Reforma Siglo XXI, Vol. 6, No. 1
Era espantoso. Buenos Cristianos estaban riéndose histéricamente o llorando en forma interrumpida, lanzándose al piso. Estaban confrontando a sus amigos y vecinos acerca de la necesidad de estar bien con Dios. Clamaban que el espíritu de Dios los estaba llenando, controlando, inspirando, pero todo esto parecía demasiado emocional para la gente normal de Massachussets.
El Gran Avivamiento habría significado no más que una rareza, habría quedado al margen de ser experimentado por la nación Americana, de no haber sido por un pastor llamado Jonathan Edwards. La apertura y el agudo análisis de este erudito le dieron sentido a este movimiento del Espíritu, y como resultado, aún más vidas fueron transformadas. Durante este proceso, una nación emergente encontró su alma.
Era el año 1740, y los colonizadores desde Savannah hasta Boston estaban cautivados por la prodigiosa predicación de George Whitefield, un clérigo Inglés que estaba adentrándose en los Estados Unidos montado a caballo. Muchas iglesias lo rechazaron, temiendo su teatralidad y emocionalismo. Justamente esto fue lo que envió a Whitefield hacia los campos y a las calles, donde aun más personas lo podían escuchar. Se estimó que 25,000 se congregaron en un servicio al aire libre para oírlo predicar. (Ben Franklin puso en duda dicha estadística, pero un día lo pudo comprobar en las calles de Philadelphia. Mientras Whitefield predicaba desde las gradas del palacio de justicia, Franklin pudo escucharlo a una cuadra de allí. Calculando la distancia y la cantidad de espacio que cada persona ocupaba, concluyó que más de 30,000 podían oír a este orador al mismo tiempo.)
Si tanta cantidad de gente es incitada espiritualmente por algo, debe de haber algo extraño en ello. Esa era la opinión de muchos críticos.. Lo cierto es que Whitefield era una curiosidad, y un espectáculo hasta cierto punto. Pero el “guión” de Whitefield era puramente evangelio: «Debes nacer otra vez.» Decía esto a los miembros de su iglesia, convencido de que las iglesias estaban repletas de gente que nunca había conocido a Dios realmente. Whitefield le trajo a la gente el mismo mensaje que había sido dado por Lutero y Wycliffe y Francis y por el mismo Jesús: Dios quiere conocerte; El quiere cambiar tu vida. Esto siempre ha sido visto como información peligrosa por aquellos con intereses creados. Si el Cristianismo equivale a respetabilidad, entonces la referencia a la gente normal es escandalosa y su liberada respuesta emocional es aún peor.
Jonathan Edwards sabía lo que debía hacerse. Era tan respetable como se pueda llegar a ser, bien criado y preparado. Hijo de un ministro y nieto de otro, acudió a la Escuela Divina de Yale (aún antes era llamada así) y relevó a su famoso abuelo como pastor de la Iglesia Congregacional en Northampton, Massachussets. Edwards predicaba brillantemente. Estudió filosofía y ciencia, así como teología. Algunos han argumentado que él fue posiblemente el hombre más inteligente de todos los tiempos en Estados Unidos.
La asombrosa obra de Dios
Cuando el renacimiento de Whitefield llegó desde la costa, Edwards le dio la bienvenida. Él ya había visto este tipo de cosas antes. Seis años atrás, su propia iglesia había sido arrasada por una efusión del Espíritu de Dios. En Una Fiel Narración de la Asombrosa obra de Dios, Edwards analizó el renacimiento de 1734-35 que arrasó Northampton y las ciudades aledañas. Había empezado con «una flexibilidad inusual, y dándole campo al consejo, entre nuestros jóvenes.» Pronto hubo un interés religioso destacable a través de toda la región. La muerte a destiempo de un joven en los inicios de 1734 provocó que muchos reflexionaran acerca de su destino eterno, y una oleada de conversiones personales le siguieron.
Edwards mostró una habilidad de psicólogo al evaluar el proceso de conversión. «Algunos son más rápidamente sobrecogidos por las convicciones,» escribió. «sus conciencias son estremecidas, como si sus corazones fueran traspasados con un dardo. Otros despiertan gradualmente, al principio empiezan a ser algo más pensativos y considerados…Otros que han sido anteriormente algo religiosos, e interesados en su salvación, han sido despertados de una nueva manera; y (se dieron cuenta) que su forma lenta y torpe de buscar nunca fue capaz de conseguir ese propósito.»
