Por David Barceló
Reforma Siglo XXI, Vol. 11, No. 1
Hace unos meses asistí a dos conferencias sobre el mismo tema: la homosexualidad. Este es sin duda un tema candente, no sólo por las leyes que el gobierno español ha aprobado recientemente sobre los matrimonios homosexuales, sino más bien por la actitud que muchos cristianos evangélicos están teniendo ante este asunto y el revuelo que parece estar levantando. Al fin y al cabo, hermanos, no es de extrañar que un país secularizado como este legalice ciertas prácticas que son contrarias a las Escrituras, pero sí es sorprendente ver que algunos cristianos aplaudan mientras tanto.
El miércoles 29 de marzo fui a la conferencia organizada por varios ministerios cristianos en la iglesia de la calle Verdi, en Barcelona, en la cual un ex homosexual, Mike Haley, presidente del ministerio cristiano Exodus International, dio su testimonio de cómo el Señor le había sacado de la homosexualidad y de la nueva vida que había iniciado tras dejar atrás su esclavitud al pecado. Nuestro hermano Haley respondió además a las preguntas de los asistentes, dejando claro en todo momento que hay varios factores que pueden predisponer a la persona a ser tentada en este área, como el temperamento personal o el contexto familiar en el que uno se cría, pero que al fin y al cabo la homosexualidad es pecado y una decisión personal. Haley transmitió a mi entender un claro mensaje de que el homosexual necesita recibir auténtico amor cristiano y una sincera preocupación por su alma, y que éstos son los medios que Dios utilizó en su caso para alejarle de la comunidad gay de su ciudad y acercarle a la iglesia y a la verdad de Cristo.
«Dios nos creó a todos heterosexuales,» afirmó Haley, y por tanto la homosexualidad va en contra del diseño original de Dios para el hombre y la mujer. Dios nos creó heterosexuales, «pero lo contrario de la homosexualidad -dijo rompiendo un mito- no es la heterosexualidad, sino la santidad». El homosexual que recibe el Evangelio del Señor ante todo tiene un llamado a la santidad, a abandonar sus prácticas y pensamientos homosexuales para vivir una vida santa delante de Dios. Buena parte de los homosexuales que abandonan ese estilo de vida llegan a ser heterosexuales y pueden llegar a formar una familia (como es su caso) pero para la gran mayoría el abandonar pautas antiguas de pensamiento supondrá una lucha que durará toda la vida y cuya meta implicará ante todo el vivir una vida célibe y santa delante de Dios.
Después de su conferencia Haley respondió a varias preguntas, y cuando se le preguntó sobre si un cristiano pudiera ser también homosexual respondió que la santificación progresiva supone en efecto un proceso. Puede que un hombre o una mujer involucrada en estas prácticas nazca de nuevo por la gracia del Señor, y puede que en ese mismo instante no vea en la homosexualidad una ofensa contra Dios, pero en efecto el Espíritu del Señor irá obrando en su alma y traerá a su corazón el convencimiento de pecado que necesita para poder luchar contra sus hábitos. El Señor, por su gracia y su misericordia, aun hoy sigue rescatando pecadores de su antigua manera de vivir. Dios salvó y santificó a Haley, como ya lo hizo con muchos en la iglesia de Corinto:
¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos; mas ya habéis sino lavados, ya habéis sino santificados; ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios. (1 Co. 6:9-11).
Hay poder en la sangre del Señor Jesucristo. Él puede cambiar nuestros corazones, sin duda alguna, y convertir pecadores en hijos suyos que le aman y buscan agradarle en todo, que persisten en escudriñar las Escrituras para saber cómo vivir dando gloria al Maestro.
Mi interés personal por este tema y la curiosidad por escuchar de primera mano «otros argumentos» me llevó a escuchar una segunda conferencia, a la que asistí el sábado 1 de abril. Ésta, sin embargo, no me dejó tan buen sabor de boca. Se celebró en la iglesia de calle Tallers, en Barcelona, y su pretensión era más bien la contraria, la de promover la idea de que la homosexualidad no es pecado y puede ser una práctica compatible con la vida cristiana. En Verdi se dijo que la homosexualidad es pecado y que mostramos nuestro amor cristiano hacia el homosexual hablándole de la verdad del evangelio, de su necesidad de cambio y del poder de Dios para cambiar su vida. En Tallers se dijo que la homosexualidad no es pecado, y que muestras tu amor por el homosexual cuando le aceptas tal como es, sin pretensiones de cambiar nada, ni de que él cambie nada, ni de que Dios cambie nada.
