Por Kevin Efflandt
Reforma Siglo XXI, Vol. 14, No. 1
El relato de la historia de la iglesia es el relato de la historia de nuestra familia. Hace un par de semanas, me encontré con la siguiente cita de Os Guinnes, un autor cristiano: “Aquellos que no conocen la historia no tienen sentido de identidad alguno.” Esto es muy cierto, ¿verdad? Si no entendemos la historia, particularmente la historia de la iglesia, no tenemos ningún sentido real de identidad como miembros de la familia de Dios. Veremos en este artículo una de las figuras claves en la historia de la iglesia, una de las figuras claves en nuestra “historia familiar”, Atanasio.
Hasta principios del siglo IV, la iglesia de Cristo se había enfrentado a una tremenda persecución. Sin embargo, cerca del 312 a.C., el emperador Constantino abrazó abiertamente el cristianismo e hizo legal que los cristianos adoraran libremente, declarando el domingo como un feriado semanal. Aunque se encontraban a salvo de la persecución externa, la iglesia ahora enfrentaba graves peligros internos. Falsos maestros atacaban el mensaje de la Biblia acerca de Dios el Padre, Jesucristo y el Espíritu Santo. Uno de dichos ataques empezó en Alejandría, cuando un hombre llamado Ario atacó a la persona de Jesucristo. Un día, mientras el Obispo Alejandro daba un sermón a un grupo de hombres de la iglesia acerca de la Trinidad, Ario (un sacerdote) se levantó e interrumpió al obispo diciendo, “Te equivocas, Alejandro. El Padre, Hijo y Espíritu Santo no son iguales en gloria. Jesucristo no es Dios como lo es el Padre.” El comentario de Ario dejó a todos boquiabiertos. La habitación quedó en silencio mientras todas las miradas estaban fijas en Alejandro esperando una respuesta. Sorprendido por el arrebato, Alejandro miró a Ario a los ojos y dijo, “Hermano, la Escritura nos enseña con claridad que Jesucristo es Dios.” “No,” replicó Ario, “el Hijo fue creado por el Padre, y por lo tanto es menor que el Padre. Hubo un tiempo en que el Hijo no existía.”
Eventualmente, esta gran controversia doctrinal fue abordada en el Concilio de Nicea, donde más de trescientos obispos y sacerdotes se reunieron de todo rincón del mundo romano. En este concilio, un hombre con el nombre de Atanasio se convirtió en el principal portavoz de la verdad de que Jesucristo es Dios eterno. Pasaron muchas semanas de debate intenso y a veces amargo. Pero al final, los miembros del concilio se pusieron del lado de Atanasio de manera arrolladora. Escribieron una declaración de fe, el Credo de Nicea (conocido como el Credo Niceno), el cual explica lo que los cristianos habían de creer con respecto a Dios. Ario y sus seguidores se rehusaron a firmarlo y fueron expulsados de la iglesia. Pero no se fueron pacíficamente. Los arianos regresaron a sus ciudades y continuaron enseñando falsas doctrinas desafiando la decisión del concilio.
Después de un tiempo, Ario con algunos de sus seguidores, ansiosos por regresar a sus posiciones de liderazgo en la iglesia, buscaron la ayuda del Emperador Constantino. Confesaron sus errores al emperador, pero en realidad no habían cambiado sus creencias. Sostenían la creencia de que Jesucristo no era Dios eterno. No obstante, Constantino accedió a restablecer a Ario y a sus seguideros. Incluso le escribió una carta amenazante a Atanasio: “Como conoces mis deseos, admite libremente a cualquiera que desee entrar en la iglesia. Si escucho que has detenido a alguien, inmediatamente enviaré un oficial a removerte de tu puesto y enviarte al exilio.
Sin embargo, Atanasio se rehusó a restablecer a Ario y a sus seguidores. Y por esto, los arianos urdieron una serie de cargos extraños en contra de Atanasio. Lo acusaron de romper los muebles sagrados, cortarle el brazo a un ariano, torturar personas y tratar de matar de hambre a la gente de la lejana Constantinopla. Cuando Constantino oyó estos cargos, despojó a Atanasio de su ofició y lo desterró.
Mientras tanto, los arianos ganaron miles de seguidores, incluyendo al nuevo emperador, Constancio, hijo de Constantino. Los arianos lo convencieron de mantener a Atanasio en el exilio, junto con los otros líderes de la iglesia que se apegaran al Credo de Nicea.
Atanasio sufrió la expulsión de su iglesia cinco veces durante el tiempo que luchó contra los arianos. Una vez, le llegó palabra de que dos asesinos habían sido contratados para matarlo, así que Atanasio vivió oculto en el desierto egipcio por varios años. Otra vez escapó de la muerte ocultándose durante cuatro meses en la tumba de su padre.
El futuro se veía en ocasiones más oscuro mientras los arianos obtenían más seguidores. Aunque parecía que toda la iglesia aceptaba sus falsas enseñanzas, Atanasio nunca perdió la esperanza. Siguió adelante, predicando y enseñando y escribiendo que Jesús era completamente Dios y completamente hombre. Desde entonces se le ha conocido con el dicho en latin, “Athanasius contra mundum,” que significa “Atanasio contra el mundo.” Incluso si el mundo entero le diera la espalda a la verdad de la Biblia, Atanasio se aferraría a ella sin vacilar.
A la edad de 75 años, Atanasio murió. No mucho después de su muerte, los arianos fueron derrotados finalmente. Hoy, los cristianos de todo el mundo creen la enseñanza bíblica de la deidad de Jesucristo, que Jesús es el eterno Hijo de Dios. Gracias sean dadas a Dios que levantó a un hombre tan fiel como Atanasio para luchar por la verdad de la Palabra.
Tristemente, la enseñanza de Ario aún vive, en los Testigos de Jehová modernos que creen básicamente lo mismo que él, propiamente, que Jesús no es el Dios eterno, sino una creación de Dios.
Ya sea que seamos jóvenes o viejos, que hayamos estado en la iglesia toda nuestra vida o por sólo unos meses, que tengamos el valor y la convicción para defender la verdad de la Escritura, sin importar quién se le oponga. Y que con regularidad dirijamos a las personas a Jesucristo, verdaderamente Dios y verdaderamente hombre, quien es nuestra única esperanza para librarnos de la ira de Dios que merecemos.