Por Nicolás G. Lammé
Reforma Siglo XXI, Vol. 10, No. 2
Si a usted le tocara hacer una lista de los héroes de la fe, ¿A quién escogería? ¿Escogería a un héroe libidinoso y conducido por las pasiones de la carne? ¿Nombraría EN a su lista un héroe terco y voluntarioso? ¿Buscaría a un héroe renegado, quien con cada oportunidad buscaría dejar atrás la vocación a la cual Dios lo ha llamado? Pienso que no. Pero esto es precisamente la clase de persona que Dios escoge en la persona de Sansón. ¿No le sorprende encontrar en Hebreos 11:32 que Sansón, un juez de Israel, es nombrado entre los grandes héroes de la fe? Cuando pensamos en la historia de Sansón a menudo tenemos en la mente el fracaso total de una vida. Es verdad que la vida de Sansón es la historia de fracasos morales y espirituales muy profundos y provocantes, pero nos equivocamos si creemos que el relato de Sansón que se encuentra en Jueces 13-16 sea meramente el de un simple hombre. No lo es. Lejos de ser la historia de un hombre fracasado y caído, la historia de Sansón es el relato de un Dios misericordioso, fiel a su pacto, y poderoso para salvar a su pueblo a pesar de sus más graves defectos.
Este artículo es la primera parte de una serie de reflexiones sobre la vida de Sansón. Entre los jueces de Israel, Sansón no tiene par. El libro de Jueces cuenta las historias de nueve hombres que Dios levantó a fin de rescatar a su pueblo de la mano de sus enemigos. Sansón es el noveno y último juez del libro y sin duda es el más importante de todos. Hay más capítulos, cuatro en total, dedicados a la vida de este juez descarriado. Mejor que todos, él encarna tanto la situación rebelde y desesperada del pueblo de Israel como la poderosa mano de Dios que levanta a su pueblo caído, liberta a su gente esclavizada, guía a su rebaño extraviado, y suelta a sus elegidos de la garra estranguladora del pecado. En otras palabras, la vida de Sansón es sobre todo un relato y símbolo antiguo de la victoria de Dios sobre la maldición del pecado, victoria que Dios en última instancia llevaría a cabo en la persona de su Hijo Unigénito, Jesucristo, quien también es anunciado en el evangelio. Y por eso, Sansón se encuentra nombrado en esa lista ilustre de los héroes de la fe y forma una parte de esa “tan grande nube de testigos” que Dios le dio a su Iglesia para su ánimo y santificación (Heb 12:1).
El doble fracaso de Israel
El primer paso en este estudio no se trata de Sansón mismo, sino de la situación de Israel como esclavos de los Filisteos y de la profecía de Dios dada a la esposa de Manoa sobre el hijo redentor al que daría a luz. Estos dos relatos forman la base de la bien conocida historia de la vida de Sansón. Sin ellos no se puede entender el plan que Dios se proponía llevar a cabo por medio de nuestro héroe de la fe, es decir, Sansón. Las dos partes de este plan divino tratan, digamos, de dos fracasos carnales. El primer fracaso carnal se encuentra en Jueces 13:1: ̈Los hijos de Israel volvieron a hacer lo malo ante los ojos de Jehová; y Jehová los entregó en mano de los filisteos por cuarenta años”. Éste era un refrán a menudo repetido a lo largo del libro de los jueces. De hecho, se repite siete veces que los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos del Señor o continuaron haciendo lo malo ante él (Jue 2:11; 3:7; 3:12; 4:1; 6:1; 10:6; 13:1). El mal específicamente en Jueces 13 no está claramente identificado, pero no es tan difícil de desentrañar de manera definitiva lo que había salido mal. Después de que Josué murió, y también toda la generación que cruzó el Río Jordán con él, el libro Jueces nos dice que “se levantó después de ellos otra generación que no conocía a Jehová, ni la obra que él había hecho por Israel. Después de esto, los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos de Jehová y sirvieron a los baales. Dejaron a Jehová, el Dios de sus padres, que los había sacado del la tierra de Egipto, y fueron tras otros dioses de los pueblos que estaban en sus alrededores, a los cuales adoraron, provocando a ira a Jehová” (2:10-12). El libro de los Jueces es la trágica historia de cómo el pueblo de Israel abandonaba a Jehová su Dios, de cómo hacía caso omiso de los jueces que Jehová les había enviado, y cómo “fornicaban tras dioses ajenos, a los cuales adoraron” (2:17). Tal vez no haya otro libro de la Biblia que describa de una manera tan gráficamente detallada el abandono apresurado del corazón humano de su Dios para ir en busca de sus propios placeres. Y en especial veremos que el atemorizante apetito rapaz del pecado que rechaza ser satisfecho. El pueblo de Israel no duró ni siquiera dos generaciones antes de abandonar al Dios viviente por los ídolos de sus vecinos paganos. Sin duda, esto fue el mal que Israel volvió a cometer ante los ojos de Jehová, por el cual fue provocado a ira y los entregó en mano de los filisteos durante cuarenta años.
