por Timothy Monsma
Reforma Siglo XXI, Vol. 2, No. 2
Ha sido descubierto en estos últimos años que la Biblia habla más acerca del tema de las misiones de lo que muchos cristianos creían. Ambos testamentos están repletos con información sobre la suprema tarea de la Iglesia de Jesucristo en esta era – la difusión del Evangelio hasta los fines de la tierra.
También estamos descubriendo que la biblia habla más acerca de la ciudad de lo que antes se creía. Todavía falta escribirse un texto de teología bíblica amplia sobre la ciudad. Sin embargo, se ha hecho algunos comienzos.
En El Significado de la ciudad (The Meaining of the City, Grand Rapids: Eerdmans, 1970), Jacques Ellul discute el lado negativo de la vida urbana, utilizando las descripciones bíblicas de Babilonia como modelo. Ellul enfatiza que la ciudad será redimida en la nueva Jerusalén que Dios está preparando. Pero no enfatiza lo suficiente el hecho que la Jerusalén venidera ya arroja su sombre sobre los centros urbanos actuales, y provee un modelo para sus moradores en este presente siglo.
Otra obra más reciente es la que escribió Robert Linthicum – Ciudad de Dios, Ciudad de Satanás (City of God, City of Satan, Grand Rapids: Zondervan, 1991). Este libro definitivamente es un avance sobre el de Ellul, porque contempla Jerusalén y Babilonia como representaciones de dos posiciones extremas que luchan el uno con el otro en este presente siglo. Sin embargo, el arreglo del material por tema a veces toma prioridad sobre una exégesis cuidadosa. El resultado es que algunos estudiosos no están del todo convencidos de las varias posiciones ofrecidas por el autor.
A pesar de las debilidades de su libro, Linthicum me ha estimulado a pensar en algunos de los temas que él toca, y también me ha ayudado en la preparación de algunos sermones. Siguiendo el método ‘bíblico-teológico’, voy a presentar algunas ideas que podrían ayudar a otros en su trabajo, su predicación y su consejería para con aquellos que se identifican con las grandes ciudades de nuestros tiempos.
Jerusalén, la Ciudad de Dios
Aunque Jerusalén simboliza una ciudad buena, y Babilonia una ciudad mala, lo bueno y lo malo no son absolutos. Lo bueno de Jerusalén es mezclado con la maldad, y la maldad de Babilonia no está tan mal que quede fuera del alcance del poder de Dios. Esto es la realidad, porque en las ciudades contemporáneas vemos todavía lo bueno y lo malo mezclado.
Aunque leemos de Melquisedec, Rey de Salem tan temprano como Génesis 14, la historia espiritual de Jerusalén realmente comienza con la conquista de Canaán por los Israelitas bajo el mando de Josué. En ese entonces Jerusalén era una ciudad pagana bajo el poder de los Jebusitas, y los Israelitas no pudieron sacarlos (ver Josué 15:63). David finalmente conquistó Jerusalén cuando llegó a ser rey de las diez tribus del norte, además de las dos del sur (ver 2 Samuel 5), aunque se les permitió a algunos Jebusitas quedarse ahí (2 Sam. 24:18).
Mucho más tarde el profeta Ezequiel enfatizó el contraste entre el pasado pagano de Jerusalén, y la decisión misericordioso de Dios para tomarla para sí (Ezequiel. 16:1-8). Las palabras que Dios le habló a Jerusalén: “Y llegaste a ser mía” (Ezeq. 16:8), nos recuerda del término possessio, señalado por J.H. Bavink. Dios toma posesión de aquello que era manchado por el pecado, lo limpia, y lo eleva a un nuevo estado de utilidad en su reino.
Esto es exactamente lo que hizo Dios con Jerusalén. Bajo el rey David, Dios adoptó Jerusalén para ser su ciudad especial (Ezequiel. 16:6,7). Bajo Salomón Dios tomó un paso más, tomando a Jerusalén como su novia (Ezeq. 16:8). La edificación y dedicación del templo bajo Salomón fue la ceremonia de bodas que cimentó la alianza entre Dios y su pueblo (1 Reyes 8:9,10).
Los líderes espirituales de Israel captaron la visión de lo que debía ser Jerusalén. Ella debía ser no sólo la capital política de Israel, sino la capital espiritual de todo el mundo. El templo situado en el Monte de Sión debía ser como un edificio espiritual de las Naciones Unidas, y los nombres Sión y Jerusalén podían ser intercambiados porque el señorío de Dios debía influir aún en los asuntos seculares de la corte del rey.
