por Guillermo Green
Reforma Siglo XXI, Vol. 2, No. 1
La liturgia y el evangelismo
¿Qué tiene que ver la liturgia con el evangelismo? Algunos grupos convierten la liturgia en una “campaña evangelística” todos los domingos, terminando cada culto con un llamado a pasar adelante para recibir a Cristo. Al otro extremo son aquellos que no ven ninguna relación entre las dos cosas. Las iglesias que trazan sus raíces a la Reforma comprenden la importancia de una liturgia bíblica, y un evangelismo fervoroso. Pero a veces no relacionamos las dos cosas. La liturgia se celebra los domingos, y el evangelismo se lleva a cabo en otras ocasiones – y hay poco lo que los une.
La tarea fundamental de la Iglesia
Oímos mucho hoy acerca de la misión de la Iglesia. Algunos afirman que la principal tarea de la Iglesia es evangelizar, es cumplir la Gran Comisión. Se ha dicho que la Iglesia es misión. Pero la Biblia no pone el evangelismo en primer lugar, sino la adoración de Dios y la exaltación de su gloria. El primer mandamiento es no tener otro dios fuera de Jehová (Deut 5:7). Jesús afirmó que el primero y gran mandamiento era “amar a Dios con todo el corazón, con todo el alma, y con toda la mente” (Mateo 22:37). Pablo les recordó a los Corintios que debían hacerlo todo – aún las actividades comunes como comer y beber – para la gloria de Dios. Y en la gran visión de Juan, antes de que se presenten las multitudes y los demás seres celestiales, se presenta de manera maravillosa a Aquel que está en el trono (Apocalipsis 4:2,3). La vida Cristiana debe ser teocéntrica en su totalidad. Desde las tareas más cotidianas hasta las acciones más sublimes de su vida, el hombre fue creado para dar toda la gloria a Dios. Como el girasol, con rostro levantado, busca los rayos del sol durante todo el día, así el Cristiano dirige su mirada continuamente hacia el Sol de Justicia, rindiéndole honra y gloria.
Esta actitud teocéntrica se manifiesta en varias maneras. Por ejemplo, la oración es una manifestación de lo que hay en el corazón del siervo de Dios. Daniel, aunque estuviera lejos del templo, sirviendo regímenes paganos, oraba todos los días – y tal oración llegó a ser la prueba de su fe en Dios. Los incrédulos entendían que estas oraciones de Daniel era la muestra visible del enfoque de su vida – dar toda la gloria a Dios. Las oraciones y cantos de Pablo y Silas en la cárcel fue una de las cosas que tanto impresionó al carcelero filipense, y que contribuyó a su conversión. Estas oraciones eran testimonio penetrante del enfoque de su vida. ¿Y qué podemos decir de todo el ministerio de Cristo, que fue ejercido bajo la intercesión continua? Fue en oración que Jesús dijo a su Padre: “Quita esta copa de mi se es posible. Sin embargo, no mi voluntad, sino la tuya..” Fue en oración que Jesús demostró fuertemente que su vida era entregada a la gloria del Padre.
Hay otras formas de poder manifestar este enfoque teocéntrico. Nuestro testimonio verbal es importante. Nuestras buenas obras dan testimonio de Dios. Aún el soportar sufrimientos confiando en el Señor es una forma de manifestar que “ya no vivo yo, más Cristo vive en mí…” Pero hay una forma por excelencia que Dios ha establecido que demuestra que nosotros vivimos para él – la adoración o culto del pueblo de Dios. Dios ha dispuesto que la religión Cristiana sea una religión de culto en pueblo, de “congregarse”, con el fin de rendir la honra y gloria al Dios trino. Esta actividad de congregarse es tan importante para la identidad del pueblo de Dios, que desde los comienzos de Israel se le identificó como “congregación”, y este término llegó a ser nombre común de Israel. Las palabras hebreas edah y qahal son usadas cienes de veces para identificar a Israel, y su significado tiene que ver específicamente con la actividad de reunirse. El pueblo de Israel tomaba su identidad de la acción de “congregarse” ante su Creador y Redentor. Estas frecuentes reuniones en presencia de Dios componían la razón de su existencia, y proveían la fuerza espiritual para obedecer a Dios en el mundo. El peregrinaje por el desierto, con sus días de descanso semanales y sus convocatorias especiales ante la presencia de Dios, fue una preparación para su vida en la tierra de Canaán. Dios dio órdenes específicas para cuando llegarían a Canaán, y les dijo que no levantaran lugares especiales de acuerdo a su propio parecer, sino sólo donde El dijera. La identidad de Israel seguiría girando en torno a su fidelidad de congregarse cuándo y dónde Dios especificara.
