Por J. Ligon Duncan III
Reforma Siglo XXI, Vol. 20, No. 2
Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría;cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas. Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno, donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos. (Colosenses 3:5-11).
“Supongamos que un hombre es un verdadero creyente y, sin embargo, encuentra en sí mismo un poderoso pecado morando en él que lo lleva cautivo a la ley, con- sumiendo su corazón con problemas, confundiendo sus pensamientos, debilitando su alma en cuanto a deberes de comunión con Dios, inquietándolo en cuanto a la paz, y tal vez contaminando su consciencia y exponiéndolo a endurecerse a través del engaño del pecado. ¿Qué puede hacer? ¿En qué podrá insistir para la mortificación de este pecado, lujuria, destemplanza o corrupción?”
Así escribió el puritano, John Owen, a mediados del siglo xvii. Su audiencia consistía en chicos de quince años que estaban lejos de casa en la Universidad de Óxford (donde Owen era vicecanciller). El libro en el que se escribieron estas palabras (ahora el volumen 6 de sus escritos recopilados) ha permanecido justamente como un tratamiento clásico del pecado. Recuerdo vívidamente haberlo leído por primera vez hace más de veinticinco años. No he encontrado nada más que se enfrente la maldad del pecado interior con tanto vigor de la manera que Owen lo hace. Demasiados libros y sermones (de este último incluyo míos, por supuesto) solo tocan lo superficial del problema, y no llegan a ser demasiado específicos por una multitud de razones. Sin embargo, vencer hábitos pecaminosos (ya que en eso se convierten, en hábitos) es una señal de madurez espiritual. No puede haber crecimiento sin esto. Si pierdes el tiempo aquí, el resultado será algo tan frágil, tan insípido, que la ruina seguramente será el resultado final.
Es importante desear la madurez espiritual. Si no tenemos deseos de crecer, ¡no creceremos! Si el corazón está equivocado, todo lo demás que proceda de él será incorrecto, como dijo Jesús a los fariseos una y otra vez. Además, es importante pensar apropiadamente y con precisión sobre lo que significa volverse cristiano y ser cristiano. Considera lo que Pablo le dice a los Colosenses en el capítulo 3. Allí insiste en que hay dos cosas sobre nosotros que debemos conocer y reconocer, si somos cristianos: morimos con Cristo y hemos resucitado con Cristo. Como consecuencia, debemos buscar las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Debemos vivir con nuestras cabezas por encima de las nubes, contemplando algo de la gloria y majestad de Jesús.
Debemos saber quiénes somos y la verdad sobre nosotros. Este es el aspecto positivo del camino de la santificación que Pablo quiere que andemos.
Sin embargo, también hay un lado negativo. ¡Hay poder en el pensamiento negativo, a pesar de Norman Vincent Peale!
¡Pablo quiere que apreciemos que a menos que sepamos qué no hacer, de nada sirve decirnos lo que sí debemos hacer! Hay tanto poder en el pensamiento negativo como en el pensamiento positivo. La palabra clave aquí es mortificar o amortiguar. Es una palabra antigua, largamente conocida y amada por los antiguos lectores de la versión de la Biblia Reina Valera Antigua, y debe ser reintroducida en nuestro vocabulario. Significa “hacer morir el pecado”. Todo cristiano debe comprometerse en el deber —sí, es un deber— de dar muerte al pecado. “Matar un pecado o una parte de un pecado todos los días” fue el consejo de Owen. “Mata al pecado, o te matará”, agregó, dando indicios de la seriedad del problema. ¿Qué es lo que nos dice Pablo que tenemos que hacer aquí en Colosenses 3?
LA REALIDAD DE LO QUE SOMOS
Primero, expone la realidad de lo que somos. Hay un punto general que debe señalarse si vamos a hablar en serio sobre el pecado que mora en nosotros. Debemos decir: “Tengo que hacer frente a la realidad del pecado que todavía existe en mí”. Hemos sido liberados del dominio del pecado, pero aún no hemos sido librados de la presencia del pecado. Se produce un conflicto constante dentro de nosotros mientras la carne arde en pasiones —libra la guerra— contra el alma. Hay una guerra espiritual que está ocurriendo en la parte más interna de nuestro ser. Necesitamos, por lo tanto, mirar el pecado (el pecado personal y particular) a los ojos.
