Por Nicolás G. Lammé
Reforma Siglo XXI, Vol. 15, No. 2
1. Consideraciones preliminares
El comprador de primera vez de una Biblia que no esté enterado de los peligros que puedan haber, posiblemente se sorprenda al entrar en una librería cristiana en busca de su primera copia de la Santa Palabra. Pareciera ser un asunto sencillo —el de comprarse una Biblia— pero no lo es. Esto se debe a que se le ofrece al comprador un aparente sinfín de traducciones diferentes. De verdad, cualquier pastor en la actualidad debería estar armado hasta los dientes con respuestas contundentes para preguntas inevitables, tales como: “Pastor, ¿qué opina usted de esta u otra traducción de la Biblia?” o “Cuál es la diferencia entre la Reina Valera 1960 y la Contemporánea? o ¿Por qué usamos esta traducción en culto y no otra? Según un sitio web, solo en español hay más de cincuenta diferentes traducciones de la Palabra de Dios,1 las cuales todas representan en una u otra medida
una gran variedad de filosofías de traducción tanto como una vasta diversidad de registros lingüísticos, desde lo más formal y elegante hasta muy informal y coloquial; estas decisiones de traducción reflejan la cosmovisión de los traductores y editores de cualquier traducción de la Biblia, así como también la valoración y respeto que ellos tienen a la Biblia. Para aquellos que no poseen suficiente conocimiento del proceso y la filosofía de la traducción o de los idiomas originales (hebreo, griego y arameo), es sumamente difícil, si no imposible, tomar solos una decisión informada sobre cuál traducción mejor exhibe el texto original. Esto representa una verdadera trampa para el comprador cristiano y ella estriba en que la venta de estas Biblias se mueve por el arte del marketing, todas las cuales reclamando ser la verdadera Palabra de Dios o la Palabra de Dios más entendible para una nueva y moderna generación.
¿Qué ha de hacer el cristiano?
Primero que todo, el lector no debe suponer que tanta diversidad sea o deseable o aun inocente, ya que el significado que cualquier texto comunica se ve influenciado por una variedad de factores de los que el lector promedio está inconsciente, pero sin embargo existe bajo la superficie de la traducción. Muchas veces, son cambios realmente sutiles que puedan cambiar drásticamente el significado del texto, sin que el lector se dé cuenta.
Por ejemplo, Juan 3:16, un texto bien conocido por cristianos e incrédulos por igual, se traduce en la Reina Valera 1960: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Fíjense en cómo una muy pequeña frase, tal como “de tal manera” (que representa una sola palabra en el griego), puede cambiar todo el significado del texto. De tal manera es la traducción dada al término οὕτως, el cual puede traducirse así, de esta manera, asimismo o tan, este último indicando un grado relativamente alto, como en la frase, “tan necio” (Gal 3:3) o “tan terrible” (Heb. 12:21).2 Así οὕτως puede comunicar grado o intensidad, manera de expresión, o el mismo modo o forma. La manera en la que οὕτως es traducido, por más pequeña que sea la palabra, determina el significado del texto completo. La decisión que el traductor ha de tomar entre grado y manera de expresión marca toda la diferencia. Comparemos cuatro diferentes traducciones y observemos sus implicaciones para el significado del texto.
RV60 | BLA | LPB* | NVI |
“de tal manera” | “de tal manera” | “tanto” | “tanto” |
Las cuatro versiones anteriormente citadas representan tres versiones comúnmente aceptadas por las iglesias cristianas evangélicas y la versión nueva de las Sociedades Bíblicas de España, La Palabra: El Mensaje de Dios para Mí*. Aunque solo son cuatro, todas las demás traducciones de la Biblia en español (por lo menos las 16 que están disponibles en la página www.biblegateway.com) optan o por la una o por la otra, o por “manera de expresión” o por “grado/intensidad de expresión”. La diferencia es de verdad sutil, sin embargo no es nada insignificante. La decisión entre estas dos traducciones dirige el significado del texto y por lo tanto, también su interpretación y aplicación. Por ejemplo, cuando οὕτως se traduce con respecto a “manera de expresión”, el medio por el que Dios manifiesta su amor para con el mundo corresponde con el enviar a su Hijo unigénito. No obstante, si οὕτως se traduce como “tanto”, corresponde con la intensidad del amor de Dios para con el mundo. ¿Qué quiere decir Jesús? ¿Nos relata lo que Dios hizo para manifestar su amor o el grado de la manifestación de su amor? Es posible que el uno se comprenda en el otro, pero los dos no son idénticos y si el lector no está consciente de la diferencia o las decisiones que se han de tomar en cuenta en la traducción de οὕτως, posiblemente llega a conclusiones diferentes al leerlo. El punto de este artículo no es decidir esta cuestión de traducción, sino solo demostrar que diferencias sutiles en la traducción de vocablos pequeños puede que tengan implicaciones significativas para nuestro entendimiento del texto.
