por R.B. Kuiper
Reforma Siglo XXI, Vol. 4, No. 1
Casi todas las iglesias están preocupadas con el crecimiento numérico. La mayoría de los pastores en particular están ansiosos de ver la membresía de su iglesia crecer con pasos gigantescos. Esta actitud no está mal en sí. Si los que son añadidos a la iglesia realmente son salvos, estas añadiduras son motivo de gran regocijo. Pero con frecuencia el deseo de crecer es motivado más bien por la vanagloria. Y en estos casos el peligro es grande que las campañas poderosas y las atracciones sensacionales atraigan muchos a la iglesia que realmente no son salvos. Y esto es un mal enorme. Se deja la impresión con las personas que le están haciendo un favor a la iglesia cuando se unen a ella. La consecuencia es que la iglesia pierde el respeto del mundo, y aún el respeto por si misma. Peor, la iglesia es corrompida por el ingreso de los que son Cristianos sólo de nombre. Y comienza el proceso de transformación de ser el cuerpo de Cristo a llegar a ser una sinagoga de Satanás.
Insistir en una fe salvadora
Es de suma importancia hoy insistir en el requisito bíblico para membresía en la iglesia. Y este requisito, para adultos, es una fe activa en el Señor Jesucristo. Esto se enseña tanto en las Escrituras que es casi por demás citar textos bíblicos. La historia del carcelero en Filipos nos provee uno de los numerosos ejemplos. Pablo y Silas le dijeron que para ser salvo debía creer en Cristo. Y cuando lo hizo, fue bautizado en el cuerpo de Cristo (Hechos 16:29-88). Pero aquí mismo surge un problema. ¿Quién va a determinar si un candidato para membresía en la iglesia realmente es creyente? Existen dos perspectivas extremistas en cuanto a esta inquietud. Por un lado, algunos dicen que sencillamente se debe aceptar la palabra del candidato que cree en Cristo. Por otro lados, algunos han alegado que la iglesia, representada por sus oficiales, tiene el deber y la habilidad de determinar contundentemente si el candidato tiene fe verdadera. Ahora, es obvio que las dos posiciones son tan extremistas que no son sostenibles. En cuanto al primero, muchos de los que dicen ser creyentes no conocen quién es Cristo ni creen realmente en él. Cualquier hombre modernista, mientras niega la deidad de Jesús y claramente confiando en sus propias obras para salvación, sin embargo puede afirmar que cree en el Hombre de Nazaret. En cuanto a la segunda posición, aún los ancianos y pastores más consagrados son muy falibles. El viejo dicho todavía tiene vigencia: la iglesia no debe presumir juzgar los corazones de los hombres, porque no puede. Sólo un Dios omnisciente lo puede hacer.
¿Cómo debe la iglesia, entonces, tratar este asunto de los candidatos para membresía? En este asunto buscamos el balance. Sin tomar la palabra de la persona de manera superficial, y sin reclamar discernimiento infalible, los oficiales de la iglesia deben examinar los candidatos para discernir hasta donde sea posible humanamente si poseen fe salvadora. Que tal práctica es bíblica – no hay duda, porque la Biblia nos instruye que debemos guardar la pureza del cuerpo. Pablo le dio instrucciones a Tito que debía rechazar la membresía de un hereje después de una y otra admonición (Tito 3:10), y mandó a la iglesia en Corinto que debía sacar de su comunión un hombre malo (1 Corintios 5:13).
Cuando la iglesia examina a un candidato para membresía, debe prestarle atención a tres cosas: (1) Si los prerequistos para una fe verdadera están presentes; (2) Si es evidente la esencia de la fe salvadora; (3) Si existe el fruto de la fe verdadera.
Los prerequistos de la fe salvadora
Sería necedad intentar precisar la cantidad de conocimiento necesario para salvarse. Sin embargo, podemos aseverar sin miedo que la fe presupone el conocimiento. Tanto el carcelero filipense y el eunuco etíope debían ser instruídos antes que pudieran creer. Esta misma verdad se expresa en la pregunta retórica de Pablo:«¿Cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?»(Rom. 10:14).
Un espíritu anti-intelectual predomina en las iglesias hoy en día. A veces se llega al extremo de exaltar la ignorancia. Existe una idea entre muchos que la fe comienza donde el conocimiento para, y el conocimiento ¡para muy pronto! Se dice que entre menos conocimiento teológico, más sencilla y fuerte será tu fe. La fe, se dice, es ‘arriesgarse’.