La reunión se inició diciendo que en este tema hay de hecho opiniones «muy polarizadas,» y que el propósito de la mesa redonda que se había organizado era el de establecer un diálogo sobre el tema. «Un diálogo,» aunque los ponentes eran todos de una misma opinión. Este es un tema sensible, se dijo, «puesto que trata de algo tan personal como la sexualidad y de cómo entendemos la Biblia». Este es al fin y al cabo un tema ético, y ¿qué es la ética? —dijo el presentador— sino «una actitud con congruencia. ¿Qué me parece bien? ¿Qué nos parece bien?» Así se presentó el acto, dejando claro que se había intentado invitar a algún ponente que presentara la posición «conservadora» sobre este asunto, pero que no lo habían logrado. Yo tampoco hubiera accedido. El asunto se trató en efecto según su visión de la ética: se habló de lo que «me» parece bien y de lo que «nos» parece bien, pero no de lo que a Dios le parece bien y de su voluntad expresada en su Palabra.
El primero de los ponentes del panel fue Jaime Guilera, psicólogo infantil, quien presentó la visión de la psicología secular sobre el asunto. Guilera empezó su exposición apuntando al hecho de que la psicología recientemente había dejado de considerar la homosexualidad como «enfermedad mental,» puesto que en el Manual Estadístico y Diagnóstico (DSM) de la Asociación Americana de Psiquiatría (APA) la homosexualidad había desaparecido como tal entre el DSM-III y el DSM-IV. Guilera estaba confundido en esto, puesto que ese cambio se dio entre el DSM-I y el DSM-II. No se trata de un cambio reciente. Dice además Guilera que «la ciencia ha decidido que la homosexualidad no es una enfermedad mental,» como si tal afirmación por parte de la ciencia fuera debida a datos empíricos que debieran de tener ciertas implicaciones prácticas en nuestra vida como cristianos. ¿Acaso se rige nuestra vida por lo que dice la «ciencia?» ¿Acaso sabemos cómo decidió la APA que la homosexualidad ya no era una «enfermedad mental?» De hecho la comunidad gay aprovechó la coyuntura de que la APA iba a celebrar su congreso en la ciudad de San Francisco (con la mayor comunidad homosexual del mundo) para presionar y literalmente boicotear el congreso con el firme propósito de conseguir que los profesionales de la salud mental cambiaran de opinión. Y así fue, ante tanta presión, y votando a mano alzada, la Asociación Americana de Psiquiatría «decidió,» en nombre de la «ciencia,» que la homosexualidad ya no era una enfermedad mental. Resulta triste ver como se toman ciertas decisiones, pero al mismo tiempo nos reconforta como cristianos saber que en efecto la homosexualidad no es una enfermedad mental, no porque lo diga la APA, sino porque lo dice la Biblia. La homosexualidad es pecado, y su cura está en el sincero arrepentimiento y el perdón que solo Cristo puede dar.
Guilera estuvo más acertado cuando lanzó la pregunta: «¿Cómo puede ser que la homosexualidad fuera una enfermedad y ahora no lo sea?» Pregunta que el mismo respondió al decir: «En salud mental una enfermedad es todo aquello que provoca malestar en la persona y no le deja vivir una vida productiva y normal». O sea, que si el homosexual está feliz siéndolo no puede estar enfermo, porque está feliz. El problema se nos plantea al pensar que deberíamos decir lo mismo de la depresión, la esquizofrenia, las psicosis, las paranoias, etc. Ningún problema es entonces un problema si la persona cree que no tiene problema alguno ¿Es entonces uno mismo el que decide si está enfermo o no, si está curado o no? Según la Asociación Americana de Psiquiatría se ve que sí, pero según la palabra de Dios no. La enfermedad del pecado sigue en la persona aunque ésta viva felizmente, y la iglesia del Señor sigue llamada a llamar a los pecadores al arrepentimiento por muy cómodos y aposentados que éstos estén en su pecado. Guilera presentó en efecto una visión secular de los problemas humanos. La consejería del mundo tiene como propósito lograr el «bienestar» de la persona, no su santidad. Si algo produce malestar se dice que existe una enfermedad mental y que debe suprimirse lo que produzca malestar. O sea, que si es la propia enfermedad mental lo que produce malestar en la persona, la única solución es decirle a la persona que ¡ya no está enferma! La APA no tenía muchas más opciones dentro de este galimatías si no querían acabar ellos mismos mal de la cabeza.