A razón de la preeminencia espiritual de Jerusalén, se le podía llamar “el gozo de toda la tierra” (Salmo 48:2). Las naciones gentiles – aún Babilonia – podía reclamar un nuevo nacimiento en Jerusalén (Salmo 87). Los creyentes verdaderos debían orar por la paz de Jerusalén (Salmo 122:6). Y la visita de la reina de Sebá no fue una ocurrencia sin sentido, sino lo que se podía esperar bajo los planes misericordiosos de Dios para Jerusalén.
Mas tarde el profeta Isaías exclamó:
Y acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa de Jehová por cabeza de los montes, y será ensalzado sobre los collados, y correrán a él todas las gentes. Y vendrán muchos pueblos y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob, y nos enseñará en sus caminos y caminaremos por sus sendas. Porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová (Isa 2:2,3)
Aunque Babilonia vendría a destruir Jerusalén (Isaías 39), Dios aún habla palabras de consuelo a su pueblo (Isaías 40 y 52). Jerusalén sería otra vez un faro para el mundo. “Y andarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu nacimiento.” (Isaías 60:3)
La Jerusalén verdadera
Aunque el Antiguo Testamento tiene tantas esperanzas para Jerusalén, en la realidad la “Ciudad Santa” cae de gracia una y otra vez. A pesar de muchas advertencias por los profetas, la ciudad llega a ser el centro de violencia, engaño, crueldad, perversidad sexual, y la adoración de dioses ajenos – y esto muchas veces dirigido por los mismos reyes. Por tanto Dios decide usar otra ciudad pagana para castigar a Jerusalén desobediente. Cuando salió una delegación babilónica de Jerusalén, el profeta Ezequías dice: “He aquí, vienen días en que será llevado a Babilonia todo lo que hay en tu casa, y lo que tus padres han atesorado hasta hoy: ninguna cosa quedará, dice Jehová” (Isaías 39:6). En Isaías 39, el contraste bíblico entre la Ciudad de Dios (Jerusalén) y la Ciudad del hombre (Babilonia) comienza a aparecer.
Babilonia, la Ciudad del hombre
En los tiempos antiguos Dios frustró los intentos del hombre para hacer una torre que llegara hasta el cielo, porque el orgullo humano que construyó esta torre representaba rebelión contra Dios. Mucho después que la Torre de Babel desapareció en los olvidos de la historia, otra ciudad de orgullo humano se sentaba en la orilla del Eúfrates: Babilonia.
En el siglo sexto A.C. Babilonia tenía la mejor máquina de guerra de todo el mundo. Los babilonios creían que su éxito era porque su dios Marduk, cuyo templo espacioso estaba en Babilonia, era más poderoso que todos los demás dioses. Cuando Jerusalén cayó presa a los ejércitos babilonios, parecía que Marduk era primero entre los dioses y Yahweh nada más que una deidad local con poder limitado.
Los judíos que fueron llevados como cautivos a Babilonia se preguntaban si su Dios en realidad era el Creador. Escuche el lamento de Salmo 137:
Junto a los ríos de Babilonia, allí nos sentábamos, y aun llorábamos, acordándonos de Sión… Cantadnos algunos de los himnos de Sión. ¿Cómo cantaremos canción de Jehová en tierra de extraños? Si me olvidare de ti, oh Jerusalén, mi diestra sea olvidada. (Salmo 137:1,4,5)
¿Cómo deben vivir los ciudadanos de Jerusalén como exiliados en Babilonia? Los cristianos hoy que viven en la ciudad con frecuencia citan Jeremías 29:5,7 “Edificad casas, y morad; y plantad huertos, y comed del fruto de ellos; Y procurad la paz de la ciudad a la cual os hice traspasar, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz.” Y aplican estos consejos de Jeremías a todas las ciudades del mundo de hoy. Pero al ignorar el contexto del pasaje, pierden el mensaje clave: Los ciudadanos de Jerusalén pueden vivir en Babilonia como embajadores del Gran Rey, quien había hecho de Jerusalén su centro terrenal de operaciones. Los exiliados judíos estaban demasiado optimistas en cuanto a su retorno a Jerusalén. Entre más rápido salían de ese lugar horrible (Babilonia), mejor – así pensaban. Pero Dios los había colocado en Babilonia y debían permanecer allí con paciencia hasta que los setenta años se cumplieran.
