por Michael S. Horton
Reforma Siglo XXI, Vol. 1, No. 1
Aunque su tesis es controversial (y tal vez exagerada en ciertos lugares), el profesor de Yale Harry S. Stout ha defendido con persuasión un asunto importante. Su tesis dice que el énfasis en los avivamientos sobre el Nuevo Nacimiento suplantó el enfoque clásico Reformado sobre el ministerio de la Palabra y Sacramentos. En un artículo que escribió, anticipando su libro sobre Whitefield – The Divine Dramatist (El Dramatista Divino) – Stout muestra que “antes de Whitefield, los periódicos no incluían el tema de la religión en sus páginas.”1 Aunque la cultura Calvinista había creado, por primera vez, una ciudadanía basada en la lectura, la prensa cubría noticias seculares. Pero con la apariencia de Whitefield todo cambió: “Por primera vez, la religión llegó a ser parte del intercambio de información en la infante prensa Americana.”2
El evangelista comenzó a depender más y más de la prensa para reunir multitudes, mientras las “culturas de orden” Puritanas y Anglicanas cedían al populismo Yankee. Tomando una postura antitética a los ministros ordenados en muchos lugares, Whitefield usó el furor clérigo para su ventaja: “Al utilizar la prensa secular, Whitefield de hecho estaba presentando la religión como un producto popular que podía competir no tanto contra otras iglesias sino contra los productos y servicios del mundo. No fue ningún accidente que su éxito más grande sucedió fuera de las iglesias tradicionales, en los “campos seculares del mercado.”3
¿Qué hubiera pasado si Whitefield, en lugar de anunciar a Cristo y la justificación, promoviera el Arminianismo y Pelaginismo? Después de establecer el ejemplo, sería imposible para las iglesias establecidas que controlaran sus miembros. La autoridad se pasó a la cultura popular de masa, al mundo de la opinión pública. Como nos relata Stout, tomando los datos del diario del mismo evangelista, Whitefield a menudo tenía gran orgullo al hacerse las últimas noticias. “En lugar de invocar a otra autoridad como el medio de controlar o influenciar las masas populares, Whitefield se hacía popular y, con base en esa popularidad, reclamaba autoridad y estatus.”4
“La marea de la popularidad corría muy alta,” escribió Whitefield, notando que “ya no podía viajar a pie como antes, sino tenía que viajar en coche de lugar en lugar, para evitar las hosannas de la multitud.”5 Para el Yankee revolucionario, libertad de la autoridad tradicional era el orden del día. No es de maravillarse que Benjamin Franklin, aunque no era ningún amigo de la teología de Whitefield, le dio a su amigo Anglicano su patronaje y respaldo como publicador para la America. Entre más se enfurecían los ministros establecidos (no sólo los deístas, sino también los Calvinistas) contra el trabajo paraeclesial de Whitefield, más crecían las poblaciones que le escuchaban. “Poco saben mis enemigos el gran beneficio que me hacen,” observó Whitefield.6
Mientras giraba la autoridad desde la Iglesia hacia el mercado, así también lo hacían los criterios. En lugar de notar la fidelidad de su mensaje, los periódicos notaba que Whitefield era “ ‘ligero’ y ‘gozoso’ de temperamento, y entendían que se movía con ‘gran agilidad y vida.’ ”7 Tal vez no fue un paso tan grande desde esto a los clasificados que ponen hoy las iglesias en Christianity Today (revista de gran cobertura en EEUU hoy) solicitando un pastor. ¡Y se llama ‘mercado’ (‘Marketplace’)! Estos efectos por supuesto no fueron previstos por Whitefield:
Porque viajaba constantemente, Whitefield podía estructurar toda su predicación alrededor de experiencias de catarsis muy emotivas relacionadas con el Nuevo Nacimiento. La teología, las denominaciones, el deber social y los sacramentos eran dejados para los “pastores normales”. Para Whitefield, todo era pasión y la experiencia de la regeneración.”8
Este es un punto importante, porque desde ese entonces el “ministerio” ha sido definido menos en términos de pastorado ordenado, y más en términos de “ganar almas.” Whitefield (y para muchos líderes del Gran Avivamiento – especialmente el Segundo Gran Avivamiento), no menospreciaba el monasterio del pastorado (catecismo, los sacramentos, el culto ordinario, etc), pero promovía una práctica que podía hacer a un lado o distinguirse el ministerio ordinario del evangelismo. Es difícil para nosotros, que somos herederos de versiones muy exageradas de este enfoque, entender qué tan nuevo esto era en la historia de la Iglesia Cristiana. Otra vez, Stout acierta:
Inevitablemente, nuevos héroes culturales producen nuevos mitos. Mientras Whitefield se elevaba al estatus mítico y llegó a ser la primera “estrella” moderna religiosa, sus avivamientos también transformaron el sentido de la religión en formas profundas que perdurarían hasta el siglo veinte… Sus avivamientos en masa no eran una iglesia, ni conectados a comunidades y congregaciones locales. Sus oyentes cambiaban con cada reunión, dando evidencia de ninguna estructura ni liderazgo a parte del minsterio carismático del mismo Whitefield y la red de medios masivos que lo promovían.9
Aunque Whitefield apoyaba las iglesias establecidas (por lo menos las que lo apoyaban a él),
… sus admiradores, publicadores y los que lo respaldaban representaban poderosos y nuevos grupos ‘paraeclesiales’, grupos de individuos que no formaban iglesias, y se organizaron en asociaciones religiosas, voluntarias, basadas en la organización del mercado y los negocios. Esto fue destinado a caracterizar las organizaciones ‘pan-protestantes’ de los siglos 19 y 20. En una manera irónica que Whitefield no pudo haber previsto, y de que tal vez ni se daba cuenta, sus avivamientos apoyados por los medios de comunicación llegaron a ser, de hecho, una institución.10
Mientras Jonatán Edwards definió un avivamiento como “una obra sorpresiva de Dios”, para Whitefield – aunque era crítico de la teología Arminiana de Juan Wesley – los eventos llegaron a ser comunes. “Los avivamientos de Whitefield llegaron a ser, en efecto, una forma de diversión, es decir, una serie de eventos trans-locales y planeados que podían repetirse con regularidad predecible y ya no de forma temerosa.” Los que llegaban se maravillaban de la retórica del evangelista, observando que las mujeres se desmayaban con tan sólo oírlo pronunciar la palabra “Mesopotamia”. Había un lado oscuro en todo esto, imposible de ver de parte de Whitefield, pero resumido bien por Stout. Tiene significado especial para hoy, con nuestros movimientos religiosos masivos y populares que con frecuencia se jactan de “derribar las murallas” de las divisiones doctrinales:
En un sentido, la visión de Whitefield de una ‘para-iglesia’ transatlántica, impulsada por el aviviamiento y comprometida con la experiencia del Nuevo Nacimiento, era no-teológica, es decir, no impulsada por un concepto específicamente teológico. Al no llamarle a los avivamientos “denominación”, él no tenía que elaborar declaraciones de fe, ni credos, ni requisitos doctrinales para membresía que pusiera un grupo de Cristianos contra otros. Pero en otro sentido, el concepto de Whitefield era profundamente teológico. Evitaba credos y denominaciones en los avivamientos, pero a la vez presentaba una nueva perspectiva teológica que contenía menos de sus propias convicciones Calvinistas y más del nuevo significado radical de una experiencia religiosa. En la “para-iglesia” evangélica de Whitefield, la experiencia individual llegó a ser el último árbitro de la fe.11
Esto calzaba perfectamente con “el nuevo orden” del “mundo del mercado que era cada vez más individualista e impersonal.”12 La meta no era un proceso comunal de llegar a ser un Cristiano (p.ej., como en la teología tradicional Reformada – bautismo, catecismo, confirmación/profesión de fe, y toda una vida de crecimiento en la fe por medio de la Palabra y los Sacramentos, y la disciplina Cristiana), sino una experiencia individual. Por tanto, aún antes del cambio del Calvinismo hacia el Arminianismo, los avivamientos evangélicos representan un giro desde una teología y práctica basada en la Iglesia hacia enfoques populares. Como nota Stout, Whitefield nunca abandonó su Calvinismo, y aún en su predicación que incluía el énfasis en la experiencia, predicaba a Cristo y la justificación por la fe – cosas que se contrastan mucho con el evangelismo moderno. Sin embargo, el giro que se dio – por un lado no-teológico pero por otro lado muy teológico, marcó el camino hacia nuestro presente crisis. Demuestra que ya no podemos separar las reformas institucionales de la reformas doctrinales.
Como Stout nos recuerda, aunque Whitefield hubiera temblado al ver el triunfo de los avivamientos Arminianos, tanto en términos de su teología y su desprecio del ministerio ordinario, es difícil no ver en su ministerio – a pesar de los frutos positivos – un anticipo de lo venidero. “En los avivamientos nuevos fundados sobre la predicación de celebridades y empaquetado por los medios de comunicación, la teología cuenta mucho menos. A fin de cuentas, los avivamientos que Whitefield colaboró en formar, sencillamente no trataban la teología – trataban la experiencia.”13 La Iglesia fue suplida por el mercado; un evangelismo dirigido a la experiencia de forma individualista suplantó un evangelismo comunitario de la congregación y la parroquia; un ministerio popular que trascendía toda frontera de autoridad eclesiástica suplantó el pastorado establecido.