Guilera concluyó diciendo que lo más importante es buscar «que la gente no sufra». Si los gays se incomodan cuando se les dice que son «enfermos mentales» entonces es mejor que se les diga que están sanos mentalmente. Si los gays se incomodan cuando se les dice que son «pecadores,» entonces mejor decirles que pueden ser homosexuales y buenos cristianos a la vez ¿verdad? Ahí apuntaban las últimas palabras de Guilera: «Como cristiano es muy importante no juzgar a la gente. Es muy importante para el sufrimiento de las personas. Si no es una enfermedad, entonces hay menor malestar en la persona. Estamos bajo la gracia, no bajo la ley, y debemos comprender a la persona y los factores que la llevan a ser como es. Necesitamos un punto de apertura mental».
La conclusión de Guilera es ambigua y preocupante: ¿Quiere todo esto decir que por que el mundo ha dejado de considerar a la homosexualidad una enfermedad mental nosotros no tenemos derecho a llamarla pecado? No acaba de quedar clara la diferencia entre enfermedades y pecados. Dejemos que el mundo siga votando lo que cree o no cree que es una «enfermedad mental,» pero que también deje a la Palabra de Dios decir lo que es o no es pecado. A estos, los pecados, sí sabemos como tratarlos, con la Palabra de Dios, la oración, la confesión, el perdón y la guía del Espíritu Santo.
Si la primera ponencia fue ambigua la segunda fue confusa. Joan Plantada, abogado, hizo un breve repaso de la historia de la homosexualidad y de cómo tenemos evidencias de ésta en culturas como la griega y la romana. En nuestra época el reconocimiento ha venido primero en países escandinavos, gracias a la revolución sexual del siglo XX y al cuestionamiento de la idea tradicional de matrimonio. Hoy día, el matrimonio, en su aspecto jurídico, viene a ser el acuerdo entre dos personas y por tanto un derecho reconocido en la constitución española. Luego, en tono más bien burlesco, Plantada añadió que «los que se oponen al matrimonio homosexual argumentan que todos los españoles en efecto tienen el derecho constitucional al matrimonio… con alguien del sexo opuesto». Plantada concluyó citando los pocos países que por el momento han reconocido las uniones homosexuales, entre ellos España, y afirmando que no se ha demostrado científicamente que el matrimonio homosexual tenga ninguna incidencia negativa en el desarrollo de los hijos que hayan sido adoptados.
De nuevo Plantada hace un planteamiento similar al de Guilera. El hecho de que la psiquiatría vea bien la homosexualidad y que en nuestro país se haya legalizado el matrimonio homosexual no quiere decir que la Palabra de Dios haya de cambiar su postura ante este tema ni que nosotros los cristianos debamos ver las cosas como las ve el presidente Zapatero. De hecho el mundo es un experto en llamar a lo bueno malo y a lo malo bueno (Is. 5:20), y en cambiar de opinión según la moda y la filosofía de turno. Aun así la iglesia del Señor Jesucristo está llamada a no dejarse llevar por las modas sino a permanecer firme siendo sal y luz en un mundo que permanece en tinieblas:
«Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres». (Mt. 5:13)
Los cristianos no somos llamados a adoptar las ideas del mundo para acabar pensando como el mundo piensa, sino a renovar nuestro pensamiento a la luz de la Palabra de Dios:
«No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta». (Ro. 12:2)
La tercera ponencia estuvo a cargo de Carlos Osma, miembro de la asociación cristiana de gays y lesbianas, y profesante evangélico. La participación de Osma más que una ponencia fue un emotivo testimonio personal de su experiencia como homosexual y cristiano, que inició con un poema intimista escrito en su juventud: «Quiero morir. Quien me puede dejar un hombro sobre el que llorar. Quiero morir. Nunca un amor fue tan doloroso». Osma entonces compartió que a los 13 años de edad empezó a sentirse atraído por personas del mismo sexo. Se crió en una familia evangélica, y ante tales sentimientos tuvo «temor de hacerle daño a mis padres. Pensé que Dios me ayudaría a sentir deseo por una mujer. Salí con chicas, pero supe que no podía ser sincero con ellas. Mis amigos me decían sobre tal y cual chica y yo les mentía. Entonces temes que tus amigos te dejarán si te descubren». Osma describe su experiencia como una de profundo temor, pero no temor a Dios, sino temor a los hombres. En cuanto a su experiencia con Dios él la describe como de «lucha»: «Me identifiqué con Jacob luchando con Dios,» y entonces llora al recordar. «Crees que Dios te rechazará, pues en la iglesia se hablaba del tema como una aberración. La homosexualidad no es discutir sobre diferentes puntos de vista, uno liberal y otro conservador. Es sobre todo empatía. Tratar a las personas, no al tema».