Entonces en 1740-43, cuando las predicaciones de Whitefield despertaron arranques emocionales, y muchos líderes religiosos veían los excesos físicos y vocales con sospechas, Edwards concentró su atención en las realidades internas. ¿Están estas personas realmente convertidas? ¿Está el Espíritu obrando aquí? En Un Tratado Concerniente a las Afecciones Religiosas, ofreció una destacada y equilibrada crítica del nuevo movimiento y sus manifestaciones emocionales, el cual llamo “ altas afecciones.”
Algunos están listos para condenar todas las altas afecciones: Si las personas parecen tener sus afecciones religiosas en un nivel extraordinario, éstas son perjudiciales para ellos y se establece que estas son engaños, sin futuras averiguaciones. Pero si … la verdadera religión es elevada a grandes alturas en los corazones de los hombres, afecciones divinas y santas serán elevadas a una gran altura.
Edwards prosiguió a buscar la historia bíblica de la emoción. Su punto era que la verdadera conversión debe tener manifestaciones emocionales. Esto puede no ser lo que se espera de un clérigo Calvinista, pero tal vez sí lo sea. Edwards advirtió que no debemos decirle al Espíritu cuáles métodos puede o no usar. Dios puede obrar de la manera que Él desee.
Edwards prosiguió a advertir que las manifestaciones emocionales no son necesariamente obra del Espíritu y que el Diablo puede imitarlas. Pero miren el fruto en la vida de la gente, ¿están ellos amando a otros? ¿Están ellos sirviéndole a Dios?
Así, una de las mentes más dotadas en Estados Unidos dio una importante luz verde al Gran Avivamiento. Es una obra genuina de Dios, concluyó; sólo sean cuidadosos con la decepción. No todo el mundo estuvo de acuerdo con Edwards, por supuesto, pero su apoyo tuvo gran peso, especialmente en Nueva Inglaterra.
Heridas salientes
El Gran Avivamiento marcó el comienzo del movimiento evangélico en Estados Unidos. Los primeros colonizadores habían tenido creencias evangélicas, pero el énfasis de una experiencia personal con Dios era más bien nueva. E iba en contra de las tradiciones establecidas por la iglesia. Jonathan Edwards descubrió esto de manera dolorosa.
La sociedad giraba en torno a la iglesia; las iglesias estaban llenas de gente que acudía por razones sociales. Los niños eran bautizados dentro de la iglesia y crecían ahí, pero algunos nunca habían tenido un compromiso personal con Dios. Edwards quería cambiar eso. El empezó una política de retener la Comunión a cualquiera que no hubiera tenido dicho compromiso personal. Su iglesia sería una comunidad de los redimidos.
A muchos no les pareció esto. Su estimado abuelo, Samuel Stoddard, quien previamente lideró esa iglesia, había recibido a todo el mundo a la Mesa del Señor. ¿Quien pensaba Edwards que era para mantener alejada a la gente, especialmente cuando habían acudido toda su vida?
Edwards se mantuvo firme, y en 1750 la iglesia votó para desplazarlo. En su discurso de despedida, predicó sobre 2 Corintios 1:14, esperando futuro regocijo en el día de Cristo, «no habrá más algún debate o diferencia de opiniones. La evidencia de la verdad debe aparecer por encima de toda disputa, y todas las controversias deberán ser finalmente y para siempre decididas.»Esa experiencia negativa le permitió a Edwards alcanzar oportunidades importantes. En 1751, trasladó a su familia hacia el oeste a la ciudad fronteriza de Stockbridge., Massachussets, donde inició un ministerio entre la tribu Housatonnoc. (este traslado fue posiblemente inspirado por un amigo de la familia David Brainerd, un misionero de las tribus Indias en las colonias. Brainerd estaba comprometido con la hija de Edwards, Jerusha; pero murió en 1747 antes de que pudieran casarse.)
En 1754, Edwards publicó Libertad de la Voluntad, un libro que muchos consideran su obra maestra. Con un alto pensamiento teológico, trató de darle sentido a las aparentementes contradictorias nociones de la soberanía divina y la libre voluntad humana.
Tres años después, fue invitado a presidir La Universidad de Nueva Jersey (conocido después como Princeton). Pero durante el primer año en este cargo, en el interés de la ciencia, acordó ser vacunado contra la viruela, un tratamiento controversial en ese entonces. Al contraer la enfermedad, murió poco después.
En 1958, en el bicentenario de su muerte, el teólogo H. Richard Niebuhr dio un discurso en Northampton, MA, argumentando que el mismo Edwards se sentiría incómodo por cualquier predicación dirigida a él. Concluyó, «No hay realmente una forma honesta y consistente de honrar a Edwards excepto en el contexto de honrar, de reconocer y renovar nuestra dedicación a su causa. Esa causa no es nada más que la gloria de Dios.»