Además de cuestiones morfológicas y sintácticas, el producto final de cualquier traducción también será el resultado del concepto que el traductor tenga del texto bíblico mismo. En otras palabras, la teología de uno o el concepto que tenga de lo que la Biblia es, es decir, de su naturaleza, influirá en la manera en la que el traductor maneja el texto y en las libertades que el mismo cree que tiene al momento de traducirlo al español o a cualquier otro idioma meta (IM) del idioma fuente (IF).
Finalmente, no se debe olvidar que la traducción de la Biblia no es como la traducción de otro texto cualquiera, porque la traducción de la Biblia se realiza en una larga tradición (dos mil años de tradición si solo se cuenta el periodo de tiempo desde la era apostólica hasta el día de hoy) de reflexión y debate teológicos dentro de la Iglesia cristiana. Además, porque la traducción de la Biblia antecede los escritos del Nuevo Testamento,3 un traductor del sagrado texto no puede sencillamente ignorar la forma en la que el texto ha sido traducido y transmitido durante milenios.
Todos estos factores anteriormente mencionados constituyen un complejo de realidades sutilmente entrecruzadas, las cuales influyen, para bien o mal, en el modo en que el mensaje de la Biblia se comunique al final a sus lectores. A continuación, evaluaremos ejemplos contundentes de cómo estos factores se unen y el papel que desempeñan en la comunicación del mensaje bíblico mediante la traducción del texto, en particular con respecto a la nueva traducción de las Sociedades Bíblicas de España, La Palabra: El Mensaje de Dios para Mí (2010).
2. Teorías de traducción fundamentales y las presuposiciones teológicas
En la publicación de su nueva traducción de la Biblia, La Palabra: El Mensaje de Dios para Mí (LPB), las Sociedades Bíblicas de España han dejado en claro la teoría de traducción que constituye la base de su obra. En cambio, con respecto a sus presuposiciones teológicas, éstas no se han hecho explícitas, sin embargo, se pueden deducir con suficiente claridad de las páginas de su introducción a la LPB.
Con referencia a su teoría de traducción, los traductores optaron por un acercamiento al texto que favorece una equivalencia dinámica con un énfasis fuerte en un elegante estilo literario. Al otro lado, el concepto de las Escrituras que se puede derivar de la introducción de la LPB se parece más al concepto de los teólogos de la Alta Crítica liberal que al concepto histórico cristiano de la Biblia, a saber, como una autorevelación de Dios, inspirada por el Espíritu Santo y transmitida infaliblemente por la agencia de autores humanos a la Iglesia. A continuación, estos conceptos y las diferencias que los dividen se explicarán y además se demostrará cómo se relacionan con la práctica de la traducción bíblica y con la traducción de la LPB en específico.
2.1 La teoría de traducción de la lpb
Para comenzar, los texto usados como base de la traducción de la LPB son comúnmente aceptados y generalmente normativos en el campo de los estudios bíblicos. Para el Antiguo Testamento, la fuente primaria ha sido la Biblia Hebraica Stutgartensia, una edición crítica, la cual consiste en una síntesis de los mejores manuscritos existentes de los así llamados textos masoréticos. En algunos casos, los manuscritos de Qumran, descubiertos en las cuevas de Qumran por pastores en 1947, también fueron consultados, además de traducciones antiguas del Antiguo Testamento en siríaca, latín y griego, en particular la Septuaginta (LXX), una traducción antigua del hebreo al griego, la cual sin duda era usado por Jesucristo y por sus coetáneos.