En una sola cosa le doy la razón a Osma, y es que los cristianos durante demasiado tiempo no hemos tenido respuestas para este asunto. Enseñar que la homosexualidad es un grandísimo pecado no es suficiente. También nos es necesario amar al pecador y mostrarle a Cristo como su única salvación. Osma parece no haber encontrado amor a su alrededor, sino solo temor. Ojalá hubiera tenido cerca durante esas luchas de su juventud a un cristiano maduro y de fe firme, que como en el caso de Mike Haley, le hubiera mostrado con amor y paciencia el camino de la santidad, de la obediencia a Dios, y le hubiera enseñado a luchar contra esos sentimientos pecaminosos con la fuerza del Señor. Hermanos, ojalá nuestra teología fuera más práctica, nuestra predicación más aplicada y nuestro discipulado tocara más de cerca las luchas y tentaciones del día a día. Osma tuvo temor a la gente, y como él artísticamente dice: «Si Jacob entendió que el hombre contra el cual luchaba era Dios, yo entendí que el Dios contra el cual luchaba era el hombre».
Las conclusiones a las que Osma ha llegado y la manera en que ha resuelto su lucha son tristes: «Vi que mis sentimientos no son pecaminosos. La vida cristiana no es ley llegada del cielo, y no hay una sola interpretación sobre este tema… Ahora Dios me ha dado una vida de felicidad junto a mi pareja». Su testimonio y a las conclusiones a las cuales llegó son un perfecto ejemplo del relativismo en el cual vivimos, donde no cuenta lo que Dios diga, sino más bien cómo te sientas.
La cuarta y última ponencia estuvo a cargo del teólogo Carlos Capó, quien a sí mismo se presentó, más que como un teólogo, como un pastor protestante que aún no ha cerrado el tema en su mente y está dispuesto a escuchar a todos. En primer lugar Capó resaltó el hecho de que hoy en día los legisladores ya no escuchan a la Iglesia (¿a qué «iglesia» se refiere?) a la hora de decir lo que es legal o no, y lo mismo hace el ciudadano de a pié. «Este es un hecho que debemos aceptar»—dijo. A continuación, y refiriéndose a la Biblia, añadió que hay pocos textos bíblicos que se refieran al tema de la homosexualidad, y hay «pocos textos que se refieran directamente a la homosexualidad para condenarla». Estos textos que condenan la homosexualidad –dice Capó- se han de considerar siempre en su contexto bíblico. «El problema no es solo moral, sino hermenéutico» –añade- «Estamos ante la cuestión de cómo se ha de interpretar la Biblia. No hay una interpretación objetiva de la Biblia».
Capó entonces hace un ligero repaso a algunos textos clave sobre el tema. En cuanto Antiguo Testamento dice que los pasajes se encuentran dentro del código de santidad, y que no solo se refieren a la homosexualidad, sino a otras observancias del Antiguo pacto. Si la prohibición de la homosexualidad sigue vigente, entonces también otras leyes como el no comer cerdo, no tener contacto con una mujer durante la regla o el no usar imágenes humanas. «Entre el Antiguo Testamento y nosotros –dice Capó- está Jesús, quien no se refiere a la homosexualidad en ningún momento».