Nos apresuramos a leer estos versículos, ¿cierto? Notamos la manera “cercana y personal” en la que Pablo enumera dos conjuntos de cinco pecados, y nos preguntamos qué significan. No obstante, necesitamos detenernos y reflexionar por un momento sobre lo apropiado de toda esta discusión acerca del pecado. El justamente famoso volumen de J. C. Ryle, La santidad, comienza con una declaración en este sentido: “Quien desee tener una idea adecuada de la santidad cristiana ha de partir del examen de la amplia y extensa cuestión del pecado”. Ryle, quien escribió a finales del siglo xix, estaba simplemente reflejando lo que Anselmo de Canterbury había escrito en la Edad Media. En un diálogo entre él y un personaje llamado Boso, Anselmo intentaba responder a la pregunta: ¿Por qué Dios se hizo hombre (Cur Deus homo)? En algún punto de esta obra, Anselmo escribió la famosa frase: “Todavía no has considerado la gravedad del pecado”. Debido a que era reacio a reconocer nuestra necesidad de salvación, Boso no pudo ver por qué el Señor Jesucristo debía encarnarse para salvar a su pueblo. Nuestro problema es el pecado. Y ha sido así desde el Huerto de Edén, y lo sigue siendo hasta el día de hoy.
Lo que Anselmo, Owen y Ryle están diciendo es que nuestros corazones deben ser expuestos por el Espíritu Santo de Dios para revelar la extensión de los estragos del pecado sobre nosotros. Esto es algo así como lo que sucede cuando una máquina de resonancia magnética examina los órganos y los tejidos internos de nuestro cuerpo. Nos puede mostrar no solo lo que es saludable, sino también lo que es canceroso y no deseado. Puede ver lo que el ojo por sí solo no puede ver.
Si una serpiente te muerde, una de las mejores cosas que puedes hacer es llevar la serpiente contigo al médico —¡primero debes matarla!—, para que el veneno pueda ser reconocido y se prescriba el antídoto adecuado. Lo mismo ocurre con el pecado. A menos que podamos identificar los pecados, no sabremos cuál deberá ser el remedio. No es suficiente ser vago y general acerca de nuestros pecados. Los pecados tienen nombres, y haremos bien en aprender cuáles son. Será un punto de progreso cada vez que podamos identificar cuáles son esos pecados que prevalecen en nuestras vidas. Y antes de que podamos hacer eso, necesitaremos reconocer que existe la necesidad de hacerlo. El pecado nos atrapa de maneras que a veces nos negamos a reconocer. Podemos estar en negación al respecto. Debemos comenzar enfrentando el hecho de nuestro pecado, nuestros pecados específicos.
Robert Murray McCheyne, el ministro presbiteriano escocés del siglo xix cuya vida se extinguió antes de cumplir los treinta años, escribió en su Diario publicado póstuma- mente: “Empecé a darme cuenta de que las semillas de todos los pecados conocidos aún están presentes en mi corazón”. Este es un punto de avance. Cuando sabemos esto, nuestros ojos se han abierto, al igual que cuando un médico diagnostica nuestra enfermedad y llegamos a entender lo que es. Imagina un médico que te dice: “Sí, está pasando algo en tu interior, ¡pero no nos preocuparemos por eso! Veamos el lado positivo, ¿de acuerdo? ¿Acaso no es un hermoso día?”
¿Qué pensarías de eso? Incluso si eso satisface su necesidad de negación a corto plazo, dudo que alguna vez visites a ese doctor nuevamente. La mayoría de nosotros, cuando las cosas se ponen serias, queremos saber la verdad, incluso si duele. Y sí que dolerá, no te equivoques al respecto.
