SOLO POR CRISTO

Por Carlos M. Cruz Moya

Reforma Siglo XXI, Vol. 18, No. 1

¿Qué querían decir los reformadores con Solo por Cristo? A primera vista sería algo evidente, solo por Cristo tenemos salvación. Sin embargo, Roma, con todas sus acrobacias interpretativas y tradiciones de hombres también afirmarían   “solo Cristo”.   Los   reformadores lo sabían y estaban listos para dar la respuesta bíblica adecuada.

Cuando decimos que es solo por Cristo, indicamos lo siguiente:

  1. CRISTO REALIZÓ LA SALVACIÓN COMPLETA POR NOSOTROS.

Es una obra perfecta que ningún ser humano o ser celestial creado puede imitar. Esa obra, su vida, su muerte, resurrección e intercesión, sella la salvación de los elegidos. El apóstol Pablo nos dice en Romanos 3:24: “…siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús”. Luego añade: “… el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (Romanos 4:25). En Romanos 5:10, el apóstol nos dice: “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida”. Todo esto es realizado únicamente por Cristo Jesús sin la mediación de santos muertos, vírgenes imaginarias ni ceremonias mágicas realizadas por sacerdotes con ningún poder. Esto nos lleva al segundo punto.

2. SOLO HAY UN SUMO SACERDOTE QUE INTERCEDE POR NOSOTROS.

Roma, con su cuento mágico, le entregaba un  “poder” a sus sacerdotes, con el cual podían retener o perdonar  pecados  y  realizar  el  supuesto  “milagro”  de la transustanciación de los elementos de la Santa Cena. Además, podían oficiar las misas por los muertos, otro “poder” aun después de la muerte. Por lo tanto, se convertían en mediadores de la salvación basados en que recibían el mismo sacerdocio de Cristo según el orden de Melquisedec.

Los reformadores repudiaron todos esos errores declarando lo siguiente:

Solo Cristo es el que ostenta el Sacerdocio según el Orden de Melquisedec. Dice el autor de la carta a los Hebreos, en el capítulo 7:22-25: “Por tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor pacto. Y los otros sacerdotes llegaron a ser muchos, debido a que por la muerte no podían continuar; mas éste por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos”. El sacerdocio romano en nada aportaba a la salvación. Jesucristo es nuestro sacerdote eterno y único. Esto nos lleva a lo próximo.

Los reformadores señalaron que el Sacerdocio de Cristo era intransferible. El versículo 24  del  capítulo 7 de Hebreos nos indica que el mismo es: “un sacerdocio inmutable…” que no cambia de manos, que es eterno, que solamente él ostenta. Toda la argumentación romana de que los sacerdotes tenían el sacerdocio según el Orden de Melquisedec era falsa; falsa ayer y falsa hoy. La traducción católica Bover-Cantera dice en Hebreos 7:24: “mas él, a causa de subsistir perpetuamente, posee el sacerdocio intransferible…”. Por lo tanto, ¡un solo Sacerdote!

Es una obra fuera de nosotros, en y por Cristo. Roma también hablaba de gracia en la salvación. Pero  era  de una gracia infusa, una gracia que se depositaba en el corazón del ser humano para hacerlo salvo. La pregunta era, ¿cuánta gracia necesito para ser salvo? De ahí, que lo que se decía que era “gracia” dejaba de ser gracia. Esa “justificación” romana era antropocéntrica, era la búsqueda de más gracia por medio de las obras de la iglesia, ritos, ayunos, oraciones interminables, sacrificios, etc. Entonces aparecía el problema, los honestos se daban cuenta de que seguían siendo pecadores. Martín Lutero, con todas sus obras, ayunos, castigos y demás, entendía que no había llegado al punto de santidad, de gracia infusa, que lo haría justificado, aceptable ante Dios.

Llego a decir que cuando oía la frase justicia de Dios, llegó a odiar a ese Dios que exigía lo que nadie podía cumplir. No obstante, encontró precisamente en la justicia de Dios el consuelo que la iglesia y sus ritos no podían darle, en la justicia de Dios derramada fuera de nosotros en Cristo. No era la experiencia dentro del hombre ni la mezcla entre justificación y santificación lo que daba la libertad que Cristo nos había hablado; todo lo contrario, esas experiencias, esa gracia “infusa”, convertían al ser humano en un esclavo de sus sentimientos, de sus obras, de su religiosidad. Martín Lutero y los reformadores lo entendieron cuando descubrieron el verdadero evangelio en la doctrina de la Justificación paulina en Cristo.

En Romanos 3:24, el apóstol Pablo nos dice: “… siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús”. Dios nos ha declarado justos por una obra fuera de nosotros en Cristo Jesús. No es la gracia infusa la que nos salva, es la gracia imputada por los méritos de Cristo la que nos declara justos. Por eso el apóstol Pablo, hablando de las cabezas federales, Adán para la humanidad y Cristo para los elegidos, nos dice en Romanos 5:19: “Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron  constituidos  pecadores, así también por la obediencia de uno los muchos serán constituidos justos”. Toda la justicia de Dios fue derramada en Cristo. Solo Cristo realizó nuestra salvación. Por eso es que ya estamos justificados delante de Dios y tenemos paz. Por eso Cristo es nuestro Príncipe de Paz. Romanos 5:1 dice: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo…”.

Toda doctrina que mezcle santificación con justificación lo que hace es regresar a Roma y esclavizar al ser humano a sus obras y experiencias. Niega la suficiencia de los méritos del Salvador. Por eso los reformadores declararon:

¡Solo por Cristo! A Él sea la gloria por los siglos de los siglos, amén.

Él Rvdo. Carlos M Cruz Moya es ministro ordenado de la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa de los EU, pastor de la Iglesia Presbiteriana Reformada en San Juan de Puerto Rico. Es profesor de Historia y Literatura con diploma en Teología Reformada, Profesor del Seminario Reformado del Caribe y es además la voz nacional e internacional del Programa PÚLPITO REFORMADO. Es casado hace 34 años con la Señora Diana M. Bonilla Rosa y tienen una hija que es profesora de Español.

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