El texto base de la traducción del Nuevo Testamento fue el The Greek New Testament, un texto producido por Las Sociedades Bíblicas Unidas (SBU) bajo dirección de K. Aland y C.Ma. Martini (1975).4
El propósito indicado de la producción de la LPB fue producir una traducción con un estilo tanto formal como dinámico. En sus propias palabras, “se ha procurado ser tan formal como fuera posible y tan dinámica como fuese necesario”.5 Además, se han esforzado por prestarle mucha atención a los géneros y estilos literarios de los textos originales y replicarlos, en la medida que fuera posible, operando con “las posibilidades del castellano actual en sus diversos géneros y estilos,” los cuales “han sido puestos al servicio de esta traducción”.6
En suma, la LPB es una autodenominada traducción equivalente dinámica, la cual hace todo esfuerzo posible por procurar un estilo formal en un idioma coloquial moderno. También se esmeran en reconocer y respetar los diversos géneros y estilos de los textos originales y reproducirlos mediante formas culturalmente adaptadas en el castellano actual.
2.2 Varias presuposiciones teológicas bases de la lpb
Como ya se ha observado, el concepto que un traductor tenga de la Biblia, invariablemente influye en su traducción del sagrado texto. En otras palabras, no se puede divorciar la teología de la traducción. El problema con una traducción que opta por la equivalencia dinámica, la cual depende en gran medida de la transposición cultural o la domesticación del IF en su IM correspondiente, estriba en el alto grado de subjetividad del traductor. Por ejemplo, en vez de permitir que las dificultades o ambigüedades textuales del texto fuente (TF) permanezcan en el texto meta (TM), la misma filosofía del traductor le obliga a que recurra a lo que se puede considerar una interpretación excesivamente parcial e incompleta para poder eliminarle tales dificultades o ambigüedades al lector. Por supuesto, al momento de tomar estas decisiones claramente hermenéuticas para el lector, el traductor corre el peligro de excluir otras opciones interpretativas legítimas, o quizá en algunos casos puede que elimina del todo la interpretación correcta del texto en favor de su propia preferencia. Lo que se debe reconocer es que tenga o no la razón el traductor de una traducción equivalente dinámica, el producto es la consecuencia de un proceso de exégesis, interpretación y un alto grado de acomodación o adaptación del texto al entorno del intérprete-traductor. Puede que llegue a conclusiones válidas, sin embargo llegará a las mismas a expensas de todas las demás interpretaciones del texto. Por tanto, el producto final no es propiamente una traducción, sino una interpreta- ción, un comentario o una síntesis del original. Es dudable que este acercamiento al proceso de traducción sea apropiado para un traductor de la Biblia, ya que arrebata la tarea de interpretación de las manos de los cristianos lectores de la Biblia y la coloca en manos de un grupo selecto de eruditos, traductores y editores de la Biblia, los cuales puedan o no manejar un concepto histórico-teológico de las Escrituras. Esto es sin lugar a dudas el caso con la LPB.