El problema de Israel en Jue 13 consiste en un doble fracaso moral. El primer fracaso es la falta del poder espiritual de ser fieles a Jehová. A lo largo de este libro notamos un ciclo definido de esclavitud y redención que no parece tener fin. Parece que Israel nunca es capaz de abandonar el pecado de la idolatría. Una lectura casual del libro de los Jueces tal vez deje al lector con un sentido de desesperación. Parece que no existe la menor posibilidad de que alguna vez el pueblo de Dios jamás le sea fiel. No parece haber esperanza alguna de que el corazón humano jamás aprenda a dedicarse completamente al Creador viviente de los cielos y la tierra, porque vemos que no hay límite al deseo del corazón del hombre para ir en pos de los ídolos. Al pueblo so le bastó la presencia de Dios entre ellos, sino volvió a apetecer el fruto prohibido del pecado. Ni siquiera el juez de Jehová, llamado a ser el redentor de Israel, pudo escapar del aliciente engañoso de los placeres del pecado. Aun Josué reconoció este punto débil en el pueblo de Dios cuando les dijo: “No podréis servir a Jehová, porque él es Dios santo, y Dios celoso; no sufrirá vuestras rebeliones y vuestros pecados” (Jos 24:19). El tirón del pecado parece irresistible e Israel carecía de cualquier poder moral de resistirlo. Este es el testimonio claro de todo el libro de Jueces.
El segundo fracaso de Israel, aunque forma parte del primero, es en sí mismo distinto. Y puede ser que este segundo fracaso sea inclusive peor que el primero, aunque sea una consecuencia del mismo. Este segundo fracaso es la falta de deseo alguno de amar a Dios y seguirlo. Una cosa es carecer el poder hacer algo, pero otra es simplemente no desearlo, lo cual es peor Por ejemplo, hay alcohólicos que no parecen poseer el poder de resistir una bebida, pero de todos modos existe en ellos algún deseo de no caer en la trampa del alcoholismo. Por otro lado, hay personas que mientras carecen el poder de resistir el alcohol, tampoco tienen ningún deseo de resistirlo y se entregan voluntariamente al vicio. Así fue el caso triste de Israel; ni siquiera desearon sacarse de la borrachera de sus pecados. Este segundo fracaso era la falta de deseo espiritual de abandonar el mundo y seguir y amar a Dios.
Los fracasos a pesar de toda ventaja humana y divina
Es muy común hoy en día que las personas se laven las manos para no ser responsables de sus acciones. Algunos culpan a sus padres de que no los criaron bien. Otros le echan la culpa de sus pecados a la genética. No pueden ser de otra manera porque sus genes ya han determinado el rumbo de su vida, desde el color de sus ojos hasta su orientación sexual. Y hay otra clase de persona que se justifica porque es la “víctima” de alguna circunstancia fuera de su control. Pero Sansón (y asimismo Israel) no pudo levantar ninguna de estas excusas, ya que había sido bendecido con toda ventaja humana y divina.
La historia de Sansón es la historia de Israel en miniatura. Es el relato del fracaso—el fracaso humano. De hecho, la historia de Sansón es el relato del fracaso humano a pesar de toda ventaja y bendición imaginables. Sansón lo tenía todo. Su concepción y nacimiento resultaron de un milagro de Dios, ya que su madre era estéril y no podía tener hijos. Había sido llamado desde el vientre a una vocación única en servicio a Jehová. Tenía padres piadosos y rectos que temían a Jehová en medio de una generación perversa, impía e idólatra (13:8; 14:3). Ellos deseaban criar a su hijo en el temor de Jehová para que llegara a ser un varón pío y bueno. Y no sólo esto. Sansón poseía una fuerza sobrehumana divina, una mente ingeniosa y una apariencia muy atractiva. Sansón tenía toda ventaja humana y divina, y aún así cayó de la gracia peor de lo que algún santo de Dios hubiera podido caer.
El pueblo de Israel se parecía a Sansón, desde el desprecio de su vocación divina hasta su corazón fornicador. Israel también tenía toda ventaja y bendición divinas. Dios los había escogido de todas las naciones para ser pueblo suyo y único en la tierra, los libertó de la tierra y mano opresiva de Faraón en Egipto, les dio una ley maravillosa y perfecta, los guardaba y guiaba en el desierto, los prometió una tierra que fluía leche y miel, les hizo tomar posesión de la tierra prometida, y les había dado una vocación única en la tierra de ser testigos de su poder y amor. Y a pesar de todo eso, abandonaron a Dios para fornicar con los dioses ajenos que sus padres no conocían. Así provocaron a Jehová y como dice el profeta Jeremías, “se fueron tras la vanidad y se hicieron vanos” (2:5b). Su caída fue total. No podían servir a Dios, como dijo Josué, ni siquiera querían servirle. Este doble fracaso provocó su ruina. Aunque el Señor los había llamado al arrepentimiento y les prometió el perdón de todos sus pecados, le dijeron al Señor, “No hay remedio en ninguna manera, porque a extraños he amado, y tras ellos he de ir” (Jer 2:25b).