La actividad de rendir a Dios toda la gloria a través de culto santo es culminada en la construcción del templo bajo Salomón. Y es muy interesante la oración de Salomón el día de la consagración del templo. Después de repasar los eventos históricos llevando a su construcción, Salomón habla del propósito del templo. Y sus primeras palabras son una pregunta y una confesión de maravilla:
Mas ¿es verdad que Dios habitará con el hombre en la tierra? He aquí los cielos y los cielos de los cielos no te pueden contener; ¿cuánto menos esta casa que he edificado? Mas tu mirarás a la oración de tu siervo… Que tus ojos estén abiertos sobre esta casa de día y de noche, sobre el lugar del cual dijiste: ‘Mi nombre estará allí’; que oigas la oración con que tu siervo ora en este lugar (2 Cron. 6:18-20).
Lo que más impactó el corazón de Salomón es que el Dios Santo del cielo escogiera un lugar en que ser hallado. ¿Y qué diferenciaba el templo de cualquier otro lugar? De versículo 22 en adelante comienza una serie de condiciones y promesas – y la gran mayoría tiene que ver con recibir el perdón de Dios (ver 2 Cron. 6:21,25,27,30,39). El templo era lugar donde se hallaba la misericordia de Dios – y esto debía atraer a todo creyente y aún a los gentiles (vs 32) como un imán para exaltar al Dios de gloria. En el templo se levantan manos santas hacia Dios en reconocimiento de su salvación. En el templo se confesaba el pecado y se recibía la seguridad del favor de Dios. Esta presencia poderosa de Dios fue sellada con el descenso de la gloria al templo, llenando el templo de tal forma que los sacerdotes no pudieron entrar. Y todo el pueblo alababa a Jehová, diciendo: “Porque él es bueno, y su misericordia es para siempre” (2 Cron. 7:3).
La fuente de ánimo y fuerza para el Israelita era en su Dios, quien se hallaba en el templo. Tenían la promesa de Dios que él oiría su alabanza y su clamor desde sus puertas. Por supuesto Dios estaba en todos los lugares, pero por la debilidad de los hombres y para su edificación, se identificó con un lugar físico y prometió bendecirles desde ahí.
Es importante destacar un punto que los Israelitas a menudo olvidaban. Salomón incluye en medio de su oración una petición por los gentiles, que Dios oiga al gentil que le orara, “para que todos los pueblos de la tierra conozcan tu nombre, y te teman” (2 Cron. 6:33). En medio del culto Israelita podía estar el gentil. ¡Que lejos estaba este deseo de la práctica de los judíos en los tiempos de Jesús, con sus necias restricciones! No es sorpresa que Jesús sacó a los que creían que tenían derecho, y abrió las puertas “a las naciones” (Marcos 11:17). El punto de todo esto es que nadie tiene derecho natural de entrar a la presencia de Dios. Fue por misericordia que Dios estableció su templo en Jerusalén, y era su misericordia que el creyente debía buscar. Ante la santidad y majestad de Dios, ni judío ni gentil tenía más derecho. Ambos estaban “destituidos de la gloria de Dios” y ambos eran “justificados gratuitamente por medio de la fe.” El culto verdadero se hacía desde un profundo sentir de humildad y agradecimiento por la gracia de Dios, y ante la esplendorosa presencia de la gloria y santidad de Dios. Los discípulos reconocieron estas verdades, al ser confrontados con la actitud de Jesús cuando limpió el templo – “el celo de tu casa me consume” (Juan 2:17). Nada menos que celos por la gracia y la santidad de Dios impulsó a Jesús a tal acción.
