos significados muy distintos sin decir jamás cuando se recurre a esa clase de truco verbal.
El peligro de usar la palabra evolución en este sentido popular es que alguien que sea capaz de aceptar la idea de un mero cambio como una realidad de nuestra vida, puede muy pronto equiparar la idea de cambio con evolución, a saber, evolución biológica. Aún entre una población educada la repetición continua de una falsedad asegurará que, tarde o temprano, sea creída. Simplemente sustituya la palabra evolución por cambio y verá lo tonto del asunto.
Los científicos que escribieron estos extractos sin duda creen que están siendo precisos en su gramática y algunos de ellos podrían aún creer que la evolución biológica es simple- mente un ejemplo de los muchos tipos de cambio o desarrollo.
¿Evoluciona el clima? ¿Evoluciona nuestro conocimiento?
¿Evolucionan los animales? Esta manera de definir el tema hace posible caracterizar cualquier ejemplo de cambio como “evolución.” Ya sea con intención o sin ella, la consideración de ‘evolución = cambio’ y viceversa es simplemente confusión. La vasta mayoría de científicos no necesita usar jamás la teoría de la evolución en su trabajo, aún aquellos en campos como la biología. Los extractos anteriores no tienen nada que ver con la teoría de Darwin y tampoco pretenden tenerlo. Pero el fenómeno cultural de la evolución se halla tan firmemente establecido en la mente occidental que los científicos usan la palabra con mucha ligereza.
La razón por la cual estoy fustigando en este punto se debe al peligro que reside en las palabras usadas de manera inapropiada. La pluma es más poderosa que la espada y las guerras más grandes que peleamos son las de las ideas. Cuando la evolución es liberada de los grilletes de la definición científica se vuelve más como un toro sobrealimentado en la tienda de porcelana china de las ideas. Liberada de cualquier precisión, definida meramente como cambio, la evolución blande un poder poco razonable y excesivo. Considere la siguiente cita de otro extracto presentado en la conferencia y puede que el peligro se haga más fácilmente evidente:
El cambio evolutivo es un marco poderoso para estudiar nuestro mundo y nuestro lugar en él. Es un tema recurrente en todos los ámbitos de la ciencia a lo largo del tiempo, el universo, el planeta Tierra, la vida y las tecnologías humanas, todo cambia, aunque en escalas ampliamente diferentes. La evolución ofrece explicaciones científicas para la pregunta planteada desde tiempos antiguos, “¿De dónde venimos?” Además, las perspectivas históricas de la ciencia muestran cómo nuestro entendimiento ha evolucionado a lo largo del tiempo.4
Este trabajo en particular fue presentado como uno de muchos en una sesión diseñada especialmente para la discusión de maneras en las cuales hacer proselitismo para que la gente acepte una fe sustentada en la evolución química y biológica. Está claro que aquellos que conocen las palabras en clave pueden catalogar como idiota a cualquiera que cuestione la evolución. ¿Niega usted que el conocimiento humano evoluciona? ¿Niega usted que la tierra evoluciona? Es claro para todos que todos estos ejemplos implican cambio; son cosas que cambian. Use la palabra como “cambio” o “desarrollo” y aún los cristianos pueden estar de acuerdo con facilidad. Bueno, entonces, ¿no podemos estar de acuerdo en que la vida también experimenta desarrollo? ¡Es en este punto cuando uno debe volverse cauteloso y comenzar a insistir en una definición científica de la palabra “evolución”!
Si se confiara únicamente en la argumentación lógica y racional, entonces la batalla tan solo estaría comenzando en este punto. Pero la realidad es que vivimos en un mundo donde las relaciones públicas generalmente determinan el resultado de una batalla particular, al menos en el corto plazo. Los cien- tíficos estrictos, los que llevan a cabo investigaciones sobre física solar o del plasma, como en los primeros dos extractos, quienes usan sin excesivo rigor la palabra evolución hacen que la solemnidad de su ciencia resulte usurpada por aquellos que se hallan en el campo de las ciencias “blandas,” o en ninguna ciencia en lo absoluto.
La cita anterior ilustra el uso de la palabra “evolución” como herramienta de propaganda – se usa tanto en su sentido popular como en su sentido seudocientífico y la distinción entre estos dos sentidos se traslapa deliberadamente. Si llegásemos a confundirnos por la manera en que los materialistas usan sus palabras en código, entonces, cuando lleguemos al punto antes citado, la batalla habrá ya terminado. Puede ser que admita con bastante alegría que ha habido cambios históricos en la dieta entre las diferentes culturas e incluso en características físicas tales como la altura, que puede ser influenciada por la dieta. Pero si de pronto se pone usted a profundizar un poco más y pide clarificación y definición de las palabras cuando se le requiere que admita que sus ancestros provienen de la basura de algún estanque, la reacción será de incredulidad, o peor, bastante hostil.
Un uso acrítico de la palabra evolución puede fácilmente llevarlo a uno a aceptar como verdad más de lo que ellos quieren, y ciertamente más de lo que es requerido por el método científico. Por medio de un juego de palabras uno se mueve rápidamente desde estar de acuerdo en que el clima realmente experimenta cambio y que los seres humanos experimentan cambios, a que mi ancestro era un camarón o algo igualmente ridículo. ¿Acaso es usted idiota? ¡La resistencia es inútil! Sométase o arriésguese a ser acusado de serios y peligrosos defectos de carácter.
Como dije, la mayoría de nosotros, incluidos los científicos y la prensa popular, hemos sido embaucados para que lleguemos a usar la palabra evolución en un sentido poco crítico. Otros de la persuasión postmoderna abrazan la imprecisión, pues, si las palabras son maleables ello les permite argumentar contra la verdad.
Recomiendo retirar la palabra del uso popular y usarla solamente en su sentido materialista y darwinista. No es necesaria en ningún otro sentido; no quieren dar a entender evolución. La idea que quieren comunicar es la de cambio. Y estas dos no son sinónimos. Quizás mucha gente no se ha dado cuenta de que están siendo ablandados – por el uso impreciso de la palabra – a aceptar una filosofía de mal gusto. Simplemente di “¡No!”