Eventualmente regresaron a Jerusalén, y podían apreciar como nunca antes lo que Jerusalén representaba:
Cuando Jehová hiciere tornar la cautividad de Sión, seremos como los que sueñan. Entonces nuestra boca se henchirá de risa, y nuestra lengua de alabanza; entonces dirán entre las gentes: Grandes cosas ha hecho Jehová con éstos. (Salmo 126:1,2)
Cuando los exiliados regresaron bajo Ciro, fue claro que el Dios de los judíos todavía controlaba la historia humana, incluyendo la historia de Babilonia. Yahweh triunfará sobre Bel (o Marduk), el dios más fuerte de Babilonia: “Visitaré a Bel en Babilonia, y sacaré de su boca lo que ha tragado; y no vendrán más a él gentes; y el muro de Babilonia caerá” (Jeremías 51:44)..
Jerusalén versus Babilonia
Aunque los Salmos, Isaías, Ezequiel, y Jeremías están llenos de instrucciones sobre Jerusalén y Babilonia, la última palabra del Antiguo Testamento – y la preparación para el Nuevo Testamento – se encuentra en Daniel.
Daniel tomó en serio las palabras de Jeremías 29 en cuanto a buscar el bien de Babilonia y su imperio vasto. Reconociendo sus tremendas contribuciones, los reyes de Babilonia honraban a Daniel, otorgándole autoridad a tal grado que nos recuerda de José en Egipto. Pero Daniel nunca olvidó que su primera lealtad y su primera ciudadanía eran con Jerusalén.
Sus enemigos finalmente se dijeron “No hallaremos contra este Daniel ocasión alguna, si no la hallamos contra él en la ley de su Dios” (Daniel 6:5). Persuadieron al rey Darío a que publicara un decreto exigiendo que durante treinta días el pueblo orara sólo a Darío. La respuesta de Daniel era predecible. “Y Daniel, cuando supo que la escritura estaba firmada, entró en su casa, y abiertas las ventanas de su cámara que estaban hacia Jerusalén, se puso de rodillas tres veces al día, y oraba, y confesaba delante de su Dios, como lo solía hacer antes” (Daniel 6:10). A pesar de que Jerusalén estaba en ruina y el templo destruido, Daniel confiaba en las promesas de Dios que todo sería restaurado tal como Jeremías había profetizado. Jerusalén cómo símbolo de la presencia de Dios, y la promesa de la Jerusalén venidera, eran más importantes para Daniel que la realidad presente. De esta manera Daniel llega a ser un hombre de hierro, exactamente lo opuesto de los reyes vacilantes que recién ocupaban el trono en Jerusalén.
El mensaje es claro. Muchas ciudades en el mundo de hoy se asemejan más a Babilonia que a Jerusalén, especialmente la Jerusalén perfecta de Dios. Pero todos que llevan en sus corazones el espíritu de Jerusalén pueden vivir como siervos de Dios en todas las Babilonias contemporáneas. Con Daniel y Ester por ejemplos, tanto hombres como mujeres pueden vivir para Dios en medio de las corrientes de modernización, secularización y urbanización – con todo lo que acompaña estas cosas.
Respeto por Jerusalén
Debido a las persecuciones que irrumpieron contra los cristianos en Jerusalén desde Esteban en adelante (Hechos 8:1), sería fácil esperar que los apóstoles denigraran el lugar de Jerusalén al recordar las palabras de Jesús. Pero no fue así. Jesús habla de Jerusalén con respeto cuando dice, “No jurarás…ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey” (Mat. 5:34,35). Aun cuando Jesús está por criticar severamente a Jerusalén, dice, “Es necesario que camine hoy, mañana y pasado mañana, porque no es posible que profeta muera fuera de Jerusalén” (Lucas 13:33).
Todos los eventos en los sufrimientos del Señor ocurrieron dentro y afuera de Jerusalén. Su resurrección, su primera apariencia y su ascensión ocurrieron en el área metropolitana de Jerusalén. El Evangelio debía ser difundido “comenzando en Jerusalén” (Lucas 24:47), donde los discípulos debían esperar el derramamiento del Espíritu Santo (Lucas 24:49). El respeto por Jerusalén que tenía Jesús fue pasado a la Iglesia primitiva. Desde el día de pentecostés en adelante la Iglesia creció desde Jerusalén hacia afuera. Los apóstoles se quedaron en Jerusalén mientras otros huyeron (Hechos 8:1), y aún Pablo, el apóstol a los gentiles, reconoció la primacía de Jerusalén cuando asistió el concilio de Jerusalén (Hechos 15), cuando recolectaba fondos para los necesitados en Jerusalén, y cuando insistió en ir a Jerusalén aunque Agabo había advertido sobre los peligros (Hechos 21:10,11).