A estas alturas de interacción entre la hermenéutica (la ciencia de la interpretación) y la traducción, las presuposiciones o creencias primordiales del traductor, y sus actitudes hacia el texto o el mensaje que se tiene que comunicar, desempeñan un papel mucho más significativo que en las traducciones con una correspondencia más moderada o formal. D.A. Carson expertamente observa que ningún lector se acerca a texto alguno como una tabula rasa, sino con todas sus creencias, presuposiciones y experiencias propias. En vez de actuar como si estos no existiesen, Carson aboga por un acercamiento honesto y autoevaluativo de lo que uno trae al texto. El primer paso es que el traductor/lector examine con cuidado todo lo que trae consigo mismo al texto para evitar en la medida que sea posible ajustar indebidamente el significado del texto a sus ideas y prejuicios preconcebidos.7 Lamentablemente, los traductores y editores del LPB no manifiestan mucha preocupación por mantener sus propios prejuicios fuera de su traducción. En el un artículo futuro, analizaremos esta observación con más detalle respecto a la traducción de términos tales como la justificación y sus cognados en las epístolas de Pablo. Por el momento, nos sirve observar solamente ciertas facetas de las presuposiciones teológicas que se pueden discernir en la traducción de la LPB. Aunque se debe admitir que los traductores de la LPB no dan a conocer explícitamente sus presuposiciones teológicas en ningún lado, es posible derivarlas sin lugar a dudas de la introducción deparada en esta versión de la Biblia. Por ejemplo, muy revelador es lo que se articula bajo el encabezado, “Valores religiosos del AT”. Dicen que “el AT, como toda la Biblia, nace de una auténtica experiencia del verdadero Dios”8 y a continuación, aseveran que la Biblia es el relato de: un Dios que Israel descubrió en su propia historia y que se fue revelando cada vez más claramente —en contraste con las religiones de los pueblos vecinos— como el único Dios, Creador y Señor del universo, Señor de la historia, que no se identifica con imágenes hechas por los hombres.9
Según los editores de la LPB, a fin de comprender la “forma- ción de esta colección de libros que llamamos Biblia, hay que tener en cuenta que en los escritos del Antiguo Testamento se pone por escrito la experiencia religiosa del pueblo de Israel antes de Jesucristo”.10 En los escritos del AT, “se refleja la fe en el único Dios, creador de universo, quien se reveló de manera especial en la historia de su pueblo:…”11 El AT es “la historia de Israel vista a la luz de su fe, las enseñanzas de los profetas y los sabios, las oraciones individuales y comunitarias y las reflexiones de los poetas inspirados”.12 Asimismo, el Nuevo Testamento es “la consignación escrita de la fe de la iglesia apostólica en Jesucristo” y del mismo modo refleja “la fe, las esperanzas, las luchas y el crecimiento de aquellas comunidades que fueron naciendo del conocimiento de Jesús muerto y resucitado, y del Espíritu enviado a los creyentes de toda lengua, raza y nación”.13
Este concepto que los editores de la LPB tienen de la Biblia, aunque suena muy piadosa, no incide en nada en el concepto cristiano histórico de la naturaleza de las Escrituras.
La historia de la teología está repleta del concepto ortodoxo de la inspiración de la Biblia, a saber, que la Biblia es la Palabra de Dios, una autorevelación de la Deidad a los hombres, mediante la agencia de ciertos seres humanos escogidos por Dios e inspirados, haciendo uso de sus personalidades, experiencias, formación académica, es decir, todo lo que eran, a fin de que los textos que estos hombres produjeron, fueran, bajo la dirección del Espíritu Santo, la verdadera Palabra y revelación de Dios. Este es el concepto de la inspiración plenaria, a saber, que los autógrafos (es decir, los manuscritos originales producidos por los mismos autores inspirados) fueron inspirados por el Espíritu Santo y que esta inspiración se extiende hasta las palabras mismas del texto. Es decir que la inspiración no es meramente un asunto de conceptos, discursos o aun de sintaxis, sino también de léxico y morfología. Este concepto histórico cristiano tiene implicaciones increíbles para la traducción de la Biblia. Sin embargo, nada de esta doctrina se halla en la introducción a la LPB. Lo que demuestran las citas anteriores de la LPB no se parece en nada a la presentación histórica y ortodoxa de la naturaleza de las Escrituras, la cual se resume bien en la teología sistemática de Charles Hodge:
La Biblia contiene una revelación sobrenatural, divina. La cuestión presente no es si la Biblia es lo que afirma ser, sino, ¿qué enseña en cuanto a la naturaleza y efectos de la influencia bajo la que fue escrita? Acerca de este tema la doctrina común de la Iglesia es y ha sido siempre que la inspiración fue una influencia del Espíritu Santo sobre las mentes de cierto hombres seleccionados, que los hizo órganos de Dios para la comunicación infalible de su mente y voluntad. Ellos fueron órganos de Dios en el sentido de que lo que ellos dijeron lo dijo Dios.14
Hodge también afirma que porque los pensamientos están en las palabras, por eso la Iglesia siempre ha aseverado que la inspiración se extiende a ellas mismas.15 Esta doctrina se llama la inspiración plenaria porque plenaria significa “entero” y se contrasta con una inspiración “parcial”. Así lo resume Hodge:
La doctrina de la Iglesia niega que la inspiración esté limitada a unas partes de la Biblia, y afirma que se aplica a todos los libros del canon sagrado. Niega que los escritores sagrados fueran sólo inspirados parcialmente; afirma que fueron plenamente inspirados en cuanto a todo lo que enseñan, sean doctrinas o hechos.16
En contraste con esta posición histórica-ortodoxa con respecto a las Escrituras, las presuposiciones teológicas derivadas de la LPB reflejan, no la posición de la Iglesia cristiana histórica, sino más bien la del liberalismo teológico, concepto que fue promulgado por grandes teólogos liberales como Friedrich Schleiermacher, el así llamado “padre del liberalismo teológico”, o como también ha sido conocido: “el padre de la teología de la experiencia religiosa”. Según este concepto, lo importante en la religión no es una verdad universal o absoluta, ni un conocimiento genuino de Dios, sino más bien la experiencia de lo divino; la experiencia de Dios y nuestro sentimiento de dependencia absoluta de él. Juzgue como se juzgue este concepto, hemos de admitir que no es el concepto que la Iglesia cristiana ha promulgado sobre las Escrituras a lo largo de su historia; ni tampoco refleja el testimonio que la Biblia da de sí misma. Si el conocimiento de Dios es mi “experiencia de Dios”, la teología se vuelve la antropología, y este acercamiento al texto sagrado no puede sino influir en la traducción de él.
Hay otras dos presuposiciones teológicas que se destacan en la introducción a la LPB, no por lo que los editores de esta Biblia dicen, sino por lo que omiten. En cuanto al propósito de la Biblia (AT y NT), la introducción da un relato conciso de la historia, no de la redención (lo cual es la forma tradicional cristiana de hablar de las Escrituras), sino de la experiencia del pueblo de Dios, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamentos. Hablando de la diferentes épocas en las que el Antiguo Testamento fue escrito, no dicen que todo lo inspirado fueron tipos y sombras que revelaban a Dios al pueblo, señalando en última instancia a Jesús como su meta y como la consumación de su significado, sino solo dice que “el cristianismo, que ve en Cristo la plenitud de la revelación, se pregunta por el valor religioso del AT”.17 No dicen que esta revelación encuentra de manera definitiva su plenitud en la persona de Jesucristo, sino que el AT nace de una “auténtica experiencia del verdadero Dios que Israel descubrió en su propia historia”.18 Si bien al final los editores pagan homenaje verbal al lenguaje tradicional que el AT debe interpretarse
a la luz de la “revelación plena y definitiva en Cristo, de la cual da testimonio el NT”,19 el contexto interpretativo de este comentario es, sin lugar a dudas, “la auténtica experiencia del verdadero Dios”. De hecho, según ellos, el Nuevo Testamento existe porque los discípulos que conocían a Jesús “sintieron la necesidad de comunicar a todos los pueblos la fe que profesan y la enseñanza que los animaba”.20 En suma, la historia de la redención (historia salutis) se vuelve la experiencia de redención, no la historia de lo que Dios ha hecho por salvar a una humanidad perdida, desde el principio, sino la historia de nuestra experiencia de Dios en lo que llamamos “redención”. Estas dos “historias” no son iguales y la última se adopta a expensas de la primera en la traducción de la LPB. Así la historia o el contexto de los libros de las Escrituras (para los editores de la LPB) sigue siendo enteramente consistente con su concepto de su propósito.
El otro elemento teológico que también concuerda con su conceptos de su propósito y su contenido, es su representación de la canonización de la Biblia, es decir, el proceso por el cual las historias de la Biblia nos han llegado por escrito a través de la historia.