A los que consideran la fe así les gusta repetir una vieja ilustración. El sótano de una casa no tenía ventanas. La única luz que alumbraba el sótano pasaba por un portillo que a veces se abría y aún así pasaba poca luz. Un día el padre de familia estaba trabajando en el sótano. Su hija pequeña jugaba cerca del portillo abierto. El podía verla en la luz, pero ella no lo podía ver en la oscuridad. Llamándola, el padre le dijo:«Tírate hija, y tu papá te va a atajar.» Sin titubear ni un segundo, la hija se arrojó, y por supuesto fue atajada por el fuerte abrazo de su padre. Tal como la niño tuvo que arrojarse a la oscuridad, se nos dice que el pecador debe arrojarse sobre Jesucristo para la salvación. Pero la ilustración falla en varios puntos. ¿Realmente se arrojó la niña a la oscuridad? Literalmente, sí. Pero en otro sentido importante no hizo nada por el estilo. Ella reconoció la voz de su padre. Ella estaba segura que su padre era confiable. Ella sabía que su padre la amaba. Sabía muchas cosas de su padre. Y fue precisamente por su conocimiento de él que se arrojó. De la misma manera el Cristiano cree en el Señor Jesucristo por lo que sabe de él.
Para precisar más, podríamos decir que nadie puede creer en Cristo en el sentido bíblico que no sabe que él es Dios. Es más, nadie tiene el derecho de entregar su vida en manos de Cristo para vida eterna si no es Dios. Confiar en alguien que fuera meramente humano sería dar honor divino a un ser humano, lo cual sería idolatría. También es claro que nadie puede confiar en Jesucristo para salvación de la culpa y pena del pecado si no entiende algo de su muerte vicaria. La muerte sustitutive de Cristo es parte del meollo de la doctrina bíblica sobre la salvación. El que no tenga conocimiento de esto sencillamente no puede creer que el Hijo de Dios murió en el Calvario por sus pecados.
Otro prerequisito para una fe verdadera es la convicción de su estado pecaminoso. Es poco probable que una persona que se siente bien física y mentalmente vaya a buscar a un médico. No sólo es improbable, sino inconcebible, que una persona que no siente pesar por sus pecados busque al gran médico de nuestra almas. Sólo aquél que tenga un corazón quebrantado y espíritu contrito podrá suspirar:«Dios, sé propicio a mi pecador.» Sólo la persona que ha sido atemorizada por los truenos de Sinaí puede correr a buscar paz en el Calvario. Sólo el que se conozca como un pecador, merecedor del castigo eterno del infierno se arrodillará al pie de la cruz, abrazado de los pies del Crucificado, y dirá: Nada traigo en mis manos, Abrazo solamente la cruz; Desnudo, busco vestirse en ti, Débil, busco tu gracia; Sucio, corro a la fuente; Lávame Salvador o pereceré.
La esencia de la fe salvadora
Parece raro, pero hay mucha ignorancia entre Cristianos, ¡aún pastores!, sobre la esencia de la verdadera fe. Pero obviamente es necesario que tanto los que se van a unir a la Iglesia, como los oficiales que deben juzgar su preparación para tal, tengan una perspectiva clara sobre esto.
La fe salvador no es sólo aceptar las enseñanzas de las Escrituras, sino una confianza en el Cristo de las Escrituras para la salvación. No es meramente afirmar las declaraciones sobre Cristo en la Biblia, sino comprometerse con la persona de Cristo para la vida eterna. Seguramente no se puede hacer el segundo sin el primero, pero es posible hacer lo primero y no llegar al segundo. Pablo de dijo al rey Agripa:«¿Crees oh rey a los profetas? Yo se que crees.» (Hechos 26:27). Pero Agripa no se declaró Cristiano, y por su vida se ve que era pagano. Alguien podría creer que Jesús nació de la virgen María, que hizo milagros, que murió por los pecadores en Gólgota, que resucitó al tercer día, y cien otras cosas acerca de Jesús, y aún no acercarse a la persona de Cristo Jesús para la salvación.
Es necesario que un miembro de la Iglesia Cristiana sepa lo que la Biblia enseña de Cristo, y es necesario que sostenga estas cosas como la verdad. Pero no es suficiente. Abandonando todo esfuerzo por salvarse a si mismo, debe entregarse totalmente a Cristo para la vida eternal. Esta es la esencia de la fe salvadora.