Jerusalén transformada
Durante su vida Jesús predecía la segunda destrucción de Jerusalén, y relacionaba esta destrucción con el rechazo de su persona por los líderes judíos – tanto antes de su crucifixión como después de su resurrección. Aún después de resucitar, la mayoría de judíos no lo aceptaba. En el año 70 d.C. Jerusalén fue destruida, esta vez no por los Babilonios sino por los Romanos.
Pablo había preparado a la iglesia primitiva para este evento cuando les escribió a los Gálatas, “Porque Agar o Sinaí es un monte de Arabia, el cual es conjunto a la que ahora es Jerusalén, la cual sirve con sus hijos. Mas la Jerusalén de arribe es libre, la cual es la madre de todos nosotros” (Gálatas 4:25,26). Pablo había sido un judío ferviente, perseguidor de los cristianos. Ahora comprende que el judaísmo, con su capital espiritual – Jerusalén – están cautivos en los lazos del legalismo. Jerusalén y sus hijos creen que hallarán paz con Dios por medio de las obras de la ley. Pero existe otra Jerusalén que es de arriba. Los ciudadanos de esta Jerusalén han sido libertados por Cristo, quien obedeció perfectamente la ley en su favor. Los ciudadanos de la Jerusalén celestial son libres, porque son hijos del Rey no importa quién sea su gobernador terrenal. De esta manera, el concepto de Jerusalén como símbolo llega a tener más importancia que Jerusalén como realidad, tal como lo fue para Daniel.
Aunque no hay consenso sobre el autor del libro de Hebreos, y la fecha de esta epístola, las palabras de Hebreos 12:22 tienen más sentido si fuera escrito después de la destrucción de Jerusalén por los Romanos: “Mas os habéis llegado al monte de Sión, y a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, y a la compañía de muchos millares de ángeles” (Hebreos 12:22). Podemos estar seguros que la destrucción de Jerusalén por los Romanos produjo tristeza para todos los judíos, aún los “judíos mesiánicos” – o sea, los judíos cristianos. El autor de Hebreos está diciendo que no se preocupen demasiado por la Jerusalén terrenal, porque esta Jerusalén es parte del viejo pacto. Los días del nuevo pacto, predicho por los profetas, han llegado. Y la Jerusalén realmente importante es la Jerusalén celestial. Jerusalén como símbolo es más importante que Jerusalén como realidad material. Viendo la destrucción de Jerusalén, los judíos cristianos tienen un consuelo que los judíos tradicionales no tienen. En la nueva era del Nuevo Testamento, la “Iglesia de los primogénitos” es el Monte de Sión y las puertas de Hades no prevalecerán contra este Monte.
San Agustín captó la importancia de todo esto para nuestro diario vivir. Los cristianos son la Ciudad de Dios, viviendo mezclados con la Ciudad del Hombre. En cuanto a apariencias externas, las diferencias parecen ser pocas. Viven en casas parecidas, usan carros parecidos, experimentan enfermedades parecidas, etc. Pero los Cristianos tienen un nuevo corazón que produce motivaciones para su conducta totalmente diferentes. Son hijos de la Jerusalén celestial, viviendo en Babilonia, la Ciudad del Hombre. Han rechazado las tentaciones de la codicia, el lujo, el orgullo, la opresión, el placer y otros pecados que representa Babilonia. Anhelan la ciudad celestial que es su hogar legítimo.
Un vistazo del futuro
En la Revelación de Juan, Babilonia es un símbolo representado por una prostituta sentada en una bestia escarlata. Representa Roma (Apocalipsis 17:9 – Roma fue construida sobre siete montes), y por relación, cualquier otra ciudad que se entrega al lujo a expensas de otros (ver Apoc. 18). La lista de bienes llevados por los negociantes de “Babilonia” es evidencia fatal en su contra porque termina con “los cuerpos y almas de los hombres” (Apoc. 18:13). El mensaje de Apocalipsis es que Babilonia será destruida totalmente, y nos recuerda de las profecías del Antiguo Testamento acerca del fin de Babilonia predicho por los profetas. Los cristianos viven en Babilonia, pero no deben formar parte de ella, porque es una realidad pasajera. Todo su lujo y orgullo y prestigio aparente es nada más algo pasajero. El fin está a la vista.
Por otro lado, Jerusalén es la ciudad del futuro. Apocalipsis 21 describe este futuro, pero los lineamientos de esta ciudad del futuro difícilmente son definidos por nosotros, porque Juan está describiendo una realidad venidera que ninguna persona ha visto. Sin embargo, es útil examinar ciertas figuras que Juan utiliza para comparar la ciudad del futuro con las ciudades que conocemos hoy.