Bajo el encabezado, “Transmisión del texto del AT”, el lector aprende bastantes hechos interesantes sobre cómo los escribas judíos cuidaban el texto y lo copiaron para pasar sus libros sagrados de una a otra generación. Lo que se dice no es en sí mismo incorrecto ni malo. Otra vez, es lo que se omite que traiciona su concepto de la Biblia. Según lo que se lee, el lector pensaría que la transmisión del texto de al Biblia fue un asunto meramente humano y académico. No obstante, la doctrina tradicional de la Iglesia cristiana es que aunque los seres humanos fueron inspirados para dejar por escrito la Palabra de Dios, y fueron los seres humanos los que lo copiaron y lo transmitieron por ciertos procesos críticos y académicos de una generación a otra, es Dios que providencialmente guió el proceso a lo largo de los milenios, para que lo que nos ha llegado hoy siga siendo la verdadera e inherente Palabra inspirada de Dios. Los editores de la LPB se afanan por recordarnos que “como de todas maneras es inevitable que al hacer las copias se introduzcan algunas faltas, los estudiosos del texto de la Biblia disponen además de otras ayudas”.21
Es cierto que existen miles de manuscritos (tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento) y que entre los diferentes manuscritos, hay variaciones y en algunos casos, errores de transmisión. Lo que omiten es la maravillosa providencia de Dios en preservar miles de textos de diferentes épocas de la historia, todos los cuales mantienen entre sí una maravillosa armonía y que ninguno de los errores de transmisión textual y ninguna de las variaciones textuales afecta a ninguna doctrina principal de la Iglesia cristiana del Antiguo o del Nuevo Testamento. Si bien hay diversidad de interpretación doctrinal entre las diferentes tradiciones eclesiásticas, no se deben a errores de transmisión textual.
La Iglesia cristiana siempre ha confesado la providencia de Dios en el proceso largo de transmisión textual, preservando un texto íntegro y libre de errores para su pueblo en todas las edades. Esto no se reconoce en lo que escribieron los editores de la LPB. Para ellos, la transmisión providencial de Dios se reduce a un proceso meramente humano, marcado por errores humanos, los cuales tienen que resolverse mediante las técnicas de la crítica textual. No se niega la importancia de la crítica textual o su lugar en los estudios bíblicos. Sin embargo, no es el propósito de este artículo ofrecer un análisis de esa rama de los estudios teológicos. Lo que nos concierne aquí es la completa carencia de la confesión de la transmisión providencial, lo cual reduce tanto la transmisión del texto como su traducción de los idiomas originales a otras lenguas a una actividad meramente humana, cultural y experimental.
2.3 En resumen
Se han identificado al menos tres presuposiciones teológicas principales que tienen los editores/traductores de la LPB: 1) la Biblia es el relato de la experiencia religiosa del pueblo de Dios de su descubrimiento y aceptación de él; 2) Esa experiencia es la suma total del contenido de los libros de la Biblia, Cristo siendo, desde la perspectiva de los fieles, la consumación de la revelación de Dios, la gran ápice de nuestra experiencia del Padre; y 3) el texto bíblico es el producto de los seres humanos transmitiendo el mensaje de una genera- ción a otra mediante copias muchas veces imperfectas, las cuales pueden ser reconciliados satisfactoriamente mediante la ciencia de la crítica textual.
No obstante, la representación que la Biblia tiene de sí misma no es de un relato de la experiencia de Israel o de la Iglesia en su descubrimiento de Dios, su crecimiento en el conocimiento de él y los unos de los otros en la comunidad cristiana. Al contrario, la Biblia se presenta a sí misma, no como el relato de la experiencia de los hombres de haber descubierto y aceptado al Dios único (suena muy piadoso la manera en que los editores de la LPB lo plantean), sino como una autorevelación de Dios, objetivamente dada a los hombres por Dios el Espíritu Santo, mediante la agencia de hombres que él mismo inspiró en diferentes maneras durante diversas épocas de la historia humana, todo lo cual Dios mismo hizo que se pusiera por escrito en lo que hoy llamamos Biblia ( Jer. 1:9; Mt. 10:20; Heb. 12:1-3; 1 Cor. 2:10-13; 2 P. 1:21). La Biblia misma nos enseña que su propósito era señalar desde el principio a Cristo, el cumplimiento de la promesa de Dios hecha a Adán y Abraham, y la consumación de todas las promesas, independientemente de la experiencia del pueblo de Dios (Heb. 10-12). Además, la Iglesia siempre ha confesado una doctrina de inspiración por el Espíritu Santo y un proceso de transmisión textual guiada por la providencia de Dios.