A veces se confunde la esencia de la fe con la seguridad de la salvación. La fe ciertamente es segura, no menos que el conocimiento. Pero no podemos negar que, debido a la confusión que el pecado obra en nosotros, que el Cristiano puede tener verdadera fe sin tener la absoluta seguridad de su salvación en todo momento. La seguridad de la salvación ha sido descrita como la acción reflejo de la fe. Dondequiera que se encuentra la fe, la acción reflejo también se encuentra. Pero no tiene la misma fuerza en todos los casos. El pecado a menudo lo debilita. No todos los Cristianos poseen en todos los momentos aquella seguridad que expresó Job cuando exclamó:«¡Yo sé que mi Redentor vive!»(Job 19:25), o lo que expresó Pablo cuando dijo:«Yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día»(2 Timoteo 1:12). Por algo el apóstol Pedro exhortaba a los creyentes:«Procurad hacer firme vuestra vocación y elección»(2 Pedro 1:10). Calvino comentó:«La pureza de vida es llamada con razón la evidencia y la prueba de la elección, por lo cual los fieles no sólo testifican a otros que son hijos de Dios, sino que se confirman a si mismos en esta confianza.» Es claro, que aunque el creyente debe tener seguridad de su fe, es un hecho que no todos la tienen.
Para la membresía en la Iglesia Cristiana, la esencia de la fe salvadora sí es un requisito, pero no la plenitud de la seguridad. Todo el Nuevo Testamento enseña que se debe recibir solamente creyentes en la Iglesia, pero no dice que se debe excluir a aquellos que no tengan la plenitud de la seguridad de su salvación. La Iglesia debe recibir con brazos abiertos aquellos que confían en Cristo, aunque tengan dudas de vez en cuando. Nuestra Cabeza prometió que no quebraría la caña cascada, ni apagaría el pábilo que humeaba (Mateo 12:20).
El fruto de la fe salvadora
Las Escrituras enseñan enfáticamente que no somos salvos por nuestras obras, sino por la gracia a través de la fe. Pero la fe verdadera es una fe que obra. Al contrario, la Biblia enseña que una fe sin obras es una fe muerta (Santiago 2:26). Pablo y Santiago estaban totalmente de acuerdo en que el hombre es salvo por una fe viva que se manifiesta en una vida de santidad. Nuestro Señor Jesús enfatizó este hecho cuando declaró:«No todos lo que dicen ‘Señor, Señor’ entrará el reino de los cielos, sino todo aquél que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos»(Mateo 7:20,21). Jesús también enseñó que en su venida con gloria juzgaría a los hombres según sus obras (Mateo 25:31-46). En resumen, las buenas obras son la prueba de que una persona tiene fe verdadera. Cada Cristiano que profesa a Cristo debe aplicar esta regla con respecto a si mismo, y la Iglesia debe aplicar la misma regla a todos sus miembros.
El que es creyente verdadero no sólo debe tener, sino realmente tiene el comienzo de la perfecta obediencia a la ley de Dios. Y la Iglesia debe demandar de sus miembros que muestren su fe por tal obediencia.
Con respecto al anterior, la Iglesia debe tener mucho cuidado de nunca añadir ni quitar de la ley divina. La norma no debe ser lo que hacen muchos en tal iglesia, no lo que muchos no hacen en otra, sino lo que manda la Palabra de Dios únicamente.
Se debe recordar que en esencia la vida Cristiana es básicamente positiva, aunque tiene también prohibiciones. La vida Cristiana no es sólo una vida apartada del pecado, sino una vida enfáticamente devota a Dios. Sería posible abstenerse de toda forma de carnalidad y a la vez descuidar toda actividad piadosa. Nunca debemos olvidar que el no hacer el bien es uno de los pecados más groseros. En el fía final serán sentenciadas a muerte las cabras porque no le dieron comida a los discípulos de Jesús cuando tenían hambre, y no les dio de beber cuando tenían sed, ni les dio ropa cuando estaban desnudos, y tampoco los visitaron cuando estaban en la cárcel (Mateo 25:41-46).
Lo más importante es recordar que la obediencia a la letra de la ley llega a ser desobediencia cuando se divorcia del espíritu de la ley. Y el espíritu de la ley se resume en una sola palabra: amor. «El amor es el cumplimiento de la ley»(Romanos 13:10). Una vida estricta sin amor no es el Cristianismo, sino el legalismo.
Resumiendo, la persona que confía en Cristo para su salvación llevará una vida de gratitud por su salvación. Mientras contempla su Salvador que murió por él, no puede hacer otra cosa sino exclamar:« Si todo el mundo fuera mío, aún sería un presente demasiado pequeño. Amor tan grande, tan sublime demanda mi alma, mi vida, mi ser.»
La fe engendra la gratitud, y la gratitud da evidencia de la fe.