En cuanto a los claros textos de Romanos Capó dice que «no entraremos en detalles». Dice que en ese contexto Pablo señala los pecados del hombre que «deja a Dios como Señor,» y que por tanto la homosexualidad es una «consecuencia de haberle dado la espalda a Dios». En cuanto a la ley Capó dice que «el cristiano está por encima de la ley. Jesús pone en suspenso el cumplimiento de la ley. Según la ley seriamos llevados a condenar, pero según el Evangelio hemos de respetar y perdonar. No hay una condena rigurosa de Jesús». La ley, dice, se resume en amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo.
Cuando escuchaba a Capó me acordé de un teólogo liberal católico al que escuché hace poco. Esta no es nuestra teología, hermanos, y no es nuestra fe. Capó dice que no hay una sola interpretación posible de los textos bíblicos, ni aun los más claros de todos. Si lo cree de verdad, Capó habrá de afirmar una de estas dos cosas, o que la Biblia es un libro absolutamente confuso que cualquiera puede leer para entender lo que se le antoje ya que no hay una sola interpretación sobre ningún tema, o que él está absolutamente equivocado.
En otro asunto le doy la razón. Hay pocos textos que condenen la homosexualidad como un pecado, y el Señor Jesús no habla directamente del tema. ¿Le resta esto importancia al asunto? En absoluto. También encontraremos pocos versículos sobre otros temas tan claros como el aborto, y es que de hecho cuando más evidente es un tema menos instrucción requiere. Ese es el caso de la homosexualidad. Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo el pueblo de Dios tenía tan claro que ésta era una práctica contra la voluntad de Dios que no era necesario repetirlo muchas más veces. Jesús no habló directamente del tema, ¿y de ahí se ha de entender que Jesús veía bien la homosexualidad? Jesús tampoco menciona el incesto, y eso no nos da licencia para practicarlo. Esa dicotomía entre el Antiguo Testamento y el Nuevo no la veo en las Escrituras. El Nuevo testamento no cancela el Antiguo, sino que lo completa. Como decía Agustín «El nuevo testamento en el antiguo está latente, y el antiguo en el nuevo está patente». Jesús no vino a abrogar la ley, sino a cumplirla (Mt. 5:17), como el último Adán, perfecto en su moral, su conducta y sus pensamientos delante de Dios.
Tras las cuatro ponencias hubo un discreto tiempo para preguntas. Dos o tres personas expresaron elogios hacia los ponentes y en especial hacia Osma por su valentía al dar su testimonio, pero en general me alegró comprobar que las preguntas de los asistentes expresaron las mismas preocupaciones que yo tenía y que el «diálogo» estuvo lejos de convencer a nadie. Nada más concluir una anciana del primer banco levantó la mano y dijo: «Sigo sin entender cómo puede uno ser homosexual y cristiano al mismo tiempo… ¿Me lo puede explicar el señor pastor?» Capó respondió que este no es un tema para zanjar con un sí o con un no, sino para seguir dialogando, sin condenar sino comprendiendo y perdonando a los demás, a lo que una hermana añadió: «Si hablamos de perdonar al homosexual, ¿no se sobreentiende que la homosexualidad es pecado, ya que solo los pecados se han de perdonar?» A sus palabras Osma añadió que no hay problema en ser homosexual y cristiano, porque él lo es y Dios no le rechaza.
Otro hermano lanzó una pregunta inapelable al decir: «¿No parece evidente que la homosexualidad en la Biblia aparece como un pecado cuando en Romanos el apóstol Pablo escribe que «aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza?» (Ro. 1:26-27, donde Pablo hace una clara referencia al lesbianismo). A esto Capó respondió diciendo que «parece que el texto habla de un cambio en la sexualidad de la mujer, pero puede que se refiera a que la mujer haya dejado su rol pasivo o sumiso dentro de la relación sexual». ¿No parece eso inverosímil? ¿Está entonces el apóstol diciendo que abandonar la «postura del misionero» es una «pasión vergonzosa?» Prefiero pensar que la Biblia dice lo que quiere decir, no lo que queramos entender, antes de empezar a hacer malabarismos hermenéuticos que nos lleven a conclusiones ridículas. La Biblia es clara, menos para aquellos que «se envanecen en sus razonamientos».