Luego Jesús les dijo a sus discípulos que el templo sería derribado, y que sería reemplazado por él personalmente. Su “cuerpo” sería el nuevo templo, y los apóstoles nos explican cómo la Iglesia viva es el cuerpo del Señor, es el templo y la casa de Dios. El término favorito del Antiguo Testamento por el pueblo de Israel – “congregación” – es conservado para la Iglesia del Nuevo Testamento, así demostrando continuidad con la obra de Dios (ver Hechos 13:43, 15:30, 1 Cor. 14:35, Stg 2:2, etc). La gloria de Dios está presente en la Iglesia por medio del Espíritu Santo, y ya no tenemos necesidad del templo. Pero aunque se ha desaparecido el templo, no se desaparece la “congregación” de los santos – al contrario, se refuerza. La práctica de los apóstoles era reunirse semanalmente, en el “Día del Señor”, para levantar oraciones, recoger ofrendas, predicar la Palabra y cantar a Dios. Y el sueño de Salomón se hace realidad cuando los gentiles comienzan a llegar al lugar santo. ¡Y aquí está el eslabón entre la liturgia y el evangelismo! El culto refleja la orientación teocéntrica del Cristiano, al rendir honra y gloria a Dios por su misericordia y su santidad. Estar en la presencia de este Gran Dios debe inflamar nuestros corazones con amor apasionado y profunda gratitud. Pero no podemos pensar de estar en presencia de Dios solos. Dios no permite, como algunas canciones individualistas y sentimentalistas de hoy, que tratemos de disfrutar de su gloria y su perdón de manera egoísta. Mis hermanos en la fe vienen conmigo, salvos por la misma gracia y bautizados con el mismo Espíritu Santo. ¡Hasta los “gentiles” están invitados a venir al único Dios verdadero y ser oídas sus peticiones!
El culto no es evangelismo, pero el culto no puede ser desligado del evangelismo. El deseo de Dios es tener adoradores de él, y por tanto se necesita el evangelismo – porque faltan adoradores todavía. El culto celestial se compone de adoradores de “todo linaje, toda lengua, todo pueblo y toda nación”. ¿Cómo llegaron a ser adoradores de Dios? Por medio del evangelismo que realizó la Iglesia. No puede haber un culto verdadero sin pensar en aquellos que deben ser añadidos a la Iglesia. La misma santidad divina que inspira al Cristiano a la devoción, lo impulsa a la búsqueda de aquellos que no la conocen. La misma gracia divina que inclina el rostro en reconocimiento de gracia inmerecida, conmueve el alma del Cristiano por los perdidos. Una parte de nuestro culto a Dios tiene que ser la oración por los no-convertidos, y nuestra enseñanza debe ser tan clara y sencilla, que si entra un indocto, por todos será convencido y “adorará a Dios” ! (1 Cor. 14:24,25). ¡Esta es el fin del hombre – la adoración de Dios! El evangelismo conduce al culto, y el culto prepara para el evangelismo. Yo estaría preparado para decir que no puede haber verdadero evangelismo si no conduce al culto, y que no hay verdadero culto si no promueve el evangelismo. No son cosas iguales, pero tampoco pueden ser separadas. El Dios del cielo tendrá adoradores en multitud – y estos adoradores deben ser llamados desde los fines de la tierra. La adoración que eleva el alma a Dios a la vez impulsa al creyente hacia el mundo. Y la búsqueda de las ovejas perdidas inevitablemente termina trayéndolas al redil. El culto y la evangelización son recíprocas – el uno conduce al otro inevitablemente.
¿Existe una relación entre el culto y el evangelismo? ¡Sí! Y no sólo existe, sino existe una relación estrecha. Desde los tiempos del Antiguo Pacto la Iglesia ha sido llamada a la adoración en pueblo. El éxodo de Egipto por mano de Dios fue la primera “evangelización” – las buenas nuevas de salvación. El éxodo condujo al monte de Horeb, y al establecimiento de Israel como “congregación” cuyo fin y privilegio era adorar a Dios. Desde ese día en adelante la identidad de Israel era ligada a su experiencia libertadora – su evangelización – y el congregarse en el monte de Sinaí. Tanto es así, que el autor de Hebreos, bajo el nuevo pacto, traza una linea de Israel llegando a nacer en Sinaí, y la Iglesia del Nuevo Pacto llegando ante “el monte de Sion, la ciudad del Dios vivo … a la congregación de los primogénitos que están escritos en los cielos…” (Hebreos 12:22,23). El autor de Hebreos nos recuerda que “la voz” de Dios nos ha llamado, nos ha convocado (dos veces menciona que Dios nos ha hablado – 12:25,26). La invitación del evangelio es una invitación ante el monte de Sion, ante la presencia de Dios en la congregación de los santos. Nosotros fuimos “evangelizados” para presentarnos en la congregación con nuestros hermanos. Ahora falta que otros sean evangelizados para presentarse junto con nosotros.