Realmente, la pregunta que se plantea no es si lo que la Biblia dice de sí misma o lo que la Iglesia cristiana siempre ha confesado respecto a ella es verdadero o no. Lo que se quiere reconocer es simplemente que lo que aquí se ha plantado es en realidad (sea verdadero o no) lo que la Biblia sí dice sobre sí misma y lo que la Iglesia sí ha dicho respecto a este libro, y que el testimonio de la Biblia y las afirmaciones de la Iglesia son en realidad muy diferentes que los conceptos que los editores/ traductores de la LPB manejan. La honestidad académica y cristiana exige que esta diferencia sea reconocida.
3. Conclusiones
Las implicaciones de estas dos conceptos de la Biblia y las diferentes presuposiciones teológicas que están en juego son profundas. Por ejemplo, si la Biblia es lo que los editores de la LPB aseveran, as saber, un relato de la “experiencia auténtica del verdadero Dios”, se sigue que una traducción para hoy legítimamente reflejará nuestra experiencia del verdadero Dios. Por ende, nosotros también llegamos a ser los protagonistas a través de su experiencia y esto se logra mediante una nueva y fresca traducción (interpretación) de textos antiguos religiosos, aunque magnificentes y majestuosos, y tal vez verdaderos (al menos para los cristianos). Sin embargo, la Iglesia cristiana ha recibido la Biblia (históricamente) como una autorevelación de Dios, es decir, el relato de parte de él de quien él es y de lo que él ha hecho para los hombres. Esto se logró mediante el uso de agentes humanos, guiados por el Espíritu Santo para dejar por escrito fielmente y sin error alguno, lo que Dios deseaba comunicarle a su pueblo. Esta revelación se logró mediante el uso de diversos géneros literarios, tales como la poesía, la narración histórica-teológica, profecía (a menudo un subgénero de la poesía), los evangelios y epístolas. Las implicaciones históricas para la traducción son que los traductores de la Biblia se esforzaban por transmitir el texto sagrado en un lenguaje accesible al vulgo y por lo general asiduamente han adherido al significado de las palabras en su contexto porque creían que la inspiración de las Escrituras extendía también a la léxica y morfología, no solo al mensaje, discursos y sintaxis. Esto no compromete la inteligibilidad del texto traducido para el laico. Por ejemplo, la traducción de Lutero de la Biblia al alemán es hasta la fecha un clásico que ha influenciado en el idioma alemán hasta el día de hoy.
No obstante lo anterior, los editores de la LPB se mueven por otras premisas y porque creen que la Biblia en primer lugar es el relato de la experiencia religiosa del pueblo de Dios, y no primordialmente una autorevelación del Creador divino al hombre (independientemente de su experiencia religiosa), toman libertades con el texto que serían impensables con base en un entendimiento histórico de la naturaleza de los textos fuentes. Si la naturaleza y valor de la Biblia es una reflexión de la “experiencia de Dios” de los fieles del Antiguo y Nuevo Testamentos, entonces es natural que una buena traducción para la era moderna será una representación de nuestra experiencia de Dios también, o por lo menos, será una ayuda para nuestra experiencia de la deidad, la cual nos guiaría en la vida de la fe. Por lo tanto, Dios no se conoce en sí mismo mediante las Escrituras, sino solo mediante nuestra experiencia de una relación religiosa con él en la vida de fe.
Este concepto de la Biblia, tal y como difiere del concepto histórico de la Iglesia, explica las libertades que han tomado las traductores de la LPB, quitando, por ejemplo, del texto ciertos vocablos que ellos determinaron ser demasiado “teológicos” o “controversiales” para el lector moderno. En el próximo artículo, examinaremos a fondo la filosofía base de traducción de la LPB y en el último artículo de la serie, daremos ejemplos concretos de cambios que los traductores han hecho al texto con base en estas presuposiciones teológicas y su teoría de traducción y analizaremos el efecto que estos cambios producen en doctrina cristiana tanto como en la vida y práctica de la Iglesia de Jesucristo.