LO QUE DEBE SER TRATADO
En segundo lugar, Pablo identifica para nosotros en detalle lo que debe ser tratado. Hay un problema de traducción en nuestro texto que debe analizarse brevemente. La Biblia de las Américas presenta el versículo 5 de esta manera: “considerad los miembros de vuestro cuerpo terrenal como muertos a…” Eso suena como algo que Pablo dice en Romanos 6. Hay un tiempo para considerarnos “muertos para el pecado”. En Cristo, el gran cambio ya ha sucedido. Sin embargo, surge la duda de si ese es el mensaje de Pablo aquí. Por eso, la Reina Valera 60 lo presenta de esta manera: “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros”. Esto es mejor, pero también disfraza en vez de aclarar lo que Pablo pretende aquí. Permítanme volver a la Reina Valera Antigua por un momento: “Amortiguad, pues, vuestros miembros que están sobre la tierra”. Probablemente, LBLA lo traduzca de la manera que lo hace para que no pensemos que Pablo está sugiriendo algún tipo de automutilación. Los colosenses estaban a punto de cometer ese mismo error. ¡Pero sí necesitamos apreciar que la forma en que opera el pecado en nuestras vidas es a través de los miembros de nuestro cuerpo!
¡Tus miembros! Los cristianos necesitan una santidad física. La santidad del Nuevo Testamento transforma lo que hacemos con nuestros cuerpos. Tiene ojos, manos y pies.
La primera lista de cinco pecados pasa de actos externos a motivaciones internas. Es asombroso pensar que lo primero que menciona Pablo es la fornicación. La palabra que usa abarca todas las formas de prostitución, cada desviación sexual ilegítima: heterosexual, homosexual o incluso animal. Él vincula con esta la actitud del corazón: impureza. Pablo quiere que consideremos que lo que la mente retiene en secreto, el cuerpo lo hará de manera externa. Luego vienen las pasiones desordenadas, es decir, las pasiones que vienen y nos dominan, descontroladas e incontrolables. Lo siguiente son los malos deseos que son deseos fuera de control. Finalmente, termina la lista sugiriendo que toda desviación sexual es una forma de avaricia, la cual es una forma de idolatría. Estos pecados son egoístas en esencia. Muestran, como escribió Calvino en la edición de 1559 de La Institución de la Religión Cristiana: “La mente del hombre es una fábrica perpetua de ídolos”. ¡Has perdido la cabeza cuando piensas que la vida se trata de satisfacer tus propios deseos personales, y solo los tuyos! Te has colocado en el lugar de Dios cuando piensas de esa manera. Te estás postrando ante el dios de ti mismo.
La época de Pablo fue notablemente como la nuestra. Fue una época en que abundaba la inmoralidad sexual. La homosexualidad era tan prevaleciente entonces como lo es ahora. Las palabras de Pablo aquí parecen particularmente pertinentes para nosotros hoy. La santidad, la verdadera santidad, exige una pureza sexual total. El pecado ha distorsionado lo que Dios quería que fuera algo hermoso.
Quizás esto nos toque de manera muy personal. Nadie más lo sabe. Quizás, eso está bien. Aventuras, viajes de negocios, revistas, pornografía en Internet: la lista de posibles áreas que nos afectan es interminable.
¡Hay que mortificar estos pecados! Si no lo haces, te destruirán. “Cosas por las cuales la ira de Dios viene”, advierte Pablo. Aterrador, ¿no es cierto? ¿Te das cuenta de que Pablo tiene varios motivos para una vida ética, y no solo son positivos? En los versículos 1-4, el motivo es positivo. Es por lo que somos, por lo que nos hemos convertido en Cristo. Hemos muerto y hemos resucitado con Cristo. Nuestras vidas están escondidas con Cristo en Dios. Sin embargo, aquí el motivo es totalmente negativo. La ira de Dios viene sobre aquellos que no se arrepienten. Cambiar o quemarse es lo que Pablo sugiere, por contundente y duro que parezca.
El pecado también tiene el potencial de destruir a los demás. En el versículo 8, en otra lista de cinco pecados, Pablo pasa de las emociones internas a las acciones externas, haciendo lo contrario (o una versión en espejo) de lo que hizo en los versículos 5-7. Los cinco pecados mencionados son: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. Comienza con ira: ese espíritu de oposición y hostilidad a las cosas que Dios desea para nuestras vidas. Hay una ira justa que es perfectamente apropiada y concuerda con los más altos alcances de la santidad, pero eso no es lo que Pablo tiene en mente aquí.