Consideraciones prácticas
Yo veo dos cosas de índole práctico para la Iglesia. La primera, es todo evangelismo legítimo tiene que tener como meta llevar a la persona no sólo a Dios sino a la congregación de los santos. El fin del hombre es adorar a Dios – en comunidad. Algunos han dicho que la Iglesia es meramente un fin para conducir al hombre al cielo, y después desaparecerá. Pues, tal vez ciertos aspectos terrenales de la Iglesia son pasajeros, tales como la organización bajo los hombres, ya que Cristo será nuestro Pastor. Pero en el fondo, la Iglesia no va a pasar de ser – se va a glorificar y perfeccionar, y durará para toda la eternidad en su función de rendir adoración a Dios y al Cordero. Es por esto que aquellos esfuerzos de evangelismo que no tienen como meta llevar a la persona a la unidad con la Iglesia caen cortos. Reconozco que no siempre existe la oportunidad de que nosotros vemos el fruto de la persona incorporada en el pueblo de Dios. Pero el mensaje apostólico es: “Arrepiéntase” – o sea, confesar sus pecados y creer en Jesucristo – y “Bautícese” – o sea, unirse a la Iglesia de Jesucristo. Por tanto, la evangelización debe tener como meta la adoración de Dios.
Una tentación de nosotros – y confieso que he cometido este error muchas veces – es presentar el Evangelio en términos de lo que el hombre van a ganar. Presentamos los beneficios del perdón, la vida eterna, la paz de Dios, etc. Pero necesitamos una reorientación en la evangelización, y esto es nada menos que su unión con el culto. Si nuestra vida debe ser teocéntrica, quiere decir que nuestra evangelización debe serlo también. Y una evangelización teocéntrica enfoca en Dios primero. La primera meta para recibir a Cristo debe ser poder darle a Dios lo que El se merece – toda la honra y la gloria. Esta reorientación en el evangelismo nos ayudaría relacionar entonces de manera natural el Evangelio con el culto. Y pondría a Dios en su lugar apropiado – el primer lugar. Muy a menudo nosotros caemos en el error de presentar el Evangelio exclusivamente como un remedio para los males del hombre – van a encontrar un propósito en la vida, no van a sentirse solos, o su sentido de culpabilidad se va a quitar. Todos estos efectos subjetivos son realidades de la regeneración. Pero no son la meta primordial de nuestra conversión. La meta primordial del hombre es traer gloria para el Nombre de Dios. Este es el mensaje que glorifica a Dios, y es el mensaje que Dios usa para salvar a los suyos. Si fuéramos más fieles en el anuncio de este mensaje, los pastores no tendrían tantos problemas después tratando de inculcar ideas bíblicas acerca de la Iglesia. El problema radica en que hemos divorciado el culto del evangelismo. ¡Es tiempo, pues, para que se vuelvan a unir!
La segunda observación es el culto debe ser preparación espiritual para el evangelismo. Al estar en la presencia de Dios – sublime y perfecta – nos impacta en el alma la brecha que existe entre Dios y el mundo del pecado. Cada hora que pasamos en culto debe crear en nuestro corazón una mayor sensibilidad por los perdidos que viven sin Dios. Cada hora que pasamos bebiendo de la fuente dulce del amor de Cristo debe unirnos más y más al corazón de Dios que “busca adoradores que le adoren en Espíritu y en Verdad.” El momento de culto es no solamente un tiempo glorioso de refrescura para nosotros, debe ser también un momento de reflexión en las personas que no están con nosotros – familiares, vecinos, y tribus lejanas no creyentes. Como Salomón no terminó su dedicación del templo sin mencionar a los gentiles de tierras lejanas, no podemos terminar nuestro culto sin pedir a Dios que nos use para alcanzar a aquellos que no están presentes. Y de esta manera vemos que el culto y el evangelismo son recíprocas.
Conclusión
Muchas corrientes bofetean la Iglesia de Jesucristo, y las iglesias Reformadas y Presbiterianas tendrán que definirse ante muchas de ellas. Una consideración que nos ayudará a dirigir la barca por buen rumbo será la de mantener la relación importante entre el culto y la evangelización. Cuando los separamos, o nos inclinamos por uno sobre el otro, suceden distorsiones en nuestra vida congregacional. ¡Que Dios nos ayude a ser adoradores fervientes, y evangelistas fervientes!