Reforma Siglo XXI, Vol. 10, No. 1
En la pared de su estudio, Albert Einstein mantenía un retrato del hombre a quien miraba como aquel que había provisto el fundamento para sus propios descubrimientos científicos – Michael Faraday. Faraday fue uno de los grandes experimentadores en la historia de la ciencia. Fue reconocido como el científico más grande de su propia época.
Por casi medio siglo, Faraday trabajó y vivió en el Instituto Royal en Londres, donde era un químico destacado lo mismo que quien desarrolló la teoría de campos en la física moderna. Fue él quien descubrió el benceno lo mismo que la inducción electromagnética y las leyes de la electroquímica. Fue el primero en convertir energía mecánica en energía eléctrica, el paso crucial en el desarrollo del motor y el generador eléctrico. En su estudio de la electricidad, Faraday desarrolló parte del vocabulario que aún se utiliza en la física actual, usando términos tales como electrodo, cátodo y electrólisis.
A lo largo de su carrera científica, Faraday mantuvo una fe cristiana simple pero profunda. Pertenecía a un pequeño grupo de cristianos conocido como los Sandemanianos quienes eran fuertes creyentes en la interpretación literal de las Escrituras. La iglesia Sandemaniana se estructuraba lo más cercanamente posible según el patrón de la iglesia del Nuevo Testamento. Faraday vivió por la Biblia y por la demandante disciplina de los Sandemanianos a lo largo de su vida. Su compromiso se fortaleció por su participación cristiana en esta pequeña comunidad de creyentes. Sirvió como diácono y como anciano en la iglesia y también visitó a quienes atravesaban momentos de necesidad, ayudándolos física y espiritualmente. Todos reconocían a Faraday como un hombre con un carácter fuera de lo común; su simplicidad, modestia y humildad se hallaban profundamente arraigadas en su fe cristiana.
El libro de la Biblia favorito de Faraday era el libro de Job. Aunque en sus estudios científicos Faraday buscaba conscientemente entender la belleza, simetría y organización de la creación de Dios, también se dio cuenta – al igual que Job – que un hombre no puede encontrar a Dios por su propio razonamiento. Solamente las Escrituras le revelan con claridad. Faraday escribió que un cristiano encuentra su guía en la palabra de Dios, y encomienda el cuidado de su alma en las manos de Dios. No busca ninguna seguridad más allá de lo que la Palabra puede darle, y si su mente se turba por las preocupaciones y temores que le asaltan, no puede ir a ningún lado sino acudir en oración al trono de la gracia y a la Escritura.
La paz y la seguridad de Faraday no se hallaban en su fama mundial sino en el Señor Jesucristo. En 1861 Faraday le escribió a un científico amigo suyo:
Puesto que la paz se halla solamente en el don de Dios; y que es Él quien lo concede, ¿por qué debiésemos temer? Su don indescriptible en Su amado Hijo es el fundamento de una esperanza sin dudas.