El corazón humano y el evangelio de Dios
La historia de Sansón realmente empieza con la situación desesperada y sin remedio del pueblo de Dios. Y la causa principal de sus problemas era su propio corazón duro e idólatra. Y empieza así a propósito para mostrarnos lo que Pablo dice en el libro de los Romanos 3:10-12, “Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno”. La triste historia de Israel al principio de Jueces 13 (y la historia de Sansón mismo) nos enseña que el corazón del hombre es corrupto hasta lo más profundo y que ninguna ventaja humana puede penetrar su dureza ni vencer la fuerza destructiva del pecado en él. La esperanza para la humanidad no yace en la educación, la genética, ni en la estabilidad de la familia. En otras palabras, las condiciones sociales y genéticas no son los factores más determinantes del curso de nuestras vidas, como si las cuales fuesen diferentes, nuestras vidas serían mejores o seríamos personas diferentes. Nuestro problema más profundo es la corrupción total de nuestra vida moral, de nuestros corazones. Para decirlo de otro modo, el pecado (la idolatría en todas sus formas) es nuestro peor problema y la causa de todo nuestro dolor y miseria. Tomen, por ejemplo, el caso de Adán y Eva. Si fuera sólo una cuestión de buenos factores sociales o una buena genética, ellos nunca hubieran caído. Disfrutaban de lo mejor de las bendiciones y ventajas de Dios. Incluso andaban con Dios en el huerto y hablaban con él cara a cara. Conocían a Dios de la manera más íntima. Aun así, en el paraíso mismo, el pecado entró al mundo por el hombre y la muerte por medio del pecado. Y esa corrupción de corazón que comenzó con el pecado del primer hombre pasó a todos los hombres (Rom 5:12). Humanamente hablando, la situación de la humanidad (representada por Israel y Sansón) es descorazonadora y sin remedio. El doble efecto del pecado es despojar al hombre tanto del poder moral de hacer lo bueno como de la voluntad libre de amar a Dios. Por el pecado, el hombre ni siquiera es capaz de anhelar de servir a Dios. Esta es la situación en que el pueblo de Dios se encuentra en Jueces 13:1.
La gracia triunfante de Dios
Aunque todo al principio parece ser muy desalentador, es por medio de este pueblo (y su juez) fracasado que Dios ha elegido demostrar su gloria y poder salvífico. La historia de Sansón trata más que solamente del fracaso humano: sobre todo trata de la gracia triunfadora de Dios. Incluso con toda su fuerza (natural y divina), Sansón mostró ser un redentor débil e impotente. Por otro lado, por medio de las debilidades de Sansón, Dios demuestra ser un Guerrero potente que sale a derrotar al enemigo de su pueblo, aunque su pueblo ya parezca derrotado. Aprendamos a no confiar en la carne, sino en Dios que levanta los muertos. Esto nos enseña Pablo en 1 Corintios 1:27-29, “sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia”.
También vemos en esta historia un retrato de la misericordia perdurable de Dios hacia los peores y más afligidos pecadores, su buena voluntad de perdonar y restaurar, y su fidelidad interminable a su promesa que juró a Abraham, Isaac, y Jacob. Lo que vemos a lo largo de la historia de Sansón es la victoria de Dios aun en medio y a través de los fracasos humanos. Esta es una victoria sobre todos sus enemigos, los pecados de su propio pueblo, las corrupciones de la carne, y finalmente sobre la muerte misma. Mientras Sansón encarna al Israel errante, también encarna la esperanza de la salvación divina, a pesar de sus más profundos defectos de carácter. Sansón anticipa la venida del Juez justo, Jesucristo, quien no conoció pecado, pero quien “por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros [los injustos] fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Cor 5:21). Sansón al final de cuentas no pudo redimir a Israel de todos sus enemigos, pero Jesús, el Juez eterno, “fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos” (Heb 9:28) para que nos redimiera tanto del pecado y sus efectos, como de la muerte (el pago del pecado) por toda la eternidad.
Conclusión
La historia de Sansón, el héroe de la fe, empieza con un pueblo esclavizado al pecado, una situación humanamente insuperable, para que sepamos que la salvación no es de los hombres, sino de Dios. La historia de Sansón, que trataremos en los siguientes artículos, es el relato de la victoria de Dios por medio de su Hijo a pesar de nuestros fracasos de la carne. Esto es el testimonio del evangelio que fue anunciado de antemano por el profeta Oseas: “y los salvaré por Jehová su Dios; y no los salvaré con arco, ni con espada, ni con batalla, ni con caballos ni jinetes” (1:7b). La verdadera vida espiritual y la salvación de la culpa y la pena del pecado no se efectúan por medio de ninguna obra o fuerza humana, sino por Dios mismo.
Por eso la historia de Sansón es la historia del evangelio de Jesucristo. Así dice la Escritura: “Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz, y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz”.