Una de las últimas preguntas de un joven fue: «¿Hay alguna otra interpretación que no sea que David y Jonatán estuvieron enamorados?» A lo cual Capó se limitó a decir que en efecto algunos exégetas adoptan esa interpretación, para luego evadir la pregunta dejándola sin responder. Por supuesto, Pepsi no va a hacer propaganda de Coca-Cola. La interpretación más lógica de la historia de David y Jonatán es pensar que en efecto fueron íntimos amigos, pero aquella conferencia no era el contexto para exponer una hermenéutica tan sencilla y tan conservadora. No hay ningún indicio que nos haga pensar que David y Jonatán fueron gays, pues la Biblia habla sin tapujos de la sexualidad y no se nos dice que «yacieron juntos,» o se «conocieron,» o nada por el estilo. Este es en efecto un mal de nuestro tiempo. Los cristianos necesitamos presentar ante el mundo un auténtico modelo de amistad entre hombres. La amistad, limpia como Dios la diseñó.
Al final del acto Enric Capó, tío del ponente, se puso en pié y con voz firme aseveró que «el término homosexualidad no aparece en ningún sitio en la Biblia. Se refiere a la homosexualidad como un vicio humano, pero ningún versículo se refiere a la homosexualidad como pacto entre dos personas del mismo sexo que lo comparten todo. ¡Ninguno!» ¡Y es cierto! ¡El término «homosexualidad» no aparece en mi concordancia! ¿No es curioso? Pero tampoco aparece el término «Trinidad» y no por eso somos unitarios, ni el término «alcoholismo,» aunque sí se nos habla de las «borracheras». «Homosexualidad,» «lesbianismo,» «gays,» son palabrejas de nuestro tiempo, pero Romanos habla claramente del acto en sí, lo llamemos como lo llamemos y sean cuales fueren sus circunstancias, y que «cambiar el uso natural» (Ro. 1:26), «cometer hechos vergonzosos hombres con hombres» (Ro. 1:27), ser «afeminado» o «echarse con varones» (1 Co. 6:9) es una conducta que Dios desaprueba, pues Dios aún hoy nos dice: «No te echarás con varón como con mujer; es abominación» (Lv. 18:22).
El maestro de ceremonias concluyó entonces la conferencia diciendo que al fin y al cabo «pecado» es no hacer la voluntad de Dios, y que la voluntad de Dios era que «amemos». Que resumen tan triste de la ley de Dios. El Señor Jesucristo no dijo solo que «amemos,» sino que resumió toda la ley en tan solo dos mandamientos, citando, por cierto, la ley que se encuentra en Deuteronomio 6:5 y Levítico 19:18: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo». (Mt. 22:37-39). Éste es el resumen de la ley, y no «amar» a secas y sin más. Debemos amar, sí, pero a Dios sobre todas las cosas. Quienes amamos a Dios con todo nuestro corazón no podemos torcer su Palabra; Quienes amamos a Dios con toda nuestra alma sometemos nuestros sentimientos a su voluntad perfecta; Quienes amamos a Dios con toda nuestra mente abrazamos la verdad de Dios y abandonamos la «verdad» de los hombres. Ante todo amamos a Dios, «y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos». (1 Jn. 2:3).
Amar a Dios no es un sentimiento ambiguo. Amar a Dios es ante todo obedecerle. El mismo Señor Jesús nos dice: «Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando» (Jn. 15:14) y que «El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él» (Jn. 14:21). El amor a Dios se expresa guardando su Palabra y obedeciendo sus mandamientos. Más aún, la obediencia a Dios pone de manifiesto quién es realmente salvo y quien pertenece realmente a la familia de Dios, «Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre» (Mt. 12:50) y «No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt. 7:21).
Aun hoy el Señor nos dice «El que me ama, mi palabra guardará» (Jn. 14:23). Amemos a Dios sobre todas las cosas, y para ello guardemos su Palabra en nuestros corazones para que Dios, y no el mundo, sea quien dirija nuestros pasos. Amemos al prójimo como a nosotros mismos nos amamos, teniendo presente que amar al prójimo no es decirle lo que desea oír, no es decirle que no necesita cambiar, no es decirle que su pecado no es pecado, sino compartirle la verdad que ha de salvar su alma y cambiar su vida para su propio bien y para la gloria de Dios.
«No aborrecerás a tu hermano en tu corazón; razonarás con tu prójimo, para que no participes de su pecado». (Lv. 19:17)
Soli Deo Gloria