La Santa Ciudad de Dios vendrá “del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido”(Apoc 21:2). Su novio, por supuesto, es Cristo, el Cordero que fue inmolado. Su belleza se halla en el hecho que no tiene ni mancha ni arruga (Efesios 5:27). Ella será perfecta moralmente. Las ciudades contemporáneas muchas veces sobresalen por su maldad. Violencia entre grupos étnicos, tremendas desigualdades entre pobres y ricos, niveles altos de crímenes y violencia, muchas clases de inmoralidad, codicia insaciable – todos estos pecados caracterizan las ciudades de hoy.
Pero la ciudad venidera no tendrá ninguna de estas cosas. Los cristianos son exiliados sirviendo a Dios con paciencia en las ciudades de hoy como lo hicieron Daniel y Ester en sus días. Pero los cristianos sirven con esperanza, porque saben que algún día llegará la ciudad perfecta. Se preparan por el futuro reformando la ciudad presente de acuerdo al patrón de la ciudad venidera.
Juan vio también que la Jerusalén venidera “brillaba con la gloria de Dios, y su gloria era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal.” (Apoc 21:11). La nueva Jerusalén no sólo es una ciudad de perfección moral, sino que será atractiva para nosotros. Estimulará nuestros sentidos y nos dará alegría, como una joya preciosa “transparente como cristal” (vs. 11).
Los que estudian los centros urbanos hablan del “jalón urbano”, aquello que atrae a las personas a la ciudad. Las luces, las atracciones, el entretenimiento, el sentido de poder que tienen las ciudades – todo esto sirve como un imán para atraer a las personas a la ciudad. Pero tal magnetismo es nada comparado con el magnetismo de la ciudad futura de Dios. Además, aquella ciudad no ocupa ni templo ni sol (vs 22,23), porque Dios será su templo y su luz. Con esto no debemos imaginar algún centro de calor y luz que irradia de Dios. Es mejor pensar que Dios llenará la ciudad, envolviendo a todos en su presencia. La luz de Dios alejará para siempre la ignorancia y toda torpeza.
Las ciudades contemporáneas pueden ser lugares fríos, aún en los trópicos. En muchas ciudades las personas de tremendas riquezas viven al lado de los pobres. En la Jerusalén del futuro el mendigo Lázaro, que se sentaba en la puerta del rico (Lucas 16), ya no sufrirá humillación. Aquellos que vagan por las calles con mentes aturdidas o aquellos que padecen enfermedades físicas estarán completamente sanos. Toda persona que es permitida entrar aquella ciudad morará en el calor y la luz continuos de la presencia de su Salvador.
Finalmente leemos, “y los reyes de la tierra traerá sus riquezas” (Apoc 21:24). Las ciudades contemporáneas están controladas por poder político. A todos niveles – del vecindario hasta el gobierno nacional – se controla la ciudad, y muchas veces este control es influenciado por los ricos, porque solamente los ricos hacen contribuciones grandes para las elecciones. Solamente los ricos pueden darse el lujo de ofrecer las mordidas que exigen los políticos corruptos. En ciudad tras ciudad se desarrolla una alianza siniestra entre los negociantes y los políticos que opera en contra de los más necesitados, los que están en los primeros peldaños de la escalera socio-económica. Pero en la ciudad futura de Dios, todo esto será barrida. La corrupción, el nepotismo, rivalidades tribales, los favores ilegales y las mordidas desaparecerán. Todas las riquezas, poder y posición serán traídos y puestos a los pies del Maestro para ser utilizados en su servicio. Los cristianos que participaron en la corrupción urbana serán convertidos a una vida santa una vez por todas. A los “cristianos” nominales e hipócritas les será negada la entrada a la ciudad de Dios, porque “nada impuro entrará en ella nunca” (Apoc. 21:27).
Conclusiones
En la mayoría de los centros metropolitanos de nuestro mundo de hoy existen islas de esperanza. Aunque las ciudades se asemejen mucho a Babilonia en muchas formas, existen ciudadanos de Jerusalén viviendo en Babilonia. Estas personas saben que son exiliados, pero esto no los impide de participar plenamente en la vida de sus ciudades más que impedía a Daniel o Ester. Los ciudadanos de Jerusalén están ocupados en la tarea de engrandecer las islas de esperanza en que viven. Ellos tienen un modelo – la Jerusalén ideal descrita por los profetas y la Jerusalén venidera descrita por el apóstol Juan. Saben que su trabajo en el Señor no es en vano porque la nueva Jerusalén vendrá seguramente, tal como ha prometido Dios. Están reclutando tantos residentes que sea posible para esta nueva ciudad. Y siguen su labor en el poder de Dios, quien dijo: “Yo haré todo nuevo!” (Apoc. 21:5).