Para ayudarnos a entender lo que quiere decir, agrega enojo. Oímos hablar del enojo en carretera o del enojo que puede surgir en una familia, como una olla de presión. Un comentarista sugiere que la palabra puede traducirse como “exasperación”. ¡A veces consideramos que la exasperación es una virtud! Decimos: “No tengo tiempo para tonterías”.
Luego viene la malicia, una negativa a perdonar, y junto a ella el cinismo. Luego viene la blasfemia o difamación que es hablar mal del carácter de alguien o asesinato del carácter. Sería maravilloso decir que la Iglesia está libre de este tipo de cosas, pero no es así. Pablo llama a los cristianos a ser diferentes del mundo, no a hablar de más. Si no puedes pensar en algo bueno para decir sobre los demás, ¡entonces no digas nada en absoluto!
Jonathan Edwards tenía una hija con un temperamento ingobernable. Un joven le preguntó a Edwards si él podía casarse con ella. “¡No!” respondió. Al preguntar la razón, Edwards continuó: “¡Porque ella no es digna de ti!” Explicó: “¡La gracia de Dios puede vivir con algunas personas con las que nadie más puede vivir!”
El sexo y el habla son factores de la vida que están fuera de control. Nunca crecerás hasta que lleves el bisturí de la Palabra de Dios a estas áreas en tu vida. Quizá estás donde estaba Agustín, rogando a Dios: “¡Dame castidad, pero no ahora!” Pero Dios te está diciendo: “¡La quiero ahora!”
Hay algo más que Pablo parece ansioso por decir. El pecado no siempre se puede tratar en privado. En el versículo 9, insta a los colosenses a no mentir. Él no está simplemente pidiendo veracidad, sino más bien honestidad y rendición de cuentas. “No finjas”, parece estar diciendo. Si voy a poder funcionar en esta comunidad, será mejor que deje de pre- tender que soy mejor de lo que soy realmente. Necesitamos poder decirnos unos a otros: “Necesito tu ayuda, consejo, sabiduría. Estoy luchando rumbo a Sión, no marchando”.
El camino del disimulo es un camino que conduce al fracaso en la comunión y en la vida cristiana. ¿Cómo vamos a hacer esto?
En tercer lugar, Pablo da indicaciones prácticas sobre cómo hacemos esto. Hay dos verbos que emplea en el pasaje que deben grabarse en nuestros corazones: “haced morir” (v. 5) y “dejad” (v. 8). Traen a la mente las palabras de Jesús en el Sermón del Monte donde nos instan a arrancarnos el ojo derecho y cortar la mano derecha.
“Nadie debería pensar que puede progresar en la santidad, sin la disciplina cotidiana de negarse gratificar los deseos pecaminosos del corazón”, escribió Owen de manera intransigente.
Puede sonarte a legalismo. Esa es una palabra conveniente que algunos cristianos emplean para eludir la tarea del doloroso autoexamen y cambio. Usan esto cuando alguna aplicación suena dolorosa. Sin embargo, no es legalismo querer ser tan santo como Jesús. Es lo único sensato que podemos desear. Cualquier cosa menos es transigente e indigna.
Sin llegar a ser demasiado técnicos, el tiempo del verbo (imperativo aoristo) tiene en mente la acción completa. A Pablo le preocupa no solo la determinación de mortificar el pecado, sino también el deseo de deshacerse de él por completo. Es como si dijera: “Pon tus manos en la garganta de este pecado, y no liberes la presión hasta que deje de respirar”.
¿Qué significará eso? Comenzará con asumir de manera honesta la gravedad de nuestra condición. Significará enfrentar el pecado y procurar su destrucción a cualquier costo para nosotros mismos. Significa ir ante el Señor y decir: “Señor, tengo este pecado dominante”. Y me arrepiento mucho. Pierdo los estribos, o maltrato a la gente, o chismeo todo el tiempo. Me regocijo cuando otros fallan porque me hacen sentir mejor conmigo mismo”. Significará cambiar los hábitos y el estilo de vida, procurando que nuestros miembros sean usados para lo que es santo y no para la autogratificación a expensas de la Palabra de Dios y los caminos de Dios.
¿Perseguirás esta tarea? Sin eso, siempre serás menos de lo que Dios quiere que seas.
El autor es primer ministro de First Presbyterian Church (PCA) en Jackson, Miss.