Por Augustus Nicodemus Lópes
Reforma Siglo XXI, Vol. 9, No. 1
Creer en aquello que la Biblia dice es un don salvador de Dios. Aptitud para hablar en público, no. Creer en Jesucristo como el Hijo de Dios encarnado es obra salvadora de la gracia. Capacidad para administrar una iglesia, no. Recibir los relatos bíblicos con fe y vivir por ellos es resultado de la operación salvadora del Espíritu de Dios en el corazón. Capacidad para liderar un culto y dirigir una liturgia, no. Fe en los relatos bíblicos de milagros es una gracia especial a los elegidos. Poder intelectual, no.
Es por esto que existen pastores y profesores de teología que son incrédulos. Pues, para ser pastor y profesor de teología no es precisa la fe. Tuve un profesor de teología de maestría que me confesó haber sido agnóstico toda su vida. Creyó a los 65 años de edad, en medio de una enfermedad. Su vida cambió.
El famoso William Barclay, autor de un comentario sobre todos los libros del Nuevo Testamento, al fin de su vida confesó que nunca realmente creyó en ninguna cosa del Cristianismo.
Los pastores y profesores de teología que no tienen fe tienen que tener otra cosa: la habilidad de separar mentalmente lo que enseñan el domingo en su iglesia, de aquello que realmente aceptan cuando están a solas con sus libros. Si no tuvieran esta habilidad, hasta lo que tienen sería quitado. Pues, si enseñaran en la iglesia lo que realmente creen, difícilmente mantendrían su empleo. ¿Cuál iglesia hay que desea oír un pastor que no cree en las Escrituras? Las que querían este tipo de pastor ya cerraron, o están muriendo. Que las iglesias de Europa lo digan.
Por no tener fe, el pastor incrédulo tiene que dirigir su ministerio y su culto para áreas en que su incredulidad pase desapercibida. De ahí la liturgia formal, el ritual litúrgico elaborado, las recitaciones, las fórmulas, los colores, los símbolos. Todo está dirigido a ocupar los sentidos de una manera en que la fe no haga falta. El mensaje debe evitar temas difíciles. El enfoque es en puntos morales, sociales y políticos.
Tuve amigos que eran miembros de una iglesia cuyo pastor me parecía ser incrédulo. Preguntándoles a ellos acerca de sus predicaciones, descubrí que el problema no era lo que el pastor decía, sino lo que no decía, es decir, los temas que él evitaba, los asuntos que nunca mencionaba, como la resurrección de Cristo, la infalibilidad de las Escrituras, la veracidad y confiabilidad de la narrativa bíblica, la realidad de la tentación y la necesidad de resistirla. Fue así que él aprendió a sobrevivir, evitando temas de la fe y predicando como cualquier rabino, o maestro espírita, o líder musulmán. Predicaba el amor al prójimo, la honestidad, y la necesidad de votar por el desarme.
No hace falta tener fe para ser pastor o profesor. ¿